jueves, 6 de octubre de 2016

LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 14




Fin de semana del Día del Trabajo.


Paula se sentía asediada. Pedro y su madre, las dos personas menos razonables que conocía, la acosaban desde direcciones opuestas. Su madre insistía en que pasara, junto con el resto de la familia, el fin de semana festivo en Carolina del Norte. Pedro se empeñaba en que fueran a Hilton Head. Parecía más tenso y malhumorado que nunca.


—¿Qué te parecería que cambiáramos nuestros planes para este fin de semana? —preguntó Paula


—¡No puedes hablar en serio! No te veo desde julio. He cambiado citas para conseguirlo, ya he hecho las reservaciones en Hilton Head, y ya tengo el boleto de avión. Salgo de Nueva York dentro de unas horas. No es el momento adecuado para hablar de cambios.


—Tienes razón —admitió Paula—. Yo también esperaba con ansiedad este fin de semana. Dejemos las cosas como estaban planeadas.


Se produjo una pausa, antes de que Pedro dijera al fin:
—¿Estás segura? ¿No estarás huyendo de mí?


—No —aseguró Paula—. No es nada de eso. Estoy tan ansiosa por volver a verte como siempre.


—Entonces, todo está arreglado —indicó Pedro—. Tienes el número de mi vuelo. Asegúrate de confirmar la hora de llegada, para que no tengas que esperar en el aeropuerto de Savannah todo el día.


—Lo confirmaré —prometió Paula.


—De acuerdo, te veré esta noche, cariño. No puedo esperar —confesó Pedro.


—Hasta la vista, Pedro.


Paula colgó el auricular y se quedó inmóvil durante unos minutos, antes de reunir el valor necesario para volver a enfrentarse con su madre. Respiró profundamente y volvió a la sala, donde Lucinda Chaves estaba tomando el café de la mañana.


Paula le dijo a su madre:
—Lo siento; después de todo, no puedo cambiar mis planes.


Los ojos azules, brillaron con indignación maternal.


—Vamos, querida, no seas terca. Nada puede ser tan importante. Estoy segura de que puedes cambiarlos.


—No quiero hacerlo, mamá. Deseo ir a Hilton Head.


Después de haber estado en los brazos de Pedro, apenas podía esperar para volver asentir su abrazo. Las últimas semanas que había pasado sin él le parecieron
increíblemente vacías. ¿Cómo era posible que la ciudad en la que había vivido durante toda su vida, le pareciera de pronto solitaria? Las llamadas de larga distancia, sin importar su frecuencia, no podrán ocupar el lugar de sus caricias.


—¿Qué hay en Hilton Head que sea tan especial? —preguntó su madre.


Lucinda Chaves no estaba acostumbrada a que le llevaran la contraria, en especial, su hija mayor. Paula siempre había sido muy dócil.


—Un hombre —respondió Paula, antes de poder pensar en las consecuencias de sus palabras—. Voy allí a encontrarme con un hombre.


El rostro todavía hermoso de su madre registró la fuere impresión.


—¿Qué hombre? ¿Qué te está sucediendo, Paula?


—Nada, mamá. He conocido a alguien. Llevo un tiempo saliendo con él. Vamos a pasar el fin de semana en Hilton Head, eso es todo —se sintió orgullosa de su tono de desafío, aunque no esperaba que su madre se diera por vencida.


—¿Lo conocemos nosotros? —preguntó su madre.


—No, no es de Atlanta.


Como podría esperarse, su madre se escandalizó ante aquella noticia.


—Entonces, ¿cómo lo conociste?


—Lo conocí cuando fui a Savannah, el año pasado —explicó Paula.


—Entonces vive en Savannah—indicó su madre, aparentemente aliviada—. Conozco a algunas familias encantadoras en Savannah. Tal vez lo conozca, después de todo.


—No, mamá. El estaba allí por asuntos de trabajo. Vive en Nueva York.


—¡Santo cielo! —exclamó su madre. Se apoyó en el sofá y empezó a abanicarse sacudiendo un pañuelo. Al ver que Paula no respondía, añadió—: Entonces, tienes que llevar a ese hombre a Carolina del Norte. Eso es todo. No permitiré que salgas huyendo para tener un encuentro sórdido con un desconocido.


—El no es un desconocido para mí, y además, no existe nada sórdido —aseguró Paula, con una dignidad que denotaba que era hija de su madre—. No me importa lo que pienses, me niego a pasar el poco tiempo que tenemos para estar juntos, exhibiéndolo para que le pases revista.


La mirada de su madre era penetrante. Un mes antes, Paula habría cedido ante aquella mirada, pero las cosas habían cambiado. Desde que conocía a Pedro era más fuerte, estaba más segura de sus decisiones.


—¿Te avergüenzas de él? —preguntó su madre—. ¿No te parece que sea adecuado para una Chaves?


—¡Ese no es el problema! Es una buena persona —indicó Paula.


—Entonces, el problema somos nosotros —comentó su madre. Paula gimió.


—No seas ridícula. No me avergüenzo de nadie —apuntó Paula—. Si mi relación con Pedro se convierte en algo permanente, entonces te aseguro que lo llevaré a casa
para que puedas examinarlo hasta quedar satisfecha. Hasta entonces, llevaré las cosas a mi manera. Que tengas un fin de semana encantador, mamá. Saluda a todos de mi parte.


Paula la besó en la mejilla y salió de la habitación, antes que su sorprendida madre pudiera reaccionar. La joven no estaba segura de haber podido soportar otro ataque. Su madre era excelente para hacer sentir culpable a la gente, y Paula apenas había empezado a ponerle resistencia. 


Sólo la perspectiva de tener a Pedro para ella sola, en una playa apartada, le daba fuerzas. Se preguntó cómo reaccionaría su madre cuando le comunicara que pensaba irse a vivir a Savannah, para asistir a la universidad... y ver a Pedro cada vez que fuera posible que él viajara hasta allí.


Al fin había revisado el folleto del Savannah College of Art & Design, después de volver de Los Ángeles. En los primeros días, después de su vuelta, se sintió como si pudiera conquistar el mundo. Un segundo título universitario, en esa ocasión, en una carrera de su elección, le parecía algo magnífico. Un jueves fue a Savannah, pues tenía planeado encontrarse con Pedro allí por una noche, pero al llegar se enteró de que él había tenido que volar a Chicago. A pesar de su amarga desilusión, aprovechó su estancia allí para ir a la escuela de arte y matricularse.


De inmediato, buscó y encontró un apartamento. Le fascinó lo luminoso que era, y el antiguo mobiliario. Había planeado informar a Pedro de su decisión, cuando hablaran aquella noche, pero decidió guardar el secreto para darle una sorpresa.


Se lo diría cuando llegaran a Hilton Head. Tal vez un día fueran a Savannah, para que él pudiera ver el apartamento. Por si acaso, dejó en la nevera una botella del vino favorito de Pedro, y también algo de comida.


En el aeropuerto de Savannah, Paula paseó de un lado a otro de la sala. Habían anunciado que el vuelo llegaría a tiempo, pero ella estaba demasiado ansiosa por volver a abrazarlo, y los minutos le parecían horas.


Cuando al fin llegó Pedro, ella se quedó impresionada por su apariencia. Parecía muy cansado, y sus ojos no tenían vida, hasta que la miraron; entonces se iluminaron un poco, y sus labios dibujaron una tierna sonrisa.


—Realmente, eres una visión para mis ojos cansados —aseguró Pedro. Dejó su maleta y la abrazó. Paula se apretó contra su pecho y lo abrazó con fuerza.


—En cambio tú no tienes buen aspecto —comentó Paula y lo estudió con preocupación—. ¿Has tenido una mala semana?


—Unas semanas pésimas —respondió él, subrayando el plural. Paula se sorprendió y se sintió un poco herida, porque él no había compartido con ella sus problemas.


—No me comentaste nada cuando hablamos por teléfono —le reprochó Paula.


—Lo último que deseaba era discutir de negocios por teléfono —murmuró él—. Es una sensación adorable volverte a abrazar.


Paula tuvo de pronto una idea. Era tarde y Pedro estaba muy cansado. ¿Por qué ir a Hilton Head, cuando ella tenía ese hermoso apartamento allí?


—Salgamos de aquí y vayamos a algún sitio donde puedas abrazarme de manera apropiada—sugirió ella.


—Había pensado en abrazarte de manera no apropiada —dijo él.


—Yo también —confesó ella con entusiasmo.


En el coche, los ojos de Pedro se cerraron de inmediato. 


Al observarlo, Paula se dio cuenta de cómo luchaba para mantenerlos abiertos. El miró por la ventana y frunció el ceño.


—Este no es el camino —protestó Pedro cuando ella se dirigía hacia el centro de Savannah.


—Lo sé —respondió Paula, con la vista fija al frente.


Se produjo un largo silencio, antes que él respondiera. Pedro tenía los ojos muy abiertos y la observaba con curiosidad.


—¿Qué tienes en la cabeza, Paula Chaves?


—Ya lo verás—respondió ella, satisfecha de estimular su curiosidad. Cuando detuvo el coche frente a la vieja casa, que daba hacia una de las muchas plazas de Savannah, Pedro estaba sorprendido.


—Paula, por favor, estoy demasiado cansado para ir de visita.


—No vamos de visita —aseguró ella.


—Entonces, ¿qué es? ¿Uno de esos lugares para dormir y desayunar? Los odio. No hay suficiente intimidad.


—Confía en mí—sugirió ella—. Agarra tu maleta y sígueme.


Después de una larga pausa, durante la cual Pedro se dedicó a estudiar el extraño comportamiento de Paula, encogió los hombros con resignación y agarró su maleta. 


Paula le indicó el camino.


—¿Quién vive aquí? —preguntó Pedro, mientras observaba el edificio con ojo crítico.


—¿Te gusta? —preguntó Paula.


—Tiene mucho encanto —respondió Pedro—. ¿A quién pertenece?


—A mí —repuso ella y vio que sus ojos se abrieron sorprendidos—. A nosotros. Esto es, si tú estás de acuerdo... para cuando podamos encontramos aquí. ¿Qué opinas, Pedro? Di algo. 


Una sonrisa apareció en sus labios.


—¿Has comprado esto? —preguntó Pedro


Ella negó con la cabeza.


—Lo alquilé. Es barato. Lo arreglaron un poco, pero todavía hay trabajo por hacer —indicó ella—. Estuvieron de acuerdo en bajarme el alquiler a condición de encargarme de parte de la restauración. Me lo recomendaron en la escuela.


Pedro la abrazó de pronto, y la levantó en volandas.


—¡Te has matriculado! —exclamó él.


Paula asintió riendo. Por primera vez, su decisión parecía real, y se permitió demostrar su excitación.


—Comienzo mis clases este otoño. Es probable que sólo viva aquí durante los días laborables. Necesitaré volver a Atlanta los fines de semana, para asegurarme de que la casa de allí está bien, y para cumplir con la familia. Me gustaría haber acabado con todos mis compromisos, pero con algunos me resultaba imposible. Puedo hacer todo eso también durante los fines de semana. ¿Qué opinas?


—Pienso que eres maravillosa. Estoy orgulloso de ti.


La expresión de los ojos de Pedro borró cualquier duda que pudiera quedar. Paula levantó la mano y tocó las arrugas de cansancio que se marcaban en su rostro, que por cierto casi se habían borrado por su entusiasmo ante la decisión que ella había tomado.


—¿Quieres quedarte aquí conmigo este fin de semana? —preguntó Paula—. Hay comida en casa. Así no tendrías que hacer ese largo trayecto. Sería como si en realidad viviéramos juntos, aunque sólo fuera por unos días. Será la primera casa que nos pertenezca a los dos.


—¿No te has establecido todavía? —preguntó Pedro.


—Todavía no. Te esperaba. Quería compartir contigo mi primera noche aquí.


Los ojos de Pedro se oscurecieron por un sentimiento que ella no pudo identificar.


—No tenías planeado ir a Hilton Head, ¿no es así? —preguntó él.


—Por supuesto que sí —insistió Paula con indignación, pero se preguntó si realmente sería sincera—. Había pensado en detenernos aquí a la vuelta. No se me ocurrió la idea de quedarnos aquí, hasta que vi lo cansado que estabas. ¿Qué estás pensando?


—Creo que nunca vamos a pasar este fin de semana en Hilton Head—respondió Pedro y le tomó la mano—. Entremos para que pueda saludarte como es debido.


Paula sacudió la cabeza y le apretó la mano con fuerza.


—Me prometiste abrazarme como es debido, y haré que cumplas.



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