lunes, 22 de octubre de 2018

BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 2




Roma, Italia


El tipo que estaba a tres mesas de distancia era atractivo. Tremendamente atractivo. Pero Paula Chaves, consumada viajera entendida en hombres, no conseguía llamar su atención. Y lo que era peor: no tenía ningún deseo de flirtear con él.


¿Se había vuelto loco el mundo, o el problema era únicamente suyo?


A Paula, conocida en la blogosfera como Eurogirl, le encantaban tres cosas: el sexo, la cafeína y la escritura. Pero a veces el sexo podía acarrearle demasiados problemas a una chica, tantos como la escritura. De ahí que en aquel momento su único vicio seguro fuera la cafeína, con lo que la situación se estaba volviendo cada vez más rara e insólita. Por no hablar de que el bombón vestido de Armani que leía el periódico la estaba ignorando ostentosamente.


Dejó de mirar al tipo para concentrarse nuevamente en su ordenador portátil. El estómago se le hizo un nudo cuando leyó el quinto comentario. ¿Quién diablos lo habría escrito? Ese tipo… ¿sabría realmente por qué había abandonado Grecia? Y, si ése era el caso, ¿cómo había averiguado su identidad como bloguera?


Borró el quinto comentario y cerró la ventana correspondiente, antes de beber otro sorbo de café con leche en un vano intento de calmar los nervios. A su alrededor, la plaza bullía de peatones. Aquel café-terraza se había convertido en su lugar favorito para escribir cuando la temperatura de su pequeño apartamento se volvía insoportable.


Normalmente, a esas alturas habría tenido cincuenta o sesenta respuestas a su entrada, pero en ese momento Sexo como segunda lengua estaba en punto muerto.


Quizá había sido aquel desagradable último comentario, o quizá estuviera perdiendo facultades. Necesitaba redactar una nueva entrada, eso era seguro. La última había sido pobre y mala como poco, una mentira que se había inventado para ocultar la verdad sobre su desastre en Grecia y el subsiguiente abandono del país.


Volvió a mirar al tipo atractivo, reparando en lo bien que le sentaba el traje y en la manera tan sensual con que sostenía el cigarrillo con los labios. Pero no sentía nada. Aun así continuó mirándolo, con la esperanza de llamar su atención y conseguir que se pusiera a flirtear con ella. De esa manera tal vez pudiera recuperar su inspiración v su buen humor…


Pero cuando finalmente el tipo alzó la vista y la recorrió con la mirada como si fuera el papel pintado de la pared, sus esperanzas se vieron defraudadas. No llevaba alianza de matrimonio y era inequívocamente heterosexual; en esas cosas, su intuición nunca la traicionaba. Así que quizá la culpa fuera suya. Quizá le estuviera transmitiendo malas vibraciones.


Eso tampoco habría constituido una sorpresa. 


No era de extrañar que últimamente hubiera perdido las ganas de escribir. Los cambios de trabajo y de países siempre acababan pasando factura a su creatividad. Por no hablar de los factores extraordinarios del último mes: drama familiar, drama en su relación y angustia general ante la vida. Todo lo cual componía la fórmula perfecta de un típico caso de depresión y bloqueo como escritora.


¿Cómo habría podido adivinar que Kostas, el esbelto camarero de ágiles manos… y trasero lampiño, por cierto… era en realidad un terrorista? Había sido su amante durante cinco meses antes de que empezara a sospechar de sus misteriosas entradas y salidas en su vida. Incluso había empezado a preguntarse si estaría casado: una frontera ético-sexual que Eurogirl nunca había estado dispuesta a traspasar.


Después de que Kostas le hubiera pedido prestado el portátil unas cuantas veces, Paula vio llegada su oportunidad de curiosear en sus actividades. Como bloguera viajera, había adquirido suficientes conocimientos informáticos como para saber que nada quedaba definitivamente borrado en un disco duro. De modo que recurrió a un mecanismo de seguridad de su software, diseñado para evitar borrados accidentales, para rastrear su historial de internet.


No tardó en descubrir su profundo interés por el Movimiento Diecisiete de Noviembre, un grupo radical que se había ganado la simpatía o el odio del público, dependiendo de su ideología. 


Espoleada por la curiosidad, había echado un vistazo a su e-mail y descubrió que no sólo estaba implicado activamente en el movimiento, sino que incluso temía que lo estuviera espiando el gobierno griego.


Habiendo sufrido como había sufrido con el atentado del Once de Septiembre, aterrada por la muerte que habría podido correr su hermano pequeño, que por aquel entonces estaba trabajando en las Torres Gemelas, a Paula se le encogía el estómago cada vez que oía la palabra «terrorista». Lo que casi la horrorizaba aun más eran las numerosas veces que había aceptado un paquete o un mensaje para Kostas de alguno de los nombres de su lista de correo. ¿Era posible que hubiera ayudado inadvertidamente a un terrorista?


El primer impulso de Paula había sido llamar a la policía, pero enseguida se dio cuenta de que eran muchas las posibilidades de que ella misma acabara en una cárcel griega. Así que a la mañana siguiente se marchó, deteniéndose de camino en una cabina telefónica para denunciar a Kostas a la policía. Acto seguido había abordado el primer tren para el aeropuerto y había volado rumbo a Roma.


—¡Bellisima!


Paula alzó la mirada de su portátil y sonrió al hombre que acababa de pasar delante de ella y que seguía devorándola con los ojos. No llevaba más de cinco días en Italia y ya se había acostumbrado al descarado flirteo de los romanos. Era una lástima que aquel desconocido poseyera tanto atractivo como su tío abuelo Stan, pero, aun así, aquello era un progreso…


Por primera vez en su vida, a Paula le estaba costando encontrar la ilusión y el entusiasmo necesarios para conocer a un hombre nuevo. 


Aquello era terrible, sobre todo para una escritora de episodios eróticos… y una bloguera necesitada de material de actualidad. Tenía que ser el estrés, el trastorno de tanto viaje, la depresión.


Depresión. Qué palabra tan deprimente.


Nunca antes se había considerado una de aquellas personas. Pero el caso era que allí estaba, con treinta años, el mundo en sus manos, en su ciudad favorita… y no era feliz. 


Finalmente tenía que reconocer que su falta de energía y creatividad era síntoma de algo bastante más grave que una simple racha de mala suerte.


Posó de nuevo la mirada en el hombre al que llevaba viendo durante tres días seguidos en el café. Poseía todos los ingredientes fundamentales. Era alto, guapo, bien vestido… y estaba abandonando la terraza, maldita sea. Al pasar por su lado, se puso a hablar por su móvil.


En cualquier otro momento de su vida, lo habría abordado sin dudarlo. La antigua Paula habría empezado a flirtear descaradamente. O al menos habría sido capaz de llamar su atención. 


¿Qué diablos le había pasado?


Cerró el portátil, lo guardó en el maletín, apuró su café con leche y salió apresurada en pos de aquel desconocido. Ya se le ocurriría algo por el camino.



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