miércoles, 13 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 7





La madre de Paula era terrible al teléfono. Paula la escuchaba hablar con el auricular un poco alejado de su oreja, pero el tono de su madre era tan entusiasta que su alcance era tremendo.


—Paula, te juro que la funda para el sofá que acabo de comprar lo ha transformado del todo. Me costó doce con noventa y nueve dólares y parece que hemos comprado un sofá nuevo. Si quieres puedo comprar otra para ti. ¿De qué color la quieres?


—Mamá —respondió Paula—, no te preocupes.


—Cariño, tu sofá es tan... —Paula sabía que estaba evitando decir «feo» o «horrible» para no ofenderla—. Parece como si lo hubieras comprado de segunda mano nada más acabar la carrera.


—Y eso es exactamente lo que hice, mamá.


—Por eso, Paula. Elegiré la funda yo misma. ¿Necesitas algo más? También tenían paños de cocina en oferta...


Paula alucinaba con la capacidad de su madre para conversar por teléfono.


—Mamá —interrumpió Paula—. ¿Cómo va la agencia? ¿Cuál es el punto caliente actualmente? —su madre, de unos cincuenta años, tenía una agencia de viajes.


—En Aruba hace buen tiempo. También en Hawai.


—No me refiero al calor, sino a estar de moda. ¿Dónde viajan los solteros de oro este año? —inmediatamente se arrepintió de haber hecho aquella pregunta.


—Así que estás buscando activamente, ¿eh?


—¡Mamá! Olvídalo. ¿Qué hace papá?


—Ya conoces a tu padre —su madre exhaló un suspiro que Paula reconoció como totalmente exagerado—. Hace un día precioso, la gente sale a pasear y las terrazas de los cafés están abarrotadas, pero tu padre está encerrado en el estudio, tonteando con el ordenador.


Paula sonrió. Sabía que aquello de «tonteando» quería decir que estaba trabajando en su siguiente libro, parapetado bajo un montón de libros de ecuaciones y teoremas.


—Entonces me imagino que no podrá ponerse.


—Espera, voy a llamarlo y así le dará un poco el sol. Si no, no saldrá de ahí hasta el anochecer, como los animales salvajes.


—Déjalo. Recuerda que antes de contratar a los agentes, tú también trabajabas los sábados, y no hace mucho de eso.


En ese momento oyó un golpeteo de nudillos en la puerta y al responder «adelante», Pedro entró en el piso.


—Te tengo dicho que cierres la puerta —le dijo él—. Cualquiera podría entrar...


—Con un bate en la mano.


Pedro hizo una mueca y Paula sonrió.


—Mamá, te dejo. Tengo visita.


—¿Es Pedro? Dile que se ponga


—Sí, es él, pero vamos a salir a cenar y a por una película de vídeo.


—Sólo hablaré con él un momento.


—Vale, pero no te alargues mucho porque tengo hambre —le pasó el teléfono a Pedro—. Es mi madre.


—¡Margarita! —dijo Pedro, observando el calendario que había en la pared mientras hablaba o, mejor dicho, mientras respondía al interrogatorio—. Bien, ¿y tú?... El trabajo va bien... Oh, no, no creas... Damian está genial... Ha empezado las clases en Emerson... Sí, quiere dedicarse a hacer televisión.


Paula se dejó caer en el sofá, sabiendo que aquella conversación iba para largo. A él le caía bien su madre y además no querría ser brusco, así que ella hablaría sin descanso y él no querría cortarla.


—Pues muy ocupada; los niños le dan mucho trabajo.


Pedro y su madre tenían una cosa en común: se preocupaban por Paula.


Pedro escuchaba a su madre con calma, sin andar de un lado a otro por el cuarto, como hacía Paula. Ella imaginó que así era como debía de tratar con las víctimas y las familias de las víctimas con las que hablaba todos los días. 


Pero aquella expresión tan seria y concentrada hacía que, cuando sonreía, su cara se iluminase aún más, pensó Paula.


—Nicolas, ¿cómo estás? —dijo Pedro, y Paula se incorporó de un saltó.


—¿Ha llamado a papá para que hablara contigo? —le dijo en voz baja, a lo que Pedro respondió encogiéndose de hombros.


«Increíble», pensó Paula, pero la verdad era que tanto su padre como ella querían mucho a Pedro.


Pedro era... Pedro. Siempre ocupándose de los demás, divertido, inteligente... Nunca había conocido a nadie, a ningún hombre, como él. 


Nunca rechazaba las responsabilidades, tanto en su trabajo, que aunque le daba muchas recompensas, era muy duro, como con los demás. A pesar de ser el más joven, Pedro se había encargado de vigilar la educación de su hermano, y el bienestar de Paula, cosa que ella intentaba evitar en la medida de lo posible.


Era extraño que Pedro y ella no hubieran acabado peleados, pues se acusaban el uno al otro de ser cabezotas y obstinados, ella de forma abierta y ruidosa, y él calmado y controlándolo todo. Pero entre ellos había un acuerdo tácito de aceptar al otro, probablemente porque en el fondo eran muy parecidos.


Y así, a primera vista, Pedro tampoco estaba nada mal. Los vaqueros y la sudadera azul que llevaba le quedaban tan bien como los serios trajes de abogado. Las deportivas algo gastadas debían de ser el único elemento de su vestuario que no estaba en perfectísimas condiciones. 


Pedro lucía en el dedo el anillo que conmemoraba su graduación universitaria; ella siempre había pensado que la gente que seguía llevando los anillos años después eran unos nostálgicos empedernidos, pero en Pedro los motivos eran otros, y ella lo sabía. A él ese anillo le recordaba lo que había conseguido con esfuerzo. Nunca hablaba del pasado, pero ella podía adivinar que su vida no había sido fácil. 


Sus padres habían muerto y él y su hermano habían estado separados muchos años.




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