sábado, 3 de noviembre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 40





Paula se quedó mirando el borrador de entrada que había redactado, indecisa entre editarlo o no. Había mucha expectación detrás de la nueva entrada del «regreso a América». Había mucho que decir y mucho más que no quería decir. 


Pero su blog se había convertido en un lugar espontáneo y sincero.


Estaba acostumbrada a desnudar su alma en él todos los días. ¿Por qué ahora dudaba en hacerlo?


Guardó el borrador, pero optó por no publicarlo. 


Al menos por el momento.


—¿Vas a dejar en paz ese maldito ordenador y ayudarme de una vez con los regalitos de la recepción? —le espetó Hector, de pie a su lado.


Tenía una mano en la cadera, y con la otra sostenía un saquito azul lavanda con un cordoncito de satén.


—¿Qué es eso?


—El regalito de la recepción. Cada invitado recibirá un saquito con Conchitas blancas y piedrecitas pulidas.


—¿Para lanzártelo en vez de arroz? Qué original.


—Sí, hemos decidido que nos lapiden a la salida de la boda. Es lo que se lleva ahora en las ceremonias gays.


—¿No tienes miedo de que algunos crean que es eso lo que tienen que hacer?


—Si tengo algún amigo tan estúpido, entonces se merecerá que lo lapiden a él también.


—No te olvides de que asistirán algunos miembros de la familia.


Pedro esbozó una mueca.


—Quizá de la familia de Damian, no de la nuestra.


—¿Ni siquiera la tía Lenore?


—Ya sabes que no puede permitirse viajar a Hawai.


—Lo hiciste adrede, ¿verdad?


—No soy tan maquiavélico.


—No me digas —Paula cerró su portátil y lo dejó a un lado. Habían estado bromeando, pero sabía que su hermano era especialmente sensible al tema de la familia—. De acuerdo, ¿qué tengo que hacer?


—Tengo doscientos de estos saquitos sobre la mesa de comedor —le dijo mientras la guiaba hacia allí.


—¿Has dicho doscientos?


—¡Claro! Uno por cada invitado.


—Dios mío, Hector… ¿has invitado a todos tus conocidos?


—Tengo muchos amigos gays, ¿vale? Les encanta asistir a bodas, y no podía excluir a nadie sin correr el riesgo de montar un drama y que nunca más volvieran a invitarme a mí a una boda.


—¿Cómo es que hoy en día solamente los heterosexuales odian las bodas?


—Porque para vosotros ha dejado de ser una novedad. Lleváis cargando con esa convención desde la noche de los tiempos, mientras que nosotros los gays estamos encantados de sumarnos por fin a la fiesta en calidad de protagonistas.


Se sentó a un lado de la mesa y Paula enfrente. En medio, había montones de cajas de Conchitas y piedrecitas, esperando a ser introducidas en los diminutos sacos color lavanda.


—Tocan a cinco piedrecitas y tres Conchitas por saquito, más uno de estos papelitos —Hector señaló un fajo de papelitos de galletas de la suerte.


—Si no es para lapidarte… ¿para qué querrá la gente estas cosas?


Hector puso los ojos en blanco, cada vez más impaciente.


—Para que vuelvan a sus casas y monten un jardín Zen.


—Ah. Ya.


—Oye, no utilices ese tono tan condescendiente conmigo.


Paula recogió uno de los papelitos y lo leyó:


—Un jardín zen para ti, con amor de Hector y Damian.


Intentó no sonreír, consciente de que eso habría sido interpretado como otro acto de condescendencia.


—Ya sé que has pasado cinco años en Europa y ahora te crees superior a unos provincianos de California como nosotros.


—Estoy algo impactada por el choque cultural, eso es todo.


—¡Pero si has crecido aquí!


—Lo creas o no, pasar cinco años alejada de la cocina vegana, de los jardines Zen y del exceso orno norma de vida es la mejor receta para sufrir un choque cultural.


Miró a Hector. Su camisa blanca hacía un delicioso contraste con su bronceado. El sol que entraba por la ventana arrancaba reflejos a su pelo dorado, herencia del de su madre. Sintió una punzada de tristeza al pensar que sus padres nunca verían a la fantástica persona en que se había convertido su hijo. Aunque ni siquiera estaba secura de que hubieran tenido el buen sentido de apreciarlo y alegrarse por ello.


—¿Qué te pasa? Estás muy taciturna. ¿No te gusta el texto de los papelitos? ¿Acaso te parece chabacano?


—No, no, en absoluto —negó, sacudiendo la cabeza—. Sólo estaba pensando en mamá y papá.


La expresión desconfiada de su hermano desapareció al instante.


—Pues no lo hagas —le pidió con tono suave.


Pero era demasiado tarde. Ya había sacado a colación el tema que tantas veces habían evitado.


—Se habrían alegrado mucho por ti —le dijo ella, aunque no estaba del todo segura de que fuera cierto.


—No digas eso. Los dos sabemos que se habrían llevado un disgusto.


—La gente madura y aprende. Creo que ellos lo habrían hecho.


—A mí no me importa —repuso, triste—. Porque yo siempre supe que tú eras la única que acabaría cuidando de mí, pasara lo que pasara.


—¿De veras? —Paula sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y parpadeó para contenerlas.


—Por supuesto. Tú siempre fuiste lo más seguro de mi vida. Siempre estuviste a mi lado, haciendo todo aquello que se suponía deberían haber hecho ellos.


Paula experimentó una punzada de culpabilidad al recordar que, tan pronto como había tenido la oportunidad, había salido corriendo de su lado. 


Había escapado a Europa y lo había dejado atrás.


—Bueno, ahora hablemos de algo interesante… —dijo Hector— como el hecho de que estoy terriblemente cachondo.


—No sé si quiero tener esta conversación contigo…


—A Damian se le ocurrió la brillante idea de que debíamos dejar de acostarnos durante un mes antes de la boda, para que nuestra noche de novios fuera aún más excitante.


—Parece una buena idea.


—Y lo sería si no me molestara tener una erección cada quince minutos. El día de la boda voy a estar más duro que una piedra, delante de todo el mundo. Sí, es una idea genial.


Paula se echó a reír bajo la ceñuda mirada de su hermano.


—Perdona —y se puso a llenar un saquito.


Estaba feliz por Hector, pero algo seguía molestándola, inquietándola. No era solamente el recuerdo triste de sus padres, o el brusco impacto de su regreso a los Estados Unidos. Había algo más.


Algo llamado Pedro. A su lado, había vislumbrado un mundo nuevo. Un mundo en el que el amor y el compromiso eran sueños asequibles. Pero lo peor era que ahora sabía que, una vez que ya había visto ese mundo… ya no podría conformarse con menos.



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