sábado, 7 de julio de 2018

LA TENTACION: CAPITULO 41





Cuando Paula por fin consiguió dejar de llorar, marcó el número de su padre en Londres. No le emocionaba hacer la llamada, pero no había mejor forma de encontrar un abogado criminalista. Claramente, Pedro había dejado de ser un recurso.


Habló con su padre y le contó cómo había conseguido hacer de su vida un desastre en menos tiempo del que necesitaba para elegir el color del esmalte de uñas. Él fue bastante atento, teniendo en cuenta que lo había despertado en mitad de la noche. Incluso se ofreció a volar a casa inmediatamente, pero ella le pidió que no cambiara sus planes; ahora que tenía ayuda con el abogado, podría manejar la situación.


Al día siguiente dejaría su coche en la casa del lago de sus padres y le pediría a uno de los oficiales de Carlos que la llevara al aeropuerto Grand Rapids, desde donde volaría a Miami. Allí estaría esperándola el abogado que su padre había contratado.


Después entregaría en PDA de Roxana a la policía de Miami y Paula prestaría declaración.


Permaneció en la cama de Pedro sin apenas dormir hasta las cinco de la mañana, y a esa hora se levantó. Carlos llegó a las siete, diciendo que la llevaría al aeropuerto él mismo. Cuando ella preguntó por Pedro, lo único que Carlos le dijo fue: «vas a tener que darle algo de tiempo».


Ya habían metido la maleta de Paula en el maletero de Carlos cuando apareció Pedro conduciendo su coche. Había pasado la noche en el antiguo granero de Carlos, convertido en un pequeño refugio. El corazón de Paula dio un vuelco, pero inmediatamente después se detuvo al ver la expresión de Pedro.


—Yo la llevaré —le dijo a Carlos.


—¿Estás seguro? —le preguntó él, observándolo con detenimiento.


—Sí.


Cambiaron la maleta de Paula al vehículo de Pedro, y ella se preparó para la que iba a ser la hora y media más larga de su vida. Después de veinte minutos de camino, por fin encontró el valor para hablar.


—No quiero dejar así las cosas entre nosotros —le dijo—. No puedo soportar sentir que me odias.


Pedro se quedó en silencio por un momento y después contestó:
—Paula, yo no te odio. Simplemente...


Ella sabía qué venía a continuación.


—No lo digas —no podría soportar escuchar que no la amaba—. Pero tal vez podría explicarte por qué me he comportado de esta manera.


—De acuerdo —contestó él simplemente.


—Cuando aún estaba creciendo, en la familia Chaves nada era incondicional, especialmente el amor. ¿Recuerdas el accidente que tuve a los dieciséis años? —él asintió con la cabeza—. Mi padre estaba furioso, y después de aquello intenté ganarme su amor a toda costa. Lo involucraba en cualquier decisión que tomaba. Seguía cada una de sus reglas, hasta pensar que me volvería loca, y después siempre terminaba haciendo algún acto de rebeldía. Por supuesto, después de cada rebelión, volvía a acceder a los planes de mi padre, y así casi terminé casándome con Wilson. Cuando me di cuenta de que iba a conseguir hacer infelices a dos personas en vez de a una sola, decidí acabar con aquello. Fue muy drástico, pero lo conseguí.


—Me alegro, pero no termino de comprender qué tiene que ver eso con lo que ha ocurrido esta semana —dijo Pedro.


—Cuando decidí que necesitaba valerme por mí misma, supongo que lo hice con la misma pasión que solía poner en ser la más devota seguidora de mi padre. En realidad nunca había pensado en ello hasta anoche, cuando te fuiste, pero ahora lo entiendo. Apartándote de mi vida, lo único que hice fue demostrar que me había movido demasiado lejos en la otra dirección. No quería que pensaras que seguía siendo la Paula débil que conociste. Ya eso hay que añadir el miedo que tenía de que, si te involucrabas conmigo, de alguna manera yo podría echar por tierra tus posibilidades de conseguir el trabajo de tus sueños. Y ahí lo tendríamos, otro típico desastre de Paula. De verdad que lo siento muchísimo.


Él asintió.


—Gracias. Y yo siento haberte espiado. Fue un gran error.


Paula tomó aire, reuniendo el valor necesario para continuar.


—Así que supongo que lo que necesito saber ahora es si puedes amarme, con todos mis defectos. Porque yo te amo.


—Paula... —Pedro sacudió la cabeza—. Demonios, esto es muy difícil. Te quiero, pero no puedo vivir contigo. Nunca he caído tan bajo como para espiar a alguien, y eso me asusta. No sé quién soy cuando estoy contigo.


La quería, pero...


Más amor incondicional.


—Entiendo —dijo Paula, y centró su atención en la ventanilla. No volvió a hablar, excepto para decirle a Pedro con qué compañía volaba.


Él se ofreció a acompañarla a la terminal, pero ella le dijo que no era necesario. Pedro detuvo el coche junto al bordillo, apagó el motor y sacó la maleta de Paula del maletero.


—¿Puedo darte un último abrazo? Lo necesito de verdad —dijo ella.


Pedro la envolvió en sus brazos y Paula sintió que el corazón le daba un vuelco cuando él la besó en la cabeza.


—Ha sido interesante, princesa. Contigo siempre es interesante.




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