viernes, 23 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 18





La necesidad de volver a besarla, de tocarla y hacerle el amor llevaba ardiendo en su interior treinta y seis horas, tiempo que había pasado prácticamente en estado de excitación continuo, y verla ahora no había ayudado a aplacar esa sensación: ese vestido dorado ceñido de un modo tan delicioso a cada curva de su suculento cuerpo, ese pelo cayéndole como una llama sobre los hombros y por la espalda, esos labios…


–Ni se os ocurra –les dijo a los dos guardaespaldas que estaban fuera de la galería.


–No pasa nada, Andy –añadió Paula cuando el hombre la miró–. Quedaos con mi padre. El señor Alfonso y yo vamos a dar un paseo –añadió con tono despreocupado mientras Pedro tiraba de ella por el pasillo.


¿Paseo? Lo que Pedro necesitaba era saborearla de nuevo y acariciarla, y lo necesitaba tanto que abrió la primera puerta que se encontró al doblar la esquina de otro pasillo sin importarle que fuera un pequeño cuarto de la limpieza. La metió dentro y cerró la puerta sumiéndolos en una absoluta oscuridad.


–¡Pedro!


–¡Tengo que besarte, Paula! –dijo agachando la cabeza y capturando su boca con satisfacción.


Toda la rabia que había sentido Paula por el hecho de que la hubiera sacado de la sala de exposición prácticamente a rastras, al más puro estilo neandertal, se evaporó en cuanto Pedro le rozó la boca.


Separó los labios y soltó su bolso antes de levantar los brazos y hundir los dedos en su pelo. Se dejó caer contra él y le devolvió el deseo de ese beso sintiendo cómo sus pechos y sus pezones se inflamaban y sus muslos ardían mientras las manos de Pedro se deslizaban por su espalda para posarse sobre sus nalgas y acercarla a su erección.


Pedro apartó la boca un instante y le recorrió el cuello con sus labios y su lengua.


–A tu padre no le va a hacer gracia esto –dijo con aire despreocupado mientras la saboreaba.


Paula dejó escapar una suave carcajada.


–No creo que mi padre vaya a venir aquí.


–Bueno, espero que no –murmuró él distraídamente con el cuerpo palpitando de pasión al mover las caderas con un lento y excitante ritmo y deslizar una mano bajo el vestido para acariciarle un muslo–. Necesito sentir tu calor contra mis dedos, Paula –dijo cuando sus dedos tocaron el borde de encaje de su ropa interior.


–¡Pedro! –un intenso calor anegó su cuerpo anticipándose al placer que prometían esos dedos.


–¿Llevas braguitas debajo de este vestido?


–Sí.


–Pero unas minúsculas, imagino.


–Mucho –le confirmó.


Pedro respiró hondo.


–¡Y quiero arrancártelas, acariciarte y sentirte cuando llegues al clímax! Después quiero lamerme los dedos y saborear…


Pedro, por favor… –gimió Paula no muy segura de si estaba pidiéndole que parara o que continuara, ya que esas palabras acababan de generar una ardiente humedad entre sus muslos.


–Oh, quiero complacerte, Paula –le aseguró–. Lo deseo más que a la vida.


Paula también lo deseaba. No le importaba que estuvieran metidos en un cuarto de la limpieza, ni que estuvieran a escasos metros de la sala donde doscientas personas estaban asistiendo a la exposición, incluyendo su padre, y habían visto cómo la sacaba de allí hacía unos minutos.


Lo único que le importaba era estar con Pedro, hacer el amor con él, que la besara y acariciara.


–Hazlo, Pedro –lo animó–. ¡Hazlo!


Las palabras apenas habían salido de su boca cuando oyó el delicado sonido del encaje y la seda rasgándose.


–Qué preciosa eres –murmuró Pedro al acariciar la sedosa desnudez de la piel de entre sus muslos mientras tenía la cara hundida en su perfumado cuello–. Tan, tan preciosa.


Comenzó con unas caricias suaves y pudo sentir cómo esos inflamados pliegues se separaban con cada roce. Su clítoris palpitó, inflamado, cuando ejerció más presión antes de hundir dos dedos en el calor de su interior. Con el otro brazo la rodeó por la cintura a la vez que sintió esas contracciones intensificarse, prolongarse, y que sus piernas comenzaron a temblar.


–Sí, Paula –dijo al sentirla llegar al clímax con la fuerza de un tsunami–. Lo quiero todo. Dame todo tu placer –insistió con pasión.


Paula gritó cuando ese placer la recorrió; tenía los pezones erectos y su interior se aferraba con ansia a esos dedos que la acariciaban y la llenaban. Cuando la última oleada de placer la invadió, se sintió totalmente incapaz de levantarse, y se habría caído al suelo si Pedro no hubiera seguido sosteniéndola con el brazo que la rodeaba por la cintura. Gimió cuando otra sacudida de placer la recorrió en el momento en que él retiró los dedos de su abrasador interior.


–Mmm, deliciosa –murmuró Pedro unos segundos más tarde.


–¿Qué?


–Que sabes a miel, Paula.


–¡Dios…! –apoyó la humedad de su frente contra el hombro de su chaqueta, ruborizada ante el hecho de que Pedro se hubiera lamido los dedos para saborearla.


–Me llamo Pedro –dijo con tono de broma.


–Seguro que ahora te sientes muy poderoso.


–Sin duda –respondió él riéndose.


–Deberías ser un poco más modesto, Pedro.


–No, cuando tengo en mis brazos a mi satisfecha mujer.


¿Su satisfecha mujer? ¿Qué quería decir con eso? Sabía que debería sentirse indignada por esa muestra de arrogancia, sabía que debía apartarse y decirle que lo que había sucedido no cambiaba nada, que estaba decidida a seguir con su decisión de no tener una relación con él. Su decisión de no ser la mujer de ningún hombre. Pero no podía hacerlo. «Más tarde», se dijo. Ya se lo haría comprender más adelante.


–Ven a mi piso esta noche. Esto debería haber terminado a las once. Pasa la noche conmigo, Paula, por favor.


–¿Y Miguel?


–Miguel que se busque a su propia mujer.


–Me refiero a…


–Ya sé a qué te refieres, preciosa Paula. Y el piso es tan grande que ni siquiera tiene que enterarse de que estás allí.


¿Podía hacerlo? ¿Era posible? ¿Podía pasar otra noche más en los brazos y la cama de Pedro?


¿Cómo podía negarse cuando él acababa de darle tanto placer y no se había llevado nada a cambio? Ella no era una amante egoísta.


–Pero hazlo porque quieras, Paula, no porque te sientas en deuda conmigo por lo que acaba de pasar.


Parecía que Pedro le hubiera leído el pensamiento, al mismo tiempo que la había dejado sin argumentos que justificaran el hecho de que fuera a su casa esa noche.


Se humedeció los labios antes de decir:
–Creo que el problema más inmediato es cómo vamos a salir de este armario y volver a la sala sin que nadie descubra qué hemos estado haciendo.


Pedro se rio.


–Lo veo imposible. Créeme, el brillo ardiente y seductor de tus ojos, el rubor de tus mejillas y esos labios inflamados y enrojecidos van a delatarte y decirle a todo el mundo lo que hemos estado haciendo.


–Haces que parezca una mujer salvaje.


–No, solo mi mujer –la rodeó con fuerza–. Y me gusta que seas salvaje. Me gusta mucho.


A Paula también le gustaba que Pedro la hiciera sentirse así. 


Mucho. Demasiado como para negarse las ganas de pasar una noche más en sus brazos.


–Aun así, creo que deberías volver sola y yo iré después de arreglarme un poco.


–Eso no va a cambiar el hecho de que me pase el resto de la noche pensando en que llevo tus braguitas en el bolsillo de mi chaqueta.


Paula se sonrojó al darse cuenta de que en aquel momento estaba desnuda bajo el vestido, un vestido que se movía sensualmente contra el calor de su piel.


–De acuerdo, iré a tu piso luego. ¡Oh, no, lo había olvidado! Primero tengo que ir con mi padre. De camino aquí hemos empezado a hablar y tenemos que terminar esa conversación.


–¿Es algo grave?


–No estoy segura.


–¿Tiene algo que ver con que te quedaras conmigo el jueves por la noche? Porque si es eso, a lo mejor yo debería…


–No –le aseguró con firmeza–. Es algo que mi padre tiene que contarme, pero espero que no se alargue mucho y pueda estar contigo antes de la medianoche.


Pedro deslizó los labios sobre su cuello.


–Veré cómo me apaño para convencer a Mihuel de que se meta en la cama en cuanto lleguemos a casa. A lo mejor puedo decirle que a su edad tiene que recuperarse bien del jet lag.


–¡Pero si solo es un año mayor que tú!


–Y, aun así, no estaba muy contento conmigo antes.


–¿Por qué?


–Porque le he contado lo nuestro. Porque cree que tu padre podría haberlo preparado todo para deshacerse de mí en un callejón oscuro.


–Mi padre no es ningún gánster, Pedro.


Él se rio al rodearla de nuevo.


–Nunca he dicho que lo fuera.


–¿Pero Miguel y tú pensáis que lo es?


–Ey, solo ha sido un chiste de Miguel, Paula.


–Si eso pensabais de él, me sorprende que os hayáis arriesgado a exponer su colección y mancillar el nombre de Arcángel –contestó con brusquedad–. Después de todo, a lo mejor todo lo que tiene es robado.


–Paula, no…


Ella se alejó por completo de sus brazos.


–¿Paula?


–Deberíamos volver.


–¡Así no! –protestó él–. No ha sido mi intención molestarte, Paula. Ha sido una broma, aunque está claro que de muy mal gusto –añadió con pesar.


Por desgracia, las sospechas de Paula con respecto al accidente de coche de su padre le quitaban toda la gracia al comentario.


–Tengo que irme –abrió la puerta, recogió su bolso del suelo, y vio que Pedro se había plantado en mitad de la puerta impidiéndole salir.


–¿Vendrás luego? –le preguntó él.


Paula, aún invadida por una sensación de placer entre los muslos, sabía que debería negarse. Que debería ceñirse a la decisión que había tomado el día anterior de no volver a verlo.


Eso era lo que debería hacer, pero, por desgracia, su cuerpo decía lo contrario.


–Iré luego –le confirmó.


–Bien –respondió él con satisfacción–. Supongo que tienes razón y que tenemos que volver a la exposición –añadió con gesto de disgusto.


Ella no pudo evitar sonreír ante su falta de entusiasmo, la cual compartía.


–¿Paula? –dijo poniéndole una mano en el brazo cuando ella salió al pasillo.


–¿Sí?


Le rodeó la cara con las manos y la miró fijamente antes de agachar la cabeza y besarla.


–Gracias –le susurró.


A Paula le dio un vuelco el corazón ante el roce de sus labios.


–¿Por qué?


–Solo gracias –ni siquiera él sabía qué le estaba agradeciendo.


A lo mejor que no lo hubiera abofeteado antes cuando la había sacado de la sala como un troglodita. O tal vez que no hubiera intentado negar la atracción que crepitaba entre los dos. O tal vez le estaba agradeciendo el placer que le proporcionaba su desinhibida actitud ante él, o dándole las gracias simplemente por ser Paula.


Ya pensaría más a fondo en todo ello una vez pasara esa noche.






EL DESAFIO: CAPITULO 17




A Paula le resultó intimidante no solo tener a uno, sino a dos, de los hermanos Alfonso mirándola. O, mejor dicho, solo era uno el que la miraba de modo intimidante, ya que la atención de Miguel estaba más centrada en su padre.


Pero, sin duda, los hermanos Alfonso eran los hombres más guapos esa noche, con sus perfectos trajes negros y sus resplandecientes camisas blancas resaltando sus musculosos hombros y sus tonificados cuerpos.


Intentó deliberadamente retrasar el momento de mirar a Pedro entreteniéndose mirando a su hermano mayor, pero cuando finalmente se giró hacia él, vio un brillo de furia en esos ojos dorados. Unos ojos depredadores que la atraparon y atravesaron con una penetrante frialdad.


¿Qué demonios le pasaba? Sí, habían acabado mal el día antes y no habían vuelto a hablar desde entonces, pero ¿de verdad tenía que dejar ver ante todos los presentes la tensión que existía entre ambos? ¿Ante su padre? ¿Ante su hermano?


Lo siguiente que hizo pareció confirmar que así era.


–Si me disculpan, caballeros, tengo que robarles a Paula unos minutos –dijo con decisión sin esperar a que ninguno de los dos respondiera y agarrándola de las muñecas antes de echar a andar hacia la puerta.


Paula, subida a esos tacones tan altos, avanzaba detrás de él con dificultad.


–¡Estás montando una escena, Pedro! –le susurró al ver miradas de curiosidad a su alrededor.


–A lo mejor preferirías que montara una escena aún mayor llevándote contra esa pared y tomándote ahí mismo, delante de todo el mundo.


–¡Pedro!


Paula no estaba segura de si ese grito había sido uno de indignación o de deseo por que hiciera justo lo que había descrito. Sin embargo, tenía la sensación de que era lo último.







EL DESAFIO: CAPITULO 16




–No la recordaba tan preciosa.


Pedro solo estaba escuchando a Miguel a medias, demasiado ocupado en observar a Paula cuando llegó con su padre. Demasiado ocupado buscando en su expresión alguna señal que le indicara que se sentía tan tensa por estar allí como él.


Sus ojos brillaban con ese verde intenso, su piel resplandecía y derrochaba lozanía y vitalidad, y sonreía ampliamente mientras su padre le presentaba a dos hombres que acababan de acercarse a ellos y que pertenecían a todo ese grupo de invitados que llevaban esperando con ganas la llegada de Damian Chaves.


Pero más que tensa, Paula resultaba sensacional. Absoluta e imponentemente sensacional.


Se había dejado el pelo suelto, parecía un río de llamas cayendo sobre sus hombros y extendiéndose hasta su cintura. Sus ojos verdes dominaban la cremosidad de su rostro y un intenso brillo rosa cubría esos tentadores y carnosos labios. Su vestido dorado se aferraba a sus curvas, dejando sus brazos desnudos, y terminaba unos centímetros por debajo de las rodillas para revelar unas piernas largas y estilizadas y unos tacones del mismo color oro.


Pedro no había sido capaz de apartar la mirada de ella desde el momento en que había aparecido por la puerta junto a la silla de ruedas de su padre.


Pedro, ¿me estás escuchando?


–¿Qué te pasa ahora, Miguel? –se giró bruscamente hacia su hermano con los puños apretados.


–Solo he dicho que no recordaba que fuera tan joven y tan guapa, pero está claro que no me has oído… o que no has querido comentar nada al respecto –añadió con perspicacia.


–Por si no lo recuerdas, te mencioné el pequeño detalle de su belleza cuando te llamé después de conocerla, ¡después de descubrir que no era la solterona de mediana edad que me habías hecho creer!


–Yo no te hice creer nada. Lo único que pasa es que no me fijé mucho en el aspecto de su hija cuando conocí a Damian. Pero ahora tendría que estar muerto para no fijarme.


–¿Qué quiere decir eso?


Su hermano seguía mirando a la bella Paula, así que no pudo ver el gesto de disgusto de Pedro.


–Deberíamos acercarnos a saludar a nuestra invitada de honor –añadió distraídamente.


Pedro lo agarró del brazo.


–¡Guárdate tu encanto contenido, pero letal, cuando estés cerca de Paula! –lo advirtió.


Miguel lo miró.


–¿Pero qué…? Oh, no, Pedro, por favor dime que no… ¡Oh, no, lo has hecho! ¡Te dije que tuvieras contentos a los Chaves y te has acostado con su hija!


–Baja la voz.


–¿Es Paula Chaves el motivo por el que anoche estuviste tan distraído? ¿El motivo por el que hoy has estado gritando a todo el mundo por la galería? ¿Es el motivo… por el que de pronto te has cansado de tu imagen de playboy y has decidido que tienes que librarte de ella?


–Métete en tus malditos asuntos…


–Es asunto mío, Pedro –lo interrumpió su hermano fríamente–. Todo lo que afecte a Arcángel es asunto mío. Y también de Gabriel.


–Esto no tiene nada que ver con Arcángel.


–¿Y qué es «esto», precisamente? ¿Qué significa para ti Paula Chaves?


–Nada que sea de tu incumbencia.


Miguel dejó escapar un suspiro de impaciencia.


–¿Sabe Chaves lo vuestro?


–No hay nada que saber.


–¿Lo sabe? –insistió con dureza.


–Sí, pero lo nuestro ya ha terminado.


–¿Por qué?


–¿No deberías alegrarte sin más en lugar de preguntar el porqué?


–No, si no es lo que quieres.


–Miguel, sabes que tú vives oculto tras una máscara tanto como yo.


–¿Y qué quiere decir eso?


–Quiere decir que ocultas tus emociones detrás de esa máscara. Quiere decir que tal vez te ha afectado que nuestro hermano pequeño se haya casado.


–¿Tanto como te ha afectado a ti?


Paula era lo que había «afectado» a Pedro, solo Paula. Y aún no sabía qué iba a hacer al respecto.


–¿Crees que Damian ha venido aquí tan tranquilo, para que te confíes, y que alguna de estas noches sus guardaespaldas te pillarán en algún oscuro callejón?


–No sé cómo he podido sobrevivir todos estos años sin una dosis diaria de tu optimismo –parecía que el sentido del humor de Pedro había regresado–. Anda, vamos a saludarlos… y a lo mejor luego podrás decirme si sigues pensando que tienen intención de eliminarme discretamente.


Y así se abrieron paso entre la multitud hasta donde se encontraban Paula y Damian charlando con varios empresarios.






jueves, 22 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 15





–Si tienes algo que decir, papá, ¡por favor dilo! –dijo Paula mientras los dos estaban en la limusina de camino a la inauguración. El tráfico de Nueva York era tan denso y ensordecedor como de costumbre, y el sol de la tarde se colaba entre los rascacielos y resplandecía contra las ventanas tintadas del coche.


–¿Sobre qué, maya doch?


–No te andes con remilgos, papá.


–¿En qué sentido?


Ella suspiró.


–No has dicho nada, pero no finjamos que no sabes que el jueves pasé la noche en el piso de Pedro.


Su padre se encogió de hombros.


–Bueno, eso es asunto tuyo, ¿no?


Ella abrió los ojos de par en par.


–La otra noche le advertiste que se mantuviera alejado de mí –le recordó.


–Ah, te lo ha contado…


–Oh, sí.


–No le hizo gracia mi advertencia, tal como me había imaginado.


–Y sabías que a mí tampoco me gustaría, así que, ¿por qué lo hiciste?


–Para ver cómo reaccionaba Pedro, por supuesto –respondió con satisfacción.


–¿Estabas poniéndolo a prueba? –le preguntó incrédula.


–Estaba intentando ver qué clase de hombre es, sí –admitió sin sentirse culpable.


–¿Y?


Damian esbozó una media sonrisa.


–Al invitarte a salir y pasar la noche contigo a pesar de mi advertencia ha demostrado ser un hombre que no se deja amilanar ni por mí ni por el apellido Chaves.


Y por mucho que quería a su padre, sabía que había llegado el momento de que ella también hiciera lo mismo.


Respiró hondo.


–A Pedro le gustan las vitrinas que he diseñado para tu colección y me ha ofrecido diseñar más para las galerías Arcángel –reveló con tono bajo.


Una emoción difícil de descifrar se reflejó en los ojos de su padre antes de que pudiera enmascararla.


–¿Y deseas hacerlo?


–Sí, mucho.


–Ahora te gusta –fue una afirmación más que una pregunta.


–¡Al menos lo suficiente como para haber pasado una noche con él!


–Tal vez deberíamos discutir esto cuando lleguemos a casa esta noche –sugirió su padre cuando la limusina se detuvo frente a la puerta trasera de la galería.


Damian había querido bajar del coche y subirse a la silla de ruedas ahí en lugar de delante de todos los fotógrafos congregados a la entrada de la galería.


–Hay más cosas que tengo que contarte… sobre el pasado, maya doch. Pero este no es ni momento ni lugar para hacerlo.


Paula miró a su padre y vio una expresión de dolor y tensión.


–¿Estás bien, papá? –puso una mano sobre su hombro y notó cómo le temblaba bajo sus dedos–. Si no estás bien, no tenemos por qué asistir a la gala.


–Estoy perfectamente de salud, hija. Lo de mi corazón y mi mente ya es otra cosa, en cambio. Pero ahora no, Paula –le apretó con fuerza la mano al ver su gesto de nerviosismo–. Disfrutaremos de la gala, tal como habíamos planeado, y hablaremos de todo esto más tarde. Solo espero que puedas perdonarme… –se detuvo.


–¿Perdonarte por qué, papá? –preguntó temiendo que el nerviosismo de su padre tuviera algo que ver con el destino que habían encontrado los tres secuestradores.


–Luego hablamos –repitió con determinación.


Y, por el momento, ella no pudo más que darse por satisfecha con esa respuesta.


Aunque no lo estaba.


Acababa de ver una oscuridad, un dolor profundamente arraigado que nunca antes había visto en la mirada de su padre. Pero ahora mismo no podía pensar en ello; no, cuando tenía que enfrentarse a la odisea de volver a ver a Pedro…







EL DESAFIO: CAPITULO 14







No vas a salir esta noche?


Pedro se giró y se encontró a su hermano mayor mirándolo.


–La ropa te ha delatado, ¿eh? –los vaqueros desteñidos y la camiseta negra que se había puesto al llegar a casa no eran algo con lo que habría salido nunca un viernes por la noche.


–Más o menos. Pedro, ¿puedes dejar de moverte de un lado para otro y contarme qué pasa? –añadió con impaciencia mientras Pedro seguía moviéndose por el salón.


Porque se encontraba demasiado inquieto como para sentarse al lado de su hermano, al igual que había estado inquieto para ocuparse de todo el trabajo que se le había acumulado sobre la mesa del despacho. ¿Cómo habría podido concentrarse en el trabajo sabiendo que Paula había estado abajo, preparando la colección tan tranquila y sin pararse a pensar en él ni un segundo?


Tenía que admitirlo, era un poco extraño que una mujer lo dejara. Más que extraño, era algo único. Y frustrante, porque no estaba listo, ni por asomo, para haberla dejado marchar.


Esa mañana se había mostrado muy fría y distante al decirle que su relación había terminado. ¿Era esa la impresión que les había transmitido él a todas las mujeres a las que había dejado? ¿Se había mostrado tan frío y distante? ¿Y esas mujeres lo habían odiado del mismo modo que él ahora…?


¿Ahora qué? ¿Ahora odiaba a Paula?


¡Por supuesto que no la odiaba! ¿Cómo iba a odiarla cuando aún la deseaba tantísimo?


Estaba furioso y frustrado, nada más, pero era su ego el que se había visto resentido, y solo por el hecho de que era la primera vez que le pasaba algo así.


–¿Pedro?


Miró a Miguel sabiendo que su hermano estaba preocupado por verlo así.


–No pasa nada. ¿Quieres que pidamos algo para cenar? –fue a sacar las cartas de los restaurantes a los que solía pedir comida las raras ocasiones en las que pasaba la noche en casa.


Pedro se preguntó qué haría Paula esa noche. Seguro que tenía cosas que explicarle a su padre; hasta él mismo había pensado que habría tenido que darle alguna que otra explicación. Sin embargo, la llamada de Damian exigiéndole explicaciones nunca había llegado y eso lo había dejado algo decepcionado. Se había pasado el día queriendo discutir con alguien y habría disfrutado mucho diciéndole al hombre… ¡aun a riesgo de poner en peligro la exposición!… que se mantuviera alejado de sus asuntos y de los de Paula, y lo que pensaba de él por haber arruinado la vida de su hija.


Pero en todo el día había recibido una sola llamada de los Chaves.


–¿Pedro, qué te pasa esta noche? –le preguntó Miguel con impaciencia.


–¿Qué?


–Llevas cinco minutos con esas cartas de comida en la mano, sin decir nada, solo mirando al infinito.


Sí, así era, admitió con disgusto.


–¿Y? –preguntó desafiante al entregarle los folletos a su hermano.


–Pues que es la clase de actitud taciturna que me había acostumbrado a ver en Gabriel antes de que volviera a estar con Valeria, pero no en ti.


–¿Qué significa eso?


–Significa que llevas toda la noche embobado.


–Es que estoy un poco distraído, eso es todo.


–¿Estás teniendo problemas con los Chaves?


Pedro se tensó.


–No que yo sepa –respondió con cautela.


–¿Has hablado con su hija?


La tensión de Pedro aumentó.


–¿Sobre qué?


–Sobre tu idea de encargarle las vitrinas de exposición para las galerías, por supuesto –respondió con impaciencia–. ¡Por el amor de Dios, espabila! ¡Fuiste tú el que sugirió que se lo propusiéramos!


Sí, así era, y fue una sugerencia de la que ahora se arrepentía, porque parecía que Paula iba a aceptar, ¿y cómo iba a soportar él trabajar a su lado si solo con mirarla ya la deseaba?


–Le parece bien la idea. Ha dicho que hablaría contigo mañana por la noche.


–¿Conmigo?


–Sí… contigo –le confirmó Pedro con desdén–. Está claro que la señorita Chaves considera que, ya que eres el hermano mayor, eres tú con el que debería hablar en lugar de con tu hermano pequeño, el de la mala fama.


–¿Es que no sabe que yo soy el empresario de la familia, Gaby el artístico, y tú el hombre de las nuevas ideas para todas las galerías Alfonso?


–¿Acaso lo sabe alguien?


–¿Y quién tiene la culpa?


–Yo –suspiró–. Y nunca antes me había molestado.


–¿Pero ahora sí?


Ahora sí. Porque por primera vez en su vida Pedro quería que alguien, Paula, no lo viera por lo que parecía, sino por cómo y quién era realmente, el «hombre de las ideas» de la familia Alfonso.


Justo hacía un momento los dos hermanos habían hablado sobre otro nuevo proyecto en el que llevaba pensando unos días, uno que tomaba la idea de Gabriel de un concurso de nuevos pintores y ampliaba el espectro para incluir todo tipo de artistas, desde escultores hasta diseñadores de joyas.


 Los dos concursos de París y Londres habían sido un gran éxito y un tercero tendría lugar en Nueva York en unos meses, así que si se basaban en esos éxitos, no había motivos para no expandir la idea.


Supondría mucho trabajo para los tres, pero Pedro creía que merecería la pena porque en lugar de limitarse a vender o exponer arte, también lo descubrirían.


Miguel ya se había ilusionado con la idea y los dos lo hablarían con Gabriel en cuanto volviera de la luna de miel.


–Puede.


–¿Te estás cansando un poco de la etiqueta de playboy?


–Creo que sí –¡sobre todo si eso era lo único que veía Paula!


–¡Pues ya era hora!


–¿Ah, sí?


–Estaba bien cuando tenías veinte años, pero me gusta ver que ahora no te conformas con eso. Eres un hombre con unas ideas brillantes, Pedro, siempre has sabido exactamente en qué dirección teníamos que llevar las galerías. Me gustaría que todo el mundo te valorara tanto como Gaby y yo. Y sí, mañana hablaré con la señorita Chaves, pero solo para decirle que tú estás al mando del proyecto, al igual que te ocupas de todos los nuevos proyectos de Arcángel.


Podría ser una auténtica tortura trabajar con Paula teniendo en cuenta cuánto la deseaba, pero no iba a permitir que ella se saliera con la suya y lo esquivara.


A lo mejor a Paula no le gustaba, pero si de verdad se tomaba en serio el trabajo de diseñar las nuevas vitrinas, se quedaría a su lado mientras durara el proyecto.


Miró a su hermano.


–Ni… Alguien me hizo un comentario hace unos días insinuando que tú siempre has sido el serio de los tres porque tuviste dos hermanos pequeños muy traviesos.


–¿Alguien?


–Alguien. ¿Es verdad eso?


–A lo mejor. Como hermano mayor, siempre sentí que tenía que ser más responsable que tú y que Gaby.


–¿Entonces no te has divertido mucho?


–¿Te ha parecido divertido ser el mediano, sentir que siempre tienes algo que demostrar y ser el graciosillo para llamar la atención?


–No.


–¿Estás cansado de ese papel, verdad?


Sí, sí que lo estaba, y si no tenía cuidado, Miguel no tardaría en preguntarle a qué se debía.


–Vamos a pedir la cena, ¿vale? –dijo decidido a cambiar de tema y a no pensar en Paula.


¡Ya tendría que verla la noche siguiente en la gala de inauguración de la colección de su padre!