lunes, 21 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 27




—Aún no sé lo que haré —declaró Paula, al cabo de unos segundos—. No estoy segura de haber entendido bien el trabajo.


Pedro pensó que estaba mintiendo. 


Normalmente, Paula no necesitaba que le explicaran dos veces la misma cosa. Era evidente que le pasaba algo.


—¿De verdad? Bueno, en tal caso intentaré ser más claro. ¿Al leer la obra de Steinbeck, no has reconocido a alguien, a algún amigo, conocido o familiar, en alguno de los personajes? ¿No has sentido algo especial en alguna escena? Si lo has hecho, es posible que hayas identificado la situación con alguna experiencia, tal vez personal.


La expresión de asombro de Jesica llamó la atención de Pedro.


—¿Qué ocurre, Jesica? ¿Quieres compartir algo con el resto de la clase?


—Bueno, yo...


—Venga, suéltalo. Toda idea es bienvenida. ¿Has identificado alguna situación de la novela con algo personal?


Jesica asintió.


—Mi padre se quedó sin empleo el año pasado, aunque ha encontrado otro hace poco tiempo. Sin embargo, mientras leía el libro pensé en él. La historia de Tom Joad y de los otros personajes que buscaban trabajo hizo que pensara en lo que se siente cuando estás en el paro, en lo que sentía mi padre. Pero no sé si podría escribir sobre ello.


Pedro sospechaba que tenía miedo de avergonzar a su padre.


—Bueno, puedes limitarte a comparar los problemas que tenían los trabajadores en la época de la depresión, a la hora de encontrar un trabajo, con los que tienen ahora. Porque estoy seguro de que tu padre no se quedaría sentado a esperar que lo llamaran.


—No, claro que no. Envió muchos currículums y hasta se puso en contacto con varias empresas a través de Internet. Pero tienes razón... sí, podría preguntarle al respecto. Vaya, ahora que lo pienso puede ser un trabajo interesante.


Pedro sonrió.


—¿Lo ves? Ya has entendido el trabajo. Alguna otra pregunta?


Varios alumnos levantaron las manos. La reacción de los alumnos animó a Pedro. Su trabajo merecía la pena, precisamente, por eso. Era lo único que justificaba las aburridas horas que pasaba corrigiendo exámenes, las interminables reuniones con la administración o las horas y horas perdidas ante alumnos apáticos o insolentes.


De todas formas, no hablaron todos los estudiantes. Y uno de los silencios más notables fue el de Paula. Pero Pedro estaba muy contento, porque sabía que había
despertado el interés de los chicos. Cuando miró su reloj, comprobó que sólo quedaban cinco minutos para que sonara el timbre.


—Bueno, no os olvidéis del trabajo. Tenéis dos semanas para hacerlo. Yo os ayudaré con la composición, pero el contenido es asunto vuestro. ¿Comprendido?


Tony levantó una mano.


—Quería recordarte que la semana que viene estaré fuera tres días.


La sonrisa de Pedro se desvaneció. Tony tenía que visitar varias facultades que le había ofrecido un puesto en sus equipos deportivos. A Pedro no le agradaba la obligada ausencia de la estrella deportiva, pero sabía que era algo importante para él.


—Lo sé. Pero, ¿a dónde quieres llegar?


—El nuevo trabajo me va a llevar más tiempo que el anterior. Y tengo que hacer dos trabajos más para otras asignaturas antes de marcharme, así que...


Pedro no estaba dispuesto a ceder en ese asunto. Sobre todo porque la vida académica en la universidad sería aún más dura para Tony.


—En tal caso será mejor que empieces de inmediato. Para el martes que viene quiero un borrador de tu trabajo en mi escritorio.


—¿No podríamos hablar después de clase?


—No hay nada que discutir al respecto, Tony. Tus habilidades deportivas no sirven para que tengas privilegios especiales en clase. Si no entregas el trabajo, tendrás que atenerte a las consecuencias.


El sonido del timbre interrumpió la discusión. Tony se levantó y salió de clase como el resto de sus compañeros.


Pedro intentó encontrar a Paula con la mirada. 


Aún no había salido, así que se dirigió a ella.


—Sabrina, ¿puedo hablar contigo un momento?


—Lo siento. Llegaré tarde a la próxima clase.


—Te escribiré una nota. Por favor, no tardaré demasiado.


Paula asintió a regañadientes y cruzó los brazos por encima de sus senos. Pedro estaba acostumbrado a ver a chicas atractivas en clase, pero aquella era una mujer de veintisiete años, y por si fuera poco, Paula. La diferencia era bastante importante.


—Bueno, ¿qué querías decirme? —preguntó Paula, ante el silencio de Pedro—. No tendrías que estar hablando conmigo, sino con Tony. Es el único que tiene un problema.


—Si hablara con él, sólo conseguiría que los dos perdiéramos el tiempo. Lo que he dicho iba en serio. No puede tener privilegios especiales.


—Pero ha trabajado muy duro para obtener esa beca en la universidad. Ten en cuenta que tiene que estudiar tanto como los demás alumnos y, además, entrenarse. El viaje que va a hacer la semana que viene es la culminación de sus sueños, y tú tendrías que entenderlo mejor que nadie. De vez en cuando hay que ser flexibles y romper las normas.


—Tony ha elegido una forma de vida que puede ser dura, desde luego, pero tendrá que acostumbrarse.  Especialmente, porque nadie hará excepciones con él en la vida real, cuando salga del instituto.


—Vaya... ahora lo comprendo.


—¿A qué te refieres?


—Estás celoso.


—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.


—Es verdad, estás celoso. Sientes celos de un chico que está a punto de alcanzar sus sueños, porque tú no lo has hecho. Sientes celos de todos los alumnos porque son jóvenes y libres, porque pueden divertirse, cosa que tú no pudiste hacer a su edad. Por eso te empeñas en mantener tus normas, por rígidas que sean.


Pedro rió.


—Sí, claro. En realidad, no quiero que salgan preparados del instituto. Todo lo que hago, lo hago por celos. Un análisis muy interesante, aunque algo irracional —declaró con ironía—. Pero dime una cosa, ¿por qué crees que he cambiado de idea con el trabajo sobre la obra de Steinbeck?


—No sé lo que quieres decir.


—Lo sabes de sobra. Normalmente tengo que esforzarme para que cierres la boca, y hoy no has dicho nada, a pesar de que me habría venido muy bien tu participación. ¿Qué te ocurre?


Paula se encogió de hombros.


—Tengo un mal día, eso es todo. No me apetecía hablar.


—¿Ha ocurrido algo que te haya asustado? ¿Alguien ha estado haciendo preguntas a Donna otra vez?


—El único que se dedica a revolotear alrededor de Donna eres tú —espetó con ironía.


Paula se volvió y se dirigió a la salida, pero Pedro la interceptó.


—Apártate de mi camino —ordenó ella.


Pedro sabía que cualquiera que se asomara a la puerta podría verlos, poniendo el peligro su reputación, pero no le importó demasiado.


—¿Qué quieres decir con eso?


—Como si no lo supieras. Pero será mejor que dejemos esta conversación. Donna no merece que hablemos a sus espaldas.


Pedro se puso tenso.


—¿Se puede saber qué te ha dicho Donna sobre nuestra relación?


—Nada. Eso es asunto vuestro. No nos dedicamos a discutir vuestra vida amorosa.


—¿Vida amorosa? —preguntó, mientras se metía las manos en los bolsillos—. No hay ninguna vida amorosa. Somos amigos, eso es todo. Desde el principio he dejado bien claro que no quiero mantener ninguna relación. Si te ha dicho otra cosa, ha mentido.


—Pero...


—¿Pero qué, maldita sea? ¿Qué es lo que crees que sabes?


—La hermana de una alumna dice que vio que un hombre de pelo oscuro salía de la casa de Donna el sábado pasado, hacia las tres de la madrugada. Y se dice que eras tú.


—¿Y tú crees en los rumores?


Paula bajó la mirada, avergonzada.


—El sábado pasado llevé a Donna a ver una película, y luego nos tomamos un café en su casa, pero me marché hacia las once y media. No sé si salió un hombre de allí a la hora que dices, pero no era yo. Me crees, ¿verdad?


—Donna es una mujer muy atractiva. ¿Y me estás diciendo que en todo este tiempo no habéis hecho nada?


Pedro no se dignó a contestar. Ya le había explicado que no mantenía una relación seria con su amiga, de modo que caminó hacia el escritorio para recoger su libreta.


—Lo siento mucho, Pedro —dijo Paula, de repente—. No debí prestar atención a los rumores. Pero el otro día vi cómo os besabais y...


Paula se dio cuenta de lo que estaba diciendo y no terminó la frase. Sin embargo, ya era demasiado tarde.


—¿Cómo? ¿De qué estás hablando, Paula?


Paula no respondió.


—¿Cuándo dices que nos viste?


Paula se había metido en un callejón sin salida y no tenía más remedio que responder.


—La otra noche, en el vado de la señora Kaiser.


—¿Quieres decir que nos estabas espiando? —preguntó con incredulidad.


—No, yo... estaba dando un paseo y vosotros llegasteis en el preciso momento en que yo pasaba por delante de la puerta. No quería molestaros, así que...


—Así que te escondiste y nos espiaste —la interrumpió—. ¿Y se puede saber por qué lo hiciste?


—Ya te lo he dicho, yo no quería...


—Ya, ya sé, no querías molestar —dijo con ironía—. De modo que viste que nos besábamos y llegaste a la conclusión de que me estaba acostando con ella. Una lógica un poco apresurada, ¿no te parece?


—Vamos, Pedro, la besaste con apasionamiento.


Pedro sonrió.


—Ahora lo entiendo. Estás celosa...


Paula palideció.


—Te has vuelto loco.


—¡Estás celosa! —rió él.


Paula estaba tan incómoda con la situación que giró en redondo y salió de allí a toda prisa. Pedro la observó desde la puerta de la clase, sonriendo.


Resultaba evidente que no le gustaba que saliera con Donna. No sabía lo que podía hacer con semejante información, pero tenía que hacer algo, aunque las interesantes posibilidades que se abrían ante él no conseguirían colmar sus sueños. Para soñar tenía que dormirse antes, y sospechaba que aquella noche no lograría conciliar el sueño.



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