lunes, 23 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 28



Julieta dio un mordisco a su bocadillo y miró a su alrededor.


—Es una cocina muy bonita.


—Sí. La casa es muy bonita, ¿verdad? —dijo Paula.


—Yo no estaba hablando de la casa. Estoy hablando de lo acogedora que la has puesto.


—¿Acogedora?


—¡Venga ya, Paula! Tus platos, tus tazas… De hecho, todas tus cosas… El sofá, los cuadros, todos tus adornos… Como cuando estabas en tu casa. Me estaba preguntando cómo lo habías conseguido.


—¡Ya te lo he dicho! Él… el señor Alfonso tenía un montón de personas trabajando para él, así que le sugerí que… pero eso ya lo sabes. Tú me ayudaste a deshacerme de algunos de mis otros trabajos para poder venir a este. Y te lo agradezco.


—Háblame de ese Alfonso. ¿Es joven? ¿Guapo? ¿Rico?


—¡Por el amor de Dios, Julieta! —exclamó Paula, asegurándose de que los niños seguían jugando en el suelo y de que no estaban escuchando—. ¡Qué tendrá eso que ver! Me alegré mucho cuando él me dijo que podía buscar a alguien para que me ayudara. Sé que no te gusta venir en el coche hasta aquí, así que tenía miedo de que no lo aceptaras. Te he echado tanto de menos, Julieta… Así que, crucé los dedos y marqué. ¡Y aquí estás!


—Sentí curiosidad. Cuéntame, ¿cómo lo conseguiste?


—Si ya lo sabes, te lo dije…


—Sí, sí. Sé cómo llegaste aquí. Lo que quiero saber es cómo has conseguido pasar de señora de la limpieza a… ¡la señora de la casa!


—¡Yo no soy la señora de la casa!


—Me has contratado, ¿no? Y, hablando de ese tema, es mejor que pongamos las cosas claras. No limpio las ventanas y no…


—¡Cállate! ¿Has terminado ya? Entonces, lo pondré todo en el lavavajillas y podremos empezar arriba.


—No, no he terminado. No has satisfecho mi curiosidad. ¡Sírveme otra taza de café y dime cómo has conseguido ser tan poderosa como para contratarme para hacer el trabajo para el que te contrataron a ti!


—No es lo que tú te imaginas. Solo me dijo… Bueno, que ya tenía bastantes cosas de las que ocuparme… Deja de mirarme de ese modo. No sé por qué…


Aquello era cierto. Paula no entendía por qué se había enfadado tanto cuando la había visto fregando el suelo.


—Ja, ja.


—Tal vez quiere que pase más tiempo con los niños.


—Ja, ja.


—Y, bueno, no le gusta ver a nadie sobre cargado.


—Ja, ja.


—Deja de decir eso y de mirarme con una sonrisa en los labios —dijo Paula, sin querer imaginarse lo que Julieta pensaría si supiera lo del beso en la frente.


—Solo estaba preguntándome cosas.


—¡Estás intentando sacar conclusiones de donde no las hay! Además, no estás aquí para elucubrar. Vamos. Venga niños, vamos a ayudar a Julieta.


—De acuerdo —dijo Sol, poniéndose de pie para tomar a Julieta de la mano—. Yo te ayudaré a hacer las camas. Sé cómo dejar muy estiradas las sábanas.


—¡De verdad! —Exclamó Julieta, sonriendo, mientras subían las escaleras—. ¡Vaya, vaya! Vas a ayudarme mucho.


—También te diré dónde se ponen las cosas de Octavio. Solo tiene cuatro años y…


La continua charla de Sol era una distracción. 


Las insinuaciones de Julieta habían turbado a Paula bastante. Aquel beso. Tal vez había sido solo un gesto de amistad. Al menos, para él. De hecho parecía evitar quedarse a solas con ella desde aquel día. No se había vuelto a quedar después de que los niños se hubieran ido a la cama para hablar o jugar a las cartas o… ¡nada!


¿Nada? ¿Qué demonios era lo que le pasaba? ¿Se estaría volviendo loca o se estaba convirtiendo en una mujer llena de lascivia? El rostro se le sonrojó. No era eso. Era solo que echaba de menos la compañía de los adultos. 


Por eso echaba tanto de menos a Julieta. Cuando terminaron las habitaciones, Julieta se dispuso a fregar el cuarto de baño.


—¿Te vas a poner guantes de goma? —le preguntó Sol.


—Claro —respondió Julieta—. No me gusta lo que la lejía le hace a mis manos.


—Eso es lo que Paula dice. Antes no se los ponía por que tenía mucha prisa y los guantes le hacían que fuera más lenta. Pero ahora se los pone.


—¿Que se pone guantes?


—Sí y también se echa crema en las manos para tenerlas bonitas y suaves.


—Vaya, vaya…


Aquellas palabras llegaron hasta el dormitorio donde Paula, que estaba doblando la ropa, había escuchado toda la conversación.


Entonces, sacudió los pantalones de Octavio, indignada. La compañía de Julieta era una cosa. 


Sus estúpidas insinuaciones, otra muy distinta.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario