domingo, 8 de julio de 2018

BESOS DE AMOR: CAPITULO 2




—Santiago estaba enfermo.


Paula había empezado a sospecharlo antes de que el viejo coche de alquiler los dejara tirados a 10 kilómetros de su destino. En aquel momento, sentada con Santiago en el asiento trasero de un viejo Cadillac, estaba completamente segura.


—No has terminado el cuento, mamá —gimoteó el niño.


Él nunca gimoteaba. A menos que estuviera realmente enfermo. Paula le puso una mano en la frente; estaba ardiendo.


—Sí la he terminado, cielo —murmuró, abrazándolo.


—Pero no has dicho lo de «vivieron felices y comieron perdices».


Eso era verdad. No lo había dicho y todo el mundo sabe que los cuentos de hadas terminan así.


Paula dejó escapar un suspiro.


Lo que acababa de narrarle no era un cuento de hadas. Simplemente, intentaba explicarle a un niño de cuatro años por qué habían ido en tren desde Pensilvania hasta Montana para resolver una situación en la que ella no habría querido estar metida.


Santi adoraba los trenes y no había hecho una sola pregunta desde que salieron de casa. Ni siquiera cuando bajaron del tren en Trilby y alquilaron un viejo coche que los había dejado tirados antes de llegar a Blue Rock.


En aquella historia no había un final feliz. Pero Santi, aburrido, harto y muerto de cansancio, por fin le había preguntado qué estaban haciendo.


Quizás no debería haber intentado alegrar la historia. Era lógico que Santiago quisiera un final feliz cuando empezó a contar lo del vestido blanco de tul, la Cenicienta con patines y un príncipe muy guapo con sombrero tejano que la había sacado de aquella pesadilla de baile...


—Ese podría ser Pedro, el que va montado a caballo —dijo el hombre calvo que conducía el viejo Cadillac—. Voy a parar un momento.


—Yo... —empezó a decir Paula. Pero no terminó la frase.


Desde el principio, Raul Thurrell, el propietario de la gasolinera de Blue Rock, no le gustó un pelo. Además, era quien le alquilo el cacharro que le había dejado tirada en medio de la carretera.


Debería caerle bien. Al fin y al cabo, se había ofrecido a llevarla hasta el rancho de Pedro Alfonso, a veinte kilómetros de donde estaba el coche.


Intentaba ayudarla, pero a Paula no le caía bien. 


Por eso no quería admitir que Pedro no sabia nada de su llegada. Y, por supuesto, no le había contado la razón de su visita.


El señor Thurrell detuvo el Cadillac y Paula vio que un hombre montado a caballo se dirigía hacia ellos. Nerviosa, salió del coche, cerró la puerta para que Santi no se enfriase y se apoyó en la cerca de madera.


No sabía si Pedro la había visto. Para probar, levantó la mano. Después, se quitó el gorrito de lana y lo movió en el aire para garantizar que no pasaba de largo.


Pedro Alfonso, si era él, acababa de verla. 


Observándolo acercarse, Paula se dio cuenta de lo cómodo que parecía sobre el animal. Aunque no sabía nada de caballos, se daba cuenta de que él era un buen jinete.


Parecía un caballero de reluciente armadura, pero esa era una comparación de la que debía alejarse.


Medio minuto después comprobó que, efectivamente, era Pedro. No había vuelto a verlo desde el mes de marzo, seis meses antes, pero lo recordaba bien.


No había olvidado lo alto que era, ni su pelo liso de color negro, suave como la seda. No había olvidado el mentón cuadrado, ni la nariz recta, ni la piel bronceada... y sobre todo no había olvidado sus ojos negros.


Y tampoco lo que sintió cuando Pedro Alfonso la besó. Eso sí que era material para un cuento de hadas.


Él la había reconocido, lo cual no era tan fácil. 


La última vez que se vieron iba perfectamente maquillada y llevaba un vestido de novia. Aquel día llevaba vaqueros, un jersey de color rosa, una coleta y nada de maquillaje.


Pero la reconoció. Mientras se acercaba, Paula vio los ojos negros de él. Seguían siendo amables, pero un poco recelosos.


Cuando llegó a la cerca, comprobó con qué facilidad se movía sobre el caballo.


Como si hombre y animal fueran uno solo.


El caballo, de color castaño, se movió, impaciente. Quizá sabía que aquel no era el sitio al que debían dirigirse.


—Hola —la saludó Pedro.


—Hola —intentó sonreír Paula.


—Me alegro de volver a verte —dijo él, quitándose el sombrero. El viento movió su pelo negro, despejando su frente—. ¿Qué tal estás?


—Bien, gracias.


—Me alegro.


—Alquilé un coche en Trilby y me dejó tirada en medio de la autopista. El señor Thurrell se ha ofrecido a traernos... dice que conoció a tu padre porque tuvo negocios con él.


Paula hizo un gesto hacia el viejo Cadillac, nerviosa. Alan estaba en lo cierto; era mejor haber ido en persona para solucionar el asunto. 


Tenía muchas cosas que arreglar y Alan Jenning lo entendía bien. Era un hombre sensato, con la cabeza sobre los hombros.


Por eso pensaba decir a Alan que sí, que se casaría con él. Cuando hubiese solucionado un pequeño detalle.


—Siento que hayas tenido problemas —dijo Pedro.


Debía saber por qué estaba allí. Sólo tenían una cosa en común y era el momento de ponerla en palabras.


—Sé que en la carta me decías que estabas muy ocupado y eso... pero de verdad necesito el divorcio, Pedro.


—¡Mamá¡ —escucharon entonces la voz de Santi, desde el coche.


Los dos volvieron la cabeza.


—¿Es tu hijo?


—Sí.


—Santiago, ¿verdad?


—Santiago —contestó Paula.


—Parece cansado.


—Está agotado.


—Es un viaje muy largo para un niño.


—Vamos a tomarnos unas vacaciones después de... esto.


Alan pensaba reunirse con ellos en Chicago para pasar unos días. Si sus negocios iban bien...


—Ah, ya —asintió Pedro.


—Siento aparecer así, sin avisar.


—No pasa nada Paula. De verdad. Es más culpa mía que tuya.


—Es que no podía encontrarte. El número de teléfono que me diste estaba desconectado y... bueno, además, pensé que debía venir en persona.


—Hemos alquilado la casa grande y han tardado un poco en darnos otro número de teléfono —explicó él.


Paula presintió que aquella era una larga historia, pero decidió concentrarse en lo
suyo.


—Para empezar, tenemos que decidir en qué estado vamos a pedir el divorcio.


—Sí, claro.


—He pensado que lo mejor seria hacer todo el papeleo en Pensilvania. Si vuelvo a Blue Rock con el señor Thurrell, ¿podrías encontrar un rato esta tarde para charlar? Solo será un momento.


—¡Mamá¡


—Voy enseguida, cariño —contestó Paula, acercándose al coche.


Pedro desmontó, ató las riendas del caballo a la cerca y de un salto se colocó al otro lado.


Ella estaba inclinada sobre la ventanilla, hablando con el niño. Eso permitió que echara un vistazo a su redondo trasero... un trasero en el que no debía pensar. La oyó hablar con su hijo en un tono suave, tranquilizador, y recordó cuanto le había gustado su voz en Las Vegas.





BESOS DE AMOR: CAPITULO 1




Paula ni siquiera sabía su nombre. Las capas de tul del vestido de novia de rozaban la pierna del hombre, que estaba mirándola con unos ojos negros en los que se reflejaban las luces multicolores de la sala.


—¿Tú crees que hacemos bien? —le preguntó en voz baja, con un acento de Montana.


—Sí —asintió Paula.


—Pues antes no parecías contenta.


—Ya se me ha pasado.


—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Podríamos marcharnos.


—No puedo irme. Estoy sustituyendo a una compañera y si no lo hago, ella perdería su trabajo. Por lo visto, el maratón está en el contrato.


—Ah, entiendo —asintió el hombre.


—Estoy bien, de verdad —murmuró ella.


Pero no lo estaba. Odiaba Las Vegas y echaba de menos a su hijo, que estaba a miles de kilómetros, en Pensilvania.


Paula había conseguido interpretar el papel de Cenicienta en el espectáculo sobre hielo que hacía gira por todo el país, sustituyendo a la protagonista, que estaba enferma. Era el papel que siempre había soñado, pero el contrato incluía ciertas condiciones.


En el salón de baile del casino había fotógrafos, cámaras de televisión y extraños mirándola con expresión de deseo. Y el maestro de ceremonias la llamaba «nuestra Cenicienta sobre hielo», animando a los hombres para que pujasen por ella. Y lo hicieron. Con la cara abotargada, borrachos la mayoría de ellos.


Pero no aquel hombre, el que ganó la «subasta« por quinientos dólares. Había algo muy equilibrado en él. Sus ojos oscuros, su presencia, sus atenciones. Y cuando se pusieron uno al lado del otro, dispuestos a interpretar la charada de la boda, él apretó su mano para darle ánimos.


El cartel de neón la cegaba: Maratón de Cenicienta, decía. Gana la carroza, el palacio, la luna de miel...¡y a la novia¡


—¿Preparados? —preguntó un hombre vestido como un paje del siglo dieciocho, con peluca llena de bucles, calzones de raso y chaleco bordado.


Por primera vez, el público quedó en silencio. 


Las otras parejas estaban esperando y el maestro de ceremonias empezó a lanzar un discurso que Paula apenas escuchaba.


—...de cada una de estas bodas... la pareja que más tiempo esté casada... los ganadores se llevaran todo.


Había una bola de espejo sobre sus cabezas y la orquesta empezó a tocar una canción romántica mientras las cámaras se acercaban.


Pedro Alfonso, ¿quieres a Paula Chaves como esposa, para amarla y honrarla hasta que la muerte los separe?


Pedro Alfonso. Ese era su nombre. Paula levantó la cabeza y sus ojos se encontraron.


Y aunque sabía que no tenía sentido, que era una charada, de repente se le encogió el corazón.


Mirar aquellos ojos era como sentirse envuelta en una capa de terciopelo negro.


¿Y si pronunciase las palabras de verdad, si no fuera parte de un espectáculo televisivo?


—Sí, quiero.


Tenía la voz ronca, profunda. Y lo había dicho sin dejar de mirarla a los ojos.


Fue un momento que Paula no olvidaría jamás.




BESOS DE AMOR: SINOPSIS



El ranchero Pedro Alfonso se había casado con Paula Chaves, una joven madre soltera a la que quería ayudar a salir de una situación desesperada. Aunque habían compartido un beso, no volverían a verse jamás.


Ahora Paula y su pequeño acababan de llegar a Montana otra vez en busca de ayuda. 


Necesitaba que Pedro le hiciera otro favor... que se divorciara de ella.


Pero cuando se besaron de nuevo, los besos fueron más largos y apasionados.


¿Dejaría marchar Pedro a su bella esposa, o le pediría que se quedara con él más de una noche?





sábado, 7 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO FINAL




Paula nunca había visto a Susana comportarse de manera tan extraña. Acababa de llegar a la oficina después de asistir a la sentencia de Roxana y su ayudante no hacía más que intentar echarla de nuevo.


Susana se quedó en el quicio de la puerta de Paula, negándose a irse.


—Ha sido un día muy estresante para ti. Creo que deberías irte a casa y relajarte.


—Tengo trabajo que hacer —respondió Paula.


—Pues llévatelo a casa y hazlo en la piscina. Tienes una maravillosa casa nueva y ni siquiera te has tomado tiempo para deshacer las maletas —Susana se acercó al escritorio de Paula y puso sus manos en él. Su gesto amenazador habría funcionado un poco mejor si no estuviera sonriendo—. Déjame que te lo repita: tienes que irte a casa.


—Y tú tienes que mirarte la presión arterial o algo así. Normalmente no sueles comportarte de esta forma —Paula empezó a meter papeles en su maletín—. No sé lo que te ocurre, pero me iré a casa para tener algo de paz.


Susana se rió.


—Sabía que lo verías como yo.


Mientras conducía hacia su casa, Paula pensó en lo que había sido su vida aquellos últimos meses. Había sido lo suficientemente inteligente para saber que no podría sobrevivir ella sola durante aquellos meses, así que había recurrido a su padre y había solucionado los acuerdos financieros para conseguir las inversiones de Empresas Chaves. Ahora ella era la rama del sur de Empresas Chaves, y mientras las cifras fueran bien, su vida iría bien.


Se sentía bien al estar de nuevo en la familia... mucho mejor de lo que habría pensado. Había invitado a Esteban y a Alejandra a visitarla durante las vacaciones de invierno y ellos había aceptado. Paula estaba realmente emocionada con la visita.


Paula aparcó el coche frente a la casa que había comprado. Rose Cottage era una casa de los años veinte que formaba parte de una pequeña comunidad vallada. Se había enamorado de ella a primera vista, y ella sospechaba que era porque Rose Cottage era la versión de Dollhouse Cottage al estilo de Florida.


En cuanto salió del coche fue asaltada por la música. Ascendía a muchos decibelios por encima de lo permitido en la comunidad y procedía de su casa. No era hip-hop, techno ni música country, sino rock puro y duro, el tipo de música que le encantaba a una sola persona, que ella conociera: Pedro.


Agarró su maletín y se dirigió a la puerta principal, donde encontró una nota pegada: Bienvenida a casa. Entra.


Pegada al espejo de la entrada había otra nota: Mira hacia abajo. Sobre la pequeña mesita que había bajo el espejo encontró un regalo. Ábreme, ponía en él.


A Paula le temblaron las manos mientras desenvolvía el regalo. Finalmente consiguió apartar el papel de flores y en su interior encontró una caja de terciopelo rojo. Al abrirla vio que en su interior estaba el collar de la madre de Pedro. Sobre él había otra nota: Esto ha estado esperándote.


Paula tomó el collar cuidadosamente. Le llevó varios intentos abrochárselo, pero finalmente pudo ponérselo. Lo acarició con suavidad y mentalmente hizo una promesa a la madre de Pedro: haría todo lo posible por cuidar de la joya y de Pedro.


—¿Pedro? —lo llamó, y entonces se dio cuenta de que en el interior de la casa la música no se escuchaba tan alta como en el exterior.


Corrió a la puerta que daba a la piscina, abrumada por el amor, el alivio y los nervios.


Vestido únicamente con un bañador de color negro, Pedro estaba echado en una tumbona junto a la piscina, con gafas de sol y rodeado de libros y papeles. Lo primero que Paula hizo fue dirigirse hacia el radiocasete que él había dejado junto a la puerta trasera. Cuando ella bajó el volumen, Pedro se quitó las gafas de sol.


Mientras Paula se acercaba, lo que vio en sus ojos le dio valor para calmarse. En ellos Paula vio duda, preocupación y disculpas. Pero sobre todo vio amor.


—Hola —dijo él, apartando el cuaderno que había estado ojeando—. Has llegado pronto. Susana me dijo que normalmente vuelves a casa a las seis.


Así que aquélla era la razón del extraño comportamiento de Susana... No sólo sabía que Pedro la estaría esperando, sino que le había facilitado la entrada a su casa.


Cuando ella se acercó lo suficiente, Pedro la agarró e hizo que se tumbara sobre él. Pedro olía a sol y a piel salada, y Paula no pudo evitar besarlo. Y cuando sus bocas se tocaron, el control que ambos habían estado manteniendo se desvaneció. Detrás del beso llegó una docena más, y aún no fue suficiente. 


Pedro le susurraba al oído palabras de desesperación, sobre cuánto la había echado de menos. Y después le dijo las palabras que ella deseaba escuchar:
—Te quiero.


Paula contuvo la respiración, esperando escuchar el «pero». Y cuando no lo oyó, sintió una inmensa alegría en su interior.


—Yo también te quiero. Te he querido desde... bueno, desde que he aprendido a querer.


Después de darle otro beso Pedro se incorporó de manera que quedaron mirándose, frente a frente, abrazados en la tumbona. Le apartó un mechón de pelo de la frente.


—Cuando dejé de comportarme como un animal herido, me puse a pensar en lo que había ocurrido estos meses —dijo él—. Tal y como yo lo veo, el problema ha sido una gran cantidad de orgullo. Tú querías demostrar que podías valerte por ti misma y yo quería demostrar que podía controlar a la mujer que me ha estado robando el corazón desde que era un adolescente.


—Pero...


El le hizo callar con un beso.


—Ahora sé que los dos hemos cambiado. Me lo demostraste cuando te llevé al aeropuerto en junio. Intentaste dejarme entrar en ti, pero yo estaba demasiado dolido y era demasiado orgulloso como para comprender lo que estabas haciendo. Pero he dejado mi ego a un lado, Paula, y me gustaría quedarme contigo si me aceptas. Tengo intención de presentarme al examen final de febrero en Florida, y después buscaré trabajo. Me gustaría ser fiscal federal pero, hasta que lo consiga, trabajaré de lo que sea. ¿Crees que encajaré en tu vida aquí?


Ella sonrió y miró a su pequeña casa.


—Te diré como vamos a encajar —lo besó una vez—. Muy juntos... y perfectamente. ..



Fin





LA TENTACION: CAPITULO 43




Cuatro meses después...


El gris no era el color que mejor le iba a Roxana. 


La ex compañera de Paula salió de la sala del juzgado para cumplir su condena, y Paula se dio cuenta de que su traje y su piel habían adquirido el mismo color. A Paula no la sorprendía. 


Roxana había aceptado un trato: siete años de cárcel a cambio de su total cooperación en casos contra sus socios.


Roxana miró por encima de su hombro hacia el pasillo y su mirada se encontró con la de Paula. 


No fue una mirada amistosa, y ni siquiera de arrepentimiento. Roxana había decidido que todos sus problemas legales eran culpa de Paula, porque si ésta no hubiera mezclado los PDA, no la habrían descubierto.


Paula salió del edificio para recibir el cálido sol de Miami en el rostro. Aún le encantaba ese lugar, y sabía que podía construir una vida satisfactoria allí. Lo único que la entristecía era que iba a ser una vida en soledad.




LA TENTACION: CAPITULO 42




Diez días después...


Cuando Paula había llegado al aeropuerto de Miami, su nuevo abogado le había dicho que hablaría con el FBI, no con la policía local. Ya que se trataba de un caso de títulos al portador y tráfico de droga, el caso estaba bajo jurisdicción federal.


Los instintos de Carlos habían sido los correctos: la mujer que había estado siguiendo a Paula no era una de las socias de Roxana, sino una agente federal. Y a Paula la habían estado siguiendo durante meses sin que ella se diera cuenta.


Los tipos que había visto en la puerta de su casa ya estaban arrestados, y aquella mañana fue el primer día que pudo volver al trabajo.


Paula cerró la puerta de su despacho y llamó a Pedro, pensando que se merecía saber cómo había ido todo, después de las molestias que se había tomado. No estaba nerviosa por la llamada, ya que no esperaba encontrarlo en casa, pero al quinto tono contestó una voz masculina:
—¿Diga?


Paula se sintió tentada de colgar, pero en lugar de eso consiguió reunir el valor suficiente para decir:
—¿Pedro?


—Paula, ¿eres tú?


—Sí. Pensé... pensé que tal vez te gustaría saber cómo ha ido todo.


—Claro —contestó él después de una pausa.


Paula agarró el teléfono con fuerza y cerró los ojos. No había pensado que sería tan doloroso oír su voz de nuevo.


—Hoy han arrestado a Roxana. Por lo que ha podido averiguar mi abogado, Roxana, estaba involucrada en una operación de blanqueo de dinero, comprando y entregando títulos al portador. Además, tenía una gran deuda. Decidió quedarse con algunos títulos que supuestamente tenía que entregar, pensando que simplemente se llevaría el dinero y saldría del país. Pero no fue lo suficientemente rápida. Cuando los socios del propietario de los títulos la encontraron aquel día, ella les dijo que yo tenía los títulos al portador. Pero a las pocas horas se rindió y confesó que en realidad estaban en una caja fuerte de un almacén, pero estaba tan asustada que no recordaba la combinación, estaba en el PDA...


—Que tú te llevaste por error —intervino Pedro.


—Eso es. En cualquier caso, ahora Roxana está en la cárcel, el propietario de los títulos al portador y sus matones están arrestados y yo puedo seguir con mi vida.


—Me alegro de que estés a salvo —dijo Pedro.


—Y tú, ¿cómo estás?


—Cansado. Las clases son duras y no duermo bien.


—Yo tampoco.


—Te echo de menos —dijo él—, y no me gusta echarte de menos.


—Tal vez si vinieras a hacerme una visita...


Su oferta fue recibida con unos segundos de silencio.


—No creo que pueda hacerlo —dijo Pedro finalmente.


—Entonces, cuídate —respondió Paula, porque no había nada más que decir.


—Y tú. Adiós —y con eso, terminó la llamada.


Paula pensó que, después de todo, era hora de olvidar Dollhouse Cottage y al único hombre al que realmente había amado. Era hora de continuar con su vida.




LA TENTACION: CAPITULO 41





Cuando Paula por fin consiguió dejar de llorar, marcó el número de su padre en Londres. No le emocionaba hacer la llamada, pero no había mejor forma de encontrar un abogado criminalista. Claramente, Pedro había dejado de ser un recurso.


Habló con su padre y le contó cómo había conseguido hacer de su vida un desastre en menos tiempo del que necesitaba para elegir el color del esmalte de uñas. Él fue bastante atento, teniendo en cuenta que lo había despertado en mitad de la noche. Incluso se ofreció a volar a casa inmediatamente, pero ella le pidió que no cambiara sus planes; ahora que tenía ayuda con el abogado, podría manejar la situación.


Al día siguiente dejaría su coche en la casa del lago de sus padres y le pediría a uno de los oficiales de Carlos que la llevara al aeropuerto Grand Rapids, desde donde volaría a Miami. Allí estaría esperándola el abogado que su padre había contratado.


Después entregaría en PDA de Roxana a la policía de Miami y Paula prestaría declaración.


Permaneció en la cama de Pedro sin apenas dormir hasta las cinco de la mañana, y a esa hora se levantó. Carlos llegó a las siete, diciendo que la llevaría al aeropuerto él mismo. Cuando ella preguntó por Pedro, lo único que Carlos le dijo fue: «vas a tener que darle algo de tiempo».


Ya habían metido la maleta de Paula en el maletero de Carlos cuando apareció Pedro conduciendo su coche. Había pasado la noche en el antiguo granero de Carlos, convertido en un pequeño refugio. El corazón de Paula dio un vuelco, pero inmediatamente después se detuvo al ver la expresión de Pedro.


—Yo la llevaré —le dijo a Carlos.


—¿Estás seguro? —le preguntó él, observándolo con detenimiento.


—Sí.


Cambiaron la maleta de Paula al vehículo de Pedro, y ella se preparó para la que iba a ser la hora y media más larga de su vida. Después de veinte minutos de camino, por fin encontró el valor para hablar.


—No quiero dejar así las cosas entre nosotros —le dijo—. No puedo soportar sentir que me odias.


Pedro se quedó en silencio por un momento y después contestó:
—Paula, yo no te odio. Simplemente...


Ella sabía qué venía a continuación.


—No lo digas —no podría soportar escuchar que no la amaba—. Pero tal vez podría explicarte por qué me he comportado de esta manera.


—De acuerdo —contestó él simplemente.


—Cuando aún estaba creciendo, en la familia Chaves nada era incondicional, especialmente el amor. ¿Recuerdas el accidente que tuve a los dieciséis años? —él asintió con la cabeza—. Mi padre estaba furioso, y después de aquello intenté ganarme su amor a toda costa. Lo involucraba en cualquier decisión que tomaba. Seguía cada una de sus reglas, hasta pensar que me volvería loca, y después siempre terminaba haciendo algún acto de rebeldía. Por supuesto, después de cada rebelión, volvía a acceder a los planes de mi padre, y así casi terminé casándome con Wilson. Cuando me di cuenta de que iba a conseguir hacer infelices a dos personas en vez de a una sola, decidí acabar con aquello. Fue muy drástico, pero lo conseguí.


—Me alegro, pero no termino de comprender qué tiene que ver eso con lo que ha ocurrido esta semana —dijo Pedro.


—Cuando decidí que necesitaba valerme por mí misma, supongo que lo hice con la misma pasión que solía poner en ser la más devota seguidora de mi padre. En realidad nunca había pensado en ello hasta anoche, cuando te fuiste, pero ahora lo entiendo. Apartándote de mi vida, lo único que hice fue demostrar que me había movido demasiado lejos en la otra dirección. No quería que pensaras que seguía siendo la Paula débil que conociste. Ya eso hay que añadir el miedo que tenía de que, si te involucrabas conmigo, de alguna manera yo podría echar por tierra tus posibilidades de conseguir el trabajo de tus sueños. Y ahí lo tendríamos, otro típico desastre de Paula. De verdad que lo siento muchísimo.


Él asintió.


—Gracias. Y yo siento haberte espiado. Fue un gran error.


Paula tomó aire, reuniendo el valor necesario para continuar.


—Así que supongo que lo que necesito saber ahora es si puedes amarme, con todos mis defectos. Porque yo te amo.


—Paula... —Pedro sacudió la cabeza—. Demonios, esto es muy difícil. Te quiero, pero no puedo vivir contigo. Nunca he caído tan bajo como para espiar a alguien, y eso me asusta. No sé quién soy cuando estoy contigo.


La quería, pero...


Más amor incondicional.


—Entiendo —dijo Paula, y centró su atención en la ventanilla. No volvió a hablar, excepto para decirle a Pedro con qué compañía volaba.


Él se ofreció a acompañarla a la terminal, pero ella le dijo que no era necesario. Pedro detuvo el coche junto al bordillo, apagó el motor y sacó la maleta de Paula del maletero.


—¿Puedo darte un último abrazo? Lo necesito de verdad —dijo ella.


Pedro la envolvió en sus brazos y Paula sintió que el corazón le daba un vuelco cuando él la besó en la cabeza.


—Ha sido interesante, princesa. Contigo siempre es interesante.