jueves, 6 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 14




Fin de semana del Día del Trabajo.


Paula se sentía asediada. Pedro y su madre, las dos personas menos razonables que conocía, la acosaban desde direcciones opuestas. Su madre insistía en que pasara, junto con el resto de la familia, el fin de semana festivo en Carolina del Norte. Pedro se empeñaba en que fueran a Hilton Head. Parecía más tenso y malhumorado que nunca.


—¿Qué te parecería que cambiáramos nuestros planes para este fin de semana? —preguntó Paula


—¡No puedes hablar en serio! No te veo desde julio. He cambiado citas para conseguirlo, ya he hecho las reservaciones en Hilton Head, y ya tengo el boleto de avión. Salgo de Nueva York dentro de unas horas. No es el momento adecuado para hablar de cambios.


—Tienes razón —admitió Paula—. Yo también esperaba con ansiedad este fin de semana. Dejemos las cosas como estaban planeadas.


Se produjo una pausa, antes de que Pedro dijera al fin:
—¿Estás segura? ¿No estarás huyendo de mí?


—No —aseguró Paula—. No es nada de eso. Estoy tan ansiosa por volver a verte como siempre.


—Entonces, todo está arreglado —indicó Pedro—. Tienes el número de mi vuelo. Asegúrate de confirmar la hora de llegada, para que no tengas que esperar en el aeropuerto de Savannah todo el día.


—Lo confirmaré —prometió Paula.


—De acuerdo, te veré esta noche, cariño. No puedo esperar —confesó Pedro.


—Hasta la vista, Pedro.


Paula colgó el auricular y se quedó inmóvil durante unos minutos, antes de reunir el valor necesario para volver a enfrentarse con su madre. Respiró profundamente y volvió a la sala, donde Lucinda Chaves estaba tomando el café de la mañana.


Paula le dijo a su madre:
—Lo siento; después de todo, no puedo cambiar mis planes.


Los ojos azules, brillaron con indignación maternal.


—Vamos, querida, no seas terca. Nada puede ser tan importante. Estoy segura de que puedes cambiarlos.


—No quiero hacerlo, mamá. Deseo ir a Hilton Head.


Después de haber estado en los brazos de Pedro, apenas podía esperar para volver asentir su abrazo. Las últimas semanas que había pasado sin él le parecieron
increíblemente vacías. ¿Cómo era posible que la ciudad en la que había vivido durante toda su vida, le pareciera de pronto solitaria? Las llamadas de larga distancia, sin importar su frecuencia, no podrán ocupar el lugar de sus caricias.


—¿Qué hay en Hilton Head que sea tan especial? —preguntó su madre.


Lucinda Chaves no estaba acostumbrada a que le llevaran la contraria, en especial, su hija mayor. Paula siempre había sido muy dócil.


—Un hombre —respondió Paula, antes de poder pensar en las consecuencias de sus palabras—. Voy allí a encontrarme con un hombre.


El rostro todavía hermoso de su madre registró la fuere impresión.


—¿Qué hombre? ¿Qué te está sucediendo, Paula?


—Nada, mamá. He conocido a alguien. Llevo un tiempo saliendo con él. Vamos a pasar el fin de semana en Hilton Head, eso es todo —se sintió orgullosa de su tono de desafío, aunque no esperaba que su madre se diera por vencida.


—¿Lo conocemos nosotros? —preguntó su madre.


—No, no es de Atlanta.


Como podría esperarse, su madre se escandalizó ante aquella noticia.


—Entonces, ¿cómo lo conociste?


—Lo conocí cuando fui a Savannah, el año pasado —explicó Paula.


—Entonces vive en Savannah—indicó su madre, aparentemente aliviada—. Conozco a algunas familias encantadoras en Savannah. Tal vez lo conozca, después de todo.


—No, mamá. El estaba allí por asuntos de trabajo. Vive en Nueva York.


—¡Santo cielo! —exclamó su madre. Se apoyó en el sofá y empezó a abanicarse sacudiendo un pañuelo. Al ver que Paula no respondía, añadió—: Entonces, tienes que llevar a ese hombre a Carolina del Norte. Eso es todo. No permitiré que salgas huyendo para tener un encuentro sórdido con un desconocido.


—El no es un desconocido para mí, y además, no existe nada sórdido —aseguró Paula, con una dignidad que denotaba que era hija de su madre—. No me importa lo que pienses, me niego a pasar el poco tiempo que tenemos para estar juntos, exhibiéndolo para que le pases revista.


La mirada de su madre era penetrante. Un mes antes, Paula habría cedido ante aquella mirada, pero las cosas habían cambiado. Desde que conocía a Pedro era más fuerte, estaba más segura de sus decisiones.


—¿Te avergüenzas de él? —preguntó su madre—. ¿No te parece que sea adecuado para una Chaves?


—¡Ese no es el problema! Es una buena persona —indicó Paula.


—Entonces, el problema somos nosotros —comentó su madre. Paula gimió.


—No seas ridícula. No me avergüenzo de nadie —apuntó Paula—. Si mi relación con Pedro se convierte en algo permanente, entonces te aseguro que lo llevaré a casa
para que puedas examinarlo hasta quedar satisfecha. Hasta entonces, llevaré las cosas a mi manera. Que tengas un fin de semana encantador, mamá. Saluda a todos de mi parte.


Paula la besó en la mejilla y salió de la habitación, antes que su sorprendida madre pudiera reaccionar. La joven no estaba segura de haber podido soportar otro ataque. Su madre era excelente para hacer sentir culpable a la gente, y Paula apenas había empezado a ponerle resistencia. 


Sólo la perspectiva de tener a Pedro para ella sola, en una playa apartada, le daba fuerzas. Se preguntó cómo reaccionaría su madre cuando le comunicara que pensaba irse a vivir a Savannah, para asistir a la universidad... y ver a Pedro cada vez que fuera posible que él viajara hasta allí.


Al fin había revisado el folleto del Savannah College of Art & Design, después de volver de Los Ángeles. En los primeros días, después de su vuelta, se sintió como si pudiera conquistar el mundo. Un segundo título universitario, en esa ocasión, en una carrera de su elección, le parecía algo magnífico. Un jueves fue a Savannah, pues tenía planeado encontrarse con Pedro allí por una noche, pero al llegar se enteró de que él había tenido que volar a Chicago. A pesar de su amarga desilusión, aprovechó su estancia allí para ir a la escuela de arte y matricularse.


De inmediato, buscó y encontró un apartamento. Le fascinó lo luminoso que era, y el antiguo mobiliario. Había planeado informar a Pedro de su decisión, cuando hablaran aquella noche, pero decidió guardar el secreto para darle una sorpresa.


Se lo diría cuando llegaran a Hilton Head. Tal vez un día fueran a Savannah, para que él pudiera ver el apartamento. Por si acaso, dejó en la nevera una botella del vino favorito de Pedro, y también algo de comida.


En el aeropuerto de Savannah, Paula paseó de un lado a otro de la sala. Habían anunciado que el vuelo llegaría a tiempo, pero ella estaba demasiado ansiosa por volver a abrazarlo, y los minutos le parecían horas.


Cuando al fin llegó Pedro, ella se quedó impresionada por su apariencia. Parecía muy cansado, y sus ojos no tenían vida, hasta que la miraron; entonces se iluminaron un poco, y sus labios dibujaron una tierna sonrisa.


—Realmente, eres una visión para mis ojos cansados —aseguró Pedro. Dejó su maleta y la abrazó. Paula se apretó contra su pecho y lo abrazó con fuerza.


—En cambio tú no tienes buen aspecto —comentó Paula y lo estudió con preocupación—. ¿Has tenido una mala semana?


—Unas semanas pésimas —respondió él, subrayando el plural. Paula se sorprendió y se sintió un poco herida, porque él no había compartido con ella sus problemas.


—No me comentaste nada cuando hablamos por teléfono —le reprochó Paula.


—Lo último que deseaba era discutir de negocios por teléfono —murmuró él—. Es una sensación adorable volverte a abrazar.


Paula tuvo de pronto una idea. Era tarde y Pedro estaba muy cansado. ¿Por qué ir a Hilton Head, cuando ella tenía ese hermoso apartamento allí?


—Salgamos de aquí y vayamos a algún sitio donde puedas abrazarme de manera apropiada—sugirió ella.


—Había pensado en abrazarte de manera no apropiada —dijo él.


—Yo también —confesó ella con entusiasmo.


En el coche, los ojos de Pedro se cerraron de inmediato. 


Al observarlo, Paula se dio cuenta de cómo luchaba para mantenerlos abiertos. El miró por la ventana y frunció el ceño.


—Este no es el camino —protestó Pedro cuando ella se dirigía hacia el centro de Savannah.


—Lo sé —respondió Paula, con la vista fija al frente.


Se produjo un largo silencio, antes que él respondiera. Pedro tenía los ojos muy abiertos y la observaba con curiosidad.


—¿Qué tienes en la cabeza, Paula Chaves?


—Ya lo verás—respondió ella, satisfecha de estimular su curiosidad. Cuando detuvo el coche frente a la vieja casa, que daba hacia una de las muchas plazas de Savannah, Pedro estaba sorprendido.


—Paula, por favor, estoy demasiado cansado para ir de visita.


—No vamos de visita —aseguró ella.


—Entonces, ¿qué es? ¿Uno de esos lugares para dormir y desayunar? Los odio. No hay suficiente intimidad.


—Confía en mí—sugirió ella—. Agarra tu maleta y sígueme.


Después de una larga pausa, durante la cual Pedro se dedicó a estudiar el extraño comportamiento de Paula, encogió los hombros con resignación y agarró su maleta. 


Paula le indicó el camino.


—¿Quién vive aquí? —preguntó Pedro, mientras observaba el edificio con ojo crítico.


—¿Te gusta? —preguntó Paula.


—Tiene mucho encanto —respondió Pedro—. ¿A quién pertenece?


—A mí —repuso ella y vio que sus ojos se abrieron sorprendidos—. A nosotros. Esto es, si tú estás de acuerdo... para cuando podamos encontramos aquí. ¿Qué opinas, Pedro? Di algo. 


Una sonrisa apareció en sus labios.


—¿Has comprado esto? —preguntó Pedro


Ella negó con la cabeza.


—Lo alquilé. Es barato. Lo arreglaron un poco, pero todavía hay trabajo por hacer —indicó ella—. Estuvieron de acuerdo en bajarme el alquiler a condición de encargarme de parte de la restauración. Me lo recomendaron en la escuela.


Pedro la abrazó de pronto, y la levantó en volandas.


—¡Te has matriculado! —exclamó él.


Paula asintió riendo. Por primera vez, su decisión parecía real, y se permitió demostrar su excitación.


—Comienzo mis clases este otoño. Es probable que sólo viva aquí durante los días laborables. Necesitaré volver a Atlanta los fines de semana, para asegurarme de que la casa de allí está bien, y para cumplir con la familia. Me gustaría haber acabado con todos mis compromisos, pero con algunos me resultaba imposible. Puedo hacer todo eso también durante los fines de semana. ¿Qué opinas?


—Pienso que eres maravillosa. Estoy orgulloso de ti.


La expresión de los ojos de Pedro borró cualquier duda que pudiera quedar. Paula levantó la mano y tocó las arrugas de cansancio que se marcaban en su rostro, que por cierto casi se habían borrado por su entusiasmo ante la decisión que ella había tomado.


—¿Quieres quedarte aquí conmigo este fin de semana? —preguntó Paula—. Hay comida en casa. Así no tendrías que hacer ese largo trayecto. Sería como si en realidad viviéramos juntos, aunque sólo fuera por unos días. Será la primera casa que nos pertenezca a los dos.


—¿No te has establecido todavía? —preguntó Pedro.


—Todavía no. Te esperaba. Quería compartir contigo mi primera noche aquí.


Los ojos de Pedro se oscurecieron por un sentimiento que ella no pudo identificar.


—No tenías planeado ir a Hilton Head, ¿no es así? —preguntó él.


—Por supuesto que sí —insistió Paula con indignación, pero se preguntó si realmente sería sincera—. Había pensado en detenernos aquí a la vuelta. No se me ocurrió la idea de quedarnos aquí, hasta que vi lo cansado que estabas. ¿Qué estás pensando?


—Creo que nunca vamos a pasar este fin de semana en Hilton Head—respondió Pedro y le tomó la mano—. Entremos para que pueda saludarte como es debido.


Paula sacudió la cabeza y le apretó la mano con fuerza.


—Me prometiste abrazarme como es debido, y haré que cumplas.



LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 13





El pulso de Paula se aceleró de lo nerviosa que estaba ante lo que se avecinaba. El viaje hasta la cabaña dé la playa le pareció interminable, y al mismo tiempo, demasiado cortó. 


Cuando entraron por la puerta principal, pensó que se moriría si Pedro no la besaba, pero él se limitó a tomarla de la mano.


—Demos un paseo por la playa —sugirió Pedro—. Ya lo hemos pospuesto demasiado tiempo —la noche los envolvió mientras paseaban tomados de la mano por la arena. Las olas bañaban la playa, y hacían eco a los latidos del corazón de Paula. Ella se estremeció y Pedro se detuvo para abrazarla—. ¿Tienes frío?


—No cuando me abrazas así —respondió ella.


—Entonces no te soltaré —murmuró él con voz ronca. 


Paula levantó los ojos para encontrar su mirada, y lo que vio la hizo sentirse débil de ansiedad, al ver todo el amor que revelaba su expresión.


Pedro empezó a decir:
—Paula...


La besó en la boca con suavidad persuasiva, y la dejó sin aliento llenándola de alegría. Una gran pasión empezó a formarse en el interior de Paula, una necesidad tan intensa que tuvo que aferrarse a él, en busca de su calor. 


Ansiaba sentir su piel desnuda junto a la suya. Era un deseo que la consumía, y la estremecía por su fuerza. Su cuerpo nunca había ardido de esa manera, ni nunca se había sentido tan cautivada por una caricia.


Los dedos de Pedro dibujaron un arco en su espalda, luego en la curva de su cadera y ella gimió en respuesta, llena de vida, como nunca lo había estado antes.


Pedro sugirió:
—Entremos.


—No —murmuró Paula, con los labios oprimidos contra su cuello. Aquí, Pedro—. Hagamos el amor aquí... ahora.


El abrió la boca para objetar, pero ella selló su argumento con un beso urgente que los dejó a ambos temblando. Los dedos de Paula desabrocharon nerviosos los botones de la camisa de Pedro, y luego tiraron de ella sacándola del pantalón. El gimió al sentir que ella le acariciaba el pecho desnudo. Por un instante, Paula se quedó aterrada ante su propio abandono, pero de inmediato se dejó llevar por sus sensaciones.


—Deberíamos tener sábanas de satén y una luz tenue —murmuró Pedro, mientras le soltaba el sostén de encaje.


—La luz de las estrellas es mejor—musitó Paula, pensando que bajo esa luz él no advertiría su temor. Bajo el cielo de la noche, él no descubriría el poder de sus caricias. Con el sonido de las olas, quizá él no escuchara los gemidos de placer que habían empezado a formarse en su interior.


Mateo nunca la había hecho sentirse de esa manera, 
nunca la había hecho olvidar que era una dama. En los brazos de Pedro descubría que era sensual, y que en el fondo, esa sensualidad luchaba, ardía y gritaba para ser calmada. La pasión la aterraba... y la atraía de manera inevitable.


Respondiendo a las caricias atrevidas de Paula, Pedro terminó de quitarle la ropa. La observó por un momento, y en sus ojos se vio reflejada como una mujer completa. Extendió los brazos, y la última delicadeza de Pedro desapareció. Sus caricias fueron más íntimas y sus labios más posesivos. Los músculos de Pedro se estremecieron bajo sus caricias profundas hasta que, al fin, se dejó caer en la arena arrastrándola con él.


Paula vio la pasión reflejada en sus ojos mientras él la poseía de una manera lenta y provocativa, hasta que no existió nada más que el furor del océano, Pedro y las sensaciones urgentes y apasionadas que la consumían y estremecían.


En ese momento, Paula supo que estaba perdida. Supo que durante el tiempo que durara, atesoraría lo que había encontrado en Pedro, pues prometía una gran felicidad.





miércoles, 5 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 12





Pedro disfrutó al observar la reacción de Paula ante Rubén Prunela. El director del estudio era de baja estatura y tenía muchos kilos de más, así como demasiadas canas rebeldes, que ni siquiera el mejor estilista de Hollywood habría podido domesticar. Su hablar era conciso, subrayado con gestos que hacía con su aromático puro. Pedro siempre había admirado su estilo directo, y su negativa a comprometerse. 


Paula parecía sorprendida por su falta de refinamiento, y resultaba claro que odiaba sus puros. Pedro dio cuenta de que ella había decidido no soportarlo más.


—Discúlpeme, señor Prunelli —pidió Paula, y le quitó el puro con un movimiento decidido. El parecía demasiado sorprendido como para objetar algo—. No querrá estropear la cena con esto, ¿o sí?


De inmediato, se acercó un camarero para llevarse el ofensivo puro. Pedro rió entre dientes al ver la expresión de Rubén, cuando su valioso puro se esfumó entre una nube de humo.


Paula añadió:
—Estoy segura de que ahora podrá saborear mucho mejor la comida —le sonrió.


—La ternera estaba muy bien así —se lamentó Ruben. La sonrisa de Paula no se borró.


—La mía no —informó Paula.


—No se me ocurrió pensar en eso —dijo Rubén y se volvió hacia Pedro—. ¿Por qué no me dijo nada? Usted sabe que no presto atención a los refinamientos sociales. Es usted responsable de mi imagen. No puedo ganar dinero con esas malditas películas de familia, si el público piensa que soy un patán de clase baja.


—Tiene mucha razón, señor Prunelli —intervino Paula, antes que Pedro pudiera recuperar la compostura; a duras penas estaba conteniéndose para no estallar en carcajadas—. Resulta evidente que usted es un hombre muy inteligente. Si en realidad se pone en manos de Pedro, en lugar de no prestarle mucha atención a sus consejos, estoy segura de que él puede cambiar su imagen de inmediato. Podría empezar por no referirse a sus películas como "ésas malditas películas de familia"—sugirió Paula—. En realidad, son bastante buenas. He llevado a todos mis sobrinos y sobrinas a verlas.


—Ella tiene razón —comentó Pedro, cuando al fin pudo recuperar la voz—. Si no respeta sus propios productos, ¿por qué van a respetarlos los demás?


Prunelli sacó otro puro de su bolsillo. Paula frunció la nariz con enfado, y el productor rió entre dientes.


—No se preocupe, no voy a encenderlo hasta que salga de aquí.


—Pero señor Prunelli, si apenas ha tocado la cena —señaló Paula—. Espero que no esté molesto.


—Nunca termino —respondió Prunelli—. Esta noche tengo tres cenas más. No puedo cenar cuatro veces en una noche. Ustedes quédense y disfruten de la cena. Yo invito —estrechó la mano de Pedro—. Consérvela, es una bocanada de aire fresco. Hay demasiados farsantes por aquí.


Cuando se fue, Pedro miró divertido a Paula. Ella tenía una expresión compungida. Pedro nunca se había sentido más orgulloso.


—No puedo creer lo brusca que he sido —señaló Paula con un gemido—. Le quité el puro a ese hombre.


—A él le ha encantado —le aseguró Pedro—. Está rodeado de aduladores. Hablaba en serio. Tu honestidad resulta refrescante. Ha conseguido que lo conservemos como cliente. El sabe que la publicidad producía resultados, pero la prensa lo atacaba como persona, y tú le has indicado el motivo.


—Sin embargo, podría haberlo echado a perder todo —señaló Paula—. No pensé, me limité a actuar.


—Si así hubiera ocurrido, habría valido la pena, sólo por ver la cara que puso. Dejemos de hablar de Ruben Prunelli y de sus puros. Tengo planes para nosotros esta noche... y mañana... y el domingo —un destello de pasión brilló en los ojos de Paula, y Pedro sintió una tensión en su abdomen. Si no lo había sabido con anterioridad, sí lo sabía en ese momento: ella era una mujer con la que compaginaba perfectamente. Juntos podrían conseguir cualquier cosa. Teniéndola en sus brazos, podría alcanzar el cielo. Extendió una mano—. ¿Nos vamos?


—¿Tampoco vas a tomar postre? —preguntó Paula con voz trémula.


—En casa —respondió Pedro—. Compartiremos el postre en casa.




LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 11




La playa, al atardecer, ofrecía una vista magnífica... los colores naranja brillante y rosa fuerte salpicaban el cielo azul.


—Hermoso, ¿no te parece? —preguntó Pedro. Se encontraba detrás de ella y la abrazó mientras Paula contemplaba las olas que bañaban la playa.


—Glorioso—comentó ella.


—¿Contenta de haber venido? —preguntó él y Paula asintió—. Yo también. Sólo desearía que no tuviéramos que asistir a esa cena. Preferiría pasar la noche aquí, contigo, escuchando el sonido de las olas y bebiendo champaña.


—Bonito pensamiento —comentó ella—, pero el champaña me hace estornudar. La primera vez que lo probé, mis padres se horrorizaron. No podían creer que una hija suya no pudiera tolerar una de las mejores cosas de la vida. Hicieron que mi boda fuera un infierno, porque insistieron en servir champaña. Podía haberlo evitado, supongo, pero todos querían brindar, y Mateo no dejaba de servirme copas. Cuando el banquete terminó, tenía la nariz roja y los ojos llorosos—rió al recordar—. Supongo que se lo merecía, pues en todas las fotografías, la novia parecía estar recuperándose de un resfriado.


—Apuesto a que entonces no te reíste —señaló Pedro. Ella lo miró por encima del hombro.


—¿Qué te hace pensar eso? —quiso saber Paula.


—Estoy seguro de que querías que todo quedara perfecto, para agradar a tus padres y a tu marido. Seguramente aquella pequeña vergüenza echó a perder ese día, por lo menos para ti.


Paula se volvió en sus brazos y apoyó las manos sobe sus hombros. Tenía la sensación de que Pedro podía ver claramente en su alma.


—Eres sorprendente —observó ella.


—Lo sé —dijo él con poca modestia y sonrió.


—Basta, hablo en serio —aseguró Paula—. Nadie más sé dio cuenta de lo que sentí.


—Probablemente porque estaban demasiado preocupados por las apariencias y sus propios sentimientos —sugirió Pedro.


—Estoy dibujando un cuadro horrible de mi familia, ¿no es así? —preguntó Paula—. En realidad, no son así. Ellos sólo quieren lo mejor para mí. Los Chaves siempre han mantenido cierto estilo de vida, y mi madre y su familia estaban preocupadas con la tradición. Puedes imaginar la clase de monstruo que provocó la unión de las dos familias.


Pedro sacudió la cabeza y besó a Paula en la frente.


—No, cariño, no lo veo de esa manera. Te crearon a ti, ¿no es cierto? Por eso les debo eterna gratitud.


—Nadie me ha dicho nada tan bonito —confesó Paula y parpadeó para contener las lágrimas. Una escapó, y Pedro la enjugó con un dedo.


—Nunca me cansaré de decirte cosas como esa —le prometió Pedro—. Lo digo en serio, Paula. Apenas has empezado a descubrir lo mucho que tienes para ofrecer. 


Espero que cuando seas consciente de todo tu valor, todavía me quieras en tu vida.


—Creo que siempre te querré en mi vida —confesó Paula mientras su corazón se llenaba de ternura y gratitud, y de algo más profundo, un sentimiento fuerte e intenso.


Pedro la besó en los labios, capturando su aliento, compartiendo el suyo. En aquel beso apasionado nació un compromiso, que ella no estaba muy segura de estar preparada para aceptar. Las rodillas le temblaban cuando al fin él se apartó.


—Si seguimos así, nunca iremos a esa cena, y perderé el cliente —manifestó Pedro sin aliento. Sus ojos castaños la devoraban con pasión—. Casi valdría la pena.


—Debe de ser un cliente muy importante —señaló Paula con voz temblorosa.


—El más importante. Un estudio de filmación completo —sindicó él. Ella retrocedió un paso.


—¿Vamos a cenar con un magnate? —preguntó Paula.


—Es el director del estudio más importante de Los Ángeles. Ha conseguido tres grandes éxitos seguidos. Hemos estado trabajando para pulir su imagen—explicó Pedro.


—Entonces, vayamos —sugirió Paula de inmediato.


—Espera un minuto. ¿Me estás dejando por un tipo de Hollywood?


—No, sólo estoy intentando ayudarte en tu trabajo —explicó Paula.


—De acuerdo. Supongo que te desmayarás al ver al primer actor —bromeó Pedro.


—Es una tradición sureña que las damas se desmayen cuando sus sentidos reciben una fuerte impresión —le aseguró Paula.


—Yo seré el único hombre que altere tus sentidos esta noche —replicó él.


—Promesas, promesas —comentó ella, sonriendo. La mirada de Pedro era más embriagadora que cualquier champaña... y sobre todo, a Paula no le daban ganas de estornudar.



LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 10





Paula ya se dirigía hacia su coche cuando oyó que sonaba el teléfono. Intentó ignorarlo, pero no pudo hacerlo; tal vez se tratara de algo grave. Volvió a la casa rápidamente.


—¿Diga?


—¿Paula?


—¿Pedro? ¿Algo anda mal? —preguntó Paula.


—Tal vez yo debería preguntarte eso —respondió él—. Parece que estás sin aliento.


—Me dirigía hacia el coche cuando oí que sonaba el teléfono —explicó Paula—. Mi conciencia no me permitió ignorarlo.


—Por primera vez, le debo algo a tu conciencia —le aseguró él.


—¿Sucede algo malo? —volvió a preguntar Paula.


—Sí, lo siento —se disculpó Pedro—. Después de todo, no voy a poder ir a Carolina del Sur.


Paula intentó disimular su desilusión.


—¿Un problema en el trabajo?—preguntó ella.


—Sí. Un cliente de Los Ángeles piensa cambiar de compañía. El ejecutivo encargado lo ha intentado todo, incluso le ofreció regalarle la próxima campaña de publicidad. Tengo que hablar con él.


—Por supuesto —contestó ella de manera automática—. Lamentaré mucho no verte. Esperaba con ansiedad aquellos paseos por la playa que me prometiste.


—También yo —aseguró Pedro con voz emocionada—. Pero no tenemos por qué estar separados. Ven conmigo a Los Ángeles. Tengo un amigo que me prestará su casa en Malibú. Todavía podremos dar esos paseos por la playa.


Paula se sintió tentada a aceptar. Cambiar de planes de improviso nunca le había gustado; tal vez fuera una herencia de su madre. De cualquier manera, su matrimonio solamente había afirmado más su deseo por una existencia ordenada. 


Mateo siempre se apegaba a los horarios.


—¿Percibo alguna reserva? —preguntó Pedro.


—Si.


—¿Por qué —quiso saber él—. Estaremos juntos. Lo único que cambiará será el lugar.


—¿Cómo podré explicar que me voy a Los Ángeles? —preguntó Paula. Ignoró el hecho de que ni siquiera hubiera tenido el valor de explicar a sus padres que iría a Hilton Head.


—Tienes treinta y tres años —le recordó Pedro—. ¿A quién le debes una explicación? —preguntó con impaciencia. Suavizó su tono y añadió—: ¿O acaso hay un amante celoso que no has mencionado?


Sorprendida, Paula se dio cuenta de su tono de ansiedad.


—No hay amantes, Pedro, sólo una familia que no está acostumbrada a que me mueva por mi cuenta.


—No me parece una buena excusa —comentó Pedro—. Tal vez no son Los Ángeles lo que en realidad te preocupa.


—¿Qué se supone que significa eso? —quiso saber Paula.


—¿No te estarás arrepintiendo de volver a verme? El otro día, cuando hablamos, parecías estar de acuerdo.


No quería admitir que él tenía razón. Ella temía la perspectiva de un largo y romántico fin de semana a solas con él. Aunque una parte de ella ansiaba seguir el consejo de Elisabeth y continuar adelante, la otra parte le gritaba que tuviera precaución.


—Te he dicho que ya casi estaba en el coche cuando llamaste —le recordó Paula, a la defensiva.


—Podrías haber salido para comprar comida —indicó él.


—Me disponía a ir a Hilton Head —aseguró Paula—. Quizá todavía lo haga —era consciente de que su comportamiento era agresivo, pero no podría evitarlo. Pedro suspiró.


—No comprendo por qué no quieres hacer esto —confesó él. Paula lanzó una carcajada.


—Con franqueza, tampoco yo lo comprendo —reconoció Paula—. Supongo que es una costumbre.


—Es probable que ya sea hora de acabar con ella —sugirió él con tono amable—. Paula, de verdad deseo pasar el fin de semana contigo, y creo que tú también quieres. No permitas que viejos temores te impidan dar un paso hacia el futuro.


—Tal vez sea el momento —respondió ella y suspiró.


—Entonces, hagámoslo —insistió él. Resultaba evidente que sabía aprovechar una ventaja, quizá por eso era uno de los mejores ejecutivos publicitarios del país—. Llamaré a mi agente de viajes, y tendrás un billete esperándote en el aeropuerto. Podrás ayudarme a convencer a ese tipo para que mantenga su contrato publicitario con nosotros.


Pedro, no sé nada acerca de publicidad —confesó Paula.


—Sin embargo, lo sabes todo acerca de la seducción —bromeó él—. Me tienes loco desde que nos conocimos. 
Créeme, las técnicas son esencialmente las mismas.


Paula no pudo evitar sentirse halagada.


—Podría resultar interesante —comentó ella—. ¿Qué haré si ese tipo empieza a hacerme insinuaciones? —preguntó con inocencia. Le gustó la exclamación de descontento de Pedro.


—No aceptes —respondió Pedro con ferocidad.


—Tal vez sea un hombre que no acepte un "no" como respuesta. He oído que hay hombres así —observó ella.


—No te muevas del teléfono —pidió Pedro—. Le pediré a mi agente de viajes que te llame para avisarte de los arreglos, Paula. Discutiremos eso cuando te vea.


—Sí, Pedro —asintió ella con docilidad, aunque por primera vez en muchos años, no se sentía tan dócil. Estaba llena de satisfacción al saber que podía volver loco a un hombre. Al fin se sentía como la belleza sureña en que su madre siempre había soñado que se convirtiera.