miércoles, 5 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 12





Pedro disfrutó al observar la reacción de Paula ante Rubén Prunela. El director del estudio era de baja estatura y tenía muchos kilos de más, así como demasiadas canas rebeldes, que ni siquiera el mejor estilista de Hollywood habría podido domesticar. Su hablar era conciso, subrayado con gestos que hacía con su aromático puro. Pedro siempre había admirado su estilo directo, y su negativa a comprometerse. 


Paula parecía sorprendida por su falta de refinamiento, y resultaba claro que odiaba sus puros. Pedro dio cuenta de que ella había decidido no soportarlo más.


—Discúlpeme, señor Prunelli —pidió Paula, y le quitó el puro con un movimiento decidido. El parecía demasiado sorprendido como para objetar algo—. No querrá estropear la cena con esto, ¿o sí?


De inmediato, se acercó un camarero para llevarse el ofensivo puro. Pedro rió entre dientes al ver la expresión de Rubén, cuando su valioso puro se esfumó entre una nube de humo.


Paula añadió:
—Estoy segura de que ahora podrá saborear mucho mejor la comida —le sonrió.


—La ternera estaba muy bien así —se lamentó Ruben. La sonrisa de Paula no se borró.


—La mía no —informó Paula.


—No se me ocurrió pensar en eso —dijo Rubén y se volvió hacia Pedro—. ¿Por qué no me dijo nada? Usted sabe que no presto atención a los refinamientos sociales. Es usted responsable de mi imagen. No puedo ganar dinero con esas malditas películas de familia, si el público piensa que soy un patán de clase baja.


—Tiene mucha razón, señor Prunelli —intervino Paula, antes que Pedro pudiera recuperar la compostura; a duras penas estaba conteniéndose para no estallar en carcajadas—. Resulta evidente que usted es un hombre muy inteligente. Si en realidad se pone en manos de Pedro, en lugar de no prestarle mucha atención a sus consejos, estoy segura de que él puede cambiar su imagen de inmediato. Podría empezar por no referirse a sus películas como "ésas malditas películas de familia"—sugirió Paula—. En realidad, son bastante buenas. He llevado a todos mis sobrinos y sobrinas a verlas.


—Ella tiene razón —comentó Pedro, cuando al fin pudo recuperar la voz—. Si no respeta sus propios productos, ¿por qué van a respetarlos los demás?


Prunelli sacó otro puro de su bolsillo. Paula frunció la nariz con enfado, y el productor rió entre dientes.


—No se preocupe, no voy a encenderlo hasta que salga de aquí.


—Pero señor Prunelli, si apenas ha tocado la cena —señaló Paula—. Espero que no esté molesto.


—Nunca termino —respondió Prunelli—. Esta noche tengo tres cenas más. No puedo cenar cuatro veces en una noche. Ustedes quédense y disfruten de la cena. Yo invito —estrechó la mano de Pedro—. Consérvela, es una bocanada de aire fresco. Hay demasiados farsantes por aquí.


Cuando se fue, Pedro miró divertido a Paula. Ella tenía una expresión compungida. Pedro nunca se había sentido más orgulloso.


—No puedo creer lo brusca que he sido —señaló Paula con un gemido—. Le quité el puro a ese hombre.


—A él le ha encantado —le aseguró Pedro—. Está rodeado de aduladores. Hablaba en serio. Tu honestidad resulta refrescante. Ha conseguido que lo conservemos como cliente. El sabe que la publicidad producía resultados, pero la prensa lo atacaba como persona, y tú le has indicado el motivo.


—Sin embargo, podría haberlo echado a perder todo —señaló Paula—. No pensé, me limité a actuar.


—Si así hubiera ocurrido, habría valido la pena, sólo por ver la cara que puso. Dejemos de hablar de Ruben Prunelli y de sus puros. Tengo planes para nosotros esta noche... y mañana... y el domingo —un destello de pasión brilló en los ojos de Paula, y Pedro sintió una tensión en su abdomen. Si no lo había sabido con anterioridad, sí lo sabía en ese momento: ella era una mujer con la que compaginaba perfectamente. Juntos podrían conseguir cualquier cosa. Teniéndola en sus brazos, podría alcanzar el cielo. Extendió una mano—. ¿Nos vamos?


—¿Tampoco vas a tomar postre? —preguntó Paula con voz trémula.


—En casa —respondió Pedro—. Compartiremos el postre en casa.




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