sábado, 26 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 22





Las dos semanas siguientes fueron un absoluto infierno para Paula, obligada, tal como le había prometido Pedro, a ir a la galería y verlo a diario mientras se ocupaban de los últimos detalles de la exposición.


Y no porque Pedro hubiera intentado en ningún momento revivir los momentos de intimidad vividos en su apartamento aquella noche. Oh, no, él se había planteado una tortura más sutil aprovechando toda oportunidad que le surgía para tocarla haciendo que pareciera algo accidental, sin decir ni una palabra ni dar ninguna muestra de la atracción que crepitaba y ardía entre los dos cada vez que estaban juntos. 


No tardó en darse cuenta de que Pedro estaba dispuesto a torturarla ¡y cómo lo estaba logrando!


Según pasaban los días llegó al punto de temblar cada vez que se acercaba a la Galería Arcángel pensando si ese sería el día en el que Pedro la besaría, la acariciaría antes de que se volviera loca de deseo. Estaba embriagada por su seductor aroma masculino, cautivada por los músculos de sus hombros y de su espalda cuando se quitaba la chaqueta y la corbata, y por el oscuro vello que le asomaba por el cuello de la camisa cada vez que se desabrochaba un par de botones cuando no estaban en público. Había ansiado enroscar los dedos en ese brillante y sedoso vello, acariciar su firme espalda, el suave cabello de su nuca.


Ya solo faltaba un día para la exposición, solo unas horas más de tortura, se dijo la última mañana de camino a la galería. Pero, por desgracia, al llegar a la sala fue consciente de que esas serían las veinticuatro horas más difíciles de las últimas dos semanas.


Se quedó sin aliento y palideció al ver a los tres hombres que charlaban tranquilamente porque allí, junto a Pedro, estaban sus dos hermanos, Miguel y Rafael. Dos hombres que no tenían ningún motivo para sentir la más mínima simpatía por ella.






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