jueves, 19 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 13





Tres semanas después, Paula volvió a subir las escaleras que llevaban al número 168 de Pine Grove. Estaba agotada. Efectivamente había más trabajo que dinero en aquella ocupación. 


Además, aquel no era su campo. Ella estaba cualificada para aquel trabajo de Minnesota. 


Había recibido una carta de un colega que se había marchado a una empresa de allí. Le decía que había un puesto hecho a su medida.


Paula había enviado su currículum, pero todavía estaba esperando recibir respuesta de algo en aquella zona. Minnesota estaba tan lejos… No podría recorrer los poco más de cien kilómetros que la separaban de Sacramento para ir a ver a sus abuelos.


Su abuela estaba realmente preocupada por su abuelo. Le decía que cada vez parecía estar más despistado y confundido. Sin embargo, a Paula no le había parecido así. La última vez que había ido a visitarles, estaba, por lo menos, tan agudo como siempre. La ganó en todas las partidas, poniendo palabras que ella ni siquiera sabía que estuvieran en el diccionario.


A pesar de todo, quería estar cerca para ver por sí misma que estaban bien. Además, era indispensable que siguieran entre amigos. La abuela le había dicho que parecía estar mejor con gente que le resultaba familiar y cuando no se le cambiaba la rutina. Además, su abuelo parecía estar perfectamente. Su abuela siempre exageraba.


Una cosa que sí podía hacer era marcharse de su carísimo apartamento. Recordó que Pam, de su antigua oficina, estaba buscando entonces una compañera de piso. No se había mantenido en contacto con sus antiguos compañeros, tal vez por vergüenza por cómo se había deteriorado su situación. Sin embargo, ya no le importaba… Aquella noche hablaría con Pam para ver si todavía estaba interesada.


Además de eso, estaba el asunto de qué hacer con sus muebles. Cuando se había ido a vivir a aquel apartamento, había tirado la casa por la ventana, no solo en muebles, sino también en cuadros, plantas… Y no le había salido nada barato. ¿Podría permitirse guardar todas aquellas cosas?


Aquella vez, fue Mae Bronson quien le abrió la puerta.


—Oh, eres tú. Entra. Es mejor que le diga que has llegado —dijo ella, subiendo las escaleras. Cuando regresó, le seguían los dos niños. 


Ambos se acercaron corriendo a Paula.


—No sabía que veías —dijo Sol—. Se supone que tenemos que ir al parque, pero si quieres que me quede a ayudarte, podría…


—No, no puedes —replicó Mae—. Vamos al parque. Agarra a tu hermano de la mano y vayámonos —añadió, dejando que los niños salieran antes de ella. Luego, se volvió a mirar a Paula, haciendo un gesto para señalar las escaleras—. Está en casa hoy. Me ha hecho que me pierda mis series porque dice que los niños necesitan aire fresco. Debería estar en su despacho, fuera de la ciudad o en otro lugar en vez de estar aquí para decirme lo que tengo que hacer o cómo en cargarme de las cosas. Por cierto, dice que hagas tu limpieza, pero que no le molestes. Deja su habitación tal y como está. Hasta luego.


Paula la observó marcharse muerta de envidia. 


Se frotó el hombro y se puso a pensar que a Mae la pagaban por ir a dar una vuelta al parque. Tomar aire fresco mientras ella limpiaba la casa y otra persona le preparaba la comida. 


«A mí no me importaría en absoluto tener ese trabajo», pensó.


De repente, se le ocurrió una idea. Cuanto más trabajaba, más cuerpo parecía tomar aquella idea.



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