martes, 12 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 4





Pedro se sorprendió al oír unos suaves golpecitos en su puerta.


—¡Pasa! —se irguió en la silla para tener una posición más correcta y vio entrar a David Jeffers.


Pedro Alfonso —dijo Jeffers, sentándose frente a Pedro sin esperar a ser invitado. Para Pedro, aquel hombre era como su mentor. 


Cuando lo conoció y empezó a trabajar para él, dos años después de salir de la facultad de Derecho, él era ayudante del fiscal del distrito y Pedro le tenía un gran respeto, a pesar de que ya se habían hecho amigos.


—Señor —respondió Pedro con una sonrisa.


—Quería comentarte una nueva oportunidad que tal vez quieras aprovechar. En cuanto supe de ello, pensé en ti; es un nuevo reto.


—Dime... —aquello había picado la curiosidad de Pedro, lo cual le vino bien para quitarse de la cabeza su charla con Paula. Le había extrañado mucho su decisión de pasarse la noche del viernes «pensando» e incluso lo tenía un poco preocupado.


—Un pequeño grupo de abogados de esta oficina van a empezar a trabajar en el área específica de la violencia doméstica. El número de casos se ha disparado y el fiscal del distrito ha decidido aumentar la unidad de violencia doméstica con más abogados. Buenos abogados, que puedan ocuparse del tipo de casos que se van a tratar.


—¿Qué tipo de casos? —preguntó Pedro, con la boca seca de repente. Era una pregunta estúpida, porque conocía la respuesta de sobra, pero no se le ocurrió otra cosa que decir.


—Todo lo que puedas imaginarte, pero el jefe quiere poner especial atención sobre los abusos a las mujeres y los niños.


Pedro se quedó mirando fijamente a Jeffers, con el corazón latiéndole a toda velocidad y pensando si lo sabría todo. Pero su mente racional le decía que no podía ser así. Jeffers no podía ni imaginarse el regalo que le estaba ofreciendo. Aunque se sentía muy cercano a su mentor, Pedro nunca le había hablado a Jeffers, ni a nadie, de su padre o de los demonios que lo atormentaban desde que él y su hermano huyeron de casa.


Había pensado en aceptar casos de abusos a menores y tal vez incluso eso fue lo que lo empujó a estudiar Derecho en Harvard. El nuevo grupo de trabajo tendría como cometido llevar a los maltratadores a la cárcel y si entraba en él, Pedro podría enfrentarse a sus demonios y mirarlos a la cara.


Intentando contener la emoción en su voz, dijo lentamente:


—Me gusta mucho la idea de participar en ese grupo. ¿Por qué me has elegido a mí, Jeffers? Aún no he tenido la oportunidad de enfrentarme a un caso de maltrato doméstico.


—Pero hasta ahora has demostrado tu valía y es importante tener a los mejores para estos casos, que pueden ser muy importantes. Pero tal vez quieras pensártelo. Te voy a pasar un caso de maltrato infantil; cuando trabajes en él podrás ver qué tal se te da.


—Te aseguro que puedo ocuparme de ello.


—Estoy seguro de eso. No es que dude de tu capacidad, sino todo lo contrario, pero creo que debes ver lo que son estos casos y sentirlos día a día antes de comprometerte en este equipo. Es un tema muy duro y muy feo.


Pedro se le torció el gesto ante la ironía, porque recordaba perfectamente lo que era sentir el maltrato un día tras otro mientras vivía con su padre, pero sólo dijo:
—Te lo agradezco mucho.


—No hay de qué —Jeffers se levantó y se estiró un poco—. Mira este despacho, Pedro: no puede estar más ordenado. Mi oficina está como si hubiera estallado una bomba en ella. ¿Viene alguien a limpiar?


Pedro forzó una sonrisa y se obligó a adoptar una actitud de normalidad.


—Si quieres puedo pasar a arreglarte la oficina, pero no lo haré gratis.


—No, gracias. Si todo está encima de mi mesa y a la vista, es más difícil que se pierda —la sonrisa le quitó al menos una década de sus cuarenta y cinco años—. Tienes que pasarte un día por casa, ahora que el tiempo ha mejorado. Simone no para de preguntar por ti.


—¿Eso es porque me echa de menos o porque tiene alguna amiga con la que quiere emparejarme? —preguntó, travieso; conocía bien a la dulce celestina que era Simone.


—Que conste que yo no he dicho nada.


—Ni falta que hace. Me pasaré por allí, pero dile que es sólo por verla a ella.


—Estará encantada —Jeffers se dirigió a la puerta—. Pásate luego por mi oficina a recoger el informe de ese caso, ¿de acuerdo? Y me alegro de que estés interesado.


Cuando Jeffers se marchó, Pedro se quedó solo y se levantó para mirar las calles de Boston desde su ventana del cuarto piso. La oportunidad de su vida le acababa de caer del cielo.




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