martes, 23 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 4





De mal en peor


Llamadlo un karma malo, llamadlo mala suerte… lo que queráis. Yo lo llamo simplemente una mala experiencia. Quizá he dado otro mal paso cuando estaba intentando recuperar el ritmo después de lo del griego del trasero peludo, pero la triste verdad es que tienes que dormir con un montón de ranas antes de encontrar finalmente a tu príncipe azul. Y, últimamente, todo indica que me he convertido en una auténtica experta en sexualidad de anfibios.


Lo conocí en el metro. Se sentó a mi lado v empezó a tocar una extraña flauta que no había visto nunca. Mi primer impulso fue levantarme para cambiarme de sitio, pero entonces me fijé en la destreza con que sus dedos se movían por el instrumento, y en lo bonitos que eran aquellos dedos (y todas sabéis a estas alturas la debilidad que tengo por unas manos bonitas). El caso es que, antes de que pudiera darme cuenta, ya había hecho contacto visual y le estaba preguntando su nombre.


Una hora después, estábamos en mi apartamento y yo tenía un ejemplar de la Metamorfosis de Kafka clavándose en mi espalda, en el mismo sitio de la cama donde lo había dejado al levantarme… incapaz de imaginar que ese mismo día me traería a un flautista a casa para una sesión que nada tenía que ver con la música.


—¡Eso es! ¡No te pares! ¡No pares!


Y yo lo único que había hecho era besarle la oreja. Fruncí el ceño e intenté no reírme. Le mordisqueé el lóbulo de la oreja y conseguí la misma entusiasta respuesta una segunda vez. 


Como si estuviera a punto de alcanzar un orgasmo.


—Tienes unas orejas muy sensibles —susurré—. ¿El resto de tu cuerpo reacciona igual de bien?


—Oh, sí —gruñó mientras yo deslizaba la mano por su vientre, hasta alcanzar su erección.


Se la agarré con fuerza, y él soltó un gemido, se dobló sobre sí mismo y empezó a convulsionarse. Se corrió encima, y también encima de mí mano… os lo podéis imaginar. Interné disimular mi decepción, pero por fuerza tuvo que darse cuenta.


Dejando a un lado las barreras lingüísticas y los talentos musicales, es universalmente sabido que la eyaculación precoz no es la mejor manera de llegar al corazón de una mujer



Aquella fue, oficialmente, la peor entrada de blog que Paula había colgado en su vida. Para no hablar de que en su mayor parte era mentira. 


Bueno, el incidente era real, pero no había ocurrido recientemente, y tampoco allí, en Roma. Una vez había estado con un flautista con eyaculación precoz, y en otra ocasión se le había clavado un libro de Kafka en la espalda durante una sesión de sexo, pero lo cierto era que no había vuelto a estar con nadie desde el desastre griego.


¿Pero de qué se suponía que tenía que hablar una bloguera erótica empantanada recientemente en la abstinencia sexual? ¿De la abstinencia sexual?


Decidió borrar la entrada. Otra mañana pasada en el café, otro día sin tener nada interesente sobre lo que escribir, otro día contemplando su propia inutilidad en el universo.


Miró de nuevo al hombre misterioso, ocupado como siempre en la lectura de su diario con el café a mano. Había llegado al colmo del patetismo, acudiendo allí todos los días y siguiéndolo después durante un trecho. Para empeorar las cosas, la familia que la había entrevistado para un empleo de profesora de clases particulares no había llamado. La situación en Roma estaba empeorando por momentos.


Su vida se abocaba al absurdo, y sin su escritura para sostenerla, aquella nueva realidad se estaba tornando cada vez más evidente. Para Paula, escribir era una manera de sentirse bien consigo misma. Era su manera de conectar con la gente, de entretenerla, v sin ella no tenía nada.


Seis meses atrás, una agente literaria que había leído Sexo como segunda lengua la había llamado para felicitarla por su blog y preguntarle si estaría interesada en volcar su contenido en un libro de memorias. Ese había sido el sueño de Paula desde un principio, pero se había desviado un poco de aquel objetivo dedicándose a divertirse y a viajar. La idea del libro había sido algo que se había imaginado siempre para más adelante, una vez que tuviera un poco más de perspectiva sobre las cosas. O algo parecido.


Un mes después de recibir la primera llamada de su agente, Lucinda Martínez, Paula había tenido en sus manos un contrato impresionante antes incluso de ponerse a escribir el libro. Con el tiempo, su blog se había ido convirtiendo en uno de los más visitados de internet, de manera que la casa editorial había contado con que su popularidad se traduciría en un éxito de ventas.


El editor parecía convencido de que para elaborar el libro lo único que tenía que hacer era reunir las entradas y pulirlas un poco, pero Paula sabía que sería necesario mucho más que eso. 


Por poner un ejemplo: no tenía una conclusión lógica para sus aventuras eróticas. No había ningún hilo conductor, ninguna coherencia de conjunto, ningún final ordenado: sólo un puñado de ensayos de temática sexual.


Lo que tenía que hacer era elaborar un argumento que presentar a su editor para finales de aquel año si quería cobrar el anticipo. Roma era una ciudad cara, lo cual añadía presión a su estancia en Italia. Necesitaba sacar algo en claro… antes de que terminara arruinándose.


Cerró el portátil y volvió a guardarlo en el maletín al ver que el tipo misterioso se disponía a marcharse. Sí, a pesar del sermón que acababa de echarse a sí misma, estaba dispuesta a seguirlo de nuevo… y no, todavía no se sentía lo suficientemente osada y decidida para abordarlo. Era como si hubiera perdido el contacto con la realidad, hasta el punto de que seguirlo se había convertido en una especie de rutina diaria. Al fin y al cabo… ¿qué otra cosa podía hacer?


Mientras caminaba detrás de él a una prudente distancia, sonó su teléfono: era el número de su hermano pequeño, Hector. Apenas unos días atrás, nadie la habría sorprendido en aquella situación: hablando por un móvil. Los detestaba y siempre se había resistido a comprarse uno, pero su viaje a Italia y la carencia de línea fija en su viejo apartamento la había convencido de que había llegado el momento de ingresar en el siglo XXI.


Como contrapartida, ahora tenía que soportar que su hermano la llamara a cualquier hora del día o de la noche.


—Hola, Hector.


—Tienes que decirle a Damian que no quiero a nadie vestido de azul lavanda en nuestra boda.


Paula suspiró. Su hermano la estaba matando.


Su hermano pequeño, gay, al que había criado desde los seis años, y que sólo tenía tres cuando sus padres empezaron a tomar ácido o a alucinar con cualquier clase de droga.


—¿Es así como la gente se saluda en estos tiempos?


—¿Podemos saltarnos el protocolo? Se trata de una emergencia nupcial.


Adoraba a su hermano, pero intentar ser su madre, su padre y su hermana mayor al mismo tiempo era una tarea agotadora… y la mejor receta para acabar con una enfermedad mental.


—¿Tan importante es el color de la ropa que llevarán los amigos de tu pareja? ¿Realmente necesitamos tirarnos una hora hablando de esto?


—Como damas de honor, las drag queens quieren llevar vestidos azul lavanda. Esto es una pesadilla. Paula. Una verdadera pesadilla.


Por supuesto que lo era.


—Hector, creo que has perdido el sentido de la proporción. Lo realmente importante es que os queréis el uno al otro, ¿no te parece?


—Ya, claro.


Paula podía imaginárselo perfectamente. Debía de estar poniendo los ojos en blanco.


—Por cierto, ¿os va bien?


—Sí, si por llevarse bien se entiende discutir constantemente, no dormir juntos durante tres semanas, y… y…


Paula no consiguió entender lo que su hermano dijo a continuación… porque se echó a llorar.


—Todo saldrá bien, no te preocupes. La gente se casa todos los días —intentó consolarlo—. Vuestro problema es que los dos queréis ser la novia.


Hector rió entre sollozos.


—¿Qué se supone que quiere decir eso?


—En una boda heterosexual, el chico se retrae y deja que sea ella quien se encargue de los preparativos y de elegir todo lo necesario. Al tipo le importa un bledo el color de los vestidos de las damas de honor.


—¿Por qué?


—Porque es un hombre. Heterosexual.


—Oh —Hector estaba algo más tranquilo.


Paula se había pasado toda su infancia protegiéndolo del cruel mundo exterior. Incluso en la liberal y tolerante California en la que habían crecido, las cosas no habían sido fáciles para un niño sensible que había preferido jugar con Barbies en vez de al fútbol.


—¿No hay ningún margen para el compromiso?


—No puedo creer que preparar una boda sea algo tan extenuante —se quejó Hector—. Me siento como si estuviera en medio de las conversaciones de paz sobre el conflicto de Oriente Próximo.


—Creo que te lo estás tomando demasiado en serio. Deberías divertirte con el proceso. Se supone que es un día para celebrar que os queréis el uno al otro, no para…


—¿No para buscar una causa para divorciarnos antes incluso de casarnos?


Paula podía imaginar su sonrisa irónica.


—Exacto.


Mientras su hermano le contaba su actual dilema sobre la dieta vegana y ovolactovegetariana del banquete, Paula miró su reloj. Todavía le quedaban dos horas para su entrevista de trabajo al otro lado de la ciudad y el estómago ya había empezado a encogérsele ante la perspectiva de que la cosa no fuera a marchar bien.


Había viajado por toda Europa dando clases particulares de inglés, pero ahora que estaba en Italia, tenía que enfrentarse al hecho de que su italiano era demasiado limitado. Hasta el momento, todos sus entrevistadores habían querido a alguien con un mejor conocimiento del idioma.




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