miércoles, 5 de octubre de 2016
LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 10
Paula ya se dirigía hacia su coche cuando oyó que sonaba el teléfono. Intentó ignorarlo, pero no pudo hacerlo; tal vez se tratara de algo grave. Volvió a la casa rápidamente.
—¿Diga?
—¿Paula?
—¿Pedro? ¿Algo anda mal? —preguntó Paula.
—Tal vez yo debería preguntarte eso —respondió él—. Parece que estás sin aliento.
—Me dirigía hacia el coche cuando oí que sonaba el teléfono —explicó Paula—. Mi conciencia no me permitió ignorarlo.
—Por primera vez, le debo algo a tu conciencia —le aseguró él.
—¿Sucede algo malo? —volvió a preguntar Paula.
—Sí, lo siento —se disculpó Pedro—. Después de todo, no voy a poder ir a Carolina del Sur.
Paula intentó disimular su desilusión.
—¿Un problema en el trabajo?—preguntó ella.
—Sí. Un cliente de Los Ángeles piensa cambiar de compañía. El ejecutivo encargado lo ha intentado todo, incluso le ofreció regalarle la próxima campaña de publicidad. Tengo que hablar con él.
—Por supuesto —contestó ella de manera automática—. Lamentaré mucho no verte. Esperaba con ansiedad aquellos paseos por la playa que me prometiste.
—También yo —aseguró Pedro con voz emocionada—. Pero no tenemos por qué estar separados. Ven conmigo a Los Ángeles. Tengo un amigo que me prestará su casa en Malibú. Todavía podremos dar esos paseos por la playa.
Paula se sintió tentada a aceptar. Cambiar de planes de improviso nunca le había gustado; tal vez fuera una herencia de su madre. De cualquier manera, su matrimonio solamente había afirmado más su deseo por una existencia ordenada.
Mateo siempre se apegaba a los horarios.
—¿Percibo alguna reserva? —preguntó Pedro.
—Si.
—¿Por qué —quiso saber él—. Estaremos juntos. Lo único que cambiará será el lugar.
—¿Cómo podré explicar que me voy a Los Ángeles? —preguntó Paula. Ignoró el hecho de que ni siquiera hubiera tenido el valor de explicar a sus padres que iría a Hilton Head.
—Tienes treinta y tres años —le recordó Pedro—. ¿A quién le debes una explicación? —preguntó con impaciencia. Suavizó su tono y añadió—: ¿O acaso hay un amante celoso que no has mencionado?
Sorprendida, Paula se dio cuenta de su tono de ansiedad.
—No hay amantes, Pedro, sólo una familia que no está acostumbrada a que me mueva por mi cuenta.
—No me parece una buena excusa —comentó Pedro—. Tal vez no son Los Ángeles lo que en realidad te preocupa.
—¿Qué se supone que significa eso? —quiso saber Paula.
—¿No te estarás arrepintiendo de volver a verme? El otro día, cuando hablamos, parecías estar de acuerdo.
No quería admitir que él tenía razón. Ella temía la perspectiva de un largo y romántico fin de semana a solas con él. Aunque una parte de ella ansiaba seguir el consejo de Elisabeth y continuar adelante, la otra parte le gritaba que tuviera precaución.
—Te he dicho que ya casi estaba en el coche cuando llamaste —le recordó Paula, a la defensiva.
—Podrías haber salido para comprar comida —indicó él.
—Me disponía a ir a Hilton Head —aseguró Paula—. Quizá todavía lo haga —era consciente de que su comportamiento era agresivo, pero no podría evitarlo. Pedro suspiró.
—No comprendo por qué no quieres hacer esto —confesó él. Paula lanzó una carcajada.
—Con franqueza, tampoco yo lo comprendo —reconoció Paula—. Supongo que es una costumbre.
—Es probable que ya sea hora de acabar con ella —sugirió él con tono amable—. Paula, de verdad deseo pasar el fin de semana contigo, y creo que tú también quieres. No permitas que viejos temores te impidan dar un paso hacia el futuro.
—Tal vez sea el momento —respondió ella y suspiró.
—Entonces, hagámoslo —insistió él. Resultaba evidente que sabía aprovechar una ventaja, quizá por eso era uno de los mejores ejecutivos publicitarios del país—. Llamaré a mi agente de viajes, y tendrás un billete esperándote en el aeropuerto. Podrás ayudarme a convencer a ese tipo para que mantenga su contrato publicitario con nosotros.
—Pedro, no sé nada acerca de publicidad —confesó Paula.
—Sin embargo, lo sabes todo acerca de la seducción —bromeó él—. Me tienes loco desde que nos conocimos.
Créeme, las técnicas son esencialmente las mismas.
Paula no pudo evitar sentirse halagada.
—Podría resultar interesante —comentó ella—. ¿Qué haré si ese tipo empieza a hacerme insinuaciones? —preguntó con inocencia. Le gustó la exclamación de descontento de Pedro.
—No aceptes —respondió Pedro con ferocidad.
—Tal vez sea un hombre que no acepte un "no" como respuesta. He oído que hay hombres así —observó ella.
—No te muevas del teléfono —pidió Pedro—. Le pediré a mi agente de viajes que te llame para avisarte de los arreglos, Paula. Discutiremos eso cuando te vea.
—Sí, Pedro —asintió ella con docilidad, aunque por primera vez en muchos años, no se sentía tan dócil. Estaba llena de satisfacción al saber que podía volver loco a un hombre. Al fin se sentía como la belleza sureña en que su madre siempre había soñado que se convirtiera.
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