martes, 12 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 5




—Voy a tener un niño —dijo Paula.


Pedro se quedó mirándola durante un segundo y después se atragantó con el trozo de pan que estaba masticando.


—Vamos, Pedro. Deja de hacer teatro —rió ella.


Pedro siguió tosiendo un rato más.


—Lo siento —dijo, después de carraspear un poco—. Lo siento. ¿Qué acabas de decir?


—Ya me has oído. Que voy a tener un niño —debió de descifrar el motivo de la cara de incredulidad de Pedro y añadió—: No ahora, no estoy embarazada. ¿Eso creías que quería decir?


—No —mintió él.


—Sí que lo creías. Me parece muy mal por tu parte... ni siquiera salgo con nadie en serio.


—No había sacado ninguna conclusión —insistió él—. No me ha dado tiempo. Pero ¿de dónde has sacado esa idea?


—Yo... —tomó un trocito de pan, pero no se lo llevó a la boca y se quedó callada un rato—. Realmente no puedo explicarlo. Ha sido como una revelación, como un sueño. Me acabo de dar cuenta de que mi sueño debe ser el tener un niño y formar una familia.


Pedro se apoyó contra el respaldo de la silla y estudió su rostro.


—Entonces se trata del reloj biológico...


—No —Paula hizo una mueca—. O sí, pero no es sólo eso, sino la visión de un futuro. Como una llamada.


Pedro empezaba a sentirse incómodo. Estaba acostumbrado a estar de broma con ella, pero aquella charla tan intensa y espiritual empezaba a ponerlo nervioso.


—¿Una llamada? ¿De la nada?


—No tengo ni idea. Es realmente extraño. De pronto, estando en clase ocupada en mis asuntos, me di cuenta —tomó un sorbito de su refresco light—. Supongo que tengo ganas de enseñar a mis propios hijos, y no sólo a sumar y a leer, sino todo lo demás también. Créeme cuando te digo que esto es muy real.


Pedro no sabía cuál podía ser la respuesta correcta a aquello, pero Paula esperaba alguna reacción por su parte.


—¿Vas a hacerte una inseminación? —se le ocurrió por fin.


—¿Una inseminación...? —Paula parpadeó como si no hubiera entendido la pregunta—. No, no voy a hacer eso, aunque no tiene nada de malo, pero no es lo que quiero. No me has escuchado.


—Claro que lo he hecho, pero no acabo de entenderte.


—Quiero el paquete completo, Pedro. Quiero una familia, hijos y un marido. Todo. Una familia —dijo, inclinándose hacia delante.


Él la imitó y se acercó a ella, bajando la voz de modo que nadie en el restaurante pudiera oírlos.


—¿Desde cuándo? Te encanta estar soltera. ¿Cuántas veces me has explicado que encontrar a tu hombre ideal sería demasiado difícil como para molestarse en intentarlo? ¡Cientos de veces! ¡Por lo menos!


—¿Y qué? —su voz se tornó rebelde y tozuda—. ¿Acaso no puedo cambiar de idea?


—Claro que sí, pero esto es realmente extraño.


—Me alegra que pienses que mis sueños son extraños.


Pedro se quedó boquiabierto y en ese momento llegó la camarera con su cena. Paula se lanzó a comer su colorida ensalada con rapidez y Pedro se sintió aliviado al ver que la revelación que había tenido no le había afectado al apetito.


 Aún quedaba algo de la verdadera Paula. 


Entonces pensó que no estaba siendo justo; aunque no pudiera entender el deseo de nadie por tener hijos, no era quién para juzgarla. 


Además, tal vez ella estuviera tan confundida como él ante aquella situación, que se estaba tomando muy en serio. Le debía, como amigo suyo, todo su apoyo.


—Paula.


Ella levantó la mirada de su ensalada, como avergonzada. Pedro se sintió mal por haber hecho que se sintiera así; no quena que pensara que no podía hablar con él de cosas personales.


—Lo siento mucho —le dijo, tomándole la mano para que no pudiera ignorarlo—. Es sólo que resulta sorprendente oírte decir eso, pero me parece maravilloso que quieras formar una familia. Te deseo buena suerte.


—¿En serio? —preguntó ella, emocionada.


Pedro le extrañó que se pusiera tan contenta por ello, pero desde luego prefería esa reacción a que se enfadara con él.


—Ya sabes que sí. Eres mi amiga y haré lo que haga falta para verte feliz.


Paula soltó el tenedor y le apretó la mano, con una amplia sonrisa dibujada en la cara.


—No te haces ni idea de lo que me alegra oírte decir eso.


Pedro sonrió ante el entusiasmo de su amiga.


—Y lo digo en serio.


—Entonces ya puedo decirte lo que quiero de ti. Te necesito.




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