sábado, 19 de mayo de 2018
BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 23
Fiel a su palabra, Paula se despidió de Carolina y se marchó de la casa de los Alfonso a las diez en punto. A las diez y media estaba entrando en la casa de invitados de los Kaiser, y a las once se había metido en la cama como una buena chica.
Mientras miraba al techo, pensó en los tensos minutos que había vivido en el vestíbulo de la casa de Pedro.
No sabía qué la había hecho más infeliz, si el atractivo aspecto de Pedro, que parecía salido de una revista de modelos, o la belleza de su amiga. Pero no podía negar que estaba celosa. Le había costado mantener la compostura, pero lo había hecho, aunque había cometido el error de mirar una última vez antes de entrar en la casa; y cuando vio que Pedro ponía una mano en la espalda de Donna, se sintió desfallecer.
Sin embargo, no podía culparlo por ello. La culpa era enteramente suya. Donna le había pedido que no saliera de la casa, pero ella se había empeñado y ahora era víctima de su obstinación y de su estupidez.
Se apoyó en un codo, colocó la almohada y se volvió a tumbar. Había ido a ver a Carolina porque quería conocer la casa de Pedro, y porque sentía curiosidad por su madre.
Quería conocer el lugar en el que escribía sus guiones, y sobre todo quería tener otra ocasión de verlo.
No obstante, también lo había hecho por su hermana; resultaba evidente que estaba aburrida, y no quería que su rebeldía la empujara a hacer algo estúpido.
La cita de Donna y Pedro la había alterado tanto que decidió pensar en otra cosa. Y no encontró mejor tema que Valeria Alfonso.
Era una mujer insufrible. Había entrado en la cocina poco después de que lo hicieran Carolina y ella, y desde entonces no había dejado de darle órdenes. Se metía con la joven por cualquier cosa, y parecía un sargento en un campamento militar.
Paula había tenido que morderse la lengua varias veces para no interferir, porque no quería avergonzar aún más a Carolina, así que decidió desviar la atención de Valeria haciendo algunos comentarios positivos sobre la cocina.
Cinco minutos más tarde se encontró devorando todo tipo de dulces. Un simple cumplido había bastado para que el gesto de irritación de Valeria se transformara en una mirada dulce y relajada. Y la madre de Carolina empezó a hablar de cocina como si cocinar fuera lo más importante del mundo.
Paula sintió una intensa angustia al pensar en Carolina. Valeria había sido muy amable con ella, pero no había dedicado ni una sola palabra cariñosa a su hija en toda la noche.
En aquel momento, tuvo la impresión de que alguien acababa de cerrar la portezuela de un coche. Pero no sabía si lo había imaginado. Además, era demasiado pronto y no creía que Donna y Pedro ya hubieran regresado. Suponía que estarían bailando en algún local, o tomando una copa, o haciendo algo más placentero en la habitación de un hotel.
Desesperada con el curso de sus pensamientos, pensó que sería mejor que dejara de contemplar el techo. Si seguía haciéndolo, corría el peligro de volverse loca. Así que decidió preparar un té para tranquilizarse un poco.
Se levantó de la cama y abrió la puerta del dormitorio. El salón estaba muy oscuro, y tropezó con la mesa mientras se dirigía a la cocina. Cuando llegó, encendió la luz.
La idea de tomar un té ya no le parecía tan interesante.
Estaba harta de tomar infusiones para relajarse, harta de permanecer encerrada; así que tomó la chaqueta que había dejado sobre una silla y caminó hacia la puerta principal.
Necesitaba un poco de aire fresco, necesitaba pasear un rato para aclarar sus ideas. Así que abrió la puerta y salió al exterior. Todo estaba muy tranquilo. No se oía ningún ruido, nada que pudiera molestar a la anciana señora Kaiser. Pero cabía la posibilidad de que Pedro y Donna se encontraran en el vado, de modo que decidió evitar aquella zona de la propiedad.
Se abrochó la chaqueta y contempló las estrellas. Hacía frío, y como había salido descalza consideró la posibilidad de volver a entrar en la pequeña casa. Pero entonces oyó que alguien reía, y avanzó hacia el lugar del que procedía el sonido. Segundos después se encontró a escasa distancia del portalón de la propiedad, y decidió esconderse detrás de un arbusto.
No era la primera vez que hacía algo así. No era la primera vez que se escondía, en plena noche, y que veía a dos personas. Pero la vez anterior había contemplado un asesinato, y ahora contemplaba una escena que alimentó aún más sus celos.
Pedro y Donna estaban de pie, junto a un vehículo. Donna se había apoyado en uno de los costados del coche, y Pedro permanecía a un par de metros de distancia. Hablaban en voz baja y Paula no pudo entender lo que decían, pero el tono le pareció bastante íntimo.
Imaginó que estaban en el preámbulo del típico beso de buenas noches, observando el protocolo de una cita con un poco de conversación, unas cuantas sonrisas, y tal vez algún contacto inocente.
Donna rió en determinado instante y tiró de la solapa de la chaqueta de Pedro, en un evidente gesto de seducción. En aquel instante, Paula odió a su preciosa amiga casi tanto como a sí misma. No podía soportar la visión de la escena, pero tampoco podía alejarse.
Justo entonces, tomó una decisión. Si el beso era largo y apasionado, sería buena y se alejaría de ellos. Pero si era corto y delicado, lucharía por Pedro. Le diría que Marcos era cosa del pasado y se dejaría llevar por la atracción que sentía.
Donna y Pedro dejaron de hablar. Su amiga se acercó a Pedro, y el profesor avanzó hacia ella.
Entonces, Donna alzó la cabeza y Pedro la bajó ligeramente, pero no se movió. En aquel instante, Paula pensó que sus sospechas eran ciertas; pensó que Pedro se sentía atraído por ella y que no podía reaccionar con deseo ante ninguna otra mujer.
Pero, de repente, Pedro bajó la cabeza. Paula cerró los ojos para no verlo y se dio la vuelta.
Después, se alejó del lugar con cuidado de hacer ruido, aunque suponía que de todos modos no la habrían oído.
Cuando llegó a la casa, abrió la puerta, entró y cerró con llave. Cinco minutos más tarde estaba en la cama, como una buena chica. Estaba a salvo, pero no se podía decir que fuera, precisamente, feliz.
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Uyyyyyyyyyyyyyy. qué macana, justo su amiga con Pedro. Ojalá no hayan concretado el beso jaja.
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