domingo, 27 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO FINAL






A qué ha venido eso? –preguntó Pedro.


A Paula se le llenó la vista de lágrimas al mirarlo sabiendo que su madre se había referido a la conversación que habían tenido en Gales tres semanas atrás, cuando había insistido en que el hombre al que amaba no era «apropiado».


–Ya no importa. Yo… Pedro, tengo que darte las gracias por haber invitado a mi madre y a Rhys. Has hecho que la noche sea mucho más especial.


–Tanto que te has desmayado, ¡maldita sea! –dijo disgustado consigo mismo.


Paula le agarró la mano cuando él hizo intención de levantarse.


–Quiero que te quedes aquí –le dijo con firmeza–. Tengo que decirte algunas cosas y quiero que estés a mi lado mientras te las digo.


–¿Voy a necesitar mi whisky de malta para superarlo?


–No lo creo, no –sonrió respirando hondo antes de volver a hablar–. Tengo que admitir que cuando los he visto aquí me he preguntado por qué lo habrías hecho, pero ha sido solo por un instante, solo un instante, antes de saber, gracias a lo que te conozco, que habrías tenido buenos, y no malos, motivos.


–La verdad es que lo he hecho por puro egoísmo –dijo con una mueca de disgusto; la deseaba tanto que estaba dispuesto a hacer lo que fuera por conseguirla.


–No me lo creo.


–Pero ha sido así. No dejabas de insistir en que no podría haber nada entre nosotros porque sabías cómo reaccionaría tu madre si se enteraba, así que decidí eliminar ese inconveniente.


Paula se lo quedó mirando unos segundos y entonces esbozó una sonrisa.


–Acepto que ese puede haber sido uno de los motivos…


–Oh, créeme, fue el motivo principal.


Paula seguía sonriéndole.


–Te gusta que la gente piense que eres duro y poco compasivo, ¿verdad?


–Soy duro y…


–De ningún modo eres poco compasivo. Y puede que logres convencer a otros, pero creo que deberías saber que yo hace tiempo que no me lo creo. No, desde que me di cuenta de que me había enamorado de ti.


–¿Paula? –le apretó la mano con más fuerza.


–No te preocupes, no lo digo esperando que el sentimiento sea recíproco. Solo creo que deberías saber que, al volver a vernos, me he dado cuenta de que hace cinco años me enamoré de ti… y que sigo enamorada de ti. Y que no tengo ninguna intención de tener algún tipo de relación contigo y fingir que no estoy…


–¿Acabas de decir que te enamoraste de mí hace cinco años? –le repitió atónito.


–Sí, eso he dicho. Y la razón por la que ahora te estoy diciendo esto es porque quiero que sepas lo que siento antes de que me cuentes cómo ayudaste a mi madre. Es hora de que seamos sinceros el uno con el otro y, por eso, no quiero que haya ningún malentendido con respecto a por qué y cuándo me enamoré de ti.


–¿Nos has oído hablar?


–Sí.


–¿De verdad te enamoraste de mí hace cinco años?


–A primera vista, creo, pero después de que arrestaran a mi padre me pregunté cómo podía seguir enamorada del hombre que había ayudado a encarcelarlo. Ahora sé la verdad, sé que intentaste detenerlo para salvarlo de la situación y de sí mismo, y que la respuesta de mi padre fue informar a la prensa y estropearlo todo.


–Gracias a Dios. ¿De verdad me quieres, Paula?


–Es más, hace unas semanas me di cuenta de que eres la razón por la que sigo siendo virgen a los veintitrés. Ningún otro hombre podía igualarse a mi primer amor –al verlo atónito, añadió–: ¿Demasiada sinceridad para ti?


¿Demasiada? ¡Por él, perfecto! Paula era perfecta, perfecta para él. Siempre lo había sido.


–No tengo palabras para decirte lo mucho… que me complace saber que para ti no ha habido nadie más, pero ahora deberías saber que no quiero tener una aventura contigo.


–De acuerdo –le respondió casi paralizada–. Soy tonta por haber pensado que aún querías –respiró hondo–. Ahora todo esto resulta algo embarazoso, pero no cambia nada de lo que he dicho…


–Paula, ¿te sorprendería saber que yo también me enamoré de ti hace cinco años?


Se quedó petrificada y mirándolo con los ojos como platos.


–Es imposible; era regordeta, llevaba esas gafas tan poco favorecedoras y era tan torpe que me tropezaba con mis propios pies…


–Para mí eras voluptuosamente sexy –la corrigió con firmeza–. Y tenías… y aún tienes… los ojos grises más preciosos que he visto en mi vida, con o sin gafas. Y tu ocasional falta de equilibrio me resultaba encantadora más que una torpeza. ¡Y siempre te deseé tanto que me costaba pensar! Solo tenías dieciocho años y eras demasiado joven para mí, pero te deseaba de todos modos. Me enamoré de ti de todos modos. Además, después de que arrestaran a tu padre y rechazaras todos mis intentos de hablar contigo, tenía motivos más que suficientes para pensar que me odiabas a muerte.


–Yo nunca te he odiado, Pedro.


–Claro que sí.


–Odiaba la situación, no a ti, pero acepto que mi padre no era perfecto, ni mucho menos, y que fue el único responsable de lo que le sucedió. Pedro, ¿qué hiciste hace cinco años para ayudarnos?


–¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora?


–Sí.


–Pues preferiría no hacerlo –le respondió con un suspiro.


–Y yo preferiría que lo hicieras.


–Qué testaruda eres.


–¡Mira quién fue a hablar! Pero si no me lo dices, le pediré a mi madre que me lo cuente.


–Yo… yo pagué las costas legales de tu padre.


–¿Y qué más…?


–¿Es que te parece poco?


–¿Qué más, Pedro?


Él apretó los labios antes de hablar.


–Le di a tu madre dinero suficiente para que os pudierais mudar a Gales. Quise darle más para pagarte la universidad, pero Maria no me quiso escuchar.


–¡Menos mal! –no se podía creer que las hubiera ayudado–. Sin duda, le haces honor a tu apellido.


–No vayas a ponerme una corona que no me corresponde, Paula. Os ayudé porque alguien tenía que hacerlo.


–¿Y no tuvo absolutamente nada que ver con el hecho de que te hubieras enamorado de la hija con sobrepeso de William Harper? –bromeó con un nudo de emoción en la garganta al ver qué clase de hombre era, y siempre había sido, Pedro.


–«Voluptuosamente sexy», que es exactamente cómo te pondrás cuando estés embarazada de nuestro hijo. Porque espero que quieras hijos.


–Deja de cambiar de tema.


–Solo imaginarte rellenita y embarazada, con los pechos tan grandes que te rebosen por encima del sujetador hace que me excite…


–¡Pedro! –dijo levantándose bruscamente.


–¿Demasiada sinceridad para ti?


No la suficiente. ¡Ni por asomo!


–¿Y cuándo, exactamente, pretendes que tengamos un hijo?


–Creo que por el bien de Rhys y de tu madre, y de mis padres, deberíamos esperar hasta después de casarnos.


–¿Casarnos? –gritó ella.


–Casarnos –le confirmó él con rotundidad.


–Pero si querías una aventura.


–Diste por hecho que quería una aventura. Cuando volvimos a encontrarnos hace cuatro semanas y, obviamente, no podía quitarte las manos de encima, decidí aceptar lo que estuvieras dispuesta a darme. Pero si vamos a ser sinceros, deberías saber lo enamoradísimo que estoy de ti, más aún que hace cinco años, y que no me conformaré con menos que ser tu marido.


Se vio embargada por una felicidad tan grande que le pareció que explotaría si intentaba contenerla. Pedro la quería. Siempre la había querido. Quería casarse con ella. 


¡Tener hijos con ella!


–Aún no me lo has pedido –le recordó con la voz entrecortada.


–He aprendido que a veces es mejor no pedirte las cosas.


–Prueba a ver.


Pedro miró intensamente las brillantes profundidades de sus ojos y se fijó en el rubor de sus mejillas y en esos sensuales labios ligeramente separados.


–¿Quieres casarte conmigo, Paula?


–Oh, sí, Pedro. ¡Sí, sí, sí! –se abalanzó sobre sus brazos–. ¡Cuando y donde quieras!


–Lo antes posible –respondió abrazándola con fuerza.


–Ya hemos malgastado cinco años, no quiero perder más tiempo, ¡quiero pasar el resto de mi vida diciéndote y demostrándote cuánto te amo y que siempre te amaré!


La invadió la felicidad al imaginar el futuro, toda una vida con Pedro, años y años juntos durante los que se demostrarían y se dirían cuánto se amaban.









2 comentarios: