jueves, 6 de octubre de 2016
LA PROXIMA VEZ... : CAPITULO 13
El pulso de Paula se aceleró de lo nerviosa que estaba ante lo que se avecinaba. El viaje hasta la cabaña dé la playa le pareció interminable, y al mismo tiempo, demasiado cortó.
Cuando entraron por la puerta principal, pensó que se moriría si Pedro no la besaba, pero él se limitó a tomarla de la mano.
—Demos un paseo por la playa —sugirió Pedro—. Ya lo hemos pospuesto demasiado tiempo —la noche los envolvió mientras paseaban tomados de la mano por la arena. Las olas bañaban la playa, y hacían eco a los latidos del corazón de Paula. Ella se estremeció y Pedro se detuvo para abrazarla—. ¿Tienes frío?
—No cuando me abrazas así —respondió ella.
—Entonces no te soltaré —murmuró él con voz ronca.
Paula levantó los ojos para encontrar su mirada, y lo que vio la hizo sentirse débil de ansiedad, al ver todo el amor que revelaba su expresión.
Pedro empezó a decir:
—Paula...
La besó en la boca con suavidad persuasiva, y la dejó sin aliento llenándola de alegría. Una gran pasión empezó a formarse en el interior de Paula, una necesidad tan intensa que tuvo que aferrarse a él, en busca de su calor.
Ansiaba sentir su piel desnuda junto a la suya. Era un deseo que la consumía, y la estremecía por su fuerza. Su cuerpo nunca había ardido de esa manera, ni nunca se había sentido tan cautivada por una caricia.
Los dedos de Pedro dibujaron un arco en su espalda, luego en la curva de su cadera y ella gimió en respuesta, llena de vida, como nunca lo había estado antes.
Pedro sugirió:
—Entremos.
—No —murmuró Paula, con los labios oprimidos contra su cuello. Aquí, Pedro—. Hagamos el amor aquí... ahora.
El abrió la boca para objetar, pero ella selló su argumento con un beso urgente que los dejó a ambos temblando. Los dedos de Paula desabrocharon nerviosos los botones de la camisa de Pedro, y luego tiraron de ella sacándola del pantalón. El gimió al sentir que ella le acariciaba el pecho desnudo. Por un instante, Paula se quedó aterrada ante su propio abandono, pero de inmediato se dejó llevar por sus sensaciones.
—Deberíamos tener sábanas de satén y una luz tenue —murmuró Pedro, mientras le soltaba el sostén de encaje.
—La luz de las estrellas es mejor—musitó Paula, pensando que bajo esa luz él no advertiría su temor. Bajo el cielo de la noche, él no descubriría el poder de sus caricias. Con el sonido de las olas, quizá él no escuchara los gemidos de placer que habían empezado a formarse en su interior.
Mateo nunca la había hecho sentirse de esa manera,
nunca la había hecho olvidar que era una dama. En los brazos de Pedro descubría que era sensual, y que en el fondo, esa sensualidad luchaba, ardía y gritaba para ser calmada. La pasión la aterraba... y la atraía de manera inevitable.
Respondiendo a las caricias atrevidas de Paula, Pedro terminó de quitarle la ropa. La observó por un momento, y en sus ojos se vio reflejada como una mujer completa. Extendió los brazos, y la última delicadeza de Pedro desapareció. Sus caricias fueron más íntimas y sus labios más posesivos. Los músculos de Pedro se estremecieron bajo sus caricias profundas hasta que, al fin, se dejó caer en la arena arrastrándola con él.
Paula vio la pasión reflejada en sus ojos mientras él la poseía de una manera lenta y provocativa, hasta que no existió nada más que el furor del océano, Pedro y las sensaciones urgentes y apasionadas que la consumían y estremecían.
En ese momento, Paula supo que estaba perdida. Supo que durante el tiempo que durara, atesoraría lo que había encontrado en Pedro, pues prometía una gran felicidad.
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