martes, 23 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 4





De mal en peor


Llamadlo un karma malo, llamadlo mala suerte… lo que queráis. Yo lo llamo simplemente una mala experiencia. Quizá he dado otro mal paso cuando estaba intentando recuperar el ritmo después de lo del griego del trasero peludo, pero la triste verdad es que tienes que dormir con un montón de ranas antes de encontrar finalmente a tu príncipe azul. Y, últimamente, todo indica que me he convertido en una auténtica experta en sexualidad de anfibios.


Lo conocí en el metro. Se sentó a mi lado v empezó a tocar una extraña flauta que no había visto nunca. Mi primer impulso fue levantarme para cambiarme de sitio, pero entonces me fijé en la destreza con que sus dedos se movían por el instrumento, y en lo bonitos que eran aquellos dedos (y todas sabéis a estas alturas la debilidad que tengo por unas manos bonitas). El caso es que, antes de que pudiera darme cuenta, ya había hecho contacto visual y le estaba preguntando su nombre.


Una hora después, estábamos en mi apartamento y yo tenía un ejemplar de la Metamorfosis de Kafka clavándose en mi espalda, en el mismo sitio de la cama donde lo había dejado al levantarme… incapaz de imaginar que ese mismo día me traería a un flautista a casa para una sesión que nada tenía que ver con la música.


—¡Eso es! ¡No te pares! ¡No pares!


Y yo lo único que había hecho era besarle la oreja. Fruncí el ceño e intenté no reírme. Le mordisqueé el lóbulo de la oreja y conseguí la misma entusiasta respuesta una segunda vez. 


Como si estuviera a punto de alcanzar un orgasmo.


—Tienes unas orejas muy sensibles —susurré—. ¿El resto de tu cuerpo reacciona igual de bien?


—Oh, sí —gruñó mientras yo deslizaba la mano por su vientre, hasta alcanzar su erección.


Se la agarré con fuerza, y él soltó un gemido, se dobló sobre sí mismo y empezó a convulsionarse. Se corrió encima, y también encima de mí mano… os lo podéis imaginar. Interné disimular mi decepción, pero por fuerza tuvo que darse cuenta.


Dejando a un lado las barreras lingüísticas y los talentos musicales, es universalmente sabido que la eyaculación precoz no es la mejor manera de llegar al corazón de una mujer



Aquella fue, oficialmente, la peor entrada de blog que Paula había colgado en su vida. Para no hablar de que en su mayor parte era mentira. 


Bueno, el incidente era real, pero no había ocurrido recientemente, y tampoco allí, en Roma. Una vez había estado con un flautista con eyaculación precoz, y en otra ocasión se le había clavado un libro de Kafka en la espalda durante una sesión de sexo, pero lo cierto era que no había vuelto a estar con nadie desde el desastre griego.


¿Pero de qué se suponía que tenía que hablar una bloguera erótica empantanada recientemente en la abstinencia sexual? ¿De la abstinencia sexual?


Decidió borrar la entrada. Otra mañana pasada en el café, otro día sin tener nada interesente sobre lo que escribir, otro día contemplando su propia inutilidad en el universo.


Miró de nuevo al hombre misterioso, ocupado como siempre en la lectura de su diario con el café a mano. Había llegado al colmo del patetismo, acudiendo allí todos los días y siguiéndolo después durante un trecho. Para empeorar las cosas, la familia que la había entrevistado para un empleo de profesora de clases particulares no había llamado. La situación en Roma estaba empeorando por momentos.


Su vida se abocaba al absurdo, y sin su escritura para sostenerla, aquella nueva realidad se estaba tornando cada vez más evidente. Para Paula, escribir era una manera de sentirse bien consigo misma. Era su manera de conectar con la gente, de entretenerla, v sin ella no tenía nada.


Seis meses atrás, una agente literaria que había leído Sexo como segunda lengua la había llamado para felicitarla por su blog y preguntarle si estaría interesada en volcar su contenido en un libro de memorias. Ese había sido el sueño de Paula desde un principio, pero se había desviado un poco de aquel objetivo dedicándose a divertirse y a viajar. La idea del libro había sido algo que se había imaginado siempre para más adelante, una vez que tuviera un poco más de perspectiva sobre las cosas. O algo parecido.


Un mes después de recibir la primera llamada de su agente, Lucinda Martínez, Paula había tenido en sus manos un contrato impresionante antes incluso de ponerse a escribir el libro. Con el tiempo, su blog se había ido convirtiendo en uno de los más visitados de internet, de manera que la casa editorial había contado con que su popularidad se traduciría en un éxito de ventas.


El editor parecía convencido de que para elaborar el libro lo único que tenía que hacer era reunir las entradas y pulirlas un poco, pero Paula sabía que sería necesario mucho más que eso. 


Por poner un ejemplo: no tenía una conclusión lógica para sus aventuras eróticas. No había ningún hilo conductor, ninguna coherencia de conjunto, ningún final ordenado: sólo un puñado de ensayos de temática sexual.


Lo que tenía que hacer era elaborar un argumento que presentar a su editor para finales de aquel año si quería cobrar el anticipo. Roma era una ciudad cara, lo cual añadía presión a su estancia en Italia. Necesitaba sacar algo en claro… antes de que terminara arruinándose.


Cerró el portátil y volvió a guardarlo en el maletín al ver que el tipo misterioso se disponía a marcharse. Sí, a pesar del sermón que acababa de echarse a sí misma, estaba dispuesta a seguirlo de nuevo… y no, todavía no se sentía lo suficientemente osada y decidida para abordarlo. Era como si hubiera perdido el contacto con la realidad, hasta el punto de que seguirlo se había convertido en una especie de rutina diaria. Al fin y al cabo… ¿qué otra cosa podía hacer?


Mientras caminaba detrás de él a una prudente distancia, sonó su teléfono: era el número de su hermano pequeño, Hector. Apenas unos días atrás, nadie la habría sorprendido en aquella situación: hablando por un móvil. Los detestaba y siempre se había resistido a comprarse uno, pero su viaje a Italia y la carencia de línea fija en su viejo apartamento la había convencido de que había llegado el momento de ingresar en el siglo XXI.


Como contrapartida, ahora tenía que soportar que su hermano la llamara a cualquier hora del día o de la noche.


—Hola, Hector.


—Tienes que decirle a Damian que no quiero a nadie vestido de azul lavanda en nuestra boda.


Paula suspiró. Su hermano la estaba matando.


Su hermano pequeño, gay, al que había criado desde los seis años, y que sólo tenía tres cuando sus padres empezaron a tomar ácido o a alucinar con cualquier clase de droga.


—¿Es así como la gente se saluda en estos tiempos?


—¿Podemos saltarnos el protocolo? Se trata de una emergencia nupcial.


Adoraba a su hermano, pero intentar ser su madre, su padre y su hermana mayor al mismo tiempo era una tarea agotadora… y la mejor receta para acabar con una enfermedad mental.


—¿Tan importante es el color de la ropa que llevarán los amigos de tu pareja? ¿Realmente necesitamos tirarnos una hora hablando de esto?


—Como damas de honor, las drag queens quieren llevar vestidos azul lavanda. Esto es una pesadilla. Paula. Una verdadera pesadilla.


Por supuesto que lo era.


—Hector, creo que has perdido el sentido de la proporción. Lo realmente importante es que os queréis el uno al otro, ¿no te parece?


—Ya, claro.


Paula podía imaginárselo perfectamente. Debía de estar poniendo los ojos en blanco.


—Por cierto, ¿os va bien?


—Sí, si por llevarse bien se entiende discutir constantemente, no dormir juntos durante tres semanas, y… y…


Paula no consiguió entender lo que su hermano dijo a continuación… porque se echó a llorar.


—Todo saldrá bien, no te preocupes. La gente se casa todos los días —intentó consolarlo—. Vuestro problema es que los dos queréis ser la novia.


Hector rió entre sollozos.


—¿Qué se supone que quiere decir eso?


—En una boda heterosexual, el chico se retrae y deja que sea ella quien se encargue de los preparativos y de elegir todo lo necesario. Al tipo le importa un bledo el color de los vestidos de las damas de honor.


—¿Por qué?


—Porque es un hombre. Heterosexual.


—Oh —Hector estaba algo más tranquilo.


Paula se había pasado toda su infancia protegiéndolo del cruel mundo exterior. Incluso en la liberal y tolerante California en la que habían crecido, las cosas no habían sido fáciles para un niño sensible que había preferido jugar con Barbies en vez de al fútbol.


—¿No hay ningún margen para el compromiso?


—No puedo creer que preparar una boda sea algo tan extenuante —se quejó Hector—. Me siento como si estuviera en medio de las conversaciones de paz sobre el conflicto de Oriente Próximo.


—Creo que te lo estás tomando demasiado en serio. Deberías divertirte con el proceso. Se supone que es un día para celebrar que os queréis el uno al otro, no para…


—¿No para buscar una causa para divorciarnos antes incluso de casarnos?


Paula podía imaginar su sonrisa irónica.


—Exacto.


Mientras su hermano le contaba su actual dilema sobre la dieta vegana y ovolactovegetariana del banquete, Paula miró su reloj. Todavía le quedaban dos horas para su entrevista de trabajo al otro lado de la ciudad y el estómago ya había empezado a encogérsele ante la perspectiva de que la cosa no fuera a marchar bien.


Había viajado por toda Europa dando clases particulares de inglés, pero ahora que estaba en Italia, tenía que enfrentarse al hecho de que su italiano era demasiado limitado. Hasta el momento, todos sus entrevistadores habían querido a alguien con un mejor conocimiento del idioma.




lunes, 22 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 3





Dos días después


Pedro Alfonso contemplaba la fila de monitores de las cámaras de videovigilancia, al tiempo que se esforzaba por mantener los ojos bien abiertos por culpa de lo aburrido del trabajo. Estaba intentando alcanzar una especie de estado zen, con la mente y el espíritu perfectamente tranquilos, en medio de una tarea tan sumamente tediosa.


¿Zen? ¿A quién quería engañar? Tal estuviera disfrutando con la lectura de los grandes filósofos budistas, pero había fracasado repetidas veces en sus intentos de alcanzar un estado mental que fuera siquiera remotamente plácido. Como le sucedía en aquel preciso momento. Necesitaba otro café.


Miró su reloj y vio que sólo eran las diez y pocos minutos. Si no conseguía más café, sería incapaz de formular otro pensamiento coherente durante el resto del día.


Trabajar de vigilante jurado de mañana en la embajada de Estados Unidos era un empleo aburrido. Pero a Pedro le permitía espiar las entradas y salidas de la embajada, además de los alrededores de la misma, desde la atalaya que le proporcionaban las numerosas cámaras de videovigilancia. Y eso, para un agente de la CÍA, significaba una ventaja inestimable.


En su calidad de agente infiltrado, trabajaba para la embajada como simple vigilante, pero su verdadero trabajo consistía en prevenir toda posible amenaza contra la seguridad nacional. Y para ello tenía que mantener constantemente los ojos y los oídos bien abiertos.


Su actual misión en la embajada consistía en investigar un posible complot urdido por una célula terrorista local, que pretendía lanzar una serie de ataques coordinados sobre personal estadounidense. Hasta el momento, lo único que había conseguido era desenmascarar un par de falsos avisos de bomba.


De repente, una figura femenina apareció en los monitores de vídeo, y Pedro la siguió hasta el borde de la fuente de la plaza. Piernas largas y bien torneadas. Vestido negro, veraniego. Labios sensuales. Gafas oscuras. Larga melena de color castaño. Impresionante.


Impresionante y familiar a la vez. Pero… ¿de qué podría conocerla? No había salido con ella, no se había tropezado con ella en el trabajo, y sin embargo… sin embargo la había visto en aquel mismo lugar antes, quizá en otra secuencia de vídeo.


Quizá. Se la quedó mirando durante un buen rato… y se excitó. Maldijo para sus adentros. No podía vigilar a los terroristas y tener una erección al mismo tiempo.


Se giró en su sillón, encendió otro monitor y buscó en la grabación del día anterior. Fue rebobinando hasta que encontró la imagen que estaba buscando. La misma mujer, casi a la misma hora del día, sentada delante de la embajada al borde de la fuente. Rebobinó de nuevo la cinta, dos días antes. La misma mujer en el sitio de siempre. ¿Qué estaría haciendo? ¿Y por qué?


—¿Has encontrado algo bueno, Pedro? —le preguntó Florio Devoti, en su italiano con acento de Nápoles.


—Sí —masculló Pedro. Allí lo conocía todo el mundo como Pedro Antonetti. Ésa era su más reciente identidad: Marco, el vigilante jurado. 


Nadie conocía su verdadero nombre: Pedro Antonio Alfonso. Nadie sabía que en realidad era estadounidense, o que era capaz de matar a un hombre de doce maneras distintas con las manos desnudas.


Florio era el jefe de seguridad del turno de día, pero se pasaba la mayor parte de la jornada mirando a las mujeres y navegando por las páginas porno de internet. En ese momento, se apoyó en el hombro de Pedro y soltó un silbido de admiración mientras contemplaba a la misteriosa mujer.


Pedro se inquietó de inmediato: ¿se estaría convirtiendo en otro Florio? Su erección se relajó al instante.


—Lleva en ese lugar, delante de la embajada, tres días seguidos.


—Rebobina —pidió Florio—. Quiero ver mejor ese trasero.


Pedro pulsó el botón de rebobinado y contemplaron de nuevo la cinta.


—Mira, fíjate… está mirando a Lucci, ¿no te parece?


Se trataba de Giovanni Lucci, el político que últimamente había llamado la atención de los medios por sus polémicas opiniones de extrema derecha.


Pedro puso la cinta del día anterior… y sí, efectivamente, la mujer se había quedado mirando a Lucci cuando éste pasó por su lado. 


De modo que lo estaba vigilando diariamente, lo que la convertía en un objetivo de Pedro. Lo que pudiera ocurrirle a aquel político pseudofascista no podía importarle menos, pero dado que el tipo estaba trabajando en la embajada, Pedro tenía por fuerza que implicarse.


Se giró de nuevo para contemplar los monitores a tiempo real y se encontró con la mujer sentada en el mismo sitio. Sentada y observando, sin más. O era una pésima espía o se aburría terriblemente.


¿Y qué sería lo que llevaba en aquel maletín? ¿Un ordenador… o una bomba casera?


—Me olvidé de decirte que tu novia vino hoy a la embajada —le informó Florio— y que yo tuve el placer de acompañarla hasta la salida.


Pedro alzó la mirada a tiempo de sorprender su sonrisa.


—Dirás mi ex novia.


—La de los pechos grandes.


Pedro esbozó una mueca ante la descripción, pero no dijo nada. Sabía lo mucho que le costaba a Florio mantener separada su vida personal de su trabajo, y lo último que quería darle alas.


—¿Montó una escena?


—Sólo una pequeña.


—¿Qué sucedió?


—Se presentó en recepción y exigió verte. Dijo que la estabas esperando. Luego tuve que intervenir yo y no dejó de chillar y patalear hasta que la saqué fuera.


—Diablos. Me extraña no haberme enterado hasta ahora.


—Sucedió a las siete de la mañana. Desde entonces, he estado ocupado. Si no, te lo habría dicho.


—Gracias.


—Te veré después —se despidió Florio.


Pedro sacó su móvil y lo encendió; en el trabajo siempre lo desconectaba. Como era de esperar, tenía tres mensajes de texto de Lucía.


Mensaje número 1: Canalla.
Mensaje número 2: ¿Cómo has podido despacharme así?
Mensaje número 3: Creía que eras distinto.



No se habían visto durante un mes entero hasta la noche anterior, cuando se tropezó accidentalmente con ella en un bar… mientras estaba charlando con otra mujer. Se había enfadado mucho y, 
Pedro tenía que admitirlo, con toda razón.


Cuando se veía a sí mismo a través de sus ojos no podía negar que efectivamente se estaba comportando como un canalla…


Un ligón en serie. Jamás había escuchado el término hasta que Lucía se lo soltó en un mensaje de voz, cuando cortó con ella mediante la táctica de evitar sus llamadas.


Un ligón en serie: el tipo de hombre que iba de mujer en mujer, abandonándolas sin ninguna advertencia previa. Se había acostumbrado tanto a no implicarse emocionalmente en su trabajo, que había aplicado la misma pauta a su vida personal.


Cerró el teléfono y volvió a guardárselo. Nada podía replicar a aquellos mensajes. Tenían razón. El mismo se había buscado sus propios problemas. Cuando leía lo que decían los filósofos budistas sobre «la acción justa», torcía el gesto. De entre sus muchos fracasos como aprendiz de budista, aquél era el más grave: sus acciones, en lo que se refería a las mujeres, eran cualquier cosa menos justas y razonables.


Se concentró de nuevo en la mujer que seguía sentada en el borde de la fuente. Pulsó el botón de zoom. Acto seguido cotejó la fotografía con la base de datos de la CÍA. Dos minutos después, la búsqueda de imágenes le daba un nombre: Pedro Alfonso, pareja de un terrorista griego y bloguera erótica anónima que se escondía tras el sobrenombre de Eurogirl.


¿Pareja de un terrorista? ¿Bloguera sexual? Era lo más interesante con lo que se había topado en muchos meses. Definitivamente merecía la pena seguir investigando.




BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 2




Roma, Italia


El tipo que estaba a tres mesas de distancia era atractivo. Tremendamente atractivo. Pero Paula Chaves, consumada viajera entendida en hombres, no conseguía llamar su atención. Y lo que era peor: no tenía ningún deseo de flirtear con él.


¿Se había vuelto loco el mundo, o el problema era únicamente suyo?


A Paula, conocida en la blogosfera como Eurogirl, le encantaban tres cosas: el sexo, la cafeína y la escritura. Pero a veces el sexo podía acarrearle demasiados problemas a una chica, tantos como la escritura. De ahí que en aquel momento su único vicio seguro fuera la cafeína, con lo que la situación se estaba volviendo cada vez más rara e insólita. Por no hablar de que el bombón vestido de Armani que leía el periódico la estaba ignorando ostentosamente.


Dejó de mirar al tipo para concentrarse nuevamente en su ordenador portátil. El estómago se le hizo un nudo cuando leyó el quinto comentario. ¿Quién diablos lo habría escrito? Ese tipo… ¿sabría realmente por qué había abandonado Grecia? Y, si ése era el caso, ¿cómo había averiguado su identidad como bloguera?


Borró el quinto comentario y cerró la ventana correspondiente, antes de beber otro sorbo de café con leche en un vano intento de calmar los nervios. A su alrededor, la plaza bullía de peatones. Aquel café-terraza se había convertido en su lugar favorito para escribir cuando la temperatura de su pequeño apartamento se volvía insoportable.


Normalmente, a esas alturas habría tenido cincuenta o sesenta respuestas a su entrada, pero en ese momento Sexo como segunda lengua estaba en punto muerto.


Quizá había sido aquel desagradable último comentario, o quizá estuviera perdiendo facultades. Necesitaba redactar una nueva entrada, eso era seguro. La última había sido pobre y mala como poco, una mentira que se había inventado para ocultar la verdad sobre su desastre en Grecia y el subsiguiente abandono del país.


Volvió a mirar al tipo atractivo, reparando en lo bien que le sentaba el traje y en la manera tan sensual con que sostenía el cigarrillo con los labios. Pero no sentía nada. Aun así continuó mirándolo, con la esperanza de llamar su atención y conseguir que se pusiera a flirtear con ella. De esa manera tal vez pudiera recuperar su inspiración v su buen humor…


Pero cuando finalmente el tipo alzó la vista y la recorrió con la mirada como si fuera el papel pintado de la pared, sus esperanzas se vieron defraudadas. No llevaba alianza de matrimonio y era inequívocamente heterosexual; en esas cosas, su intuición nunca la traicionaba. Así que quizá la culpa fuera suya. Quizá le estuviera transmitiendo malas vibraciones.


Eso tampoco habría constituido una sorpresa. 


No era de extrañar que últimamente hubiera perdido las ganas de escribir. Los cambios de trabajo y de países siempre acababan pasando factura a su creatividad. Por no hablar de los factores extraordinarios del último mes: drama familiar, drama en su relación y angustia general ante la vida. Todo lo cual componía la fórmula perfecta de un típico caso de depresión y bloqueo como escritora.


¿Cómo habría podido adivinar que Kostas, el esbelto camarero de ágiles manos… y trasero lampiño, por cierto… era en realidad un terrorista? Había sido su amante durante cinco meses antes de que empezara a sospechar de sus misteriosas entradas y salidas en su vida. Incluso había empezado a preguntarse si estaría casado: una frontera ético-sexual que Eurogirl nunca había estado dispuesta a traspasar.


Después de que Kostas le hubiera pedido prestado el portátil unas cuantas veces, Paula vio llegada su oportunidad de curiosear en sus actividades. Como bloguera viajera, había adquirido suficientes conocimientos informáticos como para saber que nada quedaba definitivamente borrado en un disco duro. De modo que recurrió a un mecanismo de seguridad de su software, diseñado para evitar borrados accidentales, para rastrear su historial de internet.


No tardó en descubrir su profundo interés por el Movimiento Diecisiete de Noviembre, un grupo radical que se había ganado la simpatía o el odio del público, dependiendo de su ideología. 


Espoleada por la curiosidad, había echado un vistazo a su e-mail y descubrió que no sólo estaba implicado activamente en el movimiento, sino que incluso temía que lo estuviera espiando el gobierno griego.


Habiendo sufrido como había sufrido con el atentado del Once de Septiembre, aterrada por la muerte que habría podido correr su hermano pequeño, que por aquel entonces estaba trabajando en las Torres Gemelas, a Paula se le encogía el estómago cada vez que oía la palabra «terrorista». Lo que casi la horrorizaba aun más eran las numerosas veces que había aceptado un paquete o un mensaje para Kostas de alguno de los nombres de su lista de correo. ¿Era posible que hubiera ayudado inadvertidamente a un terrorista?


El primer impulso de Paula había sido llamar a la policía, pero enseguida se dio cuenta de que eran muchas las posibilidades de que ella misma acabara en una cárcel griega. Así que a la mañana siguiente se marchó, deteniéndose de camino en una cabina telefónica para denunciar a Kostas a la policía. Acto seguido había abordado el primer tren para el aeropuerto y había volado rumbo a Roma.


—¡Bellisima!


Paula alzó la mirada de su portátil y sonrió al hombre que acababa de pasar delante de ella y que seguía devorándola con los ojos. No llevaba más de cinco días en Italia y ya se había acostumbrado al descarado flirteo de los romanos. Era una lástima que aquel desconocido poseyera tanto atractivo como su tío abuelo Stan, pero, aun así, aquello era un progreso…


Por primera vez en su vida, a Paula le estaba costando encontrar la ilusión y el entusiasmo necesarios para conocer a un hombre nuevo. 


Aquello era terrible, sobre todo para una escritora de episodios eróticos… y una bloguera necesitada de material de actualidad. Tenía que ser el estrés, el trastorno de tanto viaje, la depresión.


Depresión. Qué palabra tan deprimente.


Nunca antes se había considerado una de aquellas personas. Pero el caso era que allí estaba, con treinta años, el mundo en sus manos, en su ciudad favorita… y no era feliz. 


Finalmente tenía que reconocer que su falta de energía y creatividad era síntoma de algo bastante más grave que una simple racha de mala suerte.


Posó de nuevo la mirada en el hombre al que llevaba viendo durante tres días seguidos en el café. Poseía todos los ingredientes fundamentales. Era alto, guapo, bien vestido… y estaba abandonando la terraza, maldita sea. Al pasar por su lado, se puso a hablar por su móvil.


En cualquier otro momento de su vida, lo habría abordado sin dudarlo. La antigua Paula habría empezado a flirtear descaradamente. O al menos habría sido capaz de llamar su atención. 


¿Qué diablos le había pasado?


Cerró el portátil, lo guardó en el maletín, apuró su café con leche y salió apresurada en pos de aquel desconocido. Ya se le ocurriría algo por el camino.



BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 1




Sexo como segunda lengua. Un blog sobre las hazañas sexuales de una chica estadounidense en Europa.


¿Podrías afeitarte el trasero? (o Por qué tuve que salir de Grecia a mayor velocidad que la de los trenes locales)




Tenía las piernas fuertes y musculosas de un jugador de fútbol y la oscura mirada de un 
hombre poseído de un profundo anhelo. Y yo tenía que saber si lo que estaba anhelando era otra copa de ouzo a la salud del triunfo de Grecia en el Mundial de fútbol… o a mí.


Debí habérmelo imaginado. Después de haber roto con mi novio, me sentía despechada, y el despecho no suele ser un buen criterio a la hora de juzgar a alguien. Además, los amantes perfectos no te caen de repente del cielo y se sientan en tus rodillas. Porque eso fue lo que él hizo literalmente: sentarse en mis rodillas una noche, en el bullicioso bar en el que trabajaba.


No, en el mundo real a los grandes amantes cuesta encontrarlos. Exigen además un largo tanteo, un cultivo prolongado de la relación. 


Extremadamente raro es el hombre que
conoce todos los pasos adecuados que hay que dar en una primera cita.


Y no hay peor sorpresa que descubrir que el tipo con quien estás dispuesta a perder la vergüenza tiene el trasero peludo. Estoy hablando de una manta de pelos que le cubría ambas nalgas. Jamás había visto nada parecido, y espero no volver a verlo nunca.


No sabía cómo escapar de la situación. Mi primer pensamiento fue fingir un retortijón de estómago y salir de allí antes de que me partiera de risa, pero el tipo estaba tan bien dispuesto, tenía tantas ganas, estaba tan… duro. A esas alturas, interrumpir aquello habría sido una crueldad.


Así que decidí evitar tocarlo o mirarle el trasero. Con eso habría salido del mal paso, ¿verdad? Pues no. Resultó que el tipo tenía un espejo encima de la cama.


Y lo que en circunstancias normales habría añadido un toque de diversión a nuestra proeza sexual, en mi caso fue como ver un documental sobre la sexualidad de los gorilas.


Quizá no sea una descripción muy inspirada, pero lo cierto es que me faltan las palabras.


Digamos que se imponía un cambio de postura, para no tener que mirar aquel espejo más ni un segundo más de lo necesario.


Os ahorraré los detalles más escabrosos. Sólo quería mencionar este episodio para explicaros por qué tuve que abandonar Grecia, un país donde he pasado cerca de un año y donde he tenido seis amantes… todos ellos demasiado peludos.


Comentarios:
1. Juno dice: ¡ajjj! ¡Pelo en las nalgas!

2. Mariana dice: pobrecita. Espero que en Italia te diviertas más.


3. Calidude dice: ¿tienes alguna foto que colgar?


4. Eurogirl dice: no, lo siento, no se permiten fotos. Debo respetar la intimidad de los implicados. Es por cosas como ésta por lo que no tengo ganas de instalar una cámara en mi dormitorio.


5. Anónimo dice: conozco la verdadera razón por la que abandonaste Grecia, y no tiene nada que ver con ese tipo.





BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: SINOPSIS






Conocían el poder del lenguaje corporal…



Una chica soltera en Roma, acostándose con guapos extranjeros y despertando sola y satisfecha para después contar todos los detalles en su blog. Aquélla era la vida que deseaba Paula Chaves, hasta que apareció su compañero de cama ideal.


Por fin había encontrado al candidato perfecto; Pedro Alfonso era increíblemente guapo y se movía de una manera deliciosa.


Por desgracia, Pedro parecía tener excesivo interés en el pasado de Paula y en su blog, dos cosas en las que ella prefería que no se metiera. 


¿Cómo podría distraerlo? Quizá dándole la vuelta a la tortilla e indagando ella en su pasado.


Pero lo que estaba a punto de descubrir podría revocar su candidatura para el puesto de amante.




domingo, 21 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO FINAL




La envolvió en un abrazo y la situó entre sus muslos al tiempo que con apetito voraz le reclamaba la boca. Paula no podía respirar, no podía pensar; sólo podía vivir las miles de sensaciones que le estallaban en el interior.


Pedro le acarició la espalda y subió la mano por debajo del top, emitiendo un sonido ronco de aprobación al encontrar sólo su piel. Subió una mano a un pecho y con el dedo pulgar le acarició y frotó el pezón.


Su contacto la dejó sin aliento y emitió otro sonido desvalido contra su boca. Pedro apretó el brazo contra la espalda de ella y con respiración entrecortada apartó la boca y habló con voz hosca.


—Levanta los brazos.


Paula obedeció y Pedro le quitó el top. Luego se desprendió de su camisa y vaqueros, y débilmente, Paula apoyó la cabeza sobre su mentón.


Cuando Pedro frotó el torso contra sus pechos desnudos, pronunció el nombre de él antes de que volviera a besarla. Bebió de la humedad de esa boca, succionándole más y más la lengua, y él le frotó los pezones a medida que era poseída por una oleada de frenesí.


Él giró hacia la cama para bajarla de su regazo. 


Se quitó los vaqueros y luego se los quitó a ella junto con las braguitas.


Subió a la cama. Respirando por entre los dientes apretados, le apartó los muslos. Los sentidos de Paula se sobrecargaron cuando el cuerpo de Pedro, grueso, duro y completamente excitado, conectó con el suyo en la unión de sus piernas. Él le dio otro beso devastador e introdujo la rodilla entre sus piernas antes de tumbarla por completo. Paula luchó por respirar cuando se acomodó pesadamente entre sus muslos. Sentirlo fue algo casi excesivo.


Se hundió en las sensaciones, en un placer casi increíble.


Él se tomó su tiempo, saboreando el cuello, la oreja y la parte sensible bajo la mandíbula de ella antes de regresar a la boca y reanudar el beso con una minuciosidad que no paró.


Era demasiado. Paula exclamó su nombre y se arqueó hacia él, con el cuerpo tenso mientras lo aferraba por la espalda y levantaba las caderas. 


Pedro metió su brazo debajo de ella y con un gemido agónico la embistió, enterrándose en el cuerpo húmedo y excitado. Todo su cuerpo se puso rígido y apenas pudo contenerse. 


Haciendo acopio de fuerzas, la embistió una y otra vez. Paula se fragmentó en sus brazos y las convulsiones hicieron que se arqueara y gritara. 


Él no dejó de moverse, hasta que emitió un sonido desgarrado y tembló con violencia en los brazos de ella, con un orgasmo igual de devastador.


La abrazó largo tiempo, hasta que su respiración se estabilizó y ella dejó de temblar y las secuelas fueron menos intensas.


Apoyando su peso en los antebrazos, Pedro le enmarcó la cara y le secó el rastro de lágrimas con los dedos pulgares. Luego suspiró e inclinó la cabeza para darle un beso lleno de dulzura. Al terminar, la miró y en sus ojos brilló un destello de diversión íntima.


—No puedo creer que lo hayamos hecho en la casa de tu madre. Una cosa era el invernadero, pero esto… Me ha invitado a almorzar, ¿sabes?


Ella lo miró y le costó tragarse el nudo creado por la emoción.


—¿De verdad? Parece que también mi madre ha cambiado. Y todo por lo que tú dijiste.


—¿Yo? ¿Qué dije?


—En la fiesta en el jardín. Le preguntaste si se daba cuenta de lo egoísta que era.


Sonrió arrepentido.


—Estaba agitado y quería decirte que te amaba —movió las caderas, pero Paula lo agarró y su expresión se alteró.


—No te vayas —susurró con voz súbitamente trémula.


Con expresión seria, Pedro inclinó la cabeza y le dio un beso delicado.


—No me muevo —murmuró—. Me quedaré aquí hasta que tú lo quieras.


—Para siempre.


—Para siempre —rió entre dientes y se movió dentro de ella—. Puedo intentarlo con todas mis fuerzas.


Ella suspiró, atrapada en el modo en que él la hacía sentirse, como si se hundiera en algo dulce, cálido y muy seguro.


—Pero puede que tenga que ir a Nueva York de vez en cuando, y realmente necesito planificar un viaje a Italia —dijo él—. He oído que es un país maravilloso.


Ella le dio un golpe en el hombro.


—Te crees muy listo, ¿eh?


—Más que listo.


Él se inclinó y buscó algo en el suelo. Al erguirse, sostenía un estuche de terciopelo en la mano.


—Oh, Pedro —tomó el estuche y abrió la tapa. Las lágrimas caían de sus ojos al sacar el anillo y ponérselo—. Nos equilibraremos mutuamente a la perfección. Ya lo verás.


—No me cabe ninguna duda. Te amo, Paula. Muchísimo.


Ella miró los suaves ojos ambarinos y repuso con contundencia:
—Yo también. Para siempre.


Fin.