domingo, 8 de julio de 2018

BESOS DE AMOR: CAPITULO 1




Paula ni siquiera sabía su nombre. Las capas de tul del vestido de novia de rozaban la pierna del hombre, que estaba mirándola con unos ojos negros en los que se reflejaban las luces multicolores de la sala.


—¿Tú crees que hacemos bien? —le preguntó en voz baja, con un acento de Montana.


—Sí —asintió Paula.


—Pues antes no parecías contenta.


—Ya se me ha pasado.


—¿Estás segura de que quieres hacerlo? Podríamos marcharnos.


—No puedo irme. Estoy sustituyendo a una compañera y si no lo hago, ella perdería su trabajo. Por lo visto, el maratón está en el contrato.


—Ah, entiendo —asintió el hombre.


—Estoy bien, de verdad —murmuró ella.


Pero no lo estaba. Odiaba Las Vegas y echaba de menos a su hijo, que estaba a miles de kilómetros, en Pensilvania.


Paula había conseguido interpretar el papel de Cenicienta en el espectáculo sobre hielo que hacía gira por todo el país, sustituyendo a la protagonista, que estaba enferma. Era el papel que siempre había soñado, pero el contrato incluía ciertas condiciones.


En el salón de baile del casino había fotógrafos, cámaras de televisión y extraños mirándola con expresión de deseo. Y el maestro de ceremonias la llamaba «nuestra Cenicienta sobre hielo», animando a los hombres para que pujasen por ella. Y lo hicieron. Con la cara abotargada, borrachos la mayoría de ellos.


Pero no aquel hombre, el que ganó la «subasta« por quinientos dólares. Había algo muy equilibrado en él. Sus ojos oscuros, su presencia, sus atenciones. Y cuando se pusieron uno al lado del otro, dispuestos a interpretar la charada de la boda, él apretó su mano para darle ánimos.


El cartel de neón la cegaba: Maratón de Cenicienta, decía. Gana la carroza, el palacio, la luna de miel...¡y a la novia¡


—¿Preparados? —preguntó un hombre vestido como un paje del siglo dieciocho, con peluca llena de bucles, calzones de raso y chaleco bordado.


Por primera vez, el público quedó en silencio. 


Las otras parejas estaban esperando y el maestro de ceremonias empezó a lanzar un discurso que Paula apenas escuchaba.


—...de cada una de estas bodas... la pareja que más tiempo esté casada... los ganadores se llevaran todo.


Había una bola de espejo sobre sus cabezas y la orquesta empezó a tocar una canción romántica mientras las cámaras se acercaban.


Pedro Alfonso, ¿quieres a Paula Chaves como esposa, para amarla y honrarla hasta que la muerte los separe?


Pedro Alfonso. Ese era su nombre. Paula levantó la cabeza y sus ojos se encontraron.


Y aunque sabía que no tenía sentido, que era una charada, de repente se le encogió el corazón.


Mirar aquellos ojos era como sentirse envuelta en una capa de terciopelo negro.


¿Y si pronunciase las palabras de verdad, si no fuera parte de un espectáculo televisivo?


—Sí, quiero.


Tenía la voz ronca, profunda. Y lo había dicho sin dejar de mirarla a los ojos.


Fue un momento que Paula no olvidaría jamás.




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