lunes, 23 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 29




El domingo, cuando Paula fue a visitar a sus abuelos a Sacramento, hacía un calor de justicia. Además, el aire acondicionado del coche no funcionaba. Por eso, cuando llegó a casa, se alegró mucho al escuchar las palabras de Sol.


—¡Estamos en la piscina, Paula! Ven con nosotros.


Dos minutos después, se zambullía en la piscina con ellos. Los dos niños eran buenos nadadores, pero Octavio prefería cruzar la piscina a espaldas de Pedro. A Paula le impresionó lo paciente y solícito que él se mostraba con los niños. También se dio cuenta de lo atractivo que estaba en bañador, lo esbeltas y fuertes que eran sus piernas… ¡Por el amor de Dios! Tendría que estar vigilando a los niños, no a Pedro!


—Vamos a jugar al baloncesto —sugirió ella, tirando la pelota hacia el aro que había sobre uno de los lados de la piscina—. ¡Las chicas contra los chicos!


Empezaron a jugar y, de repente, sonó el timbre.


—Yo iré a contestar —dijo Paula, tomando una toalla—. Probablemente sea el chico de los periódicos.


Al abrir la puerta, vio que se había equivocado. 


Era una mujer rubia, elegantísima, con una piel perfecta y unos hermosos ojos verdes.


—¿Es esta…? —Preguntó, tan sorprendida como Paula—. ¿Es la residencia del señor Alfonso?


—Sí —dijo Paula—. Entre. Está… bueno, iré a por él —añadió, tras acompañarla al salón. 
Luego, sin darse cuenta de que la mujer la había seguido, salió al patio—. ¡Pedro! Ha venido alguien que desea verte.


—¡Buen disparo, Octavio! —Gritó Pedro, al ver cómo el niño lanzaba un balón a la canasta—. ¡Ha sido genial! Está mejorando mucho, ¿verdad Paula? —añadió, volviéndose a mirarla.


—Sí. ¡Oh! —exclamó Paula, al chocarse con la recién llegada—. Pedro, ha venido alguien a…


—¡Catalina! —dijo Pedro, al ver a la recién llegada. Luego, salió de la piscina y sacó también a los niños—. Recoged las toallas y secaos. —añadió, tomando él una también—. Me alegro de verte, Catalina. ¿Cuándo has llegado? No te esperaba hoy.


—Ya lo veo.


—Dijiste que vendrías esta semana y había pensado reunirme contigo, pero…


—Quería sorprenderte. Y veo que lo he hecho.


—Claro que lo has hecho. Y venir hasta aquí. ¿Cómo…?


—En taxi, por supuesto. Pensé que podrías encontrar tiempo luego para llevarme a mi hotel.


—Por supuesto. Me alegro de que estés aquí. Paula, me gustaría que conocieras a Catalina Lawson. Catalina, esta es Paula Chaves.


—¡Ah! El ama de llaves —dijo la mujer, recalcando la palabra.


—Y estos son Sol y Octavio —añadió Pedro—. Decidle hola a la señorita Lawson, chicos.


—Hola —dijo Sol. Octavio se aferró a la pierna de Pedro.


—Hola —respondió Catalina, inclinándose sobre ellos—. Me alegro de conoceros. Pedro me ha hablado mucho de vosotros y he venido a ocuparme de vosotros.


—Paula ya se ocupa de nosotros —respondió Sol—. Ya no necesitamos niñeras.


—¡Yo no soy una niñera! Pero he estado buscando una casa para…


Paula y Pedro hablaron al mismo tiempo, interrumpiéndola.


—Vamos, niños. Es mejor que nos duchemos y que nos vistamos —dijo Paula, llevándose a los niños.


—¿Te apetece algo de beber? —le sugirió Pedro, al mismo tiempo.


—Sí. Un té helado —respondió ella, dirigiéndose a Paula—. Con limón y menta, si es posible, y mucho hielo. Siéntate, Pedro. Tenemos que hablar.


—Claro —replicó él—, en cuanto te prepare el té.


Arriba, en cuanto terminó de vestir a los niños, Paula sacó uno de sus libros favoritos para que no se acercaran a la recién llegada. En cuanto empezó a leer, los dos niños se quedaron dormidos. Era algo tarde para una siesta, pero cuando se despertaran, Pedro y aquella mujer ya se habrían marchado. No quería que ella se acercara a los niños.


Tras escuchar cómo se había dirigido a ellos, Paula tenía miedo. ¿De verdad iba Pedro a ser capaz de abandonarlos? Efectivamente, había dicho muchas veces que aquello era solo temporal, que estaba buscando un hogar permanente para ellos.


Aquello no era asunto suyo, pero no lograba conciliar aquellas palabras con el comportamiento atento que tenía con los pequeños. Sin embargo, había estado esperando a aquella mujer, cuya voz Paula había oído tantas veces cuando había respondido el teléfono. ¿Tendrían planes de casarse cuando él se deshiciera de los niños?


Paula se recriminó por tener aquellos pensamientos. Su imaginación se había desbocado pero… Parecía haber cierta intimidad entre ellos. Además, ella era muy hermosa. No se había fijado si ella llevaba anillo de compromiso.


Entonces, oyó que Pedro subía las escaleras. Paula se tumbó en la cama, pretendiendo estar dormida. El tocó ligeramente en la puerta.


—¿Si? —preguntó ella, bostezando como si hubiera estado dormida.


—Voy a llevar a la señorita Lawson a la ciudad. No me esperes a cenar. Probablemente comeré algo con ella.


—De acuerdo —dijo ella, poniendo una voz completamente indiferente.


Y así era. Solo le preocupaba el bienestar de los niños. Sin embargo, mientras observaba cómo se marchaban, sintió una rabia que no tenía nada que ver con Sol y Octavio.



CONVIVENCIA: CAPITULO 28



Julieta dio un mordisco a su bocadillo y miró a su alrededor.


—Es una cocina muy bonita.


—Sí. La casa es muy bonita, ¿verdad? —dijo Paula.


—Yo no estaba hablando de la casa. Estoy hablando de lo acogedora que la has puesto.


—¿Acogedora?


—¡Venga ya, Paula! Tus platos, tus tazas… De hecho, todas tus cosas… El sofá, los cuadros, todos tus adornos… Como cuando estabas en tu casa. Me estaba preguntando cómo lo habías conseguido.


—¡Ya te lo he dicho! Él… el señor Alfonso tenía un montón de personas trabajando para él, así que le sugerí que… pero eso ya lo sabes. Tú me ayudaste a deshacerme de algunos de mis otros trabajos para poder venir a este. Y te lo agradezco.


—Háblame de ese Alfonso. ¿Es joven? ¿Guapo? ¿Rico?


—¡Por el amor de Dios, Julieta! —exclamó Paula, asegurándose de que los niños seguían jugando en el suelo y de que no estaban escuchando—. ¡Qué tendrá eso que ver! Me alegré mucho cuando él me dijo que podía buscar a alguien para que me ayudara. Sé que no te gusta venir en el coche hasta aquí, así que tenía miedo de que no lo aceptaras. Te he echado tanto de menos, Julieta… Así que, crucé los dedos y marqué. ¡Y aquí estás!


—Sentí curiosidad. Cuéntame, ¿cómo lo conseguiste?


—Si ya lo sabes, te lo dije…


—Sí, sí. Sé cómo llegaste aquí. Lo que quiero saber es cómo has conseguido pasar de señora de la limpieza a… ¡la señora de la casa!


—¡Yo no soy la señora de la casa!


—Me has contratado, ¿no? Y, hablando de ese tema, es mejor que pongamos las cosas claras. No limpio las ventanas y no…


—¡Cállate! ¿Has terminado ya? Entonces, lo pondré todo en el lavavajillas y podremos empezar arriba.


—No, no he terminado. No has satisfecho mi curiosidad. ¡Sírveme otra taza de café y dime cómo has conseguido ser tan poderosa como para contratarme para hacer el trabajo para el que te contrataron a ti!


—No es lo que tú te imaginas. Solo me dijo… Bueno, que ya tenía bastantes cosas de las que ocuparme… Deja de mirarme de ese modo. No sé por qué…


Aquello era cierto. Paula no entendía por qué se había enfadado tanto cuando la había visto fregando el suelo.


—Ja, ja.


—Tal vez quiere que pase más tiempo con los niños.


—Ja, ja.


—Y, bueno, no le gusta ver a nadie sobre cargado.


—Ja, ja.


—Deja de decir eso y de mirarme con una sonrisa en los labios —dijo Paula, sin querer imaginarse lo que Julieta pensaría si supiera lo del beso en la frente.


—Solo estaba preguntándome cosas.


—¡Estás intentando sacar conclusiones de donde no las hay! Además, no estás aquí para elucubrar. Vamos. Venga niños, vamos a ayudar a Julieta.


—De acuerdo —dijo Sol, poniéndose de pie para tomar a Julieta de la mano—. Yo te ayudaré a hacer las camas. Sé cómo dejar muy estiradas las sábanas.


—¡De verdad! —Exclamó Julieta, sonriendo, mientras subían las escaleras—. ¡Vaya, vaya! Vas a ayudarme mucho.


—También te diré dónde se ponen las cosas de Octavio. Solo tiene cuatro años y…


La continua charla de Sol era una distracción. 


Las insinuaciones de Julieta habían turbado a Paula bastante. Aquel beso. Tal vez había sido solo un gesto de amistad. Al menos, para él. De hecho parecía evitar quedarse a solas con ella desde aquel día. No se había vuelto a quedar después de que los niños se hubieran ido a la cama para hablar o jugar a las cartas o… ¡nada!


¿Nada? ¿Qué demonios era lo que le pasaba? ¿Se estaría volviendo loca o se estaba convirtiendo en una mujer llena de lascivia? El rostro se le sonrojó. No era eso. Era solo que echaba de menos la compañía de los adultos. 


Por eso echaba tanto de menos a Julieta. Cuando terminaron las habitaciones, Julieta se dispuso a fregar el cuarto de baño.


—¿Te vas a poner guantes de goma? —le preguntó Sol.


—Claro —respondió Julieta—. No me gusta lo que la lejía le hace a mis manos.


—Eso es lo que Paula dice. Antes no se los ponía por que tenía mucha prisa y los guantes le hacían que fuera más lenta. Pero ahora se los pone.


—¿Que se pone guantes?


—Sí y también se echa crema en las manos para tenerlas bonitas y suaves.


—Vaya, vaya…


Aquellas palabras llegaron hasta el dormitorio donde Paula, que estaba doblando la ropa, había escuchado toda la conversación.


Entonces, sacudió los pantalones de Octavio, indignada. La compañía de Julieta era una cosa. 


Sus estúpidas insinuaciones, otra muy distinta.




CONVIVENCIA: CAPITULO 27




—Vas a venir con nosotros, Pedro? —preguntó Sam Fraser, cuando se iba a comer.


—No. Creo que tengo todo bastante terminado aquí y tengo unos datos en casa que me gustaría repasar —mintió. Efectivamente tenía unos datos en casa, pero no eran nada importantes.


Entonces, ¿por qué se veía obligado a ir a su casa en medio de su jornada laboral? En realidad, no tenía nada importante que hacer en su despacho y le apetecía relajarse durante aquel día. Y el mejor lugar para relajarse era su casa.


¿Su casa? Pedro se echó a reír. Había vivido en muchos lugares y nunca había considerado ninguno de ellos como su casa. Sin embargo, había algo sobre la casa de Pine Grove… Tal vez por los niños. Un par de veces se había encontrado otros niños del vecindario jugando en el patio y chapoteando en la piscina… A pesar de todo, estaba seguro de que había sido Paula la que había logrado que aquella casa fuera un hogar para Sol y Octavio. Era Paula la que había convertido una casa fría y vacía en un lugar alegre, lleno de risas y de felicidad y de tentadores olores procedentes del horno. Era como la casa que su madre había creado y que él había disfrutado cuando era un niño. Hasta ese momento, había dado aquel hogar de entonces por sentado. Sin embargo, Kathy había sabido verlo muy bien por eso le había pedido un hogar como el que él había tenido para Sol y Octavio.


Aquel pensamiento le provocó un sentimiento de culpa. En aquel momento eran felices, pero aquello era solo temporal. No es que él hubiera estado haciendo algo para encontrarles un hogar permanente. Catalina, más preparada que él, estaba buscando. Había llamado el día anterior para decir que había encontrado algo y que volvería a llamarlo muy pronto.


Al aparcar delante de la casa, pensó en Paula y se sintió de nuevo muy culpable. El tenía contactos en compañías muy importantes en la zona. Con una palabra suya, Paula encontraría un trabajo más adecuado para ella. Aquello sí que estaba retrasándolo, por razones puramente egoístas. La necesitaba. Con ella, todo era tan cómodo, tan agradable. Mientras él fuera responsable de los niños…


Sin embargo, no la dejaría abandonada. En cuanto Sol y Octavio estuvieran con una familia, le encontraría un trabajo fijo y bien pagado en la zona. Se encargaría de eso personalmente.


Al entrar en la casa, se dio cuenta de que era la hora de la siesta. ¿Estaría Paula también dormida? No. Estaba de rodillas, fregando el suelo de la cocina.


—¡Levántate! —exclamó Pedro, tirando de ella.


—¿Qué… qué pasa?


Pedro no estaba seguro. Tal vez era algo sobre aquellos viejos pantalones vaqueros recortados, de rodillas sobre el suelo con un trapo en la mano lo que le había irritado tanto.


—No tienes por qué hacer eso…


—Pero… pero el suelo se pone muy pegajoso…


—Pero tú…


Pedro no pudo seguir. Dejó de apretarla el brazo, pero no pudo soltarla. No pudo moverse. 


Aquellos enormes ojos azules, la suave curva de esa boca…


—Ya tienes demasiado entre manos, Paula. Yo me encargaré del suelo. Dame un minuto para cambiarme —dijo. Incapaz de evitarlo, le besó suavemente la frente—. No puedo consentir que trabajes tan duro —añadió, antes de marcharse precipitadamente.



domingo, 22 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 26




A la mañana siguiente, Paula se despertó muy contenta, rejuvenecida. El sol le parecía más brillante, el aire más fresco. Entró radiante a despertar a los niños.


—Levantaos, levantaos, dormilones. Es hora, es hora… ¡Fuera de la cama!


Sol se despertó y extendió los brazos hacia ella.


—Me gusta esa canción, Paula. ¿Te la has inventado?


—Supongo que sí —dijo ella. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba cantando. Entonces, abrazó a la niña e hizo cosquillas a Octavio.


—Me gusta cuando cantas —dijo la niña—. Me hace sentir muy bien.


—A mí también —afirmó Octavio, muerto de risa.


—A mí también —añadió Paula.


Después de lo de la noche anterior, se sentía como si hubiera salido de su escondrijo. Podría relajarse y ser ella misma. Sin embargo, lo que más le alegraba era el modo en el que Pedro había reaccionado. Para él fregar el suelo no era una deshonra sino algo práctico e ingenioso. Recordó lo que le había dicho. «Eres toda una mujer».


¡Y eso después del modo tan despectivo en que ella le había hablado a él! Para él, el proceso de CTI solo había sido rutina. Como él le había señalado, no tenía nada que ver con el trabajo que ella desempeñaba. No debería haber sido tan desagradable con él…


Sin embargo, a Pedro no parecía haberle importado. Parecía que la entendía. Por eso, ella se había sentido tan cómoda contándoselo todo. 


Lo que había parecido una terrible pesadilla se había convertido en una divertida aventura cuando se lo estaba contando, algo sobre lo que se podía bromear. A Paula le gustaba la forma en que él reía, de un modo tan profundo, y los ojos se le entornaban de aquella manera tan especial…


—¡Paula! ¡No le puedo poner el zapato a Octavio!


—Te has equivocado de zapato, Sol —dijo ella, volviendo a la realidad—. Ese es para el pie derecho. Prueba con este… Eres una niña tan buena, ayudando a tu hermano —añadió, «mientras yo me quedo como una zombie, pensando en tu padre…»—, Gracias, Sol. Veamos, esta camiseta está al revés. Ahora ve por el cepillo para que te pueda peinar.


Le resultó difícil no pensar en él constantemente, dado que Pedro parecía pasar más tiempo en la casa que nunca. Salía cada vez menos de viaje e iba casi todos los días a cenar… Incluso telefoneaba cuando no podía hacerlo.


Tenerle cerca era bueno para los niños. Paula estaba segura de que estaban formando una relación muy íntima. Jugaba con ellos, les contaba cuentos y les regañaba de una forma muy civilizada, O tal vez era que ellos se tomaban muy bien lo que él les decía. A sus ojos, Pedro nunca se equivocaba.


Además, parecía preocuparse mucho por ellos, incluso se tomaba tiempo libre por ellos. Se los llevaba de picnic al parque, iban al circo… 


Cuando Paula llevó a Sol al dentista, él las acompañó. Era un padre bueno y comprensivo… Seguro que se los iba a quedar.


¡Paula no podía creer que aquel mismo hombre les hubiera abandonado a ellos y a su madre! 


Bueno, seguramente había tenido una buena razón para hacerlo. No era ese tipo de hombre…


Fuera cual fuera la situación, los niños no deberían volver a separarse de él. Pedro estaba soltero y no sería fácil, pero si encontraba una buena ama de llaves…


Aquello no era asunto suyo. Ella se iría a otro trabajo. Ya tenía un par de entrevistas en Los Ángeles…


Sin embargo, ¿por qué le entristecía aquella perspectiva? Sabía perfectamente por qué, pero no quería admitirlo. Le estaba gustando demasiado aquel trabajo temporal… a los niños y, como los niños, a…


¡No! Aquello era imposible. No podía estar empezando a sentir nada por él… Sin embargo, ¿por qué diablos no dejaba de pensar en él? En lo que decía, en lo que hacía e incluso en la tonta sonrisa que se le ponía en el rostro cuando ganaba a las cartas.


Sí… Era hora de marcharse… Además, uno de los trabajos de Los Ángeles parecía muy prometedor…




CONVIVENCIA: CAPITULO 25




Pedro se dio cuenta del sufrimiento que ella tenía. Por eso no le había dicho nada. Sin embargo, llegó un momento en el que ya no pudo contener más su curiosidad.


No le cuadraba que ella estuviera limpiando casas. Su abuelo había sido el respetado director de un colegio y ella…


Aquel día, en el ascensor, tenía la actitud y el modo de comportarse de una mujer que formara parte de aquel mundo. Y, si se paraba a pensarlo, también lo de mostraba en la conversación.


¿Qué le habría pasado? Ya no pudo contenerse más. Tenía que saberlo.


—Paula, ¿te podría hacer una pregunta?


—Claro —respondió ella, sin levantar la vista del cazo que estaba fregando.


—¿Qué hacías antes de dedicarte a esto?


—¿Hacer? ¿Qué quiere decir con esto? —preguntó ella, después de una larga pausa.


—¿Qué clase de trabajo?


—Limpiaba casas. Eso ya lo sabe. Trabajé para la señora Dunn, su vecina y ella…


—No, antes de eso.


—¿Por qué? —replicó ella, dejando el cazo en el fregadero y volviéndose para mirarlo.


—Tengo curiosidad. Creo… sé que te he visto antes.


—¿Si?


—En un ascensor. Te bajaste en la planta de CTI, y no estabas allí para limpiar los despachos. No con aquellos zapatos de tacón y con ese traje. Y creo que llevabas el mismo maletín con el que te he visto aquí.


—No te andas por las ramas, ¿verdad? De acuerdo, trabajaba allí.


—Eso me parecía, pero, ¿cómo es que nunca te vi después de aquel día?


—Porque fue el último día que fui a CTI.


—Entiendo —dijo él, preguntándose el por qué del desprecio que se había reflejado en los ojos de Paula—. ¿Es que decidiste cambiar?


—No, me despidieron. Gracias a un pez gordo de Nueva York que tenía como misión encargarse de la absorción.


—¿Y? —preguntó él, entendiendo que aquel desprecio iba dirigido a él.


—¡No le preocupaba más que el mercado de valores!


—Eso es siempre lo primero en este tipo de operaciones. El beneficio es el rey del juego.


—Oh, claro. ¡Recortar empleados y aumentar el beneficio!


—Seamos más claros —requirió él, imaginándose ya lo que había pasado—. ¿Qué tiene eso que ver contigo?


—¡Los mandos intermedios son los primeros que desaparecen!


—Así que ese era tu nivel. ¿En qué área?


—En investigación y desarrollo.


—Esa es la principal característica de CTI y la razón por la que queríamos la fusión.


—Y conseguisteis lo que queríais. Lawson Enterprises tiene esa reputación.


—No nos eches a nosotros la culpa. Nosotros no te despedimos.


—Reducir la mano de obra es la terminología más adecuada. Si tú no lo hiciste directamente, tú…


—¡De acuerdo, de acuerdo! Tú te llevaste la peor parte. Las nuevas tecnologías… un giro en la economía y… Tu experiencia y estudios deben ser muy útiles para cualquier empresa. No entiendo por qué diablos tuviste que recurrir a limpiar casas.


—A otras empresas también les ha dado por reducir empleados. Al menos en esta zona.


—¿Y querías quedarte aquí? —preguntó él. Ella asintió—. Por tus abuelos —añadió él. Paula volvió a asentir—. Probablemente no te dieron mucho dinero de compensación, pero siempre hay alguna gratificación que…


—¿Después de llevar solo un año y un día trabajando?


—Oh, bueno, está el subsidio de desempleo…


—Algo insignificante, temporal y lleno de burocracia. ¿Has estado alguna vez en las filas de los que esperan para cobrar? Y si tienes necesidad de dinero… ¡De acuerdo, soy una manirrota! —añadió ella, al ver cómo él la miraba.


—Lo sé.


—¡Tú no sabes nada sobre mí!


—Sé que has conseguido amueblar esta casa con lo que compraste solo para un pequeño apartamento.


—¡Era un apartamento muy grande!


—Del que estabas a punto de que te echaran.


—¡Eso no es cierto! Todavía tenía el dinero que me dieron de compensación.


—Así que seguiste pagando el alquiler… que seguramente no era nada barato, junto con los plazos de los muebles, supongo. Y… tus abuelos. La residencia en la que viven parece muy elegante. ¿Se la estás pagando tú también?


—¡Claro que no! Yo solo… Mis gastos no son asunto tuyo.


—No, claro que no, pero debes de haber estado limpiando casas como loca hasta que… Negociaste muy bien conmigo este engaño.


—¡Este engaño! Creo que tú te estás beneficiando más que nadie y pagando menos dinero. No tienes derecho a quejarte.


—¡Y no me estoy quejando! Es por beneficio mutuo, como tú has dicho. Venga —dijo él, riendo—. No te enfades conmigo. Estoy contigo y te admiro por lo que has hecho. Hiciste lo que tenías que hacer y lo haces de buena gana. Tenerte aquí es como una bocanada de aire fresco. Ven y siéntate conmigo. Vamos a hablar.


Paula se sentó. Se sentía algo mareada. ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¿Alabándola?


—Eres toda una mujer, Paula —prosiguió él—. Te mereces mucho más que… que esto —comentó, señalando la cocina—. Iré a por más café y decidiremos lo que vamos a hacer a partir de ahora.


—¿Vamos? No sé tú, pero yo estoy capacitada para cuidarme de mí misma.


—Y lo has demostrado —replicó él, poniéndole delante una taza de café—. No hay nada malo en hacer planes. Los dos sabemos que esto es solo temporal y, además, tú estás cualificada para hacer un trabajo mucho más lucrativo e interesante. Tal vez yo podría ofrecerte algo.


—No, gracias. ¡No en CTI, que, por cierto, estás pensando en desmantelar!


—Y que, además, hay que subir en ascensor hasta el piso cuarenta y tres —bromeó él, riendo.


—No me lo recuerdes —respondió ella, sonrojándose—. Me comporté como una idiota, ¿verdad?


—Bueno, digamos que no como el tipo de mujer que has demostrado ser, Paula —respondió él, con admiración reflejada en los ojos—. Seguramente no estabas acostumbrada a este tipo de trabajo y, sin embargo, consigues que parezca fácil…


—¿Tú crees? ¡Ja! Deberías haberme visto el primer día —replicó ella, riendo—. Si no hubiera sido por Julieta…


Pedro se echó a reír cuando ella le contó cómo Julieta le había explicado lo que había que hacer y le había dado excelentes consejos. Resultó muy divertido compartir aquella experiencia con alguien, bromear sobre ello. Se lo pasaron tan bien que se olvidaron de los niños. Cuando se acordaron, los encontraron a los dos dormidos en el suelo mientras una vieja película resonaba en la televisión.


CONVIVENCIA: CAPITULO 24




Cómo había podido pasársele? No era difícil. 


Era una mujer completamente diferente. En aquel ascensor había sido una mujer con aspecto elegante y profesional. Se había bajado en aquella planta como si aquel fuera su lugar natural. Pedro había pensado…


—El siempre estuvo a mi lado, ayudándome y ahora yo no puedo ayudarle a él.


—Eso no es cierto.


—¿Cómo dice?


—Esta mañana. Hiciste lo que tenías que hacer.


—Pero me hizo pedazos por dentro. Y esto es solo el principio. El médico ha dicho que no va a mejorar sino a empeorar —explicó ella. Entonces, los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¡Y yo encima…!


—Te mereces llorar para desahogarte un poco. Hazlo.


Después, ella lo recordó todo. Él la comprendía. 


Toda la ira, la furia que estaba explotando dentro de ella. Cuando ella se tranquilizó, él dijo que la sopa se le había enfriado y pidió que la calentaran.


Aquella sopa caliente le dio la fuerza que necesitaba. La sopa, sus brazos, tal vez incluso lo que le había dicho. Paula consiguió tranquilizarse. A pesar de todo, él no permitió que ella condujera.


Cuando regresaron a la casa, Octavio y Sol se lanzaron a los brazos de Paula.


—¡Paula! ¡Has regresado! —exclamaron los dos niños. Tal vez habían pensado que se había ido para siempre. Estuvo tranquilizándolos mientras Pedro pagaba a la señora Bronson y se marchaba rápidamente. Cuando la puerta se cerró, Mae Bronson miró a Paula.


—Veo que te ha contratado con horario completo, ¿eh? Supongo que ha aceptado que los dos niños se le han ido de las manos. Todos esos gritos y carreras. Casi no podía oír la tele. Y siguen igual de picajosos. No han tocado ni un trozo de esa pizza que les pedí para comer. Es una Especial, de quince dólares. ¡Vaya, se me ha olvidado decírselo! ¿Tienes ese dinero encima? Gracias, ya te la pagará él a ti. Me marcharé en cuanto acabe mi serie. Está a punto de empezar —dijo la mujer, sentándose delante de la televisión—. ¡Oh, no tires esa pizza! No se la van a comer. Yo podría llevármela a casa.


Nada había cambiado. Paula se puso a entretener a los niños con una historia mientras limpiaba la cocina. ¿Cómo se había podido acumular tanto desorden en solo una mañana?


A medida que los días fueron pasando, la casa y los niños le evitaban pensar demasiado en un problema sobre el que no podía hace nada. El médico de la residencia tenía razón cuando les había pedido a Paula y a su abuela que volvieran a la rutina de siempre. Era mejor para todos. La abuela, con sus partidas de bridge y la compañía de sus amigas parecía estar adaptándose.


El abuelo estaba mejor bajo atención especializada. La abuela podía ir a visitarlo cuando quería y Paula lo hacía dos veces por semana, llevándose a los niños con ella cuando Pedro no estaba disponible. El abuelo, unas veces estaba mejor y otras peor, pero parecía estar contento. Y ella tendría que conformarse con eso.


Mientras tanto, se recordó que el señor Alfonso había sido mucho más que amable con ella. Le había indicado que fuera a ver a sus abuelos con tanta frecuencia como quisiera y él mismo les enviaba regalos con frecuencia. Sin embargo, Paula no podía olvidar que aquella situación era solo temporal. Tendría que encontrar otro trabajo. Y pronto. Solo esperaba que no estuviera demasiado lejos de Sacramento.