domingo, 27 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO FINAL






A qué ha venido eso? –preguntó Pedro.


A Paula se le llenó la vista de lágrimas al mirarlo sabiendo que su madre se había referido a la conversación que habían tenido en Gales tres semanas atrás, cuando había insistido en que el hombre al que amaba no era «apropiado».


–Ya no importa. Yo… Pedro, tengo que darte las gracias por haber invitado a mi madre y a Rhys. Has hecho que la noche sea mucho más especial.


–Tanto que te has desmayado, ¡maldita sea! –dijo disgustado consigo mismo.


Paula le agarró la mano cuando él hizo intención de levantarse.


–Quiero que te quedes aquí –le dijo con firmeza–. Tengo que decirte algunas cosas y quiero que estés a mi lado mientras te las digo.


–¿Voy a necesitar mi whisky de malta para superarlo?


–No lo creo, no –sonrió respirando hondo antes de volver a hablar–. Tengo que admitir que cuando los he visto aquí me he preguntado por qué lo habrías hecho, pero ha sido solo por un instante, solo un instante, antes de saber, gracias a lo que te conozco, que habrías tenido buenos, y no malos, motivos.


–La verdad es que lo he hecho por puro egoísmo –dijo con una mueca de disgusto; la deseaba tanto que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por conseguirla.


–No me lo creo.


–Pero ha sido así. No dejabas de insistir en que no podría haber nada entre nosotros porque sabías cómo reaccionaría tu madre si se enteraba, así que decidí eliminar ese inconveniente.


Paula se lo quedó mirando unos segundos y entonces esbozó una sonrisa.


–Acepto que ese puede haber sido uno de los motivos…


–Oh, créeme, fue el motivo principal.


Paula seguía sonriéndole.


–Te gusta que la gente piense que eres duro y poco compasivo, ¿verdad?


–Soy duro y…


–De ningún modo eres poco compasivo. Y puede que logres convencer a otros, pero creo que deberías saber que yo hace tiempo que no me lo creo. No, desde que me di cuenta de que me había enamorado de ti.


–¿Paula? –le apretó la mano con más fuerza.


–No te preocupes, no lo digo esperando que el sentimiento sea recíproco. Solo creo que deberías saber que, al volver a vernos, me he dado cuenta de que hace cinco años me enamoré de ti… y que sigo enamorada de ti. Y que no tengo ninguna intención de tener algún tipo de relación contigo y fingir que no estoy…


–¿Acabas de decir que te enamoraste de mí hace cinco años? –le repitió atónito.


–Sí, eso he dicho. Y la razón por la que ahora te estoy diciendo esto es porque quiero que sepas lo que siento antes de que me cuentes cómo ayudaste a mi madre. Es hora de que seamos sinceros el uno con el otro y, por eso, no quiero que haya ningún malentendido con respecto a por qué y cuándo me enamoré de ti.


–¿Nos has oído hablar?


–Sí.


–¿De verdad te enamoraste de mí hace cinco años?


–A primera vista, creo, pero después de que arrestaran a mi padre me pregunté cómo podía seguir enamorada del hombre que había ayudado a encarcelarlo. Ahora sé la verdad, sé que intentaste detenerlo para salvarlo de la situación y de sí mismo, y que la respuesta de mi padre fue informar a la prensa y estropearlo todo.


–Gracias a Dios. ¿De verdad me quieres, Paula?


–Es más, hace unas semanas me di cuenta de que eres la razón por la que sigo siendo virgen a los veintitrés. Ningún otro hombre podía igualarse a mi primer amor –al verlo atónito, añadió–: ¿Demasiada sinceridad para ti?


¿Demasiada? ¡Por él, perfecto! Paula era perfecta, perfecta para él. Siempre lo había sido.


–No tengo palabras para decirte lo mucho… que me complace saber que para ti no ha habido nadie más, pero ahora deberías saber que no quiero tener una aventura contigo.


–De acuerdo –le respondió casi paralizada–. Soy tonta por haber pensado que aún querías –respiró hondo–. Ahora todo esto resulta algo embarazoso, pero no cambia nada de lo que he dicho…


–Paula, ¿te sorprendería saber que yo también me enamoré de ti hace cinco años?


Se quedó petrificada y mirándolo con los ojos como platos.


–Es imposible; era regordeta, llevaba esas gafas tan poco favorecedoras y era tan torpe que me tropezaba con mis propios pies…


–Para mí eras voluptuosamente sexy –la corrigió con firmeza–. Y tenías… y aún tienes… los ojos grises más preciosos que he visto en mi vida, con o sin gafas. Y tu ocasional falta de equilibrio me resultaba encantadora más que una torpeza. ¡Y siempre te deseé tanto que me costaba pensar! Solo tenías dieciocho años y eras demasiado joven para mí, pero te deseaba de todos modos. Me enamoré de ti de todos modos. Además, después de que arrestaran a tu padre y rechazaras todos mis intentos de hablar contigo, tenía motivos más que suficientes para pensar que me odiabas a muerte.


–Yo nunca te he odiado, Pedro.


–Claro que sí.


–Odiaba la situación, no a ti, pero acepto que mi padre no era perfecto, ni mucho menos, y que fue el único responsable de lo que le sucedió. Pedro, ¿qué hiciste hace cinco años para ayudarnos?


–¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora?


–Sí.


–Pues preferiría no hacerlo –le respondió con un suspiro.


–Y yo preferiría que lo hicieras.


–Qué testaruda eres.


–¡Mira quién fue a hablar! Pero si no me lo dices, le pediré a mi madre que me lo cuente.


–Yo… yo pagué las costas legales de tu padre.


–¿Y qué más…?


–¿Es que te parece poco?


–¿Qué más, Pedro?


Él apretó los labios antes de hablar.


–Le di a tu madre dinero suficiente para que os pudierais mudar a Gales. Quise darle más para pagarte la universidad, pero Maria no me quiso escuchar.


–¡Menos mal! –no se podía creer que las hubiera ayudado–. Sin duda, le haces honor a tu apellido.


–No vayas a ponerme una corona que no me corresponde, Paula. Os ayudé porque alguien tenía que hacerlo.


–¿Y no tuvo absolutamente nada que ver con el hecho de que te hubieras enamorado de la hija con sobrepeso de William Harper? –bromeó con un nudo de emoción en la garganta al ver qué clase de hombre era, y siempre había sido, Pedro.


–«Voluptuosamente sexy», que es exactamente cómo te pondrás cuando estés embarazada de nuestro hijo. Porque espero que quieras hijos.


–Deja de cambiar de tema.


–Solo imaginarte rellenita y embarazada, con los pechos tan grandes que te rebosen por encima del sujetador hace que me excite…


–¡Pedro! –dijo levantándose bruscamente.


–¿Demasiada sinceridad para ti?


No la suficiente. ¡Ni por asomo!


–¿Y cuándo, exactamente, pretendes que tengamos un hijo?


–Creo que por el bien de Rhys y de tu madre, y de mis padres, deberíamos esperar hasta después de casarnos.


–¿Casarnos? –gritó ella.


–Casarnos –le confirmó él con rotundidad.


–Pero si querías una aventura.


–Diste por hecho que quería una aventura. Cuando volvimos a encontrarnos hace cuatro semanas y, obviamente, no podía quitarte las manos de encima, decidí aceptar lo que estuvieras dispuesta a darme. Pero si vamos a ser sinceros, deberías saber lo enamoradísimo que estoy de ti, más aún que hace cinco años, y que no me conformaré con menos que ser tu marido.


Se vio embargada por una felicidad tan grande que le pareció que explotaría si intentaba contenerla. Pedro la quería. Siempre la había querido. Quería casarse con ella. 


¡Tener hijos con ella!


–Aún no me lo has pedido –le recordó con la voz entrecortada.


–He aprendido que a veces es mejor no pedirte las cosas.


–Prueba a ver.


Pedro miró intensamente las brillantes profundidades de sus ojos y se fijó en el rubor de sus mejillas y en esos sensuales labios ligeramente separados.


–¿Quieres casarte conmigo, Paula?


–Oh, sí, Pedro. ¡Sí, sí, sí! –se abalanzó sobre sus brazos–. ¡Cuando y donde quieras!


–Lo antes posible –respondió abrazándola con fuerza.


–Ya hemos malgastado cinco años, no quiero perder más tiempo, ¡quiero pasar el resto de mi vida diciéndote y demostrándote cuánto te amo y que siempre te amaré!


La invadió la felicidad al imaginar el futuro, toda una vida con Pedro, años y años juntos durante los que se demostrarían y se dirían cuánto se amaban.









UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 27




–…debería haberla advertido –murmuró Pedro disgustado mientras le sujetaba la mano con fuerza.


–Querías que fuera una sorpresa –le respondió Maria para tranquilizarlo.


–¡Y mira cómo ha resultado! –maldijo al mirar el delicado y pálido rostro de Paula.


–Es solo un desmayo, Pedro. Conociéndola, seguro que ha estado tan emocionada con lo de esta noche que no ha comido en todo el día.


Pedro se levantó bruscamente y se pasó una mano por el pelo.


–Solo quería que os tuviera a los dos aquí para compartir su éxito con vosotros.


–Lo sé, Pedro. Y Paula también lo sabrá y entenderá.


–¿Tú crees? –sabía que Paula era más que capaz de creer que tenía alguna razón maquiavélica para haberlos invitado a la exposición.


–Lo creo –dijo Maria sentándose ahora donde antes había estado sentado él, en el sofá al lado de Paula–. Admito que a veces mi hija puede tener mucho genio, pero no es tan terca como para juzgarte injustamente. Y lo que has hecho por ella ha sido increíblemente bondadoso.


–Pues Paula no me ve bondadoso ni por asomo.


–Bueno, creo que te quedarías muy positivamente sorprendido con lo que mi hija ve en ti –murmuró Maria secamente.


Paula supo que ese último comentario iba más dirigido a ella que a él, que su madre se había dado cuenta de que había vuelto en sí, pero que estaba disimulando.


–Cuando se despierte, tienes que contárselo todo, Pedro. Tiene que saber lo que hiciste por nosotras hace cinco años, lo que hiciste por ayudarnos a crearnos una nueva vida juntas en Gales después de que William muriera.


Paula frunció el ceño ante esa revelación, al mismo tiempo que comprendió que lo de «cuando despierte» había sido una indirecta. Y sin duda tenía que hacerlo, quedarse ahí escuchando la conversación era totalmente injusto para Pedro. Además, quería oír todo lo que había hecho por ellas.


Maria le soltó la mano a su hija antes de levantarse.


–Eres un buen hombre, Pedro, y si le das una oportunidad a mi hija, creo que descubrirás que ella también lo sabe. Y ahora creo que es hora de que baje y os deje a solas para hablar.


–Pero…


–Mi madre tiene razón, Pedro–le dijo Paula al abrir los ojos y mirarlos a los dos–. Tenemos que hablar –se incorporó lentamente.


–No estoy seguro de que debas hacer eso –le dijo él sentándose apresuradamente a su lado y tomándole ambas manos–. Puede que aún estés un poco aturdida por…


–¿Mamá?


–Voy a bajar a disfrutar del éxito de mi hija. ¿Os veré luego?


–Seguro –respondió Paula, que solo tenía ojos para Pedro.


–Ah, y Paula… –dijo su madre deteniéndose en la puerta–. Te equivocas. Pedro no es «inapropiado» de ningún modo –le aseguró antes de cerrar la puerta del despacho.











sábado, 26 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 26





Paula estaba segura de que tenía que estar alucinando, sin duda, por la tensión de las dos últimas semanas y un exceso de champán en su estómago vacío, porque era imposible que estuviera viendo a su madre y a Rhys en la galería, ambos guapísimos y elegantemente vestidos.



Su madre la estaba mirando y sonriendo justo cuando Rafael Alfonso se les acercó, le besó la mano a ella y se la estrechó a Rhys.


No, era imposible que se estuviera imaginando todo eso. 


Pero entonces, ¿cómo demonios se habían enterado…? 


¡Pedro! Tenía que haber sido él. ¿Y por qué? ¿Por qué había generado una situación tan potencialmente destructiva en una noche tan importante para la galería? ¿Es que quería vengarse de las dos aun a costa del éxito de Arcángel y de semanas de duro trabajo? No. No podía creerlo. No podía pensar eso del hombre al que amaba y al que había llegado a conocer tan bien durante esas dos semanas. Tenía que haber otra razón, una razón inocente, para que los hubiera invitado deliberadamente a la exposición.


–¿Paula? ¡Paula!


Se giró ante el sonido de la voz de Pedro intentando centrar la mirada a pesar de los puntos negros que veía por todas partes.


–¿Por qué? –fue lo único que alcanzó a decir antes de que esos puntos negros se unieran en un enorme agujero por el que se precipitó.


No fue consciente de caer en los brazos de Pedro, ni de los gritos de preocupación de los invitados, ni de la angustia de su madre mientras los seguía a los dos hasta el depacho









UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 25





Pedro se quedó paralizado al sentir que lo observaban mientras charlaba con David Simmons.


Paula. De pie al lado de Eric al otro lado de la abarrotada sala, con sus ojos grises clavados en él y sus carnosos labios esbozando una sonrisa.


Alzó la copa de champán hacia ella en un silencioso brindis; la exposición solo tenía una hora de vida, pero los cuadros de Paula eran los que más atención estaban despertando. 


Ella sonrió al aceptar su brindis. ¿Con felicidad? ¿O con algo más?


–… entretenerte más cuando veo que estoy impidiéndote estar donde de verdad quieres estar –oyó decir a la voz de David.


Muy a su pesar, apartó la mirada de Paula para girarse hacia él.


–¿Cómo dices?


–¡Te recomiendo que vayas con ella, hombre! –le sonrió.


–¿Tan obvio es?


–Es una chica preciosa. Tiene tanta belleza como talento y eso es una combinación letal, ¿eh?


–Letal –aceptó Pedro.


–¡Pues entonces ve! –le dio una palmada en la espalda–. Antes de que ese pillo de tu hermano se te adelante –añadió al ver que Rafa se acercaba a Paula con determinación.


–Maldito seas, Rafael –murmuró Pedro al echar a andar para interceptar a su hermano–. ¡Esto no es lo que acordamos que tenías que hacer esta noche!


Rafa enarcó las cejas con gesto burlón.


–Se me ha ocurrido hacerle compañía a Paula mientras espero. Por cierto, esta noche está impresionante.


–Manos fuera, Rafa.


–¿Sabe Paula lo posesivo que eres?


–Sí –respondió no muy seguro de que Paula no fuera a odiarlo al final de la noche.


–¿Y le has dicho ya lo que sientes por ella? –le preguntó riéndose.


–Vete al infierno, Rafa.


–Claro. ¿Por qué hacer las cosas del modo fácil cuando puedes complicarlas? –sacudió la cabeza–. A este paso vas a terminar siendo tan frío y distante como Miguel.


–Le gusta vivir así.


–Pero a ti no, ya no. ¡Y por eso deberías ir por esa mujer sin importarte lo demás!


–Los dos sabemos que no es tan sencillo.


–Pues entonces te sugiero que lo simplifiques y terminemos con el sufrimiento de todos.


–Ya te llegará a ti la hora, Rafa, y entonces a ver cómo te enfrentas a ello. Y a ella.


–Jamás dejaré que ninguna mujer, ¡ninguna!, se interponga entre mi vida de soltero y yo.


–Oh, pasará, Rafa, hazme caso, y cuando suceda voy a disfrutar viendo cómo te comes tus palabras –dijo riéndose con satisfacción–. Mientras tanto, mantén tus encantos alejados de Paula.


–No soportas tener competencia, ¿eh?


–Eres demasiado irritante como para que te considere una competencia seria. Y ahora, si me perdonas, voy a hablar con «mi chica» –pero antes de llegar a su lado, la vio palidecer y avanzar hacia la entrada de la galería.


Y entonces Pedro supo que había llegado el momento de la verdad.


–¡Ve, Rafa, ahora! –dijo yendo hacia Paula.






UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 24





Todo está saliendo como esperabas?


Paula se giró y sonrió a Eric.


–¡Es mucho más de lo que esperaba! –le sonrió al aceptar una copa de champán.


Había unas doscientas personas en la muestra privada; todos los hombres llevaban traje y las mujeres resplandecían con sus vestidos de noche y sus caras joyas. Montones de camareros circulaban entre ellos con bandejas de canapés y copas de champán, y enormes centros de flores perfumaban la brillantemente iluminada sala.


Ella había optado por un sencillo vestido negro por encima de la rodilla y las únicas joyas que lucía eran una sencilla pulsera de plata y un relicario, ambos regalos de su madre.


Su sonrisa se desvaneció al pensar en ella, en lo mucho que le habría encantado todo eso, y en lo orgullosa que se habría sentido de su éxito, pero Paula no se había atrevido a contarle nada sobre la exposición.


Como era de esperar, los hermanos Alfonso estaban increíblemente guapos, pero para ella el hombre que más destacaba entre todos los de la sala era Pedro. Su hipnótico aspecto la obligaba a mirar hacia donde estaba charlando con David Simmons; era como si tuviera un imán. 


El corazón se le aceleró al oír sus carcajadas. Un corazón que sufría. Sufría por estar con él. Por hacerle el amor, aunque fuera una sola vez.






UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 23







Pedro sintió la presencia de Paula incluso antes de girarse y verla paralizada y pálida al otro lado de la sala. Sus sentidos se habían agudizado tanto ante su presencia durante esas dos semanas que ahora sentía una especie de vibración bajo la piel cada vez que ella estaba cerca. Se excitaba solo con captar el aroma de su perfume, y el sonido de su voz bastaba para que se le erizara el pelo de la nuca y lo recorriera un cosquilleo de placer. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que se había visto tentado a ponerle fin a ese tormento, a tomar a Paula en sus brazos y hacerle el amor hasta que admitiera que lo deseaba con la misma pasión que él a ella.


Lo único que le impedía hacerlo era la propia Paula porque, por el bien de los dos, esta vez tenía que ser ella la que propiciara el acercamiento, por propia elección. Y si para ello tenía que enloquecer mientras tanto, lo aceptaría.


–¿Paula? –le dijo con delicadeza al ver que ella no hacía intención de entrar.


–Yo… eh, perdón, solo quería… No sabía que había nadie… Volveré luego –murmuró dándose la vuelta con la clara intención de salir corriendo de allí.


–¡Paula!


Se detuvo en seco, con la espalda y los hombros claramente tensos, y las manos cerradas a ambos lados de su cuerpo mientras se debatía entre darse la vuelta o seguir
corriendo. De pronto se sintió mareada y fue como si hubiera olvidado respirar, el corazón le palpitaba con tanta fuerza que estaba segura de que los tres hombres podían oírlo.


Nadie la había avisado de que sus hermanos estarían allí. 


¿No era ya bastante tortura tener que haber visto a Pedro a diario como para ahora tener que enfrentarse también a ellos? Sin embargo, nada podía cambiar el hecho de que eran los copropietarios de la galería y que no le quedaba más remedio que tener que verlos algún día. Así que, tal vez, mejor ahora, que después en la exposición, cuando hubiera público y el encuentro pudiera resultar más embarazoso.


Respiró hondo antes de girarse lentamente, con la barbilla bien alta y la mirada fija en Pedro. Antes de hablar, se humedeció los labios.


–Se me ha ocurrido pasar a echar un vistazo antes de la exposición.


–Me alegro de que lo hayas hecho –respondió Pedro al acercarse–. A mis hermanos les gustaría conocerte.


Paula apenas pudo contener un bufido de desdén al mirarlo con escepticismo; ambos sabían que era la última persona a la que Miguel y Rafael querrían conocer.


–Creía que tus hermanos no aprobaban mi participación en la exposición –dijo lo suficientemente alto para que los tres la oyeran.


Pedro apretó la mandíbula y su mirada se oscureció con desaprobación ante esa actitud tan desafiante.


–En un principio cuestionamos tus motivos para participar en la competición, sí –dijo uno de ellos… ¿Miguel o Rafael?


–Calla, Rafa –le ordenó Pedro.


–Y algunos seguimos haciéndolo –añadió Rafael ignorando a su hermano y acercándose a los dos–. No creo que Pedro se haya molestado en preguntarte esto, pero ¿por qué nosotros, señorita Chaves? –le preguntó enarcando una ceja con sorna.


–¡Cierra la boca, Rafa! Soy Miguel Alfonso, señorita Chaves –dijo extendiéndole la mano.


Ella levantó una mano vacilante y dejó que Miguel se la estrechara breve pero firmemente.


–Creo que todos sabemos que mi apellido no es «Chaves».


–Agresiva, me gusta –señaló Rafael.


–¡Calla, Rafa! –dijeron Pedro y Miguel al unísono y con tono de hastío, como si llevaran años repitiendo la misma frase.


Paula se mordió el labio mientras los miraba a los tres: Pedro y Miguel miraban a Rafa con exasperación mientras que este les sonrió a los dos antes de girarse para guiñarle un ojo a Paula.


Ella abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que, más que estar desafiándola, lo que estaba haciendo Rafa era intentar enfadar a sus hermanos.


–No entiendo nada.


–¿Ni siquiera entiendes a Pedro? –preguntó Rafael.


–Rafa…


–Lo sé, que me calle –dijo él con actitud desenfadada y metiéndose las manos en los bolsillos de los vaqueros–. No sé por qué, pero a Miguel y a ti os encanta arruinar mi diversión.


Paula se quedó desconcertada con Miguel y Rafael; sin duda había esperado hostilidad por su parte, como poco, pero ahí no había nada de eso. Miguel resultaba un poco severo y reservado, pero ese parecía ser su carácter habitual más que una actitud dirigida específicamente hacia ella. En cuanto a Rafael… tenía la sensación de que mantenía una apariencia irreverente para ocultar los verdaderos sentimientos que contenía bajo ese perfecto y musculado pecho.


Pedro pudo captar fácilmente el desconcierto de Paula ante sus hermanos, así como el modo en que Rafa estaba observándola. La agarró por el codo con actitud posesiva para decirle:
–Si nos perdonáis, quiero hablar con Paula en mi despacho un momento.


–¿«Hablar» con ella, Pedro? –comentó Rafael con sorna.


–Os veo esta noche –contestó él lanzándole a su hermano una mirada de advertencia.


–No lo dudes –respondió Rafa desafiante–. Estoy deseando volver a verte esta noche, Paula.


–Por el amor de Dios, Rafa, ¿podrías…?


–Lo sé, lo sé. Que me calle –dijo ante la llamada de atención de Miguel.


Pedro sacudió la cabeza y, sin soltar a Paula, salieron de la sala en dirección al ascensor.


–Disculpa por lo de Rafa. Como habrás podido ver, tiene un sentido del humor retorcido.


–A mí me ha parecido… muy majo –respondió vacilante al subir al ascensor.


–«Majo» no es una palabra que emplearía para describir a mi hermano. Irritante, molesto, exasperante, pero nunca «majo». 


Al decirlo Pedro supo que estaba siendo injusto con su hermano; al fin y al cabo, había sido él el que había decidido informarlo sobre la verdadera identidad de Paula Chaves después de que Miguel hubiera preferido no hacerlo.


–Tus hermanos han sido mucho más amables conmigo de lo que me habría imaginado nunca dadas las circunstancias –murmuró al salir del ascensor en dirección al despacho.


–¡Pues te aconsejo que no compliques una situación que ya es imposible de por sí sucumbiendo a los encantos de uno de mis hermanos! –le dijo con brusquedad.


–Yo no… no quería decir… ¿Por qué piensas que podría hacer algo así?


–Ya sabes la respuesta a esa pregunta, Paula –respondió él al entrar en el despacho y cerrar la puerta antes de girarse hacia ella y sujetarla por las caderas.


–¿La sé?


–Sí. Pero para que no haya ningún malentendido, te recuerdo que el único Alfonso que va a besar estos labios hoy seré yo –le aseguró deslizando un dedo sobre su carnoso labio inferior.


–No me interesa que me besen ni Rafael ni Miguel.


–Me alegra oírlo. ¿Y a mí, Paula? ¿Te interesa besarme a mí?


Pedro… –dijo con la voz entrecortada.


Pedro tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no besarla al sentir su cuerpo temblando contra el suyo, pero sabía que no podía, necesitaba que Paula diera el primer paso.


–Un solo beso, Paula. Por el éxito de la exposición.


Paula lo miró deseando volver a sentir sus labios, perderse en ese placer, pero al mismo tiempo sabía que un solo beso no bastaría, que querría mucho más que solo pasión y placer. ¡Mucho, mucho, más! Y Pedro no tenía nada más que ofrecerle.


–No puedo –dijo con voz suave apartándolo.


–¿No puedes o no quieres? –le preguntó con dureza y rodeándola con más fuerza.


–Suéltame, Pedro.


–¿Por qué haces esto, Paula? ¿Por qué estás haciendo que los dos suframos por tu terquedad?


–Ya sabes por qué.


–Porque te preocupa tu madre y lo que piense sobre el hecho de que estemos juntos.


A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.


–¿Es que crees que debería conseguir lo que quiero sin importarme cómo pueda afectar a los demás?


–Si yo soy lo que quieres, entonces, sí, ¡maldita sea!, eso es exactamente lo que creo que deberías hacer.


–Tú mismo lo has dicho, Pedro. Esta es una situación imposible que no tiene por qué complicarse más aún.


–Y cuando lo he dicho, te advertía que no te tomaras en serio el flirteo de Rafa.


Paula contenía las lágrimas.


Pedro, solo nos queda un día juntos. ¿Crees que podríamos terminarlo sin discutir?


–¿Y tú crees que voy a salir de tu vida tan tranquilo después de esta noche?


–Eric me dijo hace semanas que volverías a la galería de París después de la inauguración de la Exposición de Nuevos Artistas.


–¿Eso te dijo?


–¿Es que no tienes pensado volver a París mañana? –le preguntó mirándolo a los ojos.


–No –le respondió con satisfacción–. Es más, Rafa, Miguel y yo estábamos hablando de eso cuando has llegado. Miguel vuela a Nueva York mañana para ocuparse de la galería de allí durante un mes, Rafa se marcha a París, y yo me quedo aquí supervisando la exposición y la subasta.


Paula sabía que todo ello significaba que estaría en Londres durante al menos dos semanas, o posiblemente más, y que su presencia allí seguiría siendo un tormento y una tortura.


–Suéltame, Pedro. Por favor –añadió cuando él la rodeó con firmeza por la cintura–. Tengo que estar en la cafetería a las diez.


–¿Vas a trabajar hoy?


–¡Por supuesto que voy a trabajar hoy! –le respondió con impaciencia y apartándose de él, pudiendo respirar, por fin, ahora que no estaba pegada a su cuerpo–. Aún no he vendido ninguno de mis cuadros y tengo un alquiler que pagar a fin de mes.


–Desde esta mañana uno de tus cuadros tiene una pegatina de «reservado».


–¿Sí?


–Miguel lo quiere.


–¿Que lo quiere?


–Umm –respondió él con una adusta sonrisa.


–¿Y cuál es?


–El de la rosa.


La rosa marchita, la representación de la muerte de las esperanzas y de los sueños.


–Vaya… me siento halagada –murmuró suavemente.


–Deberías. La colección privada de arte de Miguel es muy exclusiva. Y tengo razones para pensar que lord Simmons está muy interesado en comprar uno también.


–Eso es… increíble –dijo con un brillo en la mirada y agarrándole las manos de forma impulsiva–. Esto es real, ¿verdad, Pedro? ¡Voy a vender algún cuadro y a lo mejor hasta puedo dedicarme a pintar a tiempo completo!


–Sí, totalmente real –le confirmó acercándola a sí–. Esta es tu noche, Paula –la besó con delicadeza–. Y quiero que la disfrutes. Que disfrutes cada momento de ella.


–¡Oh, lo haré! –le aseguró con alegría–. Gracias, Pedro, por darme esta oportunidad. Sé que he sido difícil, pero… de verdad que te agradezco mucho todo lo que has hecho por mí.


Pedro solo esperaba que se siguiera sintiendo así después de esa noche. Las dos últimas semanas que había estado con ella le habían bastado para saber que algo tenía que cambiar, que no podían seguir así, de modo que había movido algunos hilos para propiciar ese cambio, y no estaba seguro de que Paula fuera a perdonarlo por ello.








UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 22





Las dos semanas siguientes fueron un absoluto infierno para Paula, obligada, tal como le había prometido Pedro, a ir a la galería y verlo a diario mientras se ocupaban de los últimos detalles de la exposición.


Y no porque Pedro hubiera intentado en ningún momento revivir los momentos de intimidad vividos en su apartamento aquella noche. Oh, no, él se había planteado una tortura más sutil aprovechando toda oportunidad que le surgía para tocarla haciendo que pareciera algo accidental, sin decir ni una palabra ni dar ninguna muestra de la atracción que crepitaba y ardía entre los dos cada vez que estaban juntos. 


No tardó en darse cuenta de que Pedro estaba dispuesto a torturarla ¡y cómo lo estaba logrando!


Según pasaban los días llegó al punto de temblar cada vez que se acercaba a la Galería Arcángel pensando si ese sería el día en el que Pedro la besaría, la acariciaría antes de que se volviera loca de deseo. Estaba embriagada por su seductor aroma masculino, cautivada por los músculos de sus hombros y de su espalda cuando se quitaba la chaqueta y la corbata, y por el oscuro vello que le asomaba por el cuello de la camisa cada vez que se desabrochaba un par de botones cuando no estaban en público. Había ansiado enroscar los dedos en ese brillante y sedoso vello, acariciar su firme espalda, el suave cabello de su nuca.


Ya solo faltaba un día para la exposición, solo unas horas más de tortura, se dijo la última mañana de camino a la galería. Pero, por desgracia, al llegar a la sala fue consciente de que esas serían las veinticuatro horas más difíciles de las últimas dos semanas.


Se quedó sin aliento y palideció al ver a los tres hombres que charlaban tranquilamente porque allí, junto a Pedro, estaban sus dos hermanos, Miguel y Rafael. Dos hombres que no tenían ningún motivo para sentir la más mínima simpatía por ella.