miércoles, 13 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 8





Aún tenía el pelo mojado de la ducha que acababa de darse, y olía a jabón y aftershave. 


Paula sabía que si notaba ese olor en cualquier otro sitio, lo asociaría con él.


¿Por qué se ponía tan sensible de repente? 


Saltó de nuevo del sillón y le señaló a Pedro el reloj.


—Se te acaba el tiempo. Pásame el teléfono.


Pedro se despidió del padre de Paula y ella tomó el auricular.


—¿Papá?


—Hola, Paula—su voz sonaba distraída, pero no iba a ofenderse por ello. Si le preguntaba en qué estaba pensando, probablemente le hablase de los problemas matemáticos que intentaba resolver.


—Papá, deberías dejar de trabajar ya y llevar a mamá a algún sitio.


—¿Por qué? ¿Está enfadada conmigo?


Ella suspiró. Su padre era el típico profesor con la cabeza en las nubes. Estaba convencida de que su madre debía de llevar todo el día quejándose, pero él no se había dado cuenta de nada.


—Hazme caso y pasadlo bien.


—De acuerdo. Vosotros también, Paula. Nos veremos en la lectura.


—Claro. Estoy impaciente. Os quiero mucho, papá. Díselo a mamá, no me ha dado tiempo a decírselo yo misma porque estaba impaciente por hablar con Pedro.


—Espero que siga cuidándote para que no te metas en líos.


—¿Quién es capaz de evitar que me meta en líos?


—Nadie —respondió su padre con una carcajada—. Pero espero que al menos pueda vigilar un poco a mi niña traviesa.


—Soy tu única niña, papá.


Se despidieron y Paula colgó con un suspiro.


—Mis padres... lo siento, Pedro


—No te disculpes, son geniales.


—Si tan bien te caen, le voy a pasar tu número a mi madre para que te llame cuando quiera. Tal vez también te compre unos paños de cocina —cruzó el pasillo de una zancada para tomar su gastada chaqueta de cuero del perchero—. Se supone que tienes que cuidar de mí.


—Eso me han dicho, tanto tu padre como tu madre. ¿Qué les cuentas para que crean que me necesitas?


—Nada de nada. No te creas nada de lo que te cuenten —dijo, con la chaqueta puesta y cara de niña buena.


—Qué cuadro —dijo él—. Un angelito vestido con una cazadora de piel.


La miró a la cara, desde muy cerca y una media sonrisa dibujada en la cara. Paula notó mucho calor de reciente y enseguida sacudió la cabeza.


—Ni lo sueñes, Alfonso—fue hacia la puerta y la abrió—. Adelante, caballero.


Cuando llegaron al videoclub, lo vieron tan concurrido como todos los sábados por la noche. Ellos se dirigieron rápidamente a la sección de novedades.


—Tenemos que elegir algo rápidamente. Aún tenemos que ir a por la comida china.


—No te preocupes. Dame sesenta segundos —Paula siempre lo dejaba elegir, porque escogía lo mismo que hubiera escogido ella. Además, si la película era mala, bajaban el volumen y jugaban a inventarse los diálogos, así que siempre se lo pasaba bien viendo películas con Pedro.


Mientras Pedro examinaba las películas, ella hacía lo propio con los clientes del videoclub hasta que vio a un hombre en la sección de películas extranjeras que leía la carátula de un vídeo. Llevaba el abrigo sin abrochar, así que ella pudo ver que llevaba un traje gris oscuro, con las perneras algo arrugadas, como si se hubiera pasado todo el día sentado en un despacho, y no parecía tener prisa en elegir película. Paula se fijó en su mano izquierda, la que sujetaba la caja del vídeo: no llevaba anillo.


—Ya me he decidido


—¡Qué susto me has dado! —exclamó ella. 


Estaba perdida en sus pensamientos...


—Lo siento —miró en la dirección en la que había estado mirando ella—. Mientras yo buscaba película, tú examinabas la mercancía, por lo que veo.


—Sólo estaba echando un vistazo —se justificó ella.


Él hombre levantó la vista y la vio mirándolo, lo que hizo que ella se sintió muy incómoda los dos segundos que sus miradas se cruzaron. 


Después sonrió, pero cuando miró tras ella, la sonrisa desapareció y volvió a mirar las películas.


Al girarse, Paula vio que Pedro estaba mirándolo fijamente, así que lo empujó detrás del estante de las películas infantiles.


—¿Qué estás haciendo? ¡Me vas a fastidiar los planes! —miró por encima de la estantería para ver si el hombre los estaba mirando.


—¿Qué planes? ¡No tienes ningún plan con ese hombre! Ni siquiera sabes quién es, ¿o sí?


—No, pero no sé por qué estás tan negativo. Tal vez sea el primer candidato para mi plan.


—¿Ése? —Pedro hizo una mueca—. ¿Lo miras veinte segundos y ya ves en él al hombre perfecto?


—Yo sólo digo que tiene posibilidades.


—¿Qué posibilidades son ésas?



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