sábado, 30 de abril de 2016

MI CANCION: CAPITULO 17




Criminal… Paula podría haber usado el mismo adjetivo para describir el beso de Pedro. La forma en la que reclamó sus labios fue poco menos que salvaje y casi la hizo perder el equilibrio.


Dejando escapar un gemido gutural que brotaba desde lo más profundo de su alma, Pedro le sujetó la cabeza y lamió los rincones más escondidos de su boca. Paula sentía su lengua cada vez más adentro, emulando así los detalles más íntimos del acto sexual entre un hombre y una mujer. Paula contenía el aliento y probaba su sabor. Sus sentidos estaban intoxicados por el aroma del bourbon y el calor. Se aferró a la seda de su camisa como si le fuera la vida en ello, como si estuviera a punto de caerse por un precipicio.


No había dudado ni una fracción de segundo en cuanto él había capturado sus labios. Todo su cuerpo se rebelaba contra la razón y buscaba ese contacto que tanto había anhelado. Por primera vez en mucho tiempo era capaz de recordar que estaba viva, que respiraba y que era capaz de amar y de sentir. Hacía demasiado tiempo que nadie la abrazaba y la hacía sentirse deseada. Hacía demasiado tiempo que la habían amado como una mujer desea ser amada por un hombre.


Casi sin pensar, empezó a empujarle con las caderas y entonces se oyó gemir a sí misma. Su cuerpo jadeaba y vibraba de deseo. Sedienta de placer, le dejó mordisquearla y lamerle los labios, encontrándose de vez en cuando con su lengua en un baile desesperado.


Pedro comenzó a empujarla y Paula pudo sentir la solidez de su miembro erecto contra el abdomen. Estaba muy excitado, listo para ella.


De repente se apartó con brusquedad. Paula le miró a los ojos, sorprendida.


–No quiero que nuestra primera vez tenga lugar contra una puerta. Tienes que decirme qué es lo que quieres –al terminar de hablar, pasó el pestillo de la puerta–. ¿Quieres quedarte conmigo esta noche? Podemos irnos a la cama ahora y terminar lo que hemos empezado. Puedo tenerte despierta toda la noche y darte un placer que jamás has imaginado. ¿Es eso lo que quieres?


Con unos dedos hábiles, Pedro le desabrochó los tres primeros botones del abrigo y apartó las solapas para tocarle el pecho a través del fino material de la camiseta. Sus pezones, duros y rígidos, le rozaban las yemas de los dedos.


Paula se preguntó por qué se detenía y le preguntaba qué quería. ¿Acaso no podía seguir adelante y tomar lo que le ofrecía?


Sus dedos largos le rodeaban el pezón del otro pecho en ese momento, apretando y pellizcando, impidiéndole pensar con claridad… pero Paula sabía que era una locura. Todo era una locura. Y una escena de seducción apasionada en una habitación de hotel difícilmente podía conducir a una relación personal estable y profunda. ¿Acaso era sexo todo lo que quería de ella? Si era así, entonces su actitud era poco menos que un insulto. Podía obtener sexo de cualquier mujer que quisiera.


Al darse cuenta de lo cerca que había estado de tirar por la borda algo tan preciado como el respeto por uno mismo, Paula le hizo apartar las manos y se alisó la camiseta.


–¿Qué sucede?


–No me voy a acostar contigo, Pedro.


–No era eso lo que tenía en mente precisamente


–Muy bien. Entonces te lo digo de otra manera –impaciente, Paula se apartó un mechón de pelo de la cara y le miró fijamente–. No voy a tener sexo contigo. No voy a poner en peligro mi relación con el grupo, ni tampoco dejaré que me uses porque sea un «consumible conveniente». Y, aunque puedas pensar lo contrario, no he venido aquí esta noche porque tuviera algo personal en mente. Lo único que quería era que me dieras un poco de seguridad de cara a la actuación de mañana, porque estaba un poco nerviosa. Eso es todo.


Pedro masculló un juramento. Sus ojos azules, repentinamente turbios, la atravesaron.


–¿Es eso lo que crees? ¿Piensas que me aprovecharía de ti y que te utilizaría porque quiero sexo? Si es eso lo que piensas, Paula, entonces te he infravalorado mucho. 
Conoces todas esas historias tan malas sobre mí. Te las has creído como si fueran un hecho y me has condenado a pesar de que te conté lo que realmente pasó entre mi ex y yo. ¿No recuerdas que fue mi reputación la que se vio arrastrada por el lodo cuando escribió todas esas mentiras en aquel artículo? No fue su reputación la que se vio dañada, sino la mía.


Paula no sabía qué decir. ¿Era culpable de haberle juzgado injustamente? ¿Acaso no le había dado ni una oportunidad de demostrar su integridad?


Suspirando con inquietud, Pedro se mesó el cabello.


–Bueno, en cualquier caso, quizás sea mejor que te vayas, no vaya a ser que tu respetabilidad se vea comprometida si te codeas tanto con alguien de una reputación tan dudosa como la mía. Será mejor que te vayas a casa y que descanses un poco. Ya sabes lo que nos espera mañana y quiero que te encuentres lo mejor posible.


Paula sintió que el corazón se le paraba un instante.


–Lo siento. Yo…


–No te castigues. Lo vas a hacer muy bien, Paula. Eso es lo que necesitabas saber, ¿no? Lo único que tienes que hacer es concentrarte en las canciones, en la música. Blue Sky es un gran grupo y te ayudarán todo lo que puedan. No va a ser tan duro como te imaginas. Confía en mí. Tienes una gran voz y eres una chica preciosa. Lo tienes todo para triunfar en este negocio. No puedes fallar.


A pesar de todos sus halagos, Paula no se quedó tranquila.


–Iba a decir que siento… –Paula se sonrojó.


–¿Qué es lo que sientes? ¿Haberme besado?


–Creo que debería irme.


–Aunque me duela estar de acuerdo contigo, seguramente tienes razón, pero desearía que no la tuvieras.


Paula se volvió y trató de abrir el pestillo de la puerta. 


Cuando lo consiguió, salió de la habitación como si la persiguieran mil demonios.


Pedro se quedó allí de pie, solo una vez más, en silencio. La botella de bourbon que acababa de abrir era toda una tentación, pero era mejor no engañarse pensando que eso iba a ayudarle. Ya había sufrido bastante en la vida como para saber que esa no era la solución.


La de su ex no había sido la única traición que había tenido que soportar en la vida. Su madre se había quedado embarazada a la edad de dieciséis años y le había dado en adopción. El centro de acogida no había podido encontrarle unos padres adoptivos porque tenía un soplo en el corazón. 


Había pasado los primeros ocho años de su vida entrando y saliendo del hospital y a esas alturas ya se había acostumbrado a ser un niño solitario. Con el tiempo el soplo se había corregido por sí solo y había acabado resignándose a vivir en el centro hasta la edad de dieciséis años.


Pero a él nunca le había parecido algo negativo porque la necesidad le había enseñado a depender de sí mismo únicamente. Los únicos amigos que había tenido habían sido los libros y así había desarrollado una curiosidad insaciable. 


Siempre le había ido bien en los exámenes. Había conseguido una plaza en la universidad para estudiar antropología y había sido precisamente por esa época que la música había empezado a interesarle mucho.


Atravesó la habitación y abrió la ventana. Definitivamente necesitaba algo de aire. Una intensa ráfaga de viento le golpeó en la cara, sorprendiéndole. El calor que manaba de su cuerpo, no obstante, no disminuyó ni un grado.


Aunque Paula se hubiera marchado, todavía ardía por dentro después de ese abrazo que se habían dado. Era como si cada terminación nerviosa de su cuerpo vibrara con la electricidad y la tensión. Darse una ducha fría era la mejor solución, pero tal y como se encontraba en ese momento hubiera sido como poner una tirita sobre una quemadura de tercer grado.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario