lunes, 23 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 27




—Vas a venir con nosotros, Pedro? —preguntó Sam Fraser, cuando se iba a comer.


—No. Creo que tengo todo bastante terminado aquí y tengo unos datos en casa que me gustaría repasar —mintió. Efectivamente tenía unos datos en casa, pero no eran nada importantes.


Entonces, ¿por qué se veía obligado a ir a su casa en medio de su jornada laboral? En realidad, no tenía nada importante que hacer en su despacho y le apetecía relajarse durante aquel día. Y el mejor lugar para relajarse era su casa.


¿Su casa? Pedro se echó a reír. Había vivido en muchos lugares y nunca había considerado ninguno de ellos como su casa. Sin embargo, había algo sobre la casa de Pine Grove… Tal vez por los niños. Un par de veces se había encontrado otros niños del vecindario jugando en el patio y chapoteando en la piscina… A pesar de todo, estaba seguro de que había sido Paula la que había logrado que aquella casa fuera un hogar para Sol y Octavio. Era Paula la que había convertido una casa fría y vacía en un lugar alegre, lleno de risas y de felicidad y de tentadores olores procedentes del horno. Era como la casa que su madre había creado y que él había disfrutado cuando era un niño. Hasta ese momento, había dado aquel hogar de entonces por sentado. Sin embargo, Kathy había sabido verlo muy bien por eso le había pedido un hogar como el que él había tenido para Sol y Octavio.


Aquel pensamiento le provocó un sentimiento de culpa. En aquel momento eran felices, pero aquello era solo temporal. No es que él hubiera estado haciendo algo para encontrarles un hogar permanente. Catalina, más preparada que él, estaba buscando. Había llamado el día anterior para decir que había encontrado algo y que volvería a llamarlo muy pronto.


Al aparcar delante de la casa, pensó en Paula y se sintió de nuevo muy culpable. El tenía contactos en compañías muy importantes en la zona. Con una palabra suya, Paula encontraría un trabajo más adecuado para ella. Aquello sí que estaba retrasándolo, por razones puramente egoístas. La necesitaba. Con ella, todo era tan cómodo, tan agradable. Mientras él fuera responsable de los niños…


Sin embargo, no la dejaría abandonada. En cuanto Sol y Octavio estuvieran con una familia, le encontraría un trabajo fijo y bien pagado en la zona. Se encargaría de eso personalmente.


Al entrar en la casa, se dio cuenta de que era la hora de la siesta. ¿Estaría Paula también dormida? No. Estaba de rodillas, fregando el suelo de la cocina.


—¡Levántate! —exclamó Pedro, tirando de ella.


—¿Qué… qué pasa?


Pedro no estaba seguro. Tal vez era algo sobre aquellos viejos pantalones vaqueros recortados, de rodillas sobre el suelo con un trapo en la mano lo que le había irritado tanto.


—No tienes por qué hacer eso…


—Pero… pero el suelo se pone muy pegajoso…


—Pero tú…


Pedro no pudo seguir. Dejó de apretarla el brazo, pero no pudo soltarla. No pudo moverse. 


Aquellos enormes ojos azules, la suave curva de esa boca…


—Ya tienes demasiado entre manos, Paula. Yo me encargaré del suelo. Dame un minuto para cambiarme —dijo. Incapaz de evitarlo, le besó suavemente la frente—. No puedo consentir que trabajes tan duro —añadió, antes de marcharse precipitadamente.



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