miércoles, 5 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 11




La playa, al atardecer, ofrecía una vista magnífica... los colores naranja brillante y rosa fuerte salpicaban el cielo azul.


—Hermoso, ¿no te parece? —preguntó Pedro. Se encontraba detrás de ella y la abrazó mientras Paula contemplaba las olas que bañaban la playa.


—Glorioso—comentó ella.


—¿Contenta de haber venido? —preguntó él y Paula asintió—. Yo también. Sólo desearía que no tuviéramos que asistir a esa cena. Preferiría pasar la noche aquí, contigo, escuchando el sonido de las olas y bebiendo champaña.


—Bonito pensamiento —comentó ella—, pero el champaña me hace estornudar. La primera vez que lo probé, mis padres se horrorizaron. No podían creer que una hija suya no pudiera tolerar una de las mejores cosas de la vida. Hicieron que mi boda fuera un infierno, porque insistieron en servir champaña. Podía haberlo evitado, supongo, pero todos querían brindar, y Mateo no dejaba de servirme copas. Cuando el banquete terminó, tenía la nariz roja y los ojos llorosos—rió al recordar—. Supongo que se lo merecía, pues en todas las fotografías, la novia parecía estar recuperándose de un resfriado.


—Apuesto a que entonces no te reíste —señaló Pedro. Ella lo miró por encima del hombro.


—¿Qué te hace pensar eso? —quiso saber Paula.


—Estoy seguro de que querías que todo quedara perfecto, para agradar a tus padres y a tu marido. Seguramente aquella pequeña vergüenza echó a perder ese día, por lo menos para ti.


Paula se volvió en sus brazos y apoyó las manos sobe sus hombros. Tenía la sensación de que Pedro podía ver claramente en su alma.


—Eres sorprendente —observó ella.


—Lo sé —dijo él con poca modestia y sonrió.


—Basta, hablo en serio —aseguró Paula—. Nadie más sé dio cuenta de lo que sentí.


—Probablemente porque estaban demasiado preocupados por las apariencias y sus propios sentimientos —sugirió Pedro.


—Estoy dibujando un cuadro horrible de mi familia, ¿no es así? —preguntó Paula—. En realidad, no son así. Ellos sólo quieren lo mejor para mí. Los Chaves siempre han mantenido cierto estilo de vida, y mi madre y su familia estaban preocupadas con la tradición. Puedes imaginar la clase de monstruo que provocó la unión de las dos familias.


Pedro sacudió la cabeza y besó a Paula en la frente.


—No, cariño, no lo veo de esa manera. Te crearon a ti, ¿no es cierto? Por eso les debo eterna gratitud.


—Nadie me ha dicho nada tan bonito —confesó Paula y parpadeó para contener las lágrimas. Una escapó, y Pedro la enjugó con un dedo.


—Nunca me cansaré de decirte cosas como esa —le prometió Pedro—. Lo digo en serio, Paula. Apenas has empezado a descubrir lo mucho que tienes para ofrecer. 


Espero que cuando seas consciente de todo tu valor, todavía me quieras en tu vida.


—Creo que siempre te querré en mi vida —confesó Paula mientras su corazón se llenaba de ternura y gratitud, y de algo más profundo, un sentimiento fuerte e intenso.


Pedro la besó en los labios, capturando su aliento, compartiendo el suyo. En aquel beso apasionado nació un compromiso, que ella no estaba muy segura de estar preparada para aceptar. Las rodillas le temblaban cuando al fin él se apartó.


—Si seguimos así, nunca iremos a esa cena, y perderé el cliente —manifestó Pedro sin aliento. Sus ojos castaños la devoraban con pasión—. Casi valdría la pena.


—Debe de ser un cliente muy importante —señaló Paula con voz temblorosa.


—El más importante. Un estudio de filmación completo —sindicó él. Ella retrocedió un paso.


—¿Vamos a cenar con un magnate? —preguntó Paula.


—Es el director del estudio más importante de Los Ángeles. Ha conseguido tres grandes éxitos seguidos. Hemos estado trabajando para pulir su imagen—explicó Pedro.


—Entonces, vayamos —sugirió Paula de inmediato.


—Espera un minuto. ¿Me estás dejando por un tipo de Hollywood?


—No, sólo estoy intentando ayudarte en tu trabajo —explicó Paula.


—De acuerdo. Supongo que te desmayarás al ver al primer actor —bromeó Pedro.


—Es una tradición sureña que las damas se desmayen cuando sus sentidos reciben una fuerte impresión —le aseguró Paula.


—Yo seré el único hombre que altere tus sentidos esta noche —replicó él.


—Promesas, promesas —comentó ella, sonriendo. La mirada de Pedro era más embriagadora que cualquier champaña... y sobre todo, a Paula no le daban ganas de estornudar.



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