jueves, 19 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 14



Pedro Alfonso se había escapado de su despacho temprano aquella tarde. En aquella relativa intimidad, podría revisar la agenda para la reunión de personal que tenía al día siguiente.


No había manera de escapar de Herbert Lawson de Lawson Enterprises. Había intentado ocultar su enfado aquella tarde, cuando hablaba con él por teléfono.


—Sí, señor. Tiene razón.


¡Maldita sea! Habían estado hablando de expansión y ahora se le ocurría trasladar toda la operación a las Filipinas. Aquello era como hacer un cambio de sentido en medio de una autopista.


—Pero, un cambio tan radical, señor… Deberíamos considerar los pros y contras antes de realizarlo… De acuerdo… Sí… claro que sí. Allí estaré.


Pedro cortó la comunicación con cuidado de no colgar el teléfono de un golpe. Aquel hombre era muy avaricioso. Solo le preocupaban los beneficios inmediatos. No pensaba en nada a largo plazo.


—Si realizamos lo que está considerando —se dijo, en voz baja—, nos… Ahora, ¿quién demonios es?


Alguien volvió a llamar a la puerta.


—¿Señor Alfonso?


—¡Sáltese esta habitación! —Exclamó Pedro, al darse cuenta de que solo era la señora de la limpieza—. ¿No le ha dicho la niñera lo que dije?


—Me gustaría hablar con usted, señor. Si puedo.


—¡Ahora no! Estoy muy… —exclamó Pedro, muy enfadado. Entonces, se dio cuenta de que era Lawson a quien quería estrangular, no a aquella pobre mujer—. Entre.


Paula estuvo a punto de echarse atrás. Aquella voz no sonaba muy afable. Tal vez no debería… ¡Al diablo con que no debería! Detrás de aquella puerta estaba el hombre que le había arrebatado su trabajo y su buen sueldo. ¡Se lo debía, maldita sea! Y ella estaba más que cansada de limpiar los cuartos de baño de los de más por calderilla.


Mientras él estaba dando montones de dinero a otras personas para que fueran a jugar al parque con los niños y no se daba cuenta de que no le hacían ni la mitad de lo que estaba pagando. A pesar de todo, tenía que saber que su casa era un completo desorden. Si pudiera convencerle de que…


—¿Y bien? ¿Qué quiere? —preguntó él muy impaciente.


—Siento molestarle, señor Alfonso—dijo ella, armándose de valor—. Solo quería… Yo… usted… Usted… —Lo que quería decirle pareció borrársele de la cabeza. El era el hombre del ascensor, el que la había tenido entre sus brazos y la había hecho sentirse a salvo. Le había transmitido tanta seguridad… Paula parpadeó, tratando de unir la imagen de aquel hombre tan amable con el que había dejado abandonados a aquellos niños. ¡El que, de un plumazo, le había puesto la vida patas arriba!


—¿Si? —preguntó él, mirándola.


¿Por qué se había imaginado que alguien que limpiaba su casa dos veces por semana tenía que ser grande y fuerte? Con toda seguridad, nunca se habría imaginado que sería una muchacha tan frágil… bueno, mujer. 


Seguramente era más mayor y más fuerte de lo que parecía.


A Paula le pareció que él estaba rebuscando dentro de ella, sabiendo… ¡Oh, Dios! 


Recordando lo que había pasado en aquel ascensor. No contrataría a una mujer que…


—¿Qué es lo que quiere, señorita… señorita…?


«¡No lo sabe! ¡No sabe que soy esa idiota! Gracias a Dios».


—Paula Chaves, señor. Yo… hay algo de lo que me gustaría hablar con usted.


—¿Referente a?


—Su casa.


—¿Mi casa? —repitió él, atónito.


—Yo no vengo aquí todos los días, pero no he podido evitar notarlo. Se ha tomado muchas molestias para organizar el mantenimiento de esta casa y del cuidado de los niños. No pude evitar darme cuenta de que…


—Fue una responsabilidad que adquirí de manera repentina e inesperada —dijo él, interrumpiéndola como si le hubiera leído el pensamiento.


Paula recordó las palabras de Sol. ¿Cómo no iba a esperar verse cargado con sus propios hijos? Aquel no era el tipo de hombre para el que le gustaba trabajar pero… ¿Más dinero y menos trabajo?


—Me preguntaba si no habría considerado reducir el número de empleados y consolidar los resultados.


—¿Qué ha dicho? —preguntó él.


Como si no hubiera oído nunca aquellos términos. «¡Pues a mí me los aplicaste bien y me quitaste mi trabajo!».


—Supongo que habrá oído hablar de ese procedimiento.


—Por supuesto, pero en el mundo de los negocios. Sin embargo, usted estaba hablando de mi casa.


—Y de los varios negocios que hay incluidos en ella.


—¿Cómo dice?


—Niñera de Nanny Inc., el servicio de comidas a domicilio de Carter Catering y el servicio de limpieza de Chaves, para empezar.


—Ya veo a lo que se refiere —dijo él, con una sonrisa.


Aquella sonrisa la desarmó completamente. Era tan abierta, tan sincera. Además, los ojos le brillaban de un modo… Paula apartó la mirada y recorrió la desordenada habitación con deliberación.


—Entonces, supongo que también verá que la combinación de estos servicios bajo una sola persona haría que todo funcionara mucho mejor.


—Tal vez, pero para el poco tiempo que vamos a estar aquí…


—¿Es que no se va a quedar aquí? —preguntó ella. Aquello explicaba la falta de muebles.


—Solo hasta que encuentre algo adecuado… Hasta que los niños estén asentados permanentemente.


—¿Asentados? —repitió Paula, sintiendo que la ansiedad se apoderaba de ella.


—Sí.


Paula esperó para ver si él le daba más detalles, pero no fue así. Además, ¿qué le importaba a ella? ¿Es que iba a deshacerse de Sol y de Octavio? Ya les habían arrebatado a su madre, su casa, su perro y todo lo que les resultaba familiar.


El parecía estar preguntándose por qué ella seguía allí todavía. Al ver que Paula no se movía, Pedro hizo otro intento por explicarse.


—No es perfecto, eso lo admito, pero es una situación temporal que todos debemos tolerar hasta que yo pueda organizarlo todo de un modo satisfactorio para los niños.


¡Hombre sin sentimientos! Paula hubiera querido lanzarse a él para pegarle un puñetazo, llevarse ella misma a esos niños para poder protegerlos.


—¡Que sea temporal no significa que sea intolerable! —Exclamó ella, intentando suavizar el tono—. Es decir, yo podría… yo estoy disponible.


—¿Disponible?


—De eso quería hablar con usted. Está contratando a varias personas para que se encarguen de una situación temporal. Eso me parece…


—Sé que hay que hacer muchas cosas —dijo él, esbozando de nuevo aquella sonrisa—. Más de lo que nunca me habría imaginado —añadió, suspirando. Por un momento, Paula casi sintió pena de él.


—Yo podría hacerlo todo.


—¿Todo?


—Yo podría encargarme de la cocina, de limpiar, de todo. Y por menos dinero. —añadió, aunque solo un poco menos. Ella pretendía cobrarle también lo suyo.


—Tal vez, pero no me parece que eso fuera justo, señorita… señorita…


—Chaves. Paula Chaves.


—Señorita Chaves, no creo que fuera justo contratarla por un período tan corto de tiempo.


—Eso no importa. Además, eso es mi problema —replicó ella, con la mente puesta en esos niños. Si ella pudiera poner algo de orden y de amor en sus vidas…—. Yo cuidaría bien de los niños, de verdad. Yo… Piense todo el dinero que ahorraría eliminando simplemente a esa carísima niñera.


—Ese, señorita Chaves, es el asunto principal —afirmó él, estudiándola—. Yo no sé nada del cuidado de los niños. Tengo que confiar en los expertos. Y lo digo sin ánimo de ofenderla, pero tengo que estar seguro siempre de que están en buenas manos. Nanny Inc. es un servicio del que tenía muy buenas referencias y, además, eligen cuidadosamente a su personal.


—Yo también puedo darle buenas referencias, señor —replicó Paula, por no decirle lo que pensaba de Nanny Inc. y sus niñeras. Sin embargo, tenía que concederle a él el hecho de que le preocupara que les acosaran o les maltrataran—. Le aseguro que los niños estarían en muy buenas manos.


—Me temo que esta situación es demasiado para una persona sola. A menudo estoy fuera durante varios días…


—Entonces, un ama de llaves interna es lo que necesita —respondió ella, sin poderse creer que ella hubiera dicho aquello. ¿Vivir con alguien para el que ni si quiera le gustaba trabajar?


—Me temo que no es eso lo que yo estaba buscando. Como le he explicado, esta situación es solo temporal. Solo he alquilado esta casa durante un corto período de tiempo, está sin amueblar y…


—En ese caso, el beneficio sería mutuo. Yo también me encuentro en una situación temporal.


—¿Cómo dice?


—Tengo que mudarme.


—¿Qué?


—He cambiado de trabajo —dijo ella—. Voy a empezar a trabajar en un puesto más en mi línea.


—¿Y que implica una mudanza?


—Sí, me encuentro entre dos trabajos —respondió ella, intentando dar una explicación racional—. Me quedan un par de meses para poder presentarme a mi puesto en… Minnesota —añadió, cruzando los dedos.


—Entiendo —contestó Pedro. A Paula le pareció que no la creía—. ¿Dice que un puesto en Minnesota?


—Más en mi línea, pero dado que no puedo ir hasta dentro de un par de meses, yo… bueno, no quiero ampliar el contrato que tengo sobre mi apartamento.


—Entiendo —dijo él, pareciendo todavía algo dudoso.


—Estaría encantada de poder ayudarle durante estos dos meses y… bueno, me convendría cancelar el alquiler de mi piso y guardar mis pocas cosas aquí temporalmente —explicó Paula. Así, se libraba del caro apartamento y del coste del guardamuebles de una sola jugada.


—No estoy seguro de que sea…


—¡Toda economía es buena, por pequeña que sea! No sé si se da cuenta de que le estoy ofreciendo limpiar, cocinar y cuidar de los niños. Eso le costaría menos que lo que está pagando ahora por los tres servicios.


Él entornó los ojos. Paula supo enseguida que estaba calculando los costes. Paula también calculaba. Si le pagaba a ella la mitad o incluso un tercio de lo que pagaba por los tres servicios…


—Estoy segura de que le parecerá un acuerdo de lo más satisfactorio y mucho mejor para los niños —añadió, sin poder evitarlo.


—¿Y esas referencias, señorita Chaves?


—Las tendrá antes de que acabe la semana.


—Muy bien, cuando las tenga volveremos a hablar y consideraré su propuesta —concluyó él.


Paula sabía que decía aquello solo para deshacerse de ella más que para considerar lo que ella le había dicho.


«¡Espera y verás!», pensó ella. Cuando era una adolescente en Sacramento, había cuidado a los hijos de varias personas muy importantes, entre ellas los hijos del actual gobernador.




CONVIVENCIA: CAPITULO 13





Tres semanas después, Paula volvió a subir las escaleras que llevaban al número 168 de Pine Grove. Estaba agotada. Efectivamente había más trabajo que dinero en aquella ocupación. 


Además, aquel no era su campo. Ella estaba cualificada para aquel trabajo de Minnesota. 


Había recibido una carta de un colega que se había marchado a una empresa de allí. Le decía que había un puesto hecho a su medida.


Paula había enviado su currículum, pero todavía estaba esperando recibir respuesta de algo en aquella zona. Minnesota estaba tan lejos… No podría recorrer los poco más de cien kilómetros que la separaban de Sacramento para ir a ver a sus abuelos.


Su abuela estaba realmente preocupada por su abuelo. Le decía que cada vez parecía estar más despistado y confundido. Sin embargo, a Paula no le había parecido así. La última vez que había ido a visitarles, estaba, por lo menos, tan agudo como siempre. La ganó en todas las partidas, poniendo palabras que ella ni siquiera sabía que estuvieran en el diccionario.


A pesar de todo, quería estar cerca para ver por sí misma que estaban bien. Además, era indispensable que siguieran entre amigos. La abuela le había dicho que parecía estar mejor con gente que le resultaba familiar y cuando no se le cambiaba la rutina. Además, su abuelo parecía estar perfectamente. Su abuela siempre exageraba.


Una cosa que sí podía hacer era marcharse de su carísimo apartamento. Recordó que Pam, de su antigua oficina, estaba buscando entonces una compañera de piso. No se había mantenido en contacto con sus antiguos compañeros, tal vez por vergüenza por cómo se había deteriorado su situación. Sin embargo, ya no le importaba… Aquella noche hablaría con Pam para ver si todavía estaba interesada.


Además de eso, estaba el asunto de qué hacer con sus muebles. Cuando se había ido a vivir a aquel apartamento, había tirado la casa por la ventana, no solo en muebles, sino también en cuadros, plantas… Y no le había salido nada barato. ¿Podría permitirse guardar todas aquellas cosas?


Aquella vez, fue Mae Bronson quien le abrió la puerta.


—Oh, eres tú. Entra. Es mejor que le diga que has llegado —dijo ella, subiendo las escaleras. Cuando regresó, le seguían los dos niños. 


Ambos se acercaron corriendo a Paula.


—No sabía que veías —dijo Sol—. Se supone que tenemos que ir al parque, pero si quieres que me quede a ayudarte, podría…


—No, no puedes —replicó Mae—. Vamos al parque. Agarra a tu hermano de la mano y vayámonos —añadió, dejando que los niños salieran antes de ella. Luego, se volvió a mirar a Paula, haciendo un gesto para señalar las escaleras—. Está en casa hoy. Me ha hecho que me pierda mis series porque dice que los niños necesitan aire fresco. Debería estar en su despacho, fuera de la ciudad o en otro lugar en vez de estar aquí para decirme lo que tengo que hacer o cómo en cargarme de las cosas. Por cierto, dice que hagas tu limpieza, pero que no le molestes. Deja su habitación tal y como está. Hasta luego.


Paula la observó marcharse muerta de envidia. 


Se frotó el hombro y se puso a pensar que a Mae la pagaban por ir a dar una vuelta al parque. Tomar aire fresco mientras ella limpiaba la casa y otra persona le preparaba la comida. 


«A mí no me importaría en absoluto tener ese trabajo», pensó.


De repente, se le ocurrió una idea. Cuanto más trabajaba, más cuerpo parecía tomar aquella idea.



miércoles, 18 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 12




La casa de los Dunn, que siempre estaba muy desordenada, le había llevado toda la mañana. 


Era más de la una cuando Paula llamó al número 168 de Pine Grove.


La puerta se abrió un poco y entonces una niña pequeña se asomó, con los ojos muy abiertos.


—No es tu turno —anunció la pequeña.


—¿Mi turno?


—Bronsie ya está aquí.


¿Es que había llegado demasiado tarde? El hombre le había dicho que a primera hora de la tarde le venía bien. ¡El hombre! Tal vez…


—¿Podría hablar con tu madre?


—No, no puedes —respondió la niña, sacudiendo los rizos de pelo al negar con la cabeza—. Mi mamá está en el cielo y no va a regresa. Ella…


—¡Sol! ¿Con quién estás hablando? —preguntó alguien, a voz en grito, desde la parte trasera de la casa. Enseguida se oyeron unos pasos y apareció una enorme mujer vestida con un uniforme azul—. Te dije que no abrieras la puerta.


—Me dijiste que no dejara entrar a nadie. Y no lo he hecho.


—No importa. Ve a ver qué está haciendo tu hermano antes de que haga algo que no debe —le ordenó la mujer. Sin dejar de mirar a Paula, la niña dio un paso atrás y empezó a subir, obedientemente, las escaleras—. Y tú no armes jaleo. Si está todavía dormido, no lo despiertes. Y rezo a Dios porque así sea —añadió la mujer, refiriéndose a Paula—. No se está quieto ni un minuto —añadió, abriendo la puerta—. Supongo que eres la mujer de la limpieza.


—Sí, me llamo Paula. Paula Chaves.


—Y yo Mae Bronson de Nanny Inc. Me alegro mucho de verte. Este lugar es una leonera. No es un hotel. Daría igual que estuvieran de acampada. Nadie recoge nada y…


—Bueno, ya he llegado yo. Si me muestras…


—De acuerdo. Él me dijo que tu estarías aquí y que estuviera pendiente para cuándo llegaras, pero no oí el timbre. ¡Dios, hay un jaleo! Angela le ha dicho a Ken que está embarazada y él…


—¿Angela? —preguntó Paula, mirando con cautela por encima del hombro de la mujer.


—Así se llama, pero no hace honor a su nombre. Es el diablo personificado. Es en esa telenovela de El mundo real. ¿La ves?


—No, yo…


—Esa zorra no está más embarazada que yo, pero sabe que él está enamorado de Kathy y está decidida a acabar con eso. ¡Dios, en qué jaleos se mete la gente! ¿Ves…? ¿Cómo? ¡Oh, sí! ¡Las cosas de limpiar! Por aquí —añadió, llevando a Paula a una alacena en la parte trasera de la casa.


—Gracias —dijo Paula, comprobando que todo lo que había pedido estaba allí: lavadora, secadora, aspirador, cubo, trapos… Todo, a excepción de la lavadora y la secadora, estaba completamente nuevo—. Empezaré por la parte de arriba, si te parece bien.


—Lo único que te pido es que no despiertes a ese niño. Oh, el señor dejó esto para ti —añadió Mae, sacándose un sobre del bolsillo—. Dijo que tienes que limpiar todo, pero que no toques su escritorio. En su dormitorio, en la parte de arriba. Ya lo verás. Y hazme un favor, ve a ver qué está haciendo esa niña, ¿quieres? No se puede dejar a esos niños solos ni un minuto. Bueno, te dejo. Es hora de Hospital Regional.


Se marchó rápidamente, dejando a Paula completamente sola. Mientras recorría la casa pensó que, efectivamente, parecía como si estuvieran de camping. Probablemente los muebles de su antigua residencia no habían llegado todavía. No había platos ni utensilios de cocina. Todas las habitaciones de la planta de abajo estaban vacías, excepto en la que la niñera estaba sentada viendo la televisión, aunque tenía muy pocos muebles.


También tenía razón en lo de que nadie recogía nada. Cartones de comida preparada ensuciaban la encimera de la cocina y la mesa. 


En la planta de arriba, la primera habitación que miró era una leonera. Había dos camas con las sábanas completamente arrugadas, una cómoda, ropas de niños y juguetes por todas partes. Sin embargo, Paula centró su atención en los niños. Un niño muy pequeño, con el pulgar metido en la boca, dormía en una de las camas y la niña, sentada en la otra, abrazaba un osito. 


La niña estaba tan quieta y los enormes ojos azules parecían tan perdidos y tristes que Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta.


—Me alegro de que estés aquí —dijo Paula. Aquello fue lo primero que se le ocurrió. La niña pareció dudar—. Pensé que podrías ayudarme. Muéstrame lo que tengo que limpiar.


Aquella pregunta era completamente estúpida ya que toda la casa necesitaba una buena limpieza, pero si podía alegrar a esa niña…


—Las niñeras no limpian.


—Yo no soy una niñera. Soy la señora de la limpieza.


—Oh.


—Pero aquí no, porque él está dormido, pero me podrías mostrar las habitaciones y dónde hay que poner las cosas para que no me equivocara en nada.


—De acuerdo —dijo la niña, colocando suavemente su osito sobre la cama y saliendo de puntillas de la habitación.


Paula la siguió al cuarto de baño que, como había sospechado, estaba al lado del cuarto de los niños. Presentaba también el mismo desorden.


—Esto es de Octavio —explicó la niña, recogiendo un calcetín y una camisa del suelo—. Pedro nos dijo que deberíamos poner la ropa sucia aquí, pero Octavio no llega —añadió, abriendo la cesta.


La cesta de la ropa sucia estaba a rebosar. 


Evidentemente, las niñeras tampoco lavaban la ropa.


—¿Octavio es tu hermano pequeño?


—Sí. Tiene cuatro años.


—¿Y tú cuántos tienes? ¿Seis? —preguntó Paula, mientras le ponía la tapa al tubo de pasta de dientes.


—Casi.


—¿Cómo te llamas?


—Sol. Bueno, en realidad, me llamo Carolina, pero todos me llaman Sol.


—Es un nombre muy bonito. Yo me llamo Paula y eso es lo que todo el mundo me llama… Paula y nada más.


Sol se echó a reír. Paula deseó poder decir algo más para que la muchachita siguiera riendo.


—Ese es mi cepillo de dientes, el rosa y se pone en este vaso. El otro es de Octavio y este es su vaso.


—Gracias. Me estás ayudando un montón. Quiero hacerlo todo bien para que tu padre esté contento conmigo.


Pedro no es mi padre.


—¿Oh? ¿Qué es? ¿Tu tío? ¿Tu abuelo?


—Solo es Pedro. Él conocía a mi madre.


—Entiendo —dijo Paula, perpleja. ¿Qué la conocía? ¿Qué significaba eso?


—Estaba con nosotros, pero luego se marchó. Yo era pequeña como Octavio y no me acuerdo.


—Ya veo —replicó Paula. ¿Que la abandonó con dos niños pequeños? Menuda rata…


—Pero cuando mamá se fue al cielo, ella le pidió que se ocupara de nosotros —explicó la niña. Paula pensó que así tenía que ser. Debería ocuparse de sus hijos—. Por eso vino a por nosotros y nos trajo aquí, solo que nosotros no queríamos venir porque no podíamos traer a Spot.


—¿Quién es Spot?


—Nuestro perro, pero Pedro dijo que no permitían perros en el hotel donde estábamos hasta que vinimos aquí.


—Entiendo —dijo Paula. Aquello explicaba la falta de muebles.


—Y tampoco podíamos traer aquí a Spot, porque esta casa es tempo… bueno, tempo algo, pero nos dijo que podíamos jugar en el patio, solo que no podemos. No podemos jugar en el patio porque Bronsie tiene que ver sus series y Marylee, que viene por las mañanas, tiene que estudiar. Pedro nos llevó al zoo y a Octavio le dio miedo del elefante. Pedro trabaja casi todo el tiempo e incluso algunas veces lo hace por las noches y muy lejos, en Nueva York. Algunas veces Cora tiene que venir por las noches y a ella le gustan las películas de miedo. ¿A ti te gustan las películas de miedo?


—¡No! —exclamó Paula, mientras retorcía la fregona, deseando que fuera el cuello de alguien. Efectivamente no había logrado que la niña sonriera, pero sí le había soltado la lengua—. ¡Oh, lo siento! —añadió, al sentir que se había chocado con alguien. Al darse la vuelta, vio que el niño se había escondido detrás de su hermana. Entonces, sonrió—. No te puedes esconder. Te veo. Y también sé quién eres. Eres Barney, ¡Barney el dinosaurio!


El niño agitó la cabeza y Sol se echó a reír.


—¿No? —Prosiguió Paula—. Espera un momento… ya lo sé. Claro, eres Arthur, el armadillo, porque tiene una hermana, igual que tú. ¿Que no eres Arthur?


—Te está tomando el pelo —dijo Sol—. Ya le he dicho que te llamas Octavio.


—Eso es, se me había olvidado, Octavio —dijo Paula, dándole la mano al niño—. Bueno, pues ven tú también, señor Octavio; Octavio, el come calabazas. Tú también me puedes ayudar.


Los dos niños la siguieron mientras proseguía con sus labores. Intentó entretenerlos mientras trabajaba, hablándoles de los programas infantiles que recordaba de cuando ella solía cuidar niños, recitándoles poesías que su abuela le solía enseñar… Ellos también le hablaban sobre Pedro, lo que hacía, lo que decía, lo que le gustaba…


Aquel nombre le decía algo, pero no sabía qué. Pedro Alfonso. ¿Dónde lo había oído antes?


Lo descubrió cuando se puso a limpiar la habitación principal. Como le habían pedido, no tocó el escritorio pero la papelera estaba a rebosar. Papeles dirigidos al señor Pedro Alfonso, Vicepresidente, Lawson Enterprises.


De repente supo quién era aquel hombre. ¡Era él! El pez gordo que, sentado sobre su trasero en su despacho de Nueva York, la había despedido. Le había destrozado la vida, igual que lo había hecho con la de aquella otra mujer. 


Y tampoco lo estaba haciendo demasiado bien con aquellos niños. ¡Probablemente haría lo mismo con CTI!


Mientras lavaba, hacía las camas y limpiaba, la rabia le hacía hervir por dentro. Le resultó muy difícil seguir entreteniendo a los niños.


Estaba terminando en la planta de abajo cuando llegó un repartidor con la cena. Las niñeras tampoco cocinaban. Si la comida no hubiera olido tan bien y hubiera tenido que saltarse la comida, nunca hubiera aceptado cenar allí. 


Además, se lo merecía. ¿Acaso no había estado haciendo también el trabajo de niñera? Y por eso no le iban a pagar. Se quedó boquiabierta al saber lo mucho que ganaban las niñeras.


—Aquí es extra —explicó, justo delante de los niños—. Y merece la pena. No solemos hacer este tipo de trabajos. Solo cuidamos de niños en un hotel, donde alguien limpia todos los días y pides lo que te apetezca o llevas a los niños a cenar al restaurante. Como te he dicho, aquí parece que estamos acampados. ¿Es que no os gusta eso, Octavio? ¿Sol?


—Está demasiado caliente —dijo Sol, mientras Octavio apartaba el plato.


—Dios, a estos niños no les gusta nada más que el maíz tostado —dijo Mae, mientras les llenaba dos cuencos de cereales y leche—. No tires lo que ha quedado, Paula.


—Podría llevármelo a mi casa.


Paula empaquetó las sobras, lo limpió todo después de cenar y sacó la basura. Al menos, la casa estaría impecable cuando ella se marchara.



CONVIVENCIA: CAPITULO 11




—Estoy un poco preocupada —le dijo Paula a Julieta—. Mi abuelo no se está comportando… bueno, como solía.


—¿Cómo es eso?


—Mi abuela me dijo que el otro día, a la hora de comer, tuvo un altercado con otro hombre. Por el modo en que le había pasado la sal —explicó Paula, intentando imaginarse a su abuelo, que siempre había sido una persona afable y agradable, en una situación como aquella—. Mi abuela dice que cuando juegan al bridge parece muy confundido.


—Eso no es buena señal. ¿Ha visto a un médico?


—Sí, mi abuela consiguió por fin que fuera y luego habló ella con el médico.


—¿Y?


—No está seguro. Dice que tal vez sea que está envejeciendo. Mucha gente se vuelve más irritable con el paso del tiempo. Y se olvidan de ciertas cosas, pero mi abuelo siempre ha sido una persona muy tranquila. Estoy muy preocupada.


—Ya me lo imagino. ¿Crees que podría tener eso…? ¿Cómo se llama lo que afecta a tantas personas hoy en día? Al… algo. La señora Salter, una mujer para la que trabajo, dice que su padre está tan afectado por esa enfermedad que ni siquiera la conoce.


—Oh, Julieta, no me digas eso, por amor de Dios. No podría soportarlo.


—Y tampoco podrías pagarlo, creo. La señora Salter dice que los centros son muy caros.


—Oh, no tendríamos que preocuparnos por eso. Mis abuelos compraron un apartamento en una residencia de mayores que les garantiza cuidado médico continuo sin aumentar el coste. Por eso mi abuelo insistió en que era el mejor lugar. Dijo que no quería que se convirtieran en una carga si caían enfermos.


—Buena decisión. Hay que estar siempre preparado.


—Sí, mi abuelo siempre ha sido así. Extravagante, especialmente en lo que a mí se refería, pero muy listo. ¿Por qué me voy a preocupar de algo como el Alzheimer? Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá de todos modos. No creo que mi abuelo vaya a perder la mente tan aguda que tiene así como así.


En aquel momento, sonó el teléfono. Paula fue a contestar. Era la señora Dunn, cuya casa limpiaba cada jueves.


—Hola, Paula. Te llamo por unos vecinos, una familia que se acaba de mudar a la casa de al lado. Necesitan desesperadamente alguien que venga a limpiar dos veces a la semana. ¿Te interesa?


—Claro que sí —respondió Paula. Dos veces en semana. Necesitaba todos los trabajos que pudiera con seguir. Cada vez le costaba más conseguir el dinero para sus abuelos y para mantenerse ella misma. Si no conseguía un trabajo fijo pronto…


—Estupendo. Es la casa de la derecha. El 168 de Pine Grove. Este es el número de teléfono. El nombre es Alfonso.


Paula anotó el número y colgó el teléfono, preguntándose… Alfonso. ¿Por qué le sonaba tanto ese nombre?





CONVIVENCIA: CAPITULO 10




Pedro Alfonso era famoso por su olfato para los negocios. Con su aguda percepción se ponía instantáneamente al mando de cualquier situación, sabiendo instintivamente quién debía hacer qué. Para él era tan fácil como respirar.


Sin embargo, cuando entró en el vestíbulo de su hotel de San Francisco, con la niña, el niño y el osito, se sentía completamente perdido. No tenía ni idea de lo que tenía que hacer ni de quién podía hacerlo.


—¡Señor Alfonso, ha regresado! Y con compañía. ¡Qué maravilla! —exclamó la recepcionista. Su afabilidad no lograba ocultar su curiosidad—. ¡Qué niña tan guapa! ¿Cómo se llama?


Sol no se dignó a contestar. Con un silencio absoluto, se abrazó a su osito y se agarró más fuerte a la mano de Pedro, sin dejar de mirar a la mujer con sus enormes ojos, que parecían hacerse cada vez más grandes.


Pedro tampoco podía hablar. Se había quedado mudo por lo que había leído en los ojos de Sol: la ausencia de todo lo que le resultaba familiar y querido, soledad, terror… Veía lo que ella veía y sentía lo que ella sentía. Era demasiado peso para unos hombros tan pequeños.


—Estamos encantadas de tenerte a ti y a tu hermanito con nosotros —añadió la recepcionista, volviéndose a mirar a Pedro—. Hemos hecho los cambios que nos pidió, señor Alfonso. Hemos trasladado sus cosas a la 584, que es una suite con dos habitaciones.


—Gracias, se lo agradezco mucho —respondió él, a punto de soltar la mano de la niña para recoger la llave. Sin embargo, la manita no soltaba el dedo del que estaba agarrada. Entonces, movió al niño un poco y aceptó la llave con la otra mano—. Gracias. En cuanto a los niños, hablé con un tal señor Dancy para contratar una niñera.


—Sí. Siento que el programa de nuestro hotel esté orientado a niños más mayores. Sin embargo, muchos de nuestros clientes han utilizado los servicios de Nanny Inc. de vez en cuando y han encontrado sus servicios muy satisfactorios —explicó la mujer, dándole una tarjeta y una carpeta—. Si hay alguna otra manera de que podamos servirle, le rogamos que no deje de comunicárnoslo.


—Gracias —reiteró Pedro, antes de seguir al botones.


No podía dejar de pensar en lo que estaba pasando en la oficina. La situación andaba muy revuelta, como era de esperar. Se había mantenido en contacto por fax o por teléfono casi cada hora durante los cinco días que había estado fuera, pero no era lo mismo que estar allí. Especialmente, cuando estaba intentando también controlar los acontecimientos nuevos en su vida personal.


Era demasiado tarde para ir a la oficina aquel día. ¿Debería reunirse con Sam por la noche? 


Quería tener todo bajo control para la reunión que se celebraría en Nueva York el miércoles.


Era fundamental que estuviera en su despacho por la mañana. El martes debía estar en un avión rumbo a Nueva York. Aquello significaba que tenía que encontrar a alguien que cuidara de los niños. Decidió telefonear a la agencia de niñeras inmediatamente.


En el ascensor, el botones trató de hablar con Octavio, pero el niño escondió la cara en el pecho de Pedro, aferrándose con fuerza al cuello. La mano de Sol parecía estar pegada con pegamento. El mensaje era más poderoso que si se lo hubieran dicho con palabras. El era todo lo que aquellos niños tenían. Aquello le hacía sentir la carga que tenía sobre los hombros.


—¡Bueno! ¡Aquí estamos! —Exclamó él, como si acabaran de llegar a su casa—. Sol, méteme la mano en el bolsillo de atrás para ver si puedes encontrar mi cartera. ¡Buena chica! Gracias. Ahora, quédate con Octavio mientras yo me ocupo de este caballero.


Cuando el botones se marchó, cerrando la puerta, Pedro observó la fría perfección de la habitación de un hotel. Debería haber pedido flores, fruta… No. Mejor juguetes, libros… algo. 


Un grito le sacó de sus pensamientos.


—No… no me gusta… ¡no me gusta esto! —exclamó Sol, pronunciando las palabras entre sollozo, a trompicones—. Quiero… quiero… irme… quiero irme a mi casa…


Seguía aferrada a su hermanito y a su oso, pero ya no era la firme protectora. Era solo una niña perdida y sola. El niño, siguiendo el ejemplo de su hermana, empezó también a llorar. El tumulto llenó la habitación, partiéndole a Pedro el corazón.


Entonces, se arrodilló delante de ellos y los tomó a ambos entre sus brazos, estrechándolos con fuerza. Sus lágrimas le mojaron la cara mientras sus cuerpecitos se convulsionaban de un modo desgarrador.


—Eso es… Desahogaos —susurró. ¿Qué podía decirles?—. Yo también echo de menos a vuestra madre —añadió, guiado por su instinto
—. La conocía desde que era una niña, como tú.
Aquello no era del todo cierto. Kathy había sido mucho mayor que Sol cuando vino por primera vez a jugar en su patio. Sin embargo, surtió efecto. Sol ahogó un sollozo y abrió los ojos con mucho interés.


—¿De verdad? ¿Viste a mi madre cuando era pequeña como yo? —preguntó la niña. Pedro asintió. Sol empezó a preguntar más rápidamente y con mayor insistencia—. ¿Se parecía a mí? ¿Tenía un oso como el mío? ¿Sabía leer?


Pedro se sentó en el suelo, acurrucándoles contra sí, mientras les hablaba de Kathy con todos los detalles, llenos de color y muy exagerados, que se le ocurrían. Muy pronto consiguió que se echaran a reír. Después de eso, resultó mucho más fácil. Se tomaron algunos de los bocadillos de mantequilla de cacahuete que había pedido, luego les bañó, les ayudó a buscar pijamas y libros en el equipaje. 


La habitación parecía una leonera, pero finalmente consiguió meterlos en una cama y leerles un cuento como ellos le pidieron.


—Eso es lo que mamá hace.


Eran más de las diez cuando Pedro tomó el teléfono. Gracias a Dios, Nanny Inc. era un servicio que funcionaba las veinticuatro horas del día.