sábado, 3 de noviembre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 42
Maui, tres meses después
Paula parpadeó para contener las lágrimas cuando vio a su hermano vestido de esmoquin blanco. Habían sido tantas las noches que había pasado en blanco temiendo que Hector no llegara a sobrevivir y a alcanzar la edad adulta… y ahora allí estaba: radiante, feliz, a punto de casarse.
Se había desvivido por cuidarlo durante su infancia y también después, en su problemática adolescencia, con sus experimentos con el sexo y sus flirteos con la heroína. De alguna manera, ambos habían terminado sobreviviendo a todo eso.
Y allí estaban. Hector era feliz. Un hombre adulto del que Paula estaba orgullosa. En cuanto a ella, no era feliz, pero al menos estaba en camino de conocerse a sí misma. Había tenido sus altibajos, pero escribir el libro le había dado una seguridad que nunca antes había sentido.
—¿Distraída con tus reflexiones? —le preguntó una voz masculina. Paula se volvió y descubrió a Hector a su lado, ajustándose la flor del ojal.
—Llámalo orgullo de hermana mayor.
—No irás a ponerte ñoña y sentimental…
—Yo creía que a ti te encantaba lo ñoño y lo sentimental —fue ella quien terminó de colocarle a flor… que era rosa y antes había sido azul lavanda.
—Y me encanta: precisamente por eso no creo que pueda soportar esta ceremonia si te oigo lloriquear a mi espalda.
Paula parpadeó varias veces para contener las lágrimas.
—No lloraré. Te lo prometo.
Hector le dio un abrazo.
—Hermanita… ¿qué voy a hacer contigo?
—Me siento orgullosa de ti… eso es todo.
La miró muy serio.
—Ya sabes que si hoy estoy vivo es gracias a ti.
Paula sacudió la cabeza, luchando contra las malditas lágrimas.
Pero cuando vio que Hector se echaba a llorar, va no hubo remedio. En cuestión de segundos, su maquillaje quedó arruinado.
—Cállate.
—No. Tú eres la única persona en el mundo que me quiso y me cuidó durante mucho tiempo, y quiero que sepas que lo tengo bien presente. Que lamento haberte puesto las cosas tan difíciles.
Paula se mordió el labio. No había sido consciente de lo mucho que había necesitado escuchar aquello.
—Gracias.
—Sé que yo no estaría aquí de no haber sido por ti.
—Tú eres mi familia, Hector —susurró—. Sobrevivimos juntos. Tú me diste un propósito en la vida.
Hector se enjugó las lágrimas.
—Pero te escapaste a Europa a la primera oportunidad que se te presentó.
Nunca antes se lo había echado en cara.
Siempre había existido una tensión entre ellos, un reconocimiento tácito de que Hector había sido la causa principal por la que ella había necesitado marcharse, abandonar el país, alejarse todo lo posible de sus responsabilidades.
—Te seguía queriendo, por supuesto: lo que pasa es que no podía seguir cargando con el peso de la responsabilidad. Una vez que me convencí de que te las arreglarías perfectamente solo, sentí la necesidad de cambiar de vida.
—Te eché mucho de menos.
—Y yo a ti. Me alegro de haber vuelto.
—¿No estás resentida conmigo?
—Nunca lo he estado.
Hector volvió a abrazarla, emocionado. Paula aspiró profundamente, llenándose los pulmones de su colonia cara y rezando una silenciosa plegaria de agradecimiento.
—¿Ya hemos terminado de lloriquear?
—Sí, definitivamente. ¿Preparada para llevarme al altar?
—Desde luego.
La música empezó a sonar en el instante en que salieron del edificio del club: la fresca brisa del mar les dio la bienvenida. Hector y Damian habían querido avanzar los dos hacia el altar. Primero fue el turno de Hector, acompañado por Paula; luego servían las «damas de honor» y, finalmente, Damian con sus padres.
Paula esperaba que Hector no se sintiera muy ¿penado de ver a los padres de su novio cuando los suyos ya no estaban, pero sabía que ése era un dolor al que ya se había acostumbrado. Un dolor que había forjado la personalidad de los dos hermanos.
Le apretó la mano con fuerza mientras desfilaban bajo la mirada de los asistentes sentados en sus sillas blancas, a la sombra de las palmeras. Una vez ante el altar, se hizo a un lado mientras esperaban la llegada de Damian y sus padres.
Pero de repente la mirada de Paula se posó en una familiar figura, de pie al fondo. Pelo largo y oscuro, una sombra de barba, ojos ocultos detrás de unas gafas negras… Pedro.
El estómago le dio un vuelco. Pedro.
¿Qué estaba haciendo allí, en la boda de su hermano?
Tenía la mirada clavada en ella: incluso llegó a alzarse las gafas para que no le cupiera la menor duda. Había calor y emoción en sus ojos.
Y los de Paula volvieron a llenarse de lágrimas.
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 41
El amor o algo parecido
Mi hermano pequeño se va a casar, la cual es una de las razones por las que volví a los Estados Unidos cuando lo hice (los rumores sobre mi fallecimiento fueron indudablemente exagerados). Seré la madrina del novio, o sea que no me libraré de lucir un horrible vestido. De hecho, ya me lo tienen preparado.
Toda esta historia de la boda, combinada con mis últimas semanas en Italia, me han hecho pensar en el tema del verdadero amor. Cómo es que el amor vuelve loca a la gente, la empuja a pronunciar votos sagrados y a coaccionar a sus amigos y familiares para que se pongan horribles vestidos color azul lavanda.
Antes de abandonar Roma, ya me había dado cuenta de que el problema que tiene el sexo sin compromisos es que, en esencia, no es más que una segunda lengua del amor. Una forma que tenemos de expresar el deseo que sentimos por la otra persona. Pero, a veces, ese deseo trasciende el plano físico.
A veces, expresamos ese deseo entrelazando no solamente nuestros cuerpos, sino nuestras vidas. Y si comunicamos eso a la otra persona y resulta que esa otra persona no quiere lo mismo… pues estamos apañadas.
No importa a qué rincón del mundo os desplacéis, no importa la cultura de la que se trate: el sexo, en la lengua que sea, significa mucho más que el puro sexo.
Yo sigo pensando en X. Desde que abandoné Italia, ha estado presente en mi mente. No sólo en mi mente: también en mi corazón. Ahora me doy cuenta de que me enamoré de él, y de que fui demasiado cobarde para reconocerlo. O para averiguar a dónde podía llevarme eso.
Así que huí. No sé si él leerá esto, o si le importará si es que llega a hacerlo, pero quiero que sepa que para mí no fue un amante como los demás. Fue mucho más.
Paula se quedó mirando la entrada que acababa de publicar. Con el estómago encogido, le entraron ganas de borrarlo inmediatamente. Por otro lado, si lo dejaba, quizá Pedro pudiera leerlo algún día…
Sabía que era una manera cobarde de admitir y reconocer sus sentimientos, pero a esas alturas no podía volver con él arrastrándose: había estropeado demasiado las cosas. Así que lo dejó en manos del destino.
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 40
Paula se quedó mirando el borrador de entrada que había redactado, indecisa entre editarlo o no. Había mucha expectación detrás de la nueva entrada del «regreso a América». Había mucho que decir y mucho más que no quería decir.
Pero su blog se había convertido en un lugar espontáneo y sincero.
Estaba acostumbrada a desnudar su alma en él todos los días. ¿Por qué ahora dudaba en hacerlo?
Guardó el borrador, pero optó por no publicarlo.
Al menos por el momento.
—¿Vas a dejar en paz ese maldito ordenador y ayudarme de una vez con los regalitos de la recepción? —le espetó Hector, de pie a su lado.
Tenía una mano en la cadera, y con la otra sostenía un saquito azul lavanda con un cordoncito de satén.
—¿Qué es eso?
—El regalito de la recepción. Cada invitado recibirá un saquito con Conchitas blancas y piedrecitas pulidas.
—¿Para lanzártelo en vez de arroz? Qué original.
—Sí, hemos decidido que nos lapiden a la salida de la boda. Es lo que se lleva ahora en las ceremonias gays.
—¿No tienes miedo de que algunos crean que es eso lo que tienen que hacer?
—Si tengo algún amigo tan estúpido, entonces se merecerá que lo lapiden a él también.
—No te olvides de que asistirán algunos miembros de la familia.
Pedro esbozó una mueca.
—Quizá de la familia de Damian, no de la nuestra.
—¿Ni siquiera la tía Lenore?
—Ya sabes que no puede permitirse viajar a Hawai.
—Lo hiciste adrede, ¿verdad?
—No soy tan maquiavélico.
—No me digas —Paula cerró su portátil y lo dejó a un lado. Habían estado bromeando, pero sabía que su hermano era especialmente sensible al tema de la familia—. De acuerdo, ¿qué tengo que hacer?
—Tengo doscientos de estos saquitos sobre la mesa de comedor —le dijo mientras la guiaba hacia allí.
—¿Has dicho doscientos?
—¡Claro! Uno por cada invitado.
—Dios mío, Hector… ¿has invitado a todos tus conocidos?
—Tengo muchos amigos gays, ¿vale? Les encanta asistir a bodas, y no podía excluir a nadie sin correr el riesgo de montar un drama y que nunca más volvieran a invitarme a mí a una boda.
—¿Cómo es que hoy en día solamente los heterosexuales odian las bodas?
—Porque para vosotros ha dejado de ser una novedad. Lleváis cargando con esa convención desde la noche de los tiempos, mientras que nosotros los gays estamos encantados de sumarnos por fin a la fiesta en calidad de protagonistas.
Se sentó a un lado de la mesa y Paula enfrente. En medio, había montones de cajas de Conchitas y piedrecitas, esperando a ser introducidas en los diminutos sacos color lavanda.
—Tocan a cinco piedrecitas y tres Conchitas por saquito, más uno de estos papelitos —Hector señaló un fajo de papelitos de galletas de la suerte.
—Si no es para lapidarte… ¿para qué querrá la gente estas cosas?
Hector puso los ojos en blanco, cada vez más impaciente.
—Para que vuelvan a sus casas y monten un jardín Zen.
—Ah. Ya.
—Oye, no utilices ese tono tan condescendiente conmigo.
Paula recogió uno de los papelitos y lo leyó:
—Un jardín zen para ti, con amor de Hector y Damian.
Intentó no sonreír, consciente de que eso habría sido interpretado como otro acto de condescendencia.
—Ya sé que has pasado cinco años en Europa y ahora te crees superior a unos provincianos de California como nosotros.
—Estoy algo impactada por el choque cultural, eso es todo.
—¡Pero si has crecido aquí!
—Lo creas o no, pasar cinco años alejada de la cocina vegana, de los jardines Zen y del exceso orno norma de vida es la mejor receta para sufrir un choque cultural.
Miró a Hector. Su camisa blanca hacía un delicioso contraste con su bronceado. El sol que entraba por la ventana arrancaba reflejos a su pelo dorado, herencia del de su madre. Sintió una punzada de tristeza al pensar que sus padres nunca verían a la fantástica persona en que se había convertido su hijo. Aunque ni siquiera estaba secura de que hubieran tenido el buen sentido de apreciarlo y alegrarse por ello.
—¿Qué te pasa? Estás muy taciturna. ¿No te gusta el texto de los papelitos? ¿Acaso te parece chabacano?
—No, no, en absoluto —negó, sacudiendo la cabeza—. Sólo estaba pensando en mamá y papá.
La expresión desconfiada de su hermano desapareció al instante.
—Pues no lo hagas —le pidió con tono suave.
Pero era demasiado tarde. Ya había sacado a colación el tema que tantas veces habían evitado.
—Se habrían alegrado mucho por ti —le dijo ella, aunque no estaba del todo segura de que fuera cierto.
—No digas eso. Los dos sabemos que se habrían llevado un disgusto.
—La gente madura y aprende. Creo que ellos lo habrían hecho.
—A mí no me importa —repuso, triste—. Porque yo siempre supe que tú eras la única que acabaría cuidando de mí, pasara lo que pasara.
—¿De veras? —Paula sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y parpadeó para contenerlas.
—Por supuesto. Tú siempre fuiste lo más seguro de mi vida. Siempre estuviste a mi lado, haciendo todo aquello que se suponía deberían haber hecho ellos.
Paula experimentó una punzada de culpabilidad al recordar que, tan pronto como había tenido la oportunidad, había salido corriendo de su lado.
Había escapado a Europa y lo había dejado atrás.
—Bueno, ahora hablemos de algo interesante… —dijo Hector— como el hecho de que estoy terriblemente cachondo.
—No sé si quiero tener esta conversación contigo…
—A Damian se le ocurrió la brillante idea de que debíamos dejar de acostarnos durante un mes antes de la boda, para que nuestra noche de novios fuera aún más excitante.
—Parece una buena idea.
—Y lo sería si no me molestara tener una erección cada quince minutos. El día de la boda voy a estar más duro que una piedra, delante de todo el mundo. Sí, es una idea genial.
Paula se echó a reír bajo la ceñuda mirada de su hermano.
—Perdona —y se puso a llenar un saquito.
Estaba feliz por Hector, pero algo seguía molestándola, inquietándola. No era solamente el recuerdo triste de sus padres, o el brusco impacto de su regreso a los Estados Unidos. Había algo más.
Algo llamado Pedro. A su lado, había vislumbrado un mundo nuevo. Un mundo en el que el amor y el compromiso eran sueños asequibles. Pero lo peor era que ahora sabía que, una vez que ya había visto ese mundo… ya no podría conformarse con menos.
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 39
De vuelta en Los Estados Unidos
Esta misma mañana, puse pie nuevamente en los Estados Unidos por primera vez en cinco años.
Lo primero que percibí fue el olor a comida rápida procedente del restaurante del aeropuerto: un olor grasiento como no hay otro en el mundo. Luego me fijé en la gente, el noventa por ciento de la cual tenía un aspecto inequívocamente estadounidense.
Tenemos una nación llena de excesos. Y eso se manifiesta en nuestra mirada franca y abierta, en nuestras chanclas de marca cara y en nuestra constante insatisfacción con lo que tenemos.
Siempre estamos queriendo más, una idea sobre la que estuve reflexionando en el taxi que me llevó a casa de mi hermano, donde me quedaré hasta que encuentre de nuevo un apartamento propio.
Esa filosofía del querer siempre más… ¿ha invadido mi dormitorio, se ha apoderado de mi vida amorosa?
Me entristece reconocer que he vuelto a casa escarmentada de mis experiencias. La felicidad no me estaba esperando al final de mis años practicando sexo por Europa. He vivido y me he divertido, sí, pero lejos de contentarme con ello, he aprendido que también deseaba otra cosa: amor.
Quizá no lo haya encontrado, pero al menos ahora he descubierto que eso es lo que quiero. Y eso siempre es algo, ¿no?
Pero me estoy poniendo muy depresiva, y no es ése el sentimiento que quiero comunicaros. ¿Cómo explicar que la sensación de querer siempre más no es algo bueno ni saludable… y al mismo tiempo admitir que precisamente he descubierto en mí un legitimo deseo de hacer algo más que lo que he estado persiguiendo durante todos estos años?
No tengo todas las respuestas. En realidad no tengo ninguna. Sólo sé que estoy preparada para regresar a los Estados Unidos y para empezar una nueva fase de mi vida.
Ya no busco al perfecto amante. Ahora busco, por muy tópico que pueda sonar… el amor perfecto.
viernes, 2 de noviembre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 38
¿Qué tiene esto que ver con el amor?
Más comentarios:
7. Timberwolf dice: Eurogirl, ¿dónde estás? ¿Te has enamorado o qué te pasa?
8. Juju dice: Timberwolf, tío, es lo más romántico que te he leído nunca.
9. Dharmachick dice: En serio, Eurogirl, estamos preocupadas por ti. ¿Por qué no escribes algo para confirmarnos que no has perecido en un estúpido accidente de góndola?
10. Emmy dice: Vamos amigas, siempre que Eurogirl ha desaparecido, todas hemos sabido lo que estaba haciendo. Teniendo sexo, al contrario que algunas de nosotras.
El paisaje italiano desfilaba ante sus ojos en una sucesión de idílicas escenas. Mientras conducía, Pedro lo contemplaba distraído, como si no lo estuviera viendo en realidad. A su lado, Nicholas cerró el Herald Tribune con un sonoro suspiro.
—¿Vas a pasarte todo el maldito día así?
Porque en ese caso, no creo que pueda seguir en este coche contigo. Me estás deprimiendo.
Pedro lo miró sin comprender.
—¿Qué?
—Anímate, hombre.
Volvió a concentrarse en la carretera y no dijo nada. Debería haberse tomado la separación de Paula como una ruptura más, una de tantas, pero no lo sentía así. De repente, nada más doblar una curva, el paisaje toscano se desplegó ante ellos en toda su belleza.
Nicholas, que había terminado antes de tiempo con sus asuntos en Munich, había quedado con Pedro en Florencia para viajar a Turín, donde le esperaba una nueva misión. El viejo volvió a suspirar.
—Mira, hay mujeres que merecen el esfuerzo de dejarlo todo por ellas. Son pocas, pero existen.
—No irás a aconsejarme sobre mujeres, ¿verdad?
—Parece que lo necesitas.
—Lo que necesito es salir de una vez de Italia. Pensé que era en eso en lo que ibas a ayudarme.
—No dejaste de acostarte con esa chica cuando te ordené que lo hicieras, ¿eh?
—Se volvió a los Estados Unidos, así que dejé de acostarme con ella.
—Sólo porque se marchó.
—¿Realmente crees que algunas mujeres valen el esfuerzo de renunciar a tu libertad y a todo lo que es importante para ti?
—Pregúntatelo a ti mismo: ¿qué es lo que te importa realmente a ti? —le espetó Nicholas.
—¿No fuiste tú quien me ordenó hace una semana que me alejara de ella?
—Sé que ya no pones tu corazón en el trabajo. Puedo verlo.
Pedro abrió la boca para protestar, pero ningún sonido salió de su garganta. La verdad era que todo había dejado de importarle cuando se marchó Paula.
—Yo me tropecé con una de esas mujeres una vez, y me comporté como un estúpido —le confesó de repente el viejo, sorprendiéndolo—. Renuncié a ella en lugar de renunciar a todo aquello que creía que me importaba y que no era realmente importante. Siempre me ha arrepentido de aquella decisión, y nunca he dejado de preguntarme cómo habría sido mi vida si me hubiera quedado con ella.
Pedro se sintió como si acabara de recibir una patada en el estómago. Estaba seguro de que él iba a pasarse el resto de su vida preguntándose cómo habría sido todo si se hubiera quedado con Paula.
—¿Por qué no te quedaste con ella?
—Por la misma razón por la que tú la has dejado marchar. Estaba terriblemente asustado.
—Yo no estoy asustado —replicó Pedro, pero las palabras sonaron falsas incluso a sus propios oídos.
Sí que estaba asustado. Tenía miedo de lo muy vulnerable que podía hacerle el amor, del gran poder que una mujer como Paula podía ejercer sobre él. Miedo de renunciar a una vida que conocía bien por otra de la que no sabía nada.
—Te estoy diciendo que no seas cobarde. Esa no es manera de vivir una vida.
Pedro nunca se había considerado un cobarde.
Siempre había vivido con riesgo, y se había enfrentado a peligros que habrían intimidado a la mayoría de los hombres, pero quizá… Quizá en lo que se refería a los riesgos del corazón, nunca se había visto obligado a demostrar su valentía.
O quizá, en lo que se refería a tales asuntos… no tenía ninguna valentía que demostrar.
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 37
Había sido un estúpido al dejarla marchar.
Debería haberse mostrado más persuasivo, más autoritario, más… algo. Y menos imbécil.
Nunca debió haberse dejado arrastrar por sus emociones, por sus sentimientos. Porque si Paula llegaba a perecer… él sería el único culpable.
Se prometió que no volvería a suceder. Por mucho que le doliera, a partir de ese instante y por lo que se refería a Paula, se guardaría sus sentimientos para sí mismo.
El mensaje de texto seguía resonando en su cabeza mientras recorría a toda velocidad la carretera de la montaña, rumbo a la costa.
Había pedido ayuda para detener el tren y había alertado a las autoridades sobre la identidad de Kostas y facilitado su descripción física. Pero seguía teniendo miedo de que los carabinieri fracasaran y Paula terminara muerta o herida por su culpa.
No podía consentir que eso sucediera.
En ese momento, recibió la llamada de un colega avisándole de que el tren se detendría en la penúltima parada antes de llegar a su destino, y que allí los carabinieri se encargarían de retener a Kostas hasta que él llegara. No podía perder la esperanza…
Al cabo de tres horas, llegó a la pequeña estación apenas unos minutos después de la llegada prevista del tren. Con el corazón encogido, atravesó el aparcamiento a la carrera y enseguida vio a los carabinieri. Un agente de la CIA al que reconoció de inmediato parecía vigilar a un tipo alto y moreno, que estaba esposado. Luego barrió con la mirada a la multitud de curiosos… y descubrió a Paula hablando con un policía de uniforme.
Tenía el rostro bañado en lágrimas, pero estaba viva.
Estaba bien. Y no gracias a él.
Atravesó la multitud mientras el agente y varios carabinieri se llevaban a Kostas, y llegó ante Paula justo cuando acababa de hablar con el policía. Lo miró sorprendida.
—Recibiste el mensaje… gracias.
—Paula, lo siento. Nunca debí haberte dejado marchar.
—No, la culpa es del todo mía —sacudió la cabeza—. Yo me metí sola en este peligro. Soy la única culpable.
—Gracias a Dios que pudiste mandarme ese mensaje.
—No me acordaba de que llevaba el móvil…
Pedro se moría de ganas de tocarla, de estrecharla entre sus brazos, de besarla hasta hacerle perder el sentido… pero sabía que ese tiempo había pasado. Lo de ceder y satisfacer sus deseos físicos, y emocionales, se había acabado. Sobre todo después de la manera en que había puesto en peligro su vida.
Era lo mínimo que se merecía una mujer como Paula.
—Me alegro de que no te haya pasado nada. Tendrás que responder algunas preguntas, pero después de eso… estarás libre para marcharte. Para regresar a los Estados Unidos, si eso es lo que quieres.
Paula asintió.
—Ya he hablado con ese tipo de la CIA.
—Ah. Entonces supongo que ya no te molestarán más.
—Siento haberme enfadado tanto contigo. Ya no estoy enfadada. Sé que lo mejor es que terminemos con lo nuestro ahora.
—Claro —repuso él, sintiéndose como si acabara de recibir una patada en el estómago.
Paula sonrió. Pero era una sonrisa tensa, forzada.
—Desde el principio sabíamos que acabaríamos así, ¿no?
Pedro le sostuvo la mirada pero no dijo nada. La verdad era demasiado desagradable para encentarse a ella en aquel momento.
—No pasa nada. Ambos sabemos quiénes somos. A ti te gusta la aventura, y a mí también. Está en nuestra naturaleza no sentar nunca la cabeza.
—Tienes razón —respondió Pedro con una seguridad que distaba de sentir.
Pero esa vez sería fuerte. La abandonaría antes de que pudiera volver a sufrir algún daño.
Paula se inclinó y le dio un leve beso en los labios. De tan leve, casi inexistente.
Acto seguido, sin despedirse y sin mirar atrás… dio media vuelta y se marchó.
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