miércoles, 18 de julio de 2018
CONVIVENCIA: CAPITULO 12
La casa de los Dunn, que siempre estaba muy desordenada, le había llevado toda la mañana.
Era más de la una cuando Paula llamó al número 168 de Pine Grove.
La puerta se abrió un poco y entonces una niña pequeña se asomó, con los ojos muy abiertos.
—No es tu turno —anunció la pequeña.
—¿Mi turno?
—Bronsie ya está aquí.
¿Es que había llegado demasiado tarde? El hombre le había dicho que a primera hora de la tarde le venía bien. ¡El hombre! Tal vez…
—¿Podría hablar con tu madre?
—No, no puedes —respondió la niña, sacudiendo los rizos de pelo al negar con la cabeza—. Mi mamá está en el cielo y no va a regresa. Ella…
—¡Sol! ¿Con quién estás hablando? —preguntó alguien, a voz en grito, desde la parte trasera de la casa. Enseguida se oyeron unos pasos y apareció una enorme mujer vestida con un uniforme azul—. Te dije que no abrieras la puerta.
—Me dijiste que no dejara entrar a nadie. Y no lo he hecho.
—No importa. Ve a ver qué está haciendo tu hermano antes de que haga algo que no debe —le ordenó la mujer. Sin dejar de mirar a Paula, la niña dio un paso atrás y empezó a subir, obedientemente, las escaleras—. Y tú no armes jaleo. Si está todavía dormido, no lo despiertes. Y rezo a Dios porque así sea —añadió la mujer, refiriéndose a Paula—. No se está quieto ni un minuto —añadió, abriendo la puerta—. Supongo que eres la mujer de la limpieza.
—Sí, me llamo Paula. Paula Chaves.
—Y yo Mae Bronson de Nanny Inc. Me alegro mucho de verte. Este lugar es una leonera. No es un hotel. Daría igual que estuvieran de acampada. Nadie recoge nada y…
—Bueno, ya he llegado yo. Si me muestras…
—De acuerdo. Él me dijo que tu estarías aquí y que estuviera pendiente para cuándo llegaras, pero no oí el timbre. ¡Dios, hay un jaleo! Angela le ha dicho a Ken que está embarazada y él…
—¿Angela? —preguntó Paula, mirando con cautela por encima del hombro de la mujer.
—Así se llama, pero no hace honor a su nombre. Es el diablo personificado. Es en esa telenovela de El mundo real. ¿La ves?
—No, yo…
—Esa zorra no está más embarazada que yo, pero sabe que él está enamorado de Kathy y está decidida a acabar con eso. ¡Dios, en qué jaleos se mete la gente! ¿Ves…? ¿Cómo? ¡Oh, sí! ¡Las cosas de limpiar! Por aquí —añadió, llevando a Paula a una alacena en la parte trasera de la casa.
—Gracias —dijo Paula, comprobando que todo lo que había pedido estaba allí: lavadora, secadora, aspirador, cubo, trapos… Todo, a excepción de la lavadora y la secadora, estaba completamente nuevo—. Empezaré por la parte de arriba, si te parece bien.
—Lo único que te pido es que no despiertes a ese niño. Oh, el señor dejó esto para ti —añadió Mae, sacándose un sobre del bolsillo—. Dijo que tienes que limpiar todo, pero que no toques su escritorio. En su dormitorio, en la parte de arriba. Ya lo verás. Y hazme un favor, ve a ver qué está haciendo esa niña, ¿quieres? No se puede dejar a esos niños solos ni un minuto. Bueno, te dejo. Es hora de Hospital Regional.
Se marchó rápidamente, dejando a Paula completamente sola. Mientras recorría la casa pensó que, efectivamente, parecía como si estuvieran de camping. Probablemente los muebles de su antigua residencia no habían llegado todavía. No había platos ni utensilios de cocina. Todas las habitaciones de la planta de abajo estaban vacías, excepto en la que la niñera estaba sentada viendo la televisión, aunque tenía muy pocos muebles.
También tenía razón en lo de que nadie recogía nada. Cartones de comida preparada ensuciaban la encimera de la cocina y la mesa.
En la planta de arriba, la primera habitación que miró era una leonera. Había dos camas con las sábanas completamente arrugadas, una cómoda, ropas de niños y juguetes por todas partes. Sin embargo, Paula centró su atención en los niños. Un niño muy pequeño, con el pulgar metido en la boca, dormía en una de las camas y la niña, sentada en la otra, abrazaba un osito.
La niña estaba tan quieta y los enormes ojos azules parecían tan perdidos y tristes que Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—Me alegro de que estés aquí —dijo Paula. Aquello fue lo primero que se le ocurrió. La niña pareció dudar—. Pensé que podrías ayudarme. Muéstrame lo que tengo que limpiar.
Aquella pregunta era completamente estúpida ya que toda la casa necesitaba una buena limpieza, pero si podía alegrar a esa niña…
—Las niñeras no limpian.
—Yo no soy una niñera. Soy la señora de la limpieza.
—Oh.
—Pero aquí no, porque él está dormido, pero me podrías mostrar las habitaciones y dónde hay que poner las cosas para que no me equivocara en nada.
—De acuerdo —dijo la niña, colocando suavemente su osito sobre la cama y saliendo de puntillas de la habitación.
Paula la siguió al cuarto de baño que, como había sospechado, estaba al lado del cuarto de los niños. Presentaba también el mismo desorden.
—Esto es de Octavio —explicó la niña, recogiendo un calcetín y una camisa del suelo—. Pedro nos dijo que deberíamos poner la ropa sucia aquí, pero Octavio no llega —añadió, abriendo la cesta.
La cesta de la ropa sucia estaba a rebosar.
Evidentemente, las niñeras tampoco lavaban la ropa.
—¿Octavio es tu hermano pequeño?
—Sí. Tiene cuatro años.
—¿Y tú cuántos tienes? ¿Seis? —preguntó Paula, mientras le ponía la tapa al tubo de pasta de dientes.
—Casi.
—¿Cómo te llamas?
—Sol. Bueno, en realidad, me llamo Carolina, pero todos me llaman Sol.
—Es un nombre muy bonito. Yo me llamo Paula y eso es lo que todo el mundo me llama… Paula y nada más.
Sol se echó a reír. Paula deseó poder decir algo más para que la muchachita siguiera riendo.
—Ese es mi cepillo de dientes, el rosa y se pone en este vaso. El otro es de Octavio y este es su vaso.
—Gracias. Me estás ayudando un montón. Quiero hacerlo todo bien para que tu padre esté contento conmigo.
—Pedro no es mi padre.
—¿Oh? ¿Qué es? ¿Tu tío? ¿Tu abuelo?
—Solo es Pedro. Él conocía a mi madre.
—Entiendo —dijo Paula, perpleja. ¿Qué la conocía? ¿Qué significaba eso?
—Estaba con nosotros, pero luego se marchó. Yo era pequeña como Octavio y no me acuerdo.
—Ya veo —replicó Paula. ¿Que la abandonó con dos niños pequeños? Menuda rata…
—Pero cuando mamá se fue al cielo, ella le pidió que se ocupara de nosotros —explicó la niña. Paula pensó que así tenía que ser. Debería ocuparse de sus hijos—. Por eso vino a por nosotros y nos trajo aquí, solo que nosotros no queríamos venir porque no podíamos traer a Spot.
—¿Quién es Spot?
—Nuestro perro, pero Pedro dijo que no permitían perros en el hotel donde estábamos hasta que vinimos aquí.
—Entiendo —dijo Paula. Aquello explicaba la falta de muebles.
—Y tampoco podíamos traer aquí a Spot, porque esta casa es tempo… bueno, tempo algo, pero nos dijo que podíamos jugar en el patio, solo que no podemos. No podemos jugar en el patio porque Bronsie tiene que ver sus series y Marylee, que viene por las mañanas, tiene que estudiar. Pedro nos llevó al zoo y a Octavio le dio miedo del elefante. Pedro trabaja casi todo el tiempo e incluso algunas veces lo hace por las noches y muy lejos, en Nueva York. Algunas veces Cora tiene que venir por las noches y a ella le gustan las películas de miedo. ¿A ti te gustan las películas de miedo?
—¡No! —exclamó Paula, mientras retorcía la fregona, deseando que fuera el cuello de alguien. Efectivamente no había logrado que la niña sonriera, pero sí le había soltado la lengua—. ¡Oh, lo siento! —añadió, al sentir que se había chocado con alguien. Al darse la vuelta, vio que el niño se había escondido detrás de su hermana. Entonces, sonrió—. No te puedes esconder. Te veo. Y también sé quién eres. Eres Barney, ¡Barney el dinosaurio!
El niño agitó la cabeza y Sol se echó a reír.
—¿No? —Prosiguió Paula—. Espera un momento… ya lo sé. Claro, eres Arthur, el armadillo, porque tiene una hermana, igual que tú. ¿Que no eres Arthur?
—Te está tomando el pelo —dijo Sol—. Ya le he dicho que te llamas Octavio.
—Eso es, se me había olvidado, Octavio —dijo Paula, dándole la mano al niño—. Bueno, pues ven tú también, señor Octavio; Octavio, el come calabazas. Tú también me puedes ayudar.
Los dos niños la siguieron mientras proseguía con sus labores. Intentó entretenerlos mientras trabajaba, hablándoles de los programas infantiles que recordaba de cuando ella solía cuidar niños, recitándoles poesías que su abuela le solía enseñar… Ellos también le hablaban sobre Pedro, lo que hacía, lo que decía, lo que le gustaba…
Aquel nombre le decía algo, pero no sabía qué. Pedro Alfonso. ¿Dónde lo había oído antes?
Lo descubrió cuando se puso a limpiar la habitación principal. Como le habían pedido, no tocó el escritorio pero la papelera estaba a rebosar. Papeles dirigidos al señor Pedro Alfonso, Vicepresidente, Lawson Enterprises.
De repente supo quién era aquel hombre. ¡Era él! El pez gordo que, sentado sobre su trasero en su despacho de Nueva York, la había despedido. Le había destrozado la vida, igual que lo había hecho con la de aquella otra mujer.
Y tampoco lo estaba haciendo demasiado bien con aquellos niños. ¡Probablemente haría lo mismo con CTI!
Mientras lavaba, hacía las camas y limpiaba, la rabia le hacía hervir por dentro. Le resultó muy difícil seguir entreteniendo a los niños.
Estaba terminando en la planta de abajo cuando llegó un repartidor con la cena. Las niñeras tampoco cocinaban. Si la comida no hubiera olido tan bien y hubiera tenido que saltarse la comida, nunca hubiera aceptado cenar allí.
Además, se lo merecía. ¿Acaso no había estado haciendo también el trabajo de niñera? Y por eso no le iban a pagar. Se quedó boquiabierta al saber lo mucho que ganaban las niñeras.
—Aquí es extra —explicó, justo delante de los niños—. Y merece la pena. No solemos hacer este tipo de trabajos. Solo cuidamos de niños en un hotel, donde alguien limpia todos los días y pides lo que te apetezca o llevas a los niños a cenar al restaurante. Como te he dicho, aquí parece que estamos acampados. ¿Es que no os gusta eso, Octavio? ¿Sol?
—Está demasiado caliente —dijo Sol, mientras Octavio apartaba el plato.
—Dios, a estos niños no les gusta nada más que el maíz tostado —dijo Mae, mientras les llenaba dos cuencos de cereales y leche—. No tires lo que ha quedado, Paula.
—Podría llevármelo a mi casa.
Paula empaquetó las sobras, lo limpió todo después de cenar y sacó la basura. Al menos, la casa estaría impecable cuando ella se marchara.
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