sábado, 30 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 17




Criminal… Paula podría haber usado el mismo adjetivo para describir el beso de Pedro. La forma en la que reclamó sus labios fue poco menos que salvaje y casi la hizo perder el equilibrio.


Dejando escapar un gemido gutural que brotaba desde lo más profundo de su alma, Pedro le sujetó la cabeza y lamió los rincones más escondidos de su boca. Paula sentía su lengua cada vez más adentro, emulando así los detalles más íntimos del acto sexual entre un hombre y una mujer. Paula contenía el aliento y probaba su sabor. Sus sentidos estaban intoxicados por el aroma del bourbon y el calor. Se aferró a la seda de su camisa como si le fuera la vida en ello, como si estuviera a punto de caerse por un precipicio.


No había dudado ni una fracción de segundo en cuanto él había capturado sus labios. Todo su cuerpo se rebelaba contra la razón y buscaba ese contacto que tanto había anhelado. Por primera vez en mucho tiempo era capaz de recordar que estaba viva, que respiraba y que era capaz de amar y de sentir. Hacía demasiado tiempo que nadie la abrazaba y la hacía sentirse deseada. Hacía demasiado tiempo que la habían amado como una mujer desea ser amada por un hombre.


Casi sin pensar, empezó a empujarle con las caderas y entonces se oyó gemir a sí misma. Su cuerpo jadeaba y vibraba de deseo. Sedienta de placer, le dejó mordisquearla y lamerle los labios, encontrándose de vez en cuando con su lengua en un baile desesperado.


Pedro comenzó a empujarla y Paula pudo sentir la solidez de su miembro erecto contra el abdomen. Estaba muy excitado, listo para ella.


De repente se apartó con brusquedad. Paula le miró a los ojos, sorprendida.


–No quiero que nuestra primera vez tenga lugar contra una puerta. Tienes que decirme qué es lo que quieres –al terminar de hablar, pasó el pestillo de la puerta–. ¿Quieres quedarte conmigo esta noche? Podemos irnos a la cama ahora y terminar lo que hemos empezado. Puedo tenerte despierta toda la noche y darte un placer que jamás has imaginado. ¿Es eso lo que quieres?


Con unos dedos hábiles, Pedro le desabrochó los tres primeros botones del abrigo y apartó las solapas para tocarle el pecho a través del fino material de la camiseta. Sus pezones, duros y rígidos, le rozaban las yemas de los dedos.


Paula se preguntó por qué se detenía y le preguntaba qué quería. ¿Acaso no podía seguir adelante y tomar lo que le ofrecía?


Sus dedos largos le rodeaban el pezón del otro pecho en ese momento, apretando y pellizcando, impidiéndole pensar con claridad… pero Paula sabía que era una locura. Todo era una locura. Y una escena de seducción apasionada en una habitación de hotel difícilmente podía conducir a una relación personal estable y profunda. ¿Acaso era sexo todo lo que quería de ella? Si era así, entonces su actitud era poco menos que un insulto. Podía obtener sexo de cualquier mujer que quisiera.


Al darse cuenta de lo cerca que había estado de tirar por la borda algo tan preciado como el respeto por uno mismo, Paula le hizo apartar las manos y se alisó la camiseta.


–¿Qué sucede?


–No me voy a acostar contigo, Pedro.


–No era eso lo que tenía en mente precisamente


–Muy bien. Entonces te lo digo de otra manera –impaciente, Paula se apartó un mechón de pelo de la cara y le miró fijamente–. No voy a tener sexo contigo. No voy a poner en peligro mi relación con el grupo, ni tampoco dejaré que me uses porque sea un «consumible conveniente». Y, aunque puedas pensar lo contrario, no he venido aquí esta noche porque tuviera algo personal en mente. Lo único que quería era que me dieras un poco de seguridad de cara a la actuación de mañana, porque estaba un poco nerviosa. Eso es todo.


Pedro masculló un juramento. Sus ojos azules, repentinamente turbios, la atravesaron.


–¿Es eso lo que crees? ¿Piensas que me aprovecharía de ti y que te utilizaría porque quiero sexo? Si es eso lo que piensas, Paula, entonces te he infravalorado mucho. 
Conoces todas esas historias tan malas sobre mí. Te las has creído como si fueran un hecho y me has condenado a pesar de que te conté lo que realmente pasó entre mi ex y yo. ¿No recuerdas que fue mi reputación la que se vio arrastrada por el lodo cuando escribió todas esas mentiras en aquel artículo? No fue su reputación la que se vio dañada, sino la mía.


Paula no sabía qué decir. ¿Era culpable de haberle juzgado injustamente? ¿Acaso no le había dado ni una oportunidad de demostrar su integridad?


Suspirando con inquietud, Pedro se mesó el cabello.


–Bueno, en cualquier caso, quizás sea mejor que te vayas, no vaya a ser que tu respetabilidad se vea comprometida si te codeas tanto con alguien de una reputación tan dudosa como la mía. Será mejor que te vayas a casa y que descanses un poco. Ya sabes lo que nos espera mañana y quiero que te encuentres lo mejor posible.


Paula sintió que el corazón se le paraba un instante.


–Lo siento. Yo…


–No te castigues. Lo vas a hacer muy bien, Paula. Eso es lo que necesitabas saber, ¿no? Lo único que tienes que hacer es concentrarte en las canciones, en la música. Blue Sky es un gran grupo y te ayudarán todo lo que puedan. No va a ser tan duro como te imaginas. Confía en mí. Tienes una gran voz y eres una chica preciosa. Lo tienes todo para triunfar en este negocio. No puedes fallar.


A pesar de todos sus halagos, Paula no se quedó tranquila.


–Iba a decir que siento… –Paula se sonrojó.


–¿Qué es lo que sientes? ¿Haberme besado?


–Creo que debería irme.


–Aunque me duela estar de acuerdo contigo, seguramente tienes razón, pero desearía que no la tuvieras.


Paula se volvió y trató de abrir el pestillo de la puerta. 


Cuando lo consiguió, salió de la habitación como si la persiguieran mil demonios.


Pedro se quedó allí de pie, solo una vez más, en silencio. La botella de bourbon que acababa de abrir era toda una tentación, pero era mejor no engañarse pensando que eso iba a ayudarle. Ya había sufrido bastante en la vida como para saber que esa no era la solución.


La de su ex no había sido la única traición que había tenido que soportar en la vida. Su madre se había quedado embarazada a la edad de dieciséis años y le había dado en adopción. El centro de acogida no había podido encontrarle unos padres adoptivos porque tenía un soplo en el corazón. 


Había pasado los primeros ocho años de su vida entrando y saliendo del hospital y a esas alturas ya se había acostumbrado a ser un niño solitario. Con el tiempo el soplo se había corregido por sí solo y había acabado resignándose a vivir en el centro hasta la edad de dieciséis años.


Pero a él nunca le había parecido algo negativo porque la necesidad le había enseñado a depender de sí mismo únicamente. Los únicos amigos que había tenido habían sido los libros y así había desarrollado una curiosidad insaciable. 


Siempre le había ido bien en los exámenes. Había conseguido una plaza en la universidad para estudiar antropología y había sido precisamente por esa época que la música había empezado a interesarle mucho.


Atravesó la habitación y abrió la ventana. Definitivamente necesitaba algo de aire. Una intensa ráfaga de viento le golpeó en la cara, sorprendiéndole. El calor que manaba de su cuerpo, no obstante, no disminuyó ni un grado.


Aunque Paula se hubiera marchado, todavía ardía por dentro después de ese abrazo que se habían dado. Era como si cada terminación nerviosa de su cuerpo vibrara con la electricidad y la tensión. Darse una ducha fría era la mejor solución, pero tal y como se encontraba en ese momento hubiera sido como poner una tirita sobre una quemadura de tercer grado.


MI CANCION: CAPITULO 16




Los días posteriores a esa velada mágica fueron días de duros ensayos y, aunque lo hubiera pasado muy bien, Paula no fue capaz de olvidar cómo se había distanciado de ella nada más dejarla en casa. Le había dado un beso furtivo en el último momento, no obstante; un beso apasionado e impaciente. Sin embargo, al día siguiente había empezado a comportarse como si nada de aquello hubiera ocurrido. Era fácil ver que su atención volvía a estar centrada en la banda y en lo que tenían por delante, pero Paula no podía evitar sentir que de alguna manera la estaba abandonando.


Dos noches más tarde, Pedro les sorprendió a todos dándoles un día libre. Habían tenido dos días más de duros ensayos y la oportunidad de relajarse un poco fue más que bienvenida. A pesar de ello, sin embargo, Paula ya había empezado a preocuparse por los conciertos, que cada vez estaban más cerca. La confianza en sí misma que había encontrado tras el espectáculo de burlesque se desvanecía por momentos.


Tomarse el día libre tampoco la ayudó mucho. Solo le sirvió para preocuparse aún más, y por eso terminó yendo a Pilgrim’s Inn esa noche. Albergaba la esperanza de ver a Pedro y poder contarle todo aquello que le preocupaba. 


Solo había unos pocos habituales en el área de la barra y Paula sintió un gran alivio. Le había hecho falta reunir mucho coraje para ir a hablar con Pedro.


Tina Stevens estaba limpiando la barra, mascando chicle sin parar. Sus uñas largas y rojas golpeaban la superficie de madera barnizada. Al ver a Paula la miró de arriba abajo con esos ojos marrones extravagantemente perfilados en negro.


–Disculpa…


–¿Qué te pongo, cielo? ¿Vienes sola o esperas a alguien?


Había una nota de desaprobación en su voz, como si creyera que las mujeres que entraban solas a un bar solo podían acarrear problemas.


Durante un momento de desconcierto, Paula se preguntó si Tina estaría trabajando allí aquella noche, cuando Sean se había puesto tan desagradable.


–No espero a nadie –se apartó el flequillo de la cara. Lo tenía empapado de lluvia–. Quería hablar con Pedro Alfonso. Se hospeda aquí, ¿no?


Tina dejó de limpiar automáticamente y la miró a los ojos. La canción que sonaba se terminó y comenzó otra que Paula recordaba de la infancia. Era la canción favorita de su madre.


La música siempre había sido la gran pasión de Teresa Chaves y solía poner esa canción una y otra vez cuando Paula era pequeña. Tomaba a su pequeña hija en brazos y bailaba por la habitación, acurrucándola contra su mejilla mientras cantaba suavemente. Daniel, su hermano mayor, se burlaba de ellas mientras tanto. Nunca le habían gustado mucho las «cosas de chicas».


–¡El típico chico! –decía su madre, y se reía, perdonándole de inmediato como si tuviera derecho de nacimiento a ello.


–Tú debes de ser Pau, la cantante.


Tina dejó de mascar el chicle de repente y cruzó los brazos.


–Paula –la corrección de su nombre le salió de manera automática.


Raul también había empezado a usar la forma abreviada y al parecer sentía debilidad por la explosiva rubia.


–Sí. Eso. Todo listo para mañana, ¿no?


–Eso espero. ¿Puedo ver a Pedro? –Paula intentó esbozar una sonrisa amigable.


–Habitación tres. Gira a la izquierda al final de las escaleras.


–Gracias.


–Un placer charlar contigo.


Paula pensó que, de ser así, se le daba muy bien aparentar lo contrario.


Se dirigió hacia la escalera cubierta por una gruesa moqueta con un desgastado estampado floral y fijó la mirada en el rellano superior. Había un imponente aparador de roble a un lado y una ostentosa lámpara victoriana. Las paredes estaban llenas fotos de vistas del pueblo en tono serpia. Al llegar al último escalón miró a su alrededor, cada vez más inquieta. Había una puerta a cada lado. Sin pensárselo mucho, no obstante, llamó a aquella que tenía el número tres y entonces oyó voces masculinas provenientes del otro lado. 


Eran Raul y Pedro. Debían de estar hablando del concierto del día siguiente.


No sabía si quedarse o marcharse, pero finalmente no tuvo que tomar ninguna decisión porque la puerta se abrió de improviso. Raul apareció en el umbral.


–Hola, preciosa –le dijo, ofreciéndole una de esas sonrisas pícaras–. ¿Quieres unirte a la fiesta?


La miró de arriba abajo.


–No. Quiero decir… He venido a ver a Pedro. ¿Puedo?


Miró por encima del hombro de Raul y le localizó. Estaba sentado en un butacón con una sonrisa de autosuficiencia en los labios. Parecía que esperaba su visita.


–Si he venido en un mal momento…


–Quédate ahí.


Pronunció las palabras con tanta autoridad que Paula se quedó inmóvil de inmediato. Suspirando, Raul se apartó y Pedro dio dos pasos hacia ella.


Tenía la mandíbula cubierta por una fina barba.


–Pensé que igual venías a verme esta noche.


–¿Ah, sí? –Paula se dio cuenta de que su voz ya no sonaba enérgica.


–Sí –se volvió hacia Raul–. Danos unos minutos, ¿quieres? Bueno, pensándolo bien, creo que vamos a necesitar algo más de tiempo. Ve y tómate algo con Tina.


Algo indeciso, Raul se encogió de hombros.


–Me gustaría complacerte, Pedro, pero ni siquiera sé si la señorita «fuego y hielo» va a querer servirme otra copa. 
Hemos tenido un pequeño malentendido.


–Tú te lo buscaste, Raul. Arréglalo.


–Por supuesto. Tú eres el jefe.


Claramente insatisfecho, Raul se calló y obedeció la orden. 


Al pasar junto a Paula, no obstante, le regaló otra de esas sonrisas y entonces cerró la puerta tras de sí.


Paula se estremeció al darse cuenta de que estaba a solas con Pedro. Una inquietud sin nombre se apoderaba de ella por momentos.


–¿Quieres algo de beber? –Pedro avanzó hacia otro aparador victoriano y sacó una botella de bourbon y dos vasos.


–No. Yo no. Gracias.


Pedro se sirvió un trago en un vaso de chupito y caminó lentamente hacia ella sin quitarle la vista de encima. Sus ojos azules brillaban como dos estrellas.


Se bebió el líquido de un trago y entonces habló.


–Bueno… ¿te importaría decirme por qué has venido esta noche a verme, Paula? Es evidente que no has venido para charlar un rato, ¿no? ¿Qué es lo que te preocupa? Desde
mi experiencia puedo decirte que solo hay una razón para que una mujer se presente en la habitación de un hombre a estas horas de la noche –añadió, y entonces la miró de arriba abajo como si la desnudara con la mirada.


–Bueno, no es esa la razón por la que he venido a verte, Pedro… por mucho que a tu ego le cueste encajarlo. He venido por razones puramente prácticas.


–¿Ah, sí? –dejó el vaso sobre una mesa cercana y se volvió hacia ella con una sonrisa perezosa en los labios–. Me rompes el corazón, Paula Chaves… pero creo que eso ya lo sabes, ¿no?


–¿Qué quieres decir? –Paula sintió que las piernas comenzaban a temblarle.


–Lo que me haces con esas miradas tuyas es… criminal.


Pedro tiró de ella y la rodeó con sus brazos.


viernes, 29 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 15





–Oye, dormilona, hemos llegado a casa –Pedro trató de despertar a Paula, pues se había quedado dormida durante el viaje de regreso a casa.


Agarrándola del brazo, la sacudió suavemente. Ella no tardó en abrir esos ojos hermosos y grandes que tenía.


–¿Me he dormido? Supongo que sí porque el viaje se me ha pasado volando.


Sacudiendo la cabeza, se desabrochó el cinturón de seguridad y se incorporó.


–Bueno, hemos llegado a casa y tienes que irte directamente a la cama. Dame las llaves. Te abriré la puerta.


El frío aire nocturno le golpeó en cuanto salió del coche. Eso era justo lo que necesitaba, no obstante, para bajar un poco la temperatura de su cuerpo. Metió la llave en la cerradura rápidamente, abrió la puerta principal y esperó a que ella entrara. Nada más hacerlo, se volvió hacia él. Se había puesto la chaqueta sobre los hombros y en ese momento se la cerró un poco más. Pedro, sin embargo, tuvo tiempo de volver a verle el escote de refilón. Era hora de marcharse.


–Gracias por una velada estupenda –le dijo ella de repente, acercándose un poco–. Y también por el detalle de comprarme la ropa y todo lo demás. Me has hecho sentir como una princesa y nadie había hecho eso por mí jamás.


–No ha sido difícil, Paula. A mis ojos, eres una princesa.


Pedro no fue capaz de resistirse más y la estrechó entre sus brazos. La besó con una pasión que ya no podía contener y el deseo irrefrenable que le consumía estalló en llamas como un hilo de pólvora. Paula apartó los labios y entonces pudo ver algo cercano a un anhelo en su rostro.


Con el corazón retumbando, Pedro la soltó.


–Creo que es hora de decir buenas noches, ¿no crees? Ha sido un día muy largo para los dos y estamos a un par de días del primer concierto de la banda. Tenemos que descansar y estar en forma para lo que se avecina.


–Sé que tienes razón, pero…


Antes de que terminara la frase, Pedro había salido y se dirigía al coche.




MI CANCION: CAPITULO 14





Pedro estaba sentado frente a Paula en el suntuoso local de un exclusivo club de jazz, frecuentado no solo por aficionados al género, sino también por celebridades del mundo de la música y del cine. Ronnie la había ayudado a escoger el conjunto idóneo para la velada. Las posibilidades de un vestidito negro eran ilimitadas y Pedro se había quedado sin aliento al verla dentro de ese sencillo traje que la estilista había seleccionado para ella. El escote era más que atrevido y el satén negro se ceñía a su piel como un guante. Las gloriosas curvas que tanto se esforzaba en esconder estaban expuestas al mundo esa noche.


El gerente del local, un francés con mucho estilo que se había llamar Dion, le había recibido con gran efusividad. Hacía mucho tiempo que no pasaba por allí. De hecho, la última vez que recordaba haber pisado el pequeño club de jazz había sido antes de que su ex hiciera esas declaraciones tan nefastas. Dion, sin embargo, le había reconocido sin vacilar, a pesar todo el tiempo que llevaba retirado de la vida pública.


–Me alegro mucho de verle de nuevo por aquí, señor Alfonso. Ha pasado mucho tiempo –se volvió hacia Paula–. Por este local pasan muchas mujeres hermosas, pero usted ma chère… ¡Me deja sin aliento!


Aunque el género musical predominante en el local era el jazz, esa noche estaba dedicada al burlesque, y por eso precisamente la había llevado allí esa noche.


–Vaya. Este sitio es increíble –comentó Paula.


–Y tú acabas de llevarlo a un nivel superior –le dijo él, sonriendo.


Paula bebió un sorbo del margarita que había pedido.


–Me siento tan culpable bebiéndome esto mientras tú te bebes ese refresco de lima.


–No tienes por qué. Hoy no tengo ganas de beber alcohol, sobre todo porque tengo que cuidar de algo muy preciado.


Pedro suponía que era inevitable que se sonrojara, pero aun así experimentó un gran placer al ver cómo se le coloreaban las mejillas.


–He oído hablar del burlesque, pero no sé mucho sobre ello. ¿Es un tipo de espectáculo de variedades?


–Puede ser eso. Pero el burlesque es en realidad un tipo de arte… que celebra la belleza de las formas femeninas.


–Oh. ¿Entonces lleva un striptease y cosas así?


–Es mucho más que eso. A veces lo único que hace una chica es quitarse los guantes. Pero lo que lo convierte en un arte es cómo lo hacen. Además, los trajes que llevan y la forma en que se mueven es parte del espectáculo. Solo quiero que te acomodes bien y que disfrutes de ello… y que te sientas orgullosa de ser una mujer.


–¿Por eso me has traído aquí? ¿Para enseñarme que las mujeres pueden sentirse seguras de sí mismas mientras exhiben sus cuerpos en público? ¿Para que no sienta tanta vergüenza cuando actúe con el grupo?


–Sí. Ya te vas a hacer dueña del escenario con esa voz increíble que tienes, pero no quiero que te sientas insegura de tu imagen. Quiero que disfrutes de cada segundo cuando te subas a un escenario.


Para sorpresa de Pedro, Paula se bebió lo que le quedaba del margarita de un trago y después se relamió los labios.


–En ese caso, creo que voy a necesitar otra copa. No me vendrá mal sacar un poco de coraje de la botella esta vez. ¿Te importa?


–¿Lo dices en serio? –Pedro se inclinó hacia ella y le tocó la mejilla con la yema del pulgar–. ¿Tienes idea de lo peligrosamente sexy que resultas con ese vestido? Si me pidieras la luna, haría lo que fuera para conseguirla.


–Oh, yo no esperaría tantas molestias.


Contento de ver que Paula comenzaba a disfrutar de la velada, Pedro le hizo señas a una camarera para que les tomara nota. En ese momento dejó de sonar el sugerente saxo que salía de los altavoces y la intensidad de las luces disminuyó. Todas las miradas se volvieron hacia el escenario.


El espectáculo fue extraordinario. Paula quedó maravillada con el exuberante despliegue de baile y movimiento de todas esas mujeres tan voluptuosas, con sus trajes rutilantes y maquillaje exagerado.






MI CANCION: CAPITULO 13





Pedro no recordaba la última vez que se lo había pasado tan bien. Y tampoco recordaba haber sufrido una tortura tan grande. La asistente, una pelirroja pequeña y delgada, le había hecho sentarse en una cómoda silla para que disfrutara del desfile mientras Ronnie, la estilista, seleccionaba las prendas de una percha móvil y se las entregaba a Paula para que se las probara.


Ella entraba y salía de los probadores una y otra vez, con vestidos diferentes y con cara de pocos amigos. Lo gracioso era, sin embargo, que incluso aunque le mirara como si quisiera estrangularle, era más sexy y hermosa que todas las mujeres a las que había conocido en su vida.


–No me habías dicho que este iba a ser uno de los encargos más divertidos que me has hecho jamás. Es una gozada vestir a esta chica, Pedro.


La estilista, elegante y con un corte de pelo a lo garçon, se sentó junto a Pedro, satisfecha.


–He vestido a las mejores artistas del mundo, pero si el talento vocal de esta chica es tan bueno como su aspecto…


–Sí. Lo es. Ya seas productor o mánager de una banda, las cantantes como Paula no aparecen más que una vez en la vida… si tienes suerte.


–Hay una cosa que está bien clara, amigo mío –le dijo Ronnie, dándole un golpecito en la rodilla–, la industria de la música se va a echar a temblar porque esta muchacha que has encontrado te va a devolver al sitio que mereces… a golpe de bombo y platillo.


Paula abrió la cortina del probador en ese preciso instante. Llevaba unos vaqueros de polipiel con una blusa blanca de gasa más que reveladora.


–Espero que estéis satisfechos. En mi opinión, estoy ridícula con este traje –Paula se echó el pelo hacia atrás, malhumorada. Tenía las mejillas en llamas.


Ronnie hizo ademán de ir hacia ella, pero Pedro se puso en pie rápidamente.


–Créeme –le dijo, bajando la voz–. No estás ridícula.


–Bueno, no me voy a subir a un escenario con esta ropa. No me he puesto a cantar para que la gente me coma con los ojos. Si te gusta tanto, ¿por qué no te lo pones tú?


Fue hacia Pedro como si quisiera borrarle esa sonrisa de la cara a golpe de bofetada.


Él cubrió la distancia que le separaba de ella y respiró profundamente.


–Cálmate. Te estás sofocando por nada. Ronnie y yo queremos probar diferentes estilos, pero eso no quiere decir que te tengas que poner algo que no te guste. Al final es tu decisión.


Paula se tranquilizó un poco al oír sus palabras.


–No me gusta llevar esta clase de ropa que enseña tanto. Es que no me siento cómoda exhibiendo tanto mi cuerpo –admitió.


Pedro no dejaba de mirarla ni un segundo.


–¿Por qué? –le preguntó, sacudiendo la cabeza–. Dime qué tienes en la cabeza que te hace sentir tanta vergüenza de enseñar algo tan hermoso. Porque eso es lo que es, Paula, ni más ni menos.


Pedro miró a Ronnie un instante. La estilista esperaba pacientemente a que se decidieran antes de dar su opinión.


–No es fácil de explicar –dijo Paula.


Pedro se volvió hacia ella y le dedicó toda su atención.


–Eres preciosa, Paula. Si te doy un saco de patatas para que te lo pongas, seguirás siendo preciosa. ¿Por qué no disfrutas de tu juventud sin más? ¿Por qué no te permites disfrutar de la libertad de vestir de una manera un poquito provocativa?


–Bueno, es normal que un hombre diga algo así, ¿no? –Paula se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja. Estaba furiosa–. Las mujeres no dejan a los hombres solo porque se hacen mayores. Parece que somos muy modernos hoy en día, pero en el fondo las cosas siguen siendo como siempre. Los hombres mayores se vuelven «interesantes» y «experimentados», pero cuando se trata de una mujer las etiquetas son todo lo contrario.


Una media sonrisa asomó en la comisura de los labios de Pedro.


Paula hizo una pausa. A lo mejor estaba exagerando un poco, pero lo que decía era innegable.


–No nos metas a todos dentro del mismo saco, Paula –extendiendo la mano, liberó el mechón de pelo que ella se había sujetado detrás de la oreja–. De verdad espero no ser tan superficial como pareces creer que soy. La atracción física es algo real, pero también hace falta algo más profundo para que ambas partes sigan interesadas en una relación. Si yo encontrara a una mujer con la que quisiera pasar el resto de mi vida, jamás la abandonaría, pasara lo que pasara.


Sus ojos azules la taladraban con tanta intensidad que Paula sintió cómo resonaban las palabras en su interior.


–Este es el último conjunto que me dio Ronnie. Creo que voy a cambiarme ya. De repente tengo mucho frío.


Dio media vuelta y se frotó los brazos, pero él la agarró y la hizo volverse una vez más.


–Ese primer conjunto que te probaste… el top morado de terciopelo y la falda larga negra con el cinturón… Era muy bonito. ¿Empezamos con ese?


Paula vio cómo se contraía un músculo en su mandíbula. 


Ese también había sido uno de los conjuntos que más le había gustado.


–Muy bien.


–Y, por cierto, no nos vamos a casa ahora. Vamos a ir a casa de Ronnie y después te voy a llevar a un sitio. Cenaremos allí y disfrutaremos de la música.


¿Iba a llevarla a un sitio de conciertos?


–¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Qué clase de sitio es?


La expresión de Pedro permaneció tan hermética como de costumbre. Había, sin embargo, un brillo especial en su mirada. Paula se preguntó qué se traía entre manos.


–Quería que fuera una sorpresa, una sorpresa que te iba a gustar mucho.


–No estoy vestida como para salir por la noche… y mucho menos de fiesta. ¿No podemos dejarlo para otro día?


Pedro apretó la mandíbula y sacudió la cabeza.


–Lo siento, pero no te vas a librar de esta. Confía en mí. 
Esta noche va a ser justo lo que necesitas. Y en cuanto a lo de no tener la ropa adecuada, ¿por qué no escoges uno de los conjuntos que te has estado probando? Puedes prepararte en casa de Ronnie.


–¡Pero estos trajes son carísimos, Pedro! No puedo permitirme…


–Invito yo. Puedes escoger lo que quieras, cualquier cosa. Tómatelo como un regalo.


Paula se quedó sorprendida ante tanta generosidad inesperada.


–Bueno… quiero decir que eres muy amable, pero… ¿A qué clase de sitio me vas a llevar?


Él esbozó una de sus sonrisas más arrebatadoras.


–Es un sitio muy elegante, con mucha clase. Eso es todo lo que tienes que saber.


–Déjame ayudarte a escoger el conjunto. Pedro me ha dicho adónde vais, y sé cuál es el traje perfecto. También necesitarás zapatos y accesorios para completar el look.


Solícita y entusiasmada, Ronnie se detuvo a su lado de repente y Paula supo que era inútil seguir con las objeciones. Tenía sus reservas respecto a esa noche, pero todo intento de escapada sería una pérdida de tiempo.