lunes, 21 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 27




—Aún no sé lo que haré —declaró Paula, al cabo de unos segundos—. No estoy segura de haber entendido bien el trabajo.


Pedro pensó que estaba mintiendo. 


Normalmente, Paula no necesitaba que le explicaran dos veces la misma cosa. Era evidente que le pasaba algo.


—¿De verdad? Bueno, en tal caso intentaré ser más claro. ¿Al leer la obra de Steinbeck, no has reconocido a alguien, a algún amigo, conocido o familiar, en alguno de los personajes? ¿No has sentido algo especial en alguna escena? Si lo has hecho, es posible que hayas identificado la situación con alguna experiencia, tal vez personal.


La expresión de asombro de Jesica llamó la atención de Pedro.


—¿Qué ocurre, Jesica? ¿Quieres compartir algo con el resto de la clase?


—Bueno, yo...


—Venga, suéltalo. Toda idea es bienvenida. ¿Has identificado alguna situación de la novela con algo personal?


Jesica asintió.


—Mi padre se quedó sin empleo el año pasado, aunque ha encontrado otro hace poco tiempo. Sin embargo, mientras leía el libro pensé en él. La historia de Tom Joad y de los otros personajes que buscaban trabajo hizo que pensara en lo que se siente cuando estás en el paro, en lo que sentía mi padre. Pero no sé si podría escribir sobre ello.


Pedro sospechaba que tenía miedo de avergonzar a su padre.


—Bueno, puedes limitarte a comparar los problemas que tenían los trabajadores en la época de la depresión, a la hora de encontrar un trabajo, con los que tienen ahora. Porque estoy seguro de que tu padre no se quedaría sentado a esperar que lo llamaran.


—No, claro que no. Envió muchos currículums y hasta se puso en contacto con varias empresas a través de Internet. Pero tienes razón... sí, podría preguntarle al respecto. Vaya, ahora que lo pienso puede ser un trabajo interesante.


Pedro sonrió.


—¿Lo ves? Ya has entendido el trabajo. Alguna otra pregunta?


Varios alumnos levantaron las manos. La reacción de los alumnos animó a Pedro. Su trabajo merecía la pena, precisamente, por eso. Era lo único que justificaba las aburridas horas que pasaba corrigiendo exámenes, las interminables reuniones con la administración o las horas y horas perdidas ante alumnos apáticos o insolentes.


De todas formas, no hablaron todos los estudiantes. Y uno de los silencios más notables fue el de Paula. Pero Pedro estaba muy contento, porque sabía que había
despertado el interés de los chicos. Cuando miró su reloj, comprobó que sólo quedaban cinco minutos para que sonara el timbre.


—Bueno, no os olvidéis del trabajo. Tenéis dos semanas para hacerlo. Yo os ayudaré con la composición, pero el contenido es asunto vuestro. ¿Comprendido?


Tony levantó una mano.


—Quería recordarte que la semana que viene estaré fuera tres días.


La sonrisa de Pedro se desvaneció. Tony tenía que visitar varias facultades que le había ofrecido un puesto en sus equipos deportivos. A Pedro no le agradaba la obligada ausencia de la estrella deportiva, pero sabía que era algo importante para él.


—Lo sé. Pero, ¿a dónde quieres llegar?


—El nuevo trabajo me va a llevar más tiempo que el anterior. Y tengo que hacer dos trabajos más para otras asignaturas antes de marcharme, así que...


Pedro no estaba dispuesto a ceder en ese asunto. Sobre todo porque la vida académica en la universidad sería aún más dura para Tony.


—En tal caso será mejor que empieces de inmediato. Para el martes que viene quiero un borrador de tu trabajo en mi escritorio.


—¿No podríamos hablar después de clase?


—No hay nada que discutir al respecto, Tony. Tus habilidades deportivas no sirven para que tengas privilegios especiales en clase. Si no entregas el trabajo, tendrás que atenerte a las consecuencias.


El sonido del timbre interrumpió la discusión. Tony se levantó y salió de clase como el resto de sus compañeros.


Pedro intentó encontrar a Paula con la mirada. 


Aún no había salido, así que se dirigió a ella.


—Sabrina, ¿puedo hablar contigo un momento?


—Lo siento. Llegaré tarde a la próxima clase.


—Te escribiré una nota. Por favor, no tardaré demasiado.


Paula asintió a regañadientes y cruzó los brazos por encima de sus senos. Pedro estaba acostumbrado a ver a chicas atractivas en clase, pero aquella era una mujer de veintisiete años, y por si fuera poco, Paula. La diferencia era bastante importante.


—Bueno, ¿qué querías decirme? —preguntó Paula, ante el silencio de Pedro—. No tendrías que estar hablando conmigo, sino con Tony. Es el único que tiene un problema.


—Si hablara con él, sólo conseguiría que los dos perdiéramos el tiempo. Lo que he dicho iba en serio. No puede tener privilegios especiales.


—Pero ha trabajado muy duro para obtener esa beca en la universidad. Ten en cuenta que tiene que estudiar tanto como los demás alumnos y, además, entrenarse. El viaje que va a hacer la semana que viene es la culminación de sus sueños, y tú tendrías que entenderlo mejor que nadie. De vez en cuando hay que ser flexibles y romper las normas.


—Tony ha elegido una forma de vida que puede ser dura, desde luego, pero tendrá que acostumbrarse.  Especialmente, porque nadie hará excepciones con él en la vida real, cuando salga del instituto.


—Vaya... ahora lo comprendo.


—¿A qué te refieres?


—Estás celoso.


—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.


—Es verdad, estás celoso. Sientes celos de un chico que está a punto de alcanzar sus sueños, porque tú no lo has hecho. Sientes celos de todos los alumnos porque son jóvenes y libres, porque pueden divertirse, cosa que tú no pudiste hacer a su edad. Por eso te empeñas en mantener tus normas, por rígidas que sean.


Pedro rió.


—Sí, claro. En realidad, no quiero que salgan preparados del instituto. Todo lo que hago, lo hago por celos. Un análisis muy interesante, aunque algo irracional —declaró con ironía—. Pero dime una cosa, ¿por qué crees que he cambiado de idea con el trabajo sobre la obra de Steinbeck?


—No sé lo que quieres decir.


—Lo sabes de sobra. Normalmente tengo que esforzarme para que cierres la boca, y hoy no has dicho nada, a pesar de que me habría venido muy bien tu participación. ¿Qué te ocurre?


Paula se encogió de hombros.


—Tengo un mal día, eso es todo. No me apetecía hablar.


—¿Ha ocurrido algo que te haya asustado? ¿Alguien ha estado haciendo preguntas a Donna otra vez?


—El único que se dedica a revolotear alrededor de Donna eres tú —espetó con ironía.


Paula se volvió y se dirigió a la salida, pero Pedro la interceptó.


—Apártate de mi camino —ordenó ella.


Pedro sabía que cualquiera que se asomara a la puerta podría verlos, poniendo el peligro su reputación, pero no le importó demasiado.


—¿Qué quieres decir con eso?


—Como si no lo supieras. Pero será mejor que dejemos esta conversación. Donna no merece que hablemos a sus espaldas.


Pedro se puso tenso.


—¿Se puede saber qué te ha dicho Donna sobre nuestra relación?


—Nada. Eso es asunto vuestro. No nos dedicamos a discutir vuestra vida amorosa.


—¿Vida amorosa? —preguntó, mientras se metía las manos en los bolsillos—. No hay ninguna vida amorosa. Somos amigos, eso es todo. Desde el principio he dejado bien claro que no quiero mantener ninguna relación. Si te ha dicho otra cosa, ha mentido.


—Pero...


—¿Pero qué, maldita sea? ¿Qué es lo que crees que sabes?


—La hermana de una alumna dice que vio que un hombre de pelo oscuro salía de la casa de Donna el sábado pasado, hacia las tres de la madrugada. Y se dice que eras tú.


—¿Y tú crees en los rumores?


Paula bajó la mirada, avergonzada.


—El sábado pasado llevé a Donna a ver una película, y luego nos tomamos un café en su casa, pero me marché hacia las once y media. No sé si salió un hombre de allí a la hora que dices, pero no era yo. Me crees, ¿verdad?


—Donna es una mujer muy atractiva. ¿Y me estás diciendo que en todo este tiempo no habéis hecho nada?


Pedro no se dignó a contestar. Ya le había explicado que no mantenía una relación seria con su amiga, de modo que caminó hacia el escritorio para recoger su libreta.


—Lo siento mucho, Pedro —dijo Paula, de repente—. No debí prestar atención a los rumores. Pero el otro día vi cómo os besabais y...


Paula se dio cuenta de lo que estaba diciendo y no terminó la frase. Sin embargo, ya era demasiado tarde.


—¿Cómo? ¿De qué estás hablando, Paula?


Paula no respondió.


—¿Cuándo dices que nos viste?


Paula se había metido en un callejón sin salida y no tenía más remedio que responder.


—La otra noche, en el vado de la señora Kaiser.


—¿Quieres decir que nos estabas espiando? —preguntó con incredulidad.


—No, yo... estaba dando un paseo y vosotros llegasteis en el preciso momento en que yo pasaba por delante de la puerta. No quería molestaros, así que...


—Así que te escondiste y nos espiaste —la interrumpió—. ¿Y se puede saber por qué lo hiciste?


—Ya te lo he dicho, yo no quería...


—Ya, ya sé, no querías molestar —dijo con ironía—. De modo que viste que nos besábamos y llegaste a la conclusión de que me estaba acostando con ella. Una lógica un poco apresurada, ¿no te parece?


—Vamos, Pedro, la besaste con apasionamiento.


Pedro sonrió.


—Ahora lo entiendo. Estás celosa...


Paula palideció.


—Te has vuelto loco.


—¡Estás celosa! —rió él.


Paula estaba tan incómoda con la situación que giró en redondo y salió de allí a toda prisa. Pedro la observó desde la puerta de la clase, sonriendo.


Resultaba evidente que no le gustaba que saliera con Donna. No sabía lo que podía hacer con semejante información, pero tenía que hacer algo, aunque las interesantes posibilidades que se abrían ante él no conseguirían colmar sus sueños. Para soñar tenía que dormirse antes, y sospechaba que aquella noche no lograría conciliar el sueño.



domingo, 20 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 26





Aquella tarde, poco después de comenzar la clase a la que asistía Paula, Pedro anunció algo que sorprendió a los alumnos.


—Os recuerdo que, según el plan inicial de estudios, tenéis que hacer un examen muy importante dentro de dos semanas.


Los estudiantes lo miraron con desagrado, y algunos protestaron, pero Pedro continuó hablando.


—Pues bien, ya no lo vais a tener. Ahora bien —añadió, para que su júbilo no fuera demasiado lejos—. Antes de que os pongáis a celebrarlo, tengo un nuevo trabajo para vosotros.


Pedro se levantó de la silla, sacó un montón de papeles y los pasó a los chicos que estaban en las primeras filas para que se los fueran pasando a sus compañeros.


Había pensado mucho sobre la asignatura desde el día en que Paula se había enfrentado a él a propósito de la interpretación que había dado a un capítulo de Las uvas de la ira, y había decidido cambiar de estrategia para que los chicos desarrollaran mejor sus posibilidades.


De hecho, estaba deseando saber cómo lo encajarían. Miró a Paula, como para adivinar su reacción, y comprobó que estaba más pálida que de costumbre, y algo nerviosa, como si estuviera asustada. Se preocupó de inmediato, pero había visto a Donna el sábado anterior y no le había mencionado nada preocupante sobre su seguridad.


—Bueno, como podéis ver vamos a intentar algo nuevo —declaró—, algo más interesante que lo habitual. Quiero que os fijéis en el medio en que vivís, en el colegio, en vuestras casas o en vuestras comunidades, y que os concentréis en una persona o en un aspecto de la sociedad. Luego tendréis que comparar el personaje o aspecto que hayáis elegido con un personaje o con un aspecto social de los descritos en Las uvas de la ira.


Los alumnos lo miraron sin demasiado entusiasmo, de modo que Pedro continuó.


—Os he dado unas cuantas ideas, pero sólo a título orientativo; no tenéis que ceñiros a ellas. De hecho, espero que hagáis vuestras propias interpretaciones, que penséis por vuestra cuenta, no que repitáis las opiniones de los demás.


Pedro volvió a mirar a Paula. Esperaba que aquel cambio fuera de su agrado, pero Paula parecía ausente, y se sintió muy decepcionado.


—¿Alguna pregunta? ¿Sí, Jesica?


—No lo entiendo —respondió la chica.


—¿Qué es lo que no entiendes?


—Nada de nada. ¿No podríamos seguir con el antiguo trabajo? Me parecía más comprensible que éste.


—Sí, Jesica tiene razón —declaró Tony.


—Esto es demasiado difícil —dijo un tercero.


—¿Por qué lo has cambiado? —preguntó Kim.


Pedro estaba a punto de caer derrotado, pero en aquel instante Beto alzó la mano.


—Adelante, Beto.


—Yo prefiero el nuevo trabajo. Si lo hacemos, ¿nos subirás la nota?


Beto demostraba tanto entusiasmo que Pedro desconfió.


—¿De verdad te gusta?


—Claro. Mi abuela conoció a mi abuelo en McAllen, mientras trabajaba en la vendimia. Eran emigrantes, como muchos personajes de los que aparecen en la obra.


—Comprendo.


—Pues bien, he hablado con ella, le he hecho algunas preguntas sobre su vida y me ha contado historias geniales. Creo que algunas de esas historias serían perfectas para este trabajo —explicó Beto, con cierta ansiedad—. Es lo que quieres que hagamos, ¿verdad?


Pedro estaba tan contento que no pudo evitar sonreír.


—Es exactamente lo que pretendía —declaró con entusiasmo—. Es una idea muy interesante, Beto. Y en cuanto a lo que has dicho sobre la nota, no os subiré la nota general de la asignatura. Pero alégrate: es posible que tu trabajo sea el mejor de toda la clase.


Pedro miró a su alrededor, esperando que alguien añadiera alguna cosa más.


—¿Y bien? ¿Alguien tiene más ideas?


Nadie dijo nada, así que Pedro miró a la única persona con la que podía contar para mantener un debate en cualquier momento, a la única alumna que siempre expresaba sus opiniones.


—¿Qué te parece el trabajo, Sabrina?


Por primera vez desde la hora de comer, Paula miró a Pedro directamente. Y cuando lo hizo, se quedó en blanco.



BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 25




Paula empujó la bandeja sobre las barras de hierro del autoservicio del instituto. Tras seis semanas de hacer cola en el comedor, podía encontrar lo que deseaba con los ojos cerrados. Pero aquella tarde decidió cambiar de plato; unas calorías extra, siendo lunes, no importarían demasiado.


Cuando llegó a la caja, sacó la cartera para pagar.


—Vaya, hoy no has elegido pavo.


—Qué inteligente. Creo que sé distinguir entre el pavo y la ternera.


Rogelio se ruborizó de inmediato, y Paula corrió a disculparse.


—Lo siento, Rogelio, he tenido un mal día, pero no me hagas caso.


Rogelio le dio el cambio.


—Descuida. Yo tengo muchos días malos.


—¿Cuándo libras, Rogelio?


—Los viernes —respondió el chico, con una sonrisa—. Me preguntaba si lo habrías notado.


—¿Bromeas? ¿Cómo quieres que no note esa sonrisa? Laurie tendrá que tener mucho cuidado contigo si no quiere que te cace otra —dijo Paula, refiriéndose a la nueva novia de Rogelio.


Paula se alejó de la caja, muy contenta. Rogelio tenía mucho mejor aspecto; había ido a un dermatólogo y su cara ya no estaba cubierta de acné. En realidad, ella había tenido algo que ver en el asunto. Sospechaba que la timidez del chico se debía a un problema tan trivial como ese, de modo que había hablado con Donna, quien a su vez se había puesto en contacto con los padres del chico.


Se dirigió a la mesa, para comer, intentando no pensar en Pedro. Pero el profesor se encontraba a cierta distancia, apoyado en una pared. Hizo un esfuerzo para no mirarlo, pero fracasó y sus miradas se encontraron. Fue como si hubiera sentido una descarga eléctrica, algo muy poderoso que no podía controlar. Sin embargo, Pedro apartó la mirada casi de inmediato.


Paula pensó que siempre la apartaba. Y una y otra vez, se decía que lo había imaginado todo, que el brillo de deseo que había creído notar en sus ojos no existía.


Había observado con detenimiento a Donna y había notado que hacía lo posible por estar cerca de él, pero Paula no había intervenido. Sencillamente, tenía la impresión de estar muriendo, poco a poco, cada día. Era incapaz de contener el deseo que dominaba su cuerpo conquistándolo inexorablemente.


Pero no quería pensar en eso, de modo que siguió avanzando hacia la mesa. Tres meses más y se habría marchado del instituto, aunque pensó que en cierto modo lo echaría de menos, sobre todo cuando sus compañeros la saludaron, con el entusiasmo de costumbre.


—Vaya, vaya —dijo Eliana, mirando la bandeja de Paula—. Llevas tantas calorías en ese plato que debe pasarte algo terrible.


Un mes antes, Eliana no habría dado ninguna importancia a la comida. Pero ahora hacía lo posible por controlarse.


—Ya veo que he creado un monstruo —dijo Sabrina—. Pero has acertado, algo va mal. Por el camino me he topado con Bruce.


Paula se había tropezado con Bruce, literalmente, en el corredor.


—¿Y qué quería? —preguntó Carolina.


—Quería que supiera que da una fiesta el viernes. Dijo que estarías allí, pero que sus padres no estarían presente.


Carolina se ruborizó.


—Sólo le dije que lo pensaría.


—En tal caso, no hay problema. Porque si piensas en ello, no irás.


Paula había desarrollado un profundo aprecio por Carolina, al margen de la preocupación que sentía por el simple hecho de ser la hermana de Pedro. No habían salido juntas otra vez, pero charlaban muy a menudo en el instituto, o por teléfono.


—De todos modos, sospecho que no nos lo has contado todo —intervino Eliana—. ¿Qué más te ha dicho?


—Lo típico en un idiota como él. Nada que no pueda manejar.


Eliana sabía que Bruce se metía con Sabrina cada vez que podía. Pero no sabía que la fuerza física y la hostilidad de Bruce inquietaban a Sabrina más de lo que estaba dispuesta a aceptar. Acababa de definirlo, con palabras bastante exactas, lo que pensaba hacer con Carolina, y Paula había tenido que esforzarse para contener su ira. Aquel individuo era perfectamente capaz de aprovecharse de Carolina para hacerle daño a ella, y lo sabía.


—Sabrina.. —dijo Janice, desde el otro lado de la mesa—. ¿Es cierto que hoy se reúne el comité de festejos?


—Creo que se reúne mañana. ¿Por qué lo dices?


—Porque Wendy quiere que hagan una fiesta temática, y que todos vayamos disfrazados de Barbie y Ken. Espero que te opongas, porque me niego a hacer el ridículo de esa forma.


Paula rió, al igual que el resto de sus compañeros.


—No sé si servirá de algo mi oposición, pero lo intentaré.


—He oído que a Wendy le gustaría ser Barbie por una noche, y que espera que Tony haga de Ken —rió Derek—. Hasta han comentado que los alumnos que quieran podrán hacerse una foto con ellos. Como si fueran celebridades, o algo así.


Carolina rió.


—Preferiría fotografiarme con una rata —espetó Eliana.


—No sé, tal vez estamos siendo algo groseros —declaró Beto—. Sería una buena oportunidad para estar junto a una rubia atractiva. ¿Quién sabe? Es posible que tuviera suerte.


—Si recuerdo bien la anatomía de una Barbie, necesitarás algo más que suerte —dijo Fred—. A esa muñeca le falta de todo, arriba y abajo. Necesitaría una buena operación de cirugía estética. Pero, ¿qué os parece si nos olvidamos de ese asunto? Me aburren las conversaciones sobre fiestas. Venga, que alguien cambie de conversación.


Derek decidió hacerle caso y cambió de conversación.


—He oído que Alfonso se acuesta con Donna Kaiser —declaró, mientras se llevaba un buen trozo de pan a la boca.


Paula se quedó sin aliento.


—¿Por qué me miráis de ese modo? —preguntó Derek.


—Porque hablar con la boca llena no es de buena educación. Caramba, tío, tienes que mejorar un poco tus modales —dijo Beto, haciendo un gesto hacia Carolina. Derek lo comprendió enseguida.


—Oh, vaya, lo siento, Carolina. A veces olvido que Alfonso es tu hermano. Como nunca hablas de él...


—Lo sé, no te preocupes. Es cierto que está saliendo con Donna, pero no es nada serio. ¿Quién te ha dicho que se acuestan?


—Lisa Meyer. Tyler Wilkes le dijo a Lisa que Karen Polk le había dicho que su hermana mayor vive en el barrio de Donna Kaiser. Al parecer, la hermana de Karen vio un hombre que salía de su casa a las tres de la mañana, el pasado sábado. Bueno... supongo que entonces sería el domingo. El caso es que Karen supuso que debía de ser Alfonso, puesto que Donna Kaiser siempre está coqueteando con él.


Paula había perdido el apetito. Donna decía que intentaba evitar a Pedro en el instituto, porque sabía que a la dirección no le gustaban ciertas cosas. De hecho, a menudo se quejaba de lo difícil que era mantener las distancias; pero resultaba evidente que no estaba haciendo un buen trabajo.


Pero ya no importaba. Las palabras de Derek habían destrozado las últimas esperanzas que albergaba. Ahora sabía que la relación de Donna y Pedro iba en serio, y no podía esperar que el profesor demostrara el menor interés por ella.



BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 24




Pedro observó a Donna, que sonrió a modo de despedida y subió a su vehículo para dirigirse a casa. Al cabo de unos segundos, su coche había desaparecido en la distancia.


Pero el profesor no se movió. Se volvió y miró el portalón de hierro. Todo estaba oscuro, y no podía ver la casa de invitados, en la que se encontraba Paula. Suponía que estaría durmiendo tranquilamente, ajena a su proximidad, ajena a la frustración que sentía.


Se sentía culpable. Había utilizado a Donna para no pensar en Paula, aunque también había intentado corregir el error advirtiéndole que no quería mantener una relación seria con nadie. 


Era una excusa tan vieja como evidente, pero Donna la había aceptado con suma elegancia. 


Tal vez, con demasiada.


De hecho, lo había encajado tan bien que estaba seguro de que Donna no lo había tomado en serio. Seguramente había pensado que muchos hombres decían cosas similares al principio de sus relaciones, y que más tarde cambiaban de opinión.


Se maldijo a sí mismo y entró en su utilitario. 


Después, cerró la portezuela y apoyó la cabeza en el volante. Pensó que todo lo que estaba ocurriendo era culpa suya. De haberse limitado a darle un beso de buenas noches, rápido y sin apasionamiento, no habría ocurrido nada. Pero no lo había hecho. Había querido demostrarse a sí mismo que era capaz de sentir deseo por otra mujer, además de Paula, y se había entregado al cien por cien. Donna era una mujer muy bella, pero a pesar de ello sólo había sentido una ligera calidez. No se parecía nada a lo que había experimentado con Paula, con una simple caricia.


Pedro arrancó el vehículo y se dijo que, en cualquier caso, ya no importaba. Paula ya mantenía una relación con otro hombre, que la esperaba en Dallas, con un hombre llamado Marcos. En menos de cuatro meses habría declarado en el juicio y volvería a casa.


No podía hacer nada. Así que se dijo que todo iría bien si conseguía mantener las distancias hasta entonces.




sábado, 19 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 23




Fiel a su palabra, Paula se despidió de Carolina y se marchó de la casa de los Alfonso a las diez en punto. A las diez y media estaba entrando en la casa de invitados de los Kaiser, y a las once se había metido en la cama como una buena chica.


Mientras miraba al techo, pensó en los tensos minutos que había vivido en el vestíbulo de la casa de Pedro.


No sabía qué la había hecho más infeliz, si el atractivo aspecto de Pedro, que parecía salido de una revista de modelos, o la belleza de su amiga. Pero no podía negar que estaba celosa. Le había costado mantener la compostura, pero lo había hecho, aunque había cometido el error de mirar una última vez antes de entrar en la casa; y cuando vio que Pedro ponía una mano en la espalda de Donna, se sintió desfallecer.


Sin embargo, no podía culparlo por ello. La culpa era enteramente suya. Donna le había pedido que no saliera de la casa, pero ella se había empeñado y ahora era víctima de su obstinación y de su estupidez.


Se apoyó en un codo, colocó la almohada y se volvió a tumbar. Había ido a ver a Carolina porque quería conocer la casa de Pedro, y porque sentía curiosidad por su madre. 


Quería conocer el lugar en el que escribía sus guiones, y sobre todo quería tener otra ocasión de verlo.


No obstante, también lo había hecho por su hermana; resultaba evidente que estaba aburrida, y no quería que su rebeldía la empujara a hacer algo estúpido.


La cita de Donna y Pedro la había alterado tanto que decidió pensar en otra cosa. Y no encontró mejor tema que Valeria Alfonso.


Era una mujer insufrible. Había entrado en la cocina poco después de que lo hicieran Carolina y ella, y desde entonces no había dejado de darle órdenes. Se metía con la joven por cualquier cosa, y parecía un sargento en un campamento militar.


Paula había tenido que morderse la lengua varias veces para no interferir, porque no quería avergonzar aún más a Carolina, así que decidió desviar la atención de Valeria haciendo algunos comentarios positivos sobre la cocina. 


Cinco minutos más tarde se encontró devorando todo tipo de dulces. Un simple cumplido había bastado para que el gesto de irritación de Valeria se transformara en una mirada dulce y relajada. Y la madre de Carolina empezó a hablar de cocina como si cocinar fuera lo más importante del mundo.


Paula sintió una intensa angustia al pensar en Carolina. Valeria había sido muy amable con ella, pero no había dedicado ni una sola palabra cariñosa a su hija en toda la noche.


En aquel momento, tuvo la impresión de que alguien acababa de cerrar la portezuela de un coche. Pero no sabía si lo había imaginado. Además, era demasiado pronto y no creía que Donna y Pedro ya hubieran regresado. Suponía que estarían bailando en algún local, o tomando una copa, o haciendo algo más placentero en la habitación de un hotel.


Desesperada con el curso de sus pensamientos, pensó que sería mejor que dejara de contemplar el techo. Si seguía haciéndolo, corría el peligro de volverse loca. Así que decidió preparar un té para tranquilizarse un poco.


Se levantó de la cama y abrió la puerta del dormitorio. El salón estaba muy oscuro, y tropezó con la mesa mientras se dirigía a la cocina. Cuando llegó, encendió la luz.


La idea de tomar un té ya no le parecía tan interesante. 


Estaba harta de tomar infusiones para relajarse, harta de permanecer encerrada; así que tomó la chaqueta que había dejado sobre una silla y caminó hacia la puerta principal.


Necesitaba un poco de aire fresco, necesitaba pasear un rato para aclarar sus ideas. Así que abrió la puerta y salió al exterior. Todo estaba muy tranquilo. No se oía ningún ruido, nada que pudiera molestar a la anciana señora Kaiser. Pero cabía la posibilidad de que Pedro y Donna se encontraran en el vado, de modo que decidió evitar aquella zona de la propiedad.


Se abrochó la chaqueta y contempló las estrellas. Hacía frío, y como había salido descalza consideró la posibilidad de volver a entrar en la pequeña casa. Pero entonces oyó que alguien reía, y avanzó hacia el lugar del que procedía el sonido. Segundos después se encontró a escasa distancia del portalón de la propiedad, y decidió esconderse detrás de un arbusto.


No era la primera vez que hacía algo así. No era la primera vez que se escondía, en plena noche, y que veía a dos personas. Pero la vez anterior había contemplado un asesinato, y ahora contemplaba una escena que alimentó aún más sus celos.


Pedro y Donna estaban de pie, junto a un vehículo. Donna se había apoyado en uno de los costados del coche, y Pedro permanecía a un par de metros de distancia. Hablaban en voz baja y Paula no pudo entender lo que decían, pero el tono le pareció bastante íntimo.


Imaginó que estaban en el preámbulo del típico beso de buenas noches, observando el protocolo de una cita con un poco de conversación, unas cuantas sonrisas, y tal vez algún contacto inocente.


Donna rió en determinado instante y tiró de la solapa de la chaqueta de Pedro, en un evidente gesto de seducción. En aquel instante, Paula odió a su preciosa amiga casi tanto como a sí misma. No podía soportar la visión de la escena, pero tampoco podía alejarse.


Justo entonces, tomó una decisión. Si el beso era largo y apasionado, sería buena y se alejaría de ellos. Pero si era corto y delicado, lucharía por Pedro. Le diría que Marcos era cosa del pasado y se dejaría llevar por la atracción que sentía.


Donna y Pedro dejaron de hablar. Su amiga se acercó a Pedro, y el profesor avanzó hacia ella. 


Entonces, Donna alzó la cabeza y Pedro la bajó ligeramente, pero no se movió. En aquel instante, Paula pensó que sus sospechas eran ciertas; pensó que Pedro se sentía atraído por ella y que no podía reaccionar con deseo ante ninguna otra mujer.


Pero, de repente, Pedro bajó la cabeza. Paula cerró los ojos para no verlo y se dio la vuelta. 


Después, se alejó del lugar con cuidado de hacer ruido, aunque suponía que de todos modos no la habrían oído.


Cuando llegó a la casa, abrió la puerta, entró y cerró con llave. Cinco minutos más tarde estaba en la cama, como una buena chica. Estaba a salvo, pero no se podía decir que fuera, precisamente, feliz.