lunes, 22 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 3





Dos días después


Pedro Alfonso contemplaba la fila de monitores de las cámaras de videovigilancia, al tiempo que se esforzaba por mantener los ojos bien abiertos por culpa de lo aburrido del trabajo. Estaba intentando alcanzar una especie de estado zen, con la mente y el espíritu perfectamente tranquilos, en medio de una tarea tan sumamente tediosa.


¿Zen? ¿A quién quería engañar? Tal estuviera disfrutando con la lectura de los grandes filósofos budistas, pero había fracasado repetidas veces en sus intentos de alcanzar un estado mental que fuera siquiera remotamente plácido. Como le sucedía en aquel preciso momento. Necesitaba otro café.


Miró su reloj y vio que sólo eran las diez y pocos minutos. Si no conseguía más café, sería incapaz de formular otro pensamiento coherente durante el resto del día.


Trabajar de vigilante jurado de mañana en la embajada de Estados Unidos era un empleo aburrido. Pero a Pedro le permitía espiar las entradas y salidas de la embajada, además de los alrededores de la misma, desde la atalaya que le proporcionaban las numerosas cámaras de videovigilancia. Y eso, para un agente de la CÍA, significaba una ventaja inestimable.


En su calidad de agente infiltrado, trabajaba para la embajada como simple vigilante, pero su verdadero trabajo consistía en prevenir toda posible amenaza contra la seguridad nacional. Y para ello tenía que mantener constantemente los ojos y los oídos bien abiertos.


Su actual misión en la embajada consistía en investigar un posible complot urdido por una célula terrorista local, que pretendía lanzar una serie de ataques coordinados sobre personal estadounidense. Hasta el momento, lo único que había conseguido era desenmascarar un par de falsos avisos de bomba.


De repente, una figura femenina apareció en los monitores de vídeo, y Pedro la siguió hasta el borde de la fuente de la plaza. Piernas largas y bien torneadas. Vestido negro, veraniego. Labios sensuales. Gafas oscuras. Larga melena de color castaño. Impresionante.


Impresionante y familiar a la vez. Pero… ¿de qué podría conocerla? No había salido con ella, no se había tropezado con ella en el trabajo, y sin embargo… sin embargo la había visto en aquel mismo lugar antes, quizá en otra secuencia de vídeo.


Quizá. Se la quedó mirando durante un buen rato… y se excitó. Maldijo para sus adentros. No podía vigilar a los terroristas y tener una erección al mismo tiempo.


Se giró en su sillón, encendió otro monitor y buscó en la grabación del día anterior. Fue rebobinando hasta que encontró la imagen que estaba buscando. La misma mujer, casi a la misma hora del día, sentada delante de la embajada al borde de la fuente. Rebobinó de nuevo la cinta, dos días antes. La misma mujer en el sitio de siempre. ¿Qué estaría haciendo? ¿Y por qué?


—¿Has encontrado algo bueno, Pedro? —le preguntó Florio Devoti, en su italiano con acento de Nápoles.


—Sí —masculló Pedro. Allí lo conocía todo el mundo como Pedro Antonetti. Ésa era su más reciente identidad: Marco, el vigilante jurado. 


Nadie conocía su verdadero nombre: Pedro Antonio Alfonso. Nadie sabía que en realidad era estadounidense, o que era capaz de matar a un hombre de doce maneras distintas con las manos desnudas.


Florio era el jefe de seguridad del turno de día, pero se pasaba la mayor parte de la jornada mirando a las mujeres y navegando por las páginas porno de internet. En ese momento, se apoyó en el hombro de Pedro y soltó un silbido de admiración mientras contemplaba a la misteriosa mujer.


Pedro se inquietó de inmediato: ¿se estaría convirtiendo en otro Florio? Su erección se relajó al instante.


—Lleva en ese lugar, delante de la embajada, tres días seguidos.


—Rebobina —pidió Florio—. Quiero ver mejor ese trasero.


Pedro pulsó el botón de rebobinado y contemplaron de nuevo la cinta.


—Mira, fíjate… está mirando a Lucci, ¿no te parece?


Se trataba de Giovanni Lucci, el político que últimamente había llamado la atención de los medios por sus polémicas opiniones de extrema derecha.


Pedro puso la cinta del día anterior… y sí, efectivamente, la mujer se había quedado mirando a Lucci cuando éste pasó por su lado. 


De modo que lo estaba vigilando diariamente, lo que la convertía en un objetivo de Pedro. Lo que pudiera ocurrirle a aquel político pseudofascista no podía importarle menos, pero dado que el tipo estaba trabajando en la embajada, Pedro tenía por fuerza que implicarse.


Se giró de nuevo para contemplar los monitores a tiempo real y se encontró con la mujer sentada en el mismo sitio. Sentada y observando, sin más. O era una pésima espía o se aburría terriblemente.


¿Y qué sería lo que llevaba en aquel maletín? ¿Un ordenador… o una bomba casera?


—Me olvidé de decirte que tu novia vino hoy a la embajada —le informó Florio— y que yo tuve el placer de acompañarla hasta la salida.


Pedro alzó la mirada a tiempo de sorprender su sonrisa.


—Dirás mi ex novia.


—La de los pechos grandes.


Pedro esbozó una mueca ante la descripción, pero no dijo nada. Sabía lo mucho que le costaba a Florio mantener separada su vida personal de su trabajo, y lo último que quería darle alas.


—¿Montó una escena?


—Sólo una pequeña.


—¿Qué sucedió?


—Se presentó en recepción y exigió verte. Dijo que la estabas esperando. Luego tuve que intervenir yo y no dejó de chillar y patalear hasta que la saqué fuera.


—Diablos. Me extraña no haberme enterado hasta ahora.


—Sucedió a las siete de la mañana. Desde entonces, he estado ocupado. Si no, te lo habría dicho.


—Gracias.


—Te veré después —se despidió Florio.


Pedro sacó su móvil y lo encendió; en el trabajo siempre lo desconectaba. Como era de esperar, tenía tres mensajes de texto de Lucía.


Mensaje número 1: Canalla.
Mensaje número 2: ¿Cómo has podido despacharme así?
Mensaje número 3: Creía que eras distinto.



No se habían visto durante un mes entero hasta la noche anterior, cuando se tropezó accidentalmente con ella en un bar… mientras estaba charlando con otra mujer. Se había enfadado mucho y, 
Pedro tenía que admitirlo, con toda razón.


Cuando se veía a sí mismo a través de sus ojos no podía negar que efectivamente se estaba comportando como un canalla…


Un ligón en serie. Jamás había escuchado el término hasta que Lucía se lo soltó en un mensaje de voz, cuando cortó con ella mediante la táctica de evitar sus llamadas.


Un ligón en serie: el tipo de hombre que iba de mujer en mujer, abandonándolas sin ninguna advertencia previa. Se había acostumbrado tanto a no implicarse emocionalmente en su trabajo, que había aplicado la misma pauta a su vida personal.


Cerró el teléfono y volvió a guardárselo. Nada podía replicar a aquellos mensajes. Tenían razón. El mismo se había buscado sus propios problemas. Cuando leía lo que decían los filósofos budistas sobre «la acción justa», torcía el gesto. De entre sus muchos fracasos como aprendiz de budista, aquél era el más grave: sus acciones, en lo que se refería a las mujeres, eran cualquier cosa menos justas y razonables.


Se concentró de nuevo en la mujer que seguía sentada en el borde de la fuente. Pulsó el botón de zoom. Acto seguido cotejó la fotografía con la base de datos de la CÍA. Dos minutos después, la búsqueda de imágenes le daba un nombre: Pedro Alfonso, pareja de un terrorista griego y bloguera erótica anónima que se escondía tras el sobrenombre de Eurogirl.


¿Pareja de un terrorista? ¿Bloguera sexual? Era lo más interesante con lo que se había topado en muchos meses. Definitivamente merecía la pena seguir investigando.




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