miércoles, 3 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 17




Ver a Pedro con un jersey ajustado que resaltaba toda su musculatura no era algo que ella se atreviera a contemplar durante mucho rato, así que apartando la mirada se puso en pie.


Paula estaba dispuesta a cualquier cosa para evitar la conversación que él estaba buscando.


—¿Té o café?


—¿No tienes nada más fuerte? —preguntó él.


—Sólo vino —salió de la habitación, alegrándose de escapar de su poderosa presencia por unos minutos.


Regresó con dos copas y una botella de vino en la mano.


Pedro estaba de pie junto al escritorio. Había agarrado una fotografía de Benjamin y la miraba intensamente.


De pronto, Paula sintió que se le encogía el corazón al ver la mirada de emoción que había en sus ojos y lo observó mientras él acariciaba con un dedo el rostro de Benja.


—Vino —murmuró dejando las copas sobre la mesa—. No es un reserva como a los que tú estás acostumbrado, y la botella es de rosca —dijo Paula mientras la abría—. Pero ahora los expertos dicen que el corcho no es necesariamente mejor.


Estaba balbuceando, pero ver tanto asombro y ternura en el rostro de Pedro la había puesto nerviosa.


No quería sentir nada por Pedro, y él no se merecía su compasión. Llenó las dos copas y se sentó en el sofá antes de beber un sorbo.


—¿Cuántos años tenía Benjamin en esa foto? —preguntó Pedro.


—Dos —no quería hablar con Pedro sobre Benjamin. No quería que aquel hombre se acercara a su hijo. Pero tenía la sensación de que no le quedaba mucha elección.


—Y aquí era un bebé, con Julian Gladstone y ¿quién es la otra persona? ¿Tu tía Irma?


—sí, Julian es un viejo amigo de la familia, y a la tía Irma nunca la conociste porque siempre estabas muy ocupado, según recuerdo. La foto es del bautizo de Benjamin. Ellos son sus padrinos.


—¿Julian Gladstone es el padrino de mi hijo? —preguntó él.


—Es el padrino de mi hijo —lo corrigió ella—. Y Julian es muy buen padrino. Su casa está cerca de aquí y se ven mucho. A Benjamin le cae muy bien —trataba de hacerle ver que Benja no necesitaba a un griego millonario en su vida puesto que ya tenía un modelo masculino a quien seguir.


Pedro no contestó y Paula lo miró mientras dejaba la foto sobre el escritorio y se sentaba en la butaca junto al fuego. 


Agarró la copa y bebió un largo trago. Entonces, la miró.


—Abandona, Paula. Ya sabemos que Benjamin es mío... Él mismo me lo dijo en el coche más o menos —dijo con ironía—. No soy tonto, y tu patético intento de desanimarme hablando del papel que Julian Gladstone tiene en su vida no funcionará.


La seguridad de su tono de voz hizo que Paula se acurrucara en el sofá.


—Desde el momento en que te vi con Gladstone en la embajada supe que estabas ocultándome algo. Paula. Por tu manera de comportarte. Tengo un amigo que tiene una agencia de seguridad y le pedí que investigara lo que habías hecho desde que te marchaste de Londres.


Ella se quedó boquiabierta y lo miró horrorizada.


—Regresaste a vivir con tu tía. Benjamin nació siete meses y una semana después de que nos separáramos. 
Sospechaba, así que esta semana fui a hablar con Marcus y me confirmó que sí habías tenido un aborto y habías perdido al bebé. No podía imaginar cómo Benjamin podía ser mi hijo hasta que él me contó que era un bebé milagro. Para estar completamente seguro, cuando me marché de aquí antes, llamé a Marcus y me dijo que sí, que era posible, aunque muy extraño. Entonces fui a visitar el hospital donde nació Benjamin. La recepcionista fue muy amable. Le pregunté si podía darme una copia de los datos médicos de Benja porque tú y yo lo íbamos a llevar a Grecia y los necesitábamos por si pasaba algo allí.


Paula dejó la copa de vino sobre la mesa. No podía creer que el arrogante canalla hubiera investigado su pasado sólo porque no le había gustado cómo se había comportado en el baile. ¡Ni que hubiera ido al hospital! Lo miró en silencio y su rabia fue aumentando a medida que él hablaba.


—La mujer era una romántica y cuando le conté nuestra trágica separación y que ahora nos hemos reencontrado y pensamos casarnos, me ayudó todo lo posible. Me dio una fotocopia. Sé que Benjamin nació en enero mediante cesárea y que se retrasó dos semanas. Sé que eran mellizos y que sobrevivió él... ¡muy inteligente por tu parte olvidar el nombre del hospital donde tuviste el aborto! —arqueó una ceja—. También sé que se rompió el brazo al caerse del peral de vuestro jardín.


No era cuestión de inteligencia. En aquellos momentos temía que si revelaba el nombre del hospital donde la habían ingresado, Pedro y el doctor Marcus pudieran descubrirla. No era de extrañar que tuviera miedo, teniendo en cuenta que siete semanas antes había perdido a un bebé y el hombre que amaba la había abandonado.


Sin embargo, el miedo ya se le había pasado y ya había oído bastante.


No culpaba a la recepcionista. Pedro era un hombre atractivo y moderno que podía encandilar a cualquiera. Dudaba que alguna mujer pudiera resistirse a sus encantos.


—Sí, tenía derecho. Él es mi hijo y tú me apartaste de él. Si alguien no tenía derecho a hacer lo que hizo, eres tú. Antes te pregunté por qué lo hiciste, y ahora quiero respuestas.


Paula se puso en pie y lo miró fijamente.


—Te daré respuestas. Y te repetiré tus palabras: «un hombre no espera que su amante se quede embarazada». ¿te suena? «tener un hijo no entra en mis planes». Nunca quisiste un hijo —dijo ella, observando que se ponía colorado.


—Me dio un poco de miedo, Soy un hombre soltero y estamos programados para pensar que lo peor del sexo es la posibilidad de que se produzca un embarazo. Estaba impresionado.


—No soy idiota, aunque estuve a punto de parecerlo. No has tenido miedo en tu vida. Y nada te impresiona, señor invencible. Te comportaste como el hombre frío que eres, acostumbrado a tenerlo todo bajo control, y todas tus palabras fueron intencionadas. Después, tuviste el valor de decirme que no me preocupara y que el doctor Marcus se ocuparía de mi embarazo y que tú correrías con todos los gastos. Un aborto era lo que me ofrecías, pero afortunadamente para ti aborté de todas maneras. Algo poco sorprendente, dadas las circunstancias, y encima no te costó ni un centavo.


Por una vez en la vida, Pedro Alfonso, un hombre poderoso, rico, y seguro de sí mismo, se quedó sin habla.


No podía creer lo que estaba oyendo. Nunca había pensado en que Paula debiera abortar. Lo que intentaba era tranquilizarla diciéndole que el doctor Marcus se ocuparía de su embarazo. Pero pensándolo bien, comprendía que Paula no lo hubiera interpretado así. De pronto, el comentario que ella hizo en el hospital acerca de que le había ahorrado mucho dinero cobraba sentido.


—Nunca sugerí que abortaras —murmuró, pero Paula no estaba escuchando.


—No tenías derecho a hacer eso... ¡esa mujer no tenía derecho a darte los datos! —exclamó enfadada.


Ella lo miraba como si fuera un monstruo.


Pedro, me alegro de que no volvieras para llevarme a la clínica la semana siguiente, y que permitieras que Christina, tu secretaria, me dijera que habías hablado de mi aborto con ella y que me informaba de que no ibas a regresar y que me aconsejaba que me marchara. De otro modo, Benjamin habría sido arrancado de mi útero por tu querido doctor Marcus. Y ahora tienes el valor de preguntarme por qué nunca te conté lo de Benjamin. No lo soporto, vienes aquí con todo tu poderío y convences a la recepcionista del hospital con una sarta de mentiras para que te dé información. Y en cuanto a lo que le dijiste acerca de que vamos a casarnos... Olvídalo. Eso no sucederá jamás. Igual que no sucedió cuando me dijiste que íbamos a formar una familia después de que hubiera perdido el bebé —añadió—. Una simple treta para quedar bien cuando ya no significaba nada, y sigues siendo el mismo hombre egoísta que sólo piensa en sí mismo sin preocuparse por nadie más. Así que, perdona mi escepticismo, pero no me creo que tengas interés alguno en ser padre y de repente desees tener un hijo. Y te diré una cosa, no vas a tener al mío...


—¿Has terminado de despellejarme? —preguntó Pedro, dejando la copa sobre la mesa y poniéndose en pie.


Había escuchado con horror todo lo que Paula le había dicho y no podía discutir el análisis que ella había hecho de su comportamiento en el pasado. Él la había llamado «amante» y había dicho que no quería un hijo. Pero nunca había pensado en que abortara. Más tarde, cuando en el hospital dijo que formarían una familia, lo que quería decir era que se casaría con ella, pero comprendía que su intención sonara vacía después de lo sucedido. Y sí le había contado a Christina lo del aborto.


Pedro no quería creer la historia de Paula acerca de que Christina le dijera que abandonara el apartamento, aunque tampoco podía descartarlo. Él había prescindido de Christina después de que ella hiciera evidente que quería una relación personal con él. Aquella noche, en Grecia, le había dado su teléfono móvil a ella, así que probablemente era cierto. 


Había demasiadas medias verdades en todo lo que Paula le había dicho como para que él se sintiera un hombre deleznable, algo extraño para él, un hombre que se enorgullecía de su honor e integridad.


Pero a juzgar por la convicción con la que hablaba Paula, ella realmente creía que él había sido capaz de pedirle que abortara y estaba claro que lo consideraba lo peor de lo peor. Todo lo que dijera en su propia defensa caería en oídos sordos... Nunca creería en él...


Intentó concentrarse y no seguir pensando en el pasado. No podía cambiar los errores que había cometido, pero eso no lo detendría a la hora de reclamar a su hijo. La única diferencia era que tendría que cambiar de táctica.


La miró de arriba abajo y se fijó en que la rabia intensificaba su belleza. Había perdido la cuenta de los días, semanas y meses que la había echado de menos después de separarse. Posó la mirada sobre sus senos y notó que su cuerpo Reaccionaba. De pronto, la deseaba muchísimo y se le ocurrió una solución alternativa, no muy ética, pero casi seguro efectiva, teniendo en cuenta lo bien que conocía a Paula...


—Terminé contigo hace años. ¿O debería decir que tú terminaste conmigo? —dijo ella—. Es demasiado tarde para que cambies de opinión, aunque seguro que tienes un motivo para ello.


—Parece que me conoces muy bien, Paula —dijo en tono de mofa y tras acercarse a ella, la sujetó por los hombros.


Ella se puso tensa y notó que le daba un vuelco el corazón.


Apretó los puños para controlarse y no tratar de apartarlo, negándose a darle la satisfacción de que percibiera su temor. «Llevo años siendo inmune a su persona», se recordó.


—Tienes razón. Tengo un motivo. Soy un hombre muy rico y se me ha ocurrido que necesito un heredero uno que ya está criado es mejor opción que un bebé llorón. ¿Confirmo así la mala opinión que tienes de mí? —dijo Pedro, y esperó observándola.


—Sí —contestó ella al cabo de un momento—. Y ahora que ya sabes por qué no te conté lo de Benjamin, puedes dejarnos en paz —dijo ella, complacida por la frialdad de su tono de voz—. Cásate con Sophia y engendrad vuestros propios bebés.


—Eso será difícil, ya que nos hemos separado y ella no me habla.


—Sabía mujer —opinó ella, y no pudo contener una sonrisa.


Pedro ya había tenido bastante. Hablar no le estaba sirviendo de nada y la sonrisa de Paula hizo que recordara todo lo que se había perdido durante esos años. Lo que momentos antes le había parecido poco ético, ya no se lo parecía.


En los negocios no tenía problema para aprovecharse de la debilidad del rival para cerrar un trato. Era una práctica aceptada, así que ¿por qué no lo hacía también en su vida privada?






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 16




Estaba oscuro, pero la luz del recibidor iluminaba el cuerpo de Pedro, con la mano levantada como para llamar otra vez.


Paula enderezó la espalda y se fijó en que a pesar de que llevaba la misma ropa que antes, excepto por una chaqueta de cuero, su aspecto era más peligroso e intimidante. De pronto, ella se percató de lo aislada que estaba la casa, situada a diez minutos del pueblo caminando, y de lo sola que estaba teniendo únicamente a su hijo por acompañante. 


El corazón comenzó a latirle más deprisa.


—Es un poco tarde. Todo lo que desees decirme puede esperar hasta mañana. Quiero acostarme temprano —dijo, y comenzó a cerrar la puerta.


Una mano fuerte la agarró por la muñeca.


—¿Con quién? ¿Con el tío Julian? —soltó él y la empujó hacia el recibidor para cerrar la puerta.


—No seas desagradable... Y me gustaría que te fueras —dijo ella con firmeza y mirándolo a los ojos.


Gran error... La mirada ardiente de sus ojos oscuros hizo que ella no pudiera retirar la mirada.


—¿Por qué? ¡Maldita seas! ¿Por qué? — Preguntó, colocándole la mano detrás de la espalda para atraerla hacia él—. Me dijiste que estabas embarazada bastante pronto. ¿Qué diablos hice mal para que pocos meses después me negaras la posibilidad de conocer a mi hijo?


Ella percibió furia y rabia en su mirada y echó la cabeza hacia atrás.


—Él no es tu hijo —declaró desafiante.


Notó que él estaba tenso y también la presión de su cuerpo contra el de ella. Nunca había conocido a un hombre que la afectara tanto físicamente como Pedro


Empezó a temblar.


—Sé que eres una mentirosa, y podría estrangularte por lo que me has hecho —colocó la otra mano detrás de su cuello y le agarró el cabello para que echara la cabeza hacia atrás—. Pero no te preocupes. Hay otras maneras de hacerte sufrir.


Ella lo miró indefensa y reconoció la amenazante sensualidad de su mirada.


—No —contestó, y trató de liberarse apoyando ambas manos contra el pecho de Pedro. Él la agarró de nuevo y le puso la mano detrás de la espalda otra vez, obligándola a que se acercara más a él y reduciéndola con un beso brutal.


Mientras la besaba con una pasión dominante y despiadada, la mantenía inmóvil sujetándola por la nuca. Paula trató de resistirse, pero no lo consiguió.


Fingir indiferencia era la única esperanza que tenía, pero cuando él introdujo la lengua en su boca, al sentir su sabor, Paula experimentó un fuerte deseo que hacía tiempo tenía adormilado. Intentó no pensar en los encuentros anteriores, pero su cuerpo tenía voluntad propia y la traicionó. Una fuerte oleada de calor atravesó su vientre provocando que se le acelerara el pulso y la respiración.


Al sentir su reacción, él comenzó a besarla con más delicadeza y continuó hacia el cuello. Después deslizó una de sus manos hasta su pecho, acariciándoselo por encima de la tela.


Pasó el pulgar por su pezón y fue entonces cuando ella notó que la excitación se apoderaba de su cuerpo y que estaba en verdadero peligro.


—Quítame las manos de encima, animal — retorció para que retirara la mano de su pecho y se soltó.


Pedro la miró durante un largo instante y se rió.


—Todavía me deseas, Paula. He sentido el latido de tu corazón y el temblor de tu cuerpo —se mofó.


—De pura rabia... —dijo ella, tratando de controlar el deseo que la invadía por dentro—. Me repugnas —mintió, sorprendida por la facilidad con la que Pedro la había seducido otra vez.


—No, no es verdad —dijo él—. Pero no esperaba que una zorra como tú admitiera la verdad.


Fue la arrogancia de su tono de voz lo que hizo que Paula le diera una bofetada.


—Vete de mi casa ahora mismo o llamaré a la policía.


—No —él la agarró de la mano y tiró de ella hacia el salón—. Y no grites o despertarás a Benja.


—No me digas cómo he de cuidar de mi hijo —dijo en tono desafiante, a pesar de que sabía que Pedro tenía razón.


—Siéntate —la empujó hacia atrás hasta que rozó el sofá—. Te perdono la bofetada porque quizá haya sido un poco duro, pero tenía que elegir entre besarte o retorcerte el cuello. Has tenido suerte de que te besara, pero a estas alturas deberías saber que no hay nada que excite más a un hombre que una mujer retadora.


—No puedo creer que hayas hecho ese comentario. Eres peor que un cerdo machista. Perteneces a la edad media.


—No, pertenezco al lado de mi hijo —la miró con frialdad—. Por eso estoy aquí y por eso tenemos que hablar —se quitó la chaqueta y la dejó en el brazo del sofá—. Pero primero me gustaría beber algo.







EL HIJO OCULTO: CAPITULO 15





Paula se consideraba afortunada por el hecho de que cinco años antes no hubiera asistido a la cita que tenía para que el doctor Marcus le hiciera un legrado... Pero al salir de la habitación de Benjamin, donde había dejado a su hijo dormido, supo que ella no dormiría en toda la noche, con la amenaza de Pedro rondándole la cabeza.


Cuando regresaron a la casa, Benjamin le dio las gracias a Pedro por el paseo en coche y añadió:
—Es un supercoche, pero me gusta más el color del coche del tío Julian. El suyo es rojo brillante. 


Paula no pudo evitar sonreír al ver la cara de resentimiento de Pedro.


—Entonces, te gusta el coche rojo del tío Julian, ¿no?


—Sí, él es mi amigo. Y el de mi mamá. Igual que tú —contestó Benjamin mientras se acercaban a la puerta.


—Lo recordaré —dijo Pedro mientras se despedía de Benja. 


Paula dejó de sonreír al ver que se inclinaba hacia ella.


— ¡Maldito sea el tío Julian! Volveré más tarde, y será mejor que tengas preparada una respuesta —le dijo en voz baja antes de marcharse.


Pensar en la amenaza de Pedro no le hacía ningún bien. 


Paula entró en el dormitorio y se quitó la ropa que se le había mojado al bañar a Benjamin. Se puso unos vaqueros y una camisa azul y se soltó el cabello.


Bajó por las escaleras en silencio y se dirigió a la cocina. 


Una infusión relajante era lo que necesitaba. No tenía sentido ponerse nerviosa esperando que llamaran a la puerta, así que agarró la tetera y puso agua a hervir. Sacó una taza de uno de los armarios y sonrió. Benjamin se la había regalado por navidad el año anterior, con la ayuda de la tía Irma, y tenía una inscripción que decía: ¡para la mejor mamá del mundo!


Su postura era clara, y si Pedro Alfonso aparecía de nuevo, le diría que ella era una madre estupenda y que se largara...


Paula llevó la taza al salón y se sentó en el sofá. Bebió un sorbo de té y pensó en encender la chimenea, pero decidió que ya no merecía la pena porque era tarde. Agarró el mando a distancia y encendió la televisión, pero no encontró nada que llamara su atención.


Suspirando, miró a su alrededor. Le encantaba su casa. La había comprado hacía cuatro años con la ayuda de un collar de diamantes y otras joyas que no quería. Originalmente era una casa de piedra que consistía en dos estancias adosadas de dos pisos cada una que pertenecía a su tía.


Con el permiso de su tía. Paula las había convertido en una única casa. El recibidor era muy espacioso y tenía una amplia escalera de roble. A un lado estaba el salón y al otro el comedor. Al fondo, una cocina en forma de L y en el piso de arriba, tres habitaciones dobles y dos baños. La habitación de Irma tenía su propio baño. Y después estaba el baño común, el dormitorio de Benjamin y el dormitorio de Paula. Además, en el jardín habían construido un garaje.


En el salón había una butaca junto a la chimenea, detrás una lámpara de pie y un escritorio de caoba. Al otro lado estaba el televisor. En el centro había una mesa de café, y una alfombra persa en tonos turquesa frente al fuego.


Por desgracia, ella tenía la sensación de que la felicidad de su casa cambiaría si Pedro se salía con la suya. Cuando se terminó el té, se puso en pie y regresó a la cocina.


Decidió que se estaba preocupando por nada. Pedro no podría llevarse a su hijo a menos que ella se lo permitiera, y ella no era tan tonta. Enjuagó la taza y la guardó de nuevo en el armario. Tras echar un último vistazo a la cocina, decidió ponerse a corregir los trabajos de sus alumnas.



Una hora más tarde, llamaron a la puerta. Pensó en no ir a abrir, pero no quería que Benjamin se despertara y se puso en pie. Se dirigió a la puerta y se secó el sudor de las manos en los pantalones.


Respiró hondo y abrió.





martes, 2 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 14






Mientras Benjamin jugaba felizmente con sus coches de carreras en el suelo de la cocina, Paula preparaba la cena con nerviosismo.


Pedro sospechaba algo. No podía ser de otra manera. No podía ser pura coincidencia que él estuviera allí. Martinstead era un lugar apartado y sólo había una carretera para llegar allí. Los visitantes tenían que entrar y salir por la misma carretera. 


¿Y quién podía haberle dicho que ella estaba allí? Julian, no. Ella estaba segura de su discreción.


Tras llevar dos platos de salchichas, guisantes y puré de patata a la mesa, se volvió y le dio un gran abrazo a Benja. Necesitaba abrazarlo para confirmarse que Pedro no era una amenaza para su vida.


—Te he preparado tus salchichas favoritas porque te quiero —dijo ella, y permitió que el pequeño escapara de sus brazos y se sentara. Lo besó en la frente y se sentó en la otra silla.


Hacía años que no sentía tan pocas ganas de comer, pero se esforzó para dar algunos bocados. Tenía que ser un buen ejemplo para Pedro.


¿Y qué clase de ejemplo era un hombre despiadado como Pedro para su hijo?


En ese momento, tomó una decisión. Pedro no tenía ninguna prueba de que Benjamin fuera su hijo y, mientras ella lo negara, podría hacer poco al respecto. Si lo intentaba, le demostraría que no podría intimidarla y lucharía contra todo lo que se interpusiera en su camino...


Paula miró el reloj. Eran las seis y cuarenta y cinco... Pedro llegaba tarde. Retiró los platos de la mesa y los fregó mientras Benjamin la acribillaba a preguntas sobre Pedro y su coche y sobre cuándo iba a regresar. El muy canalla nunca regresó cuando le prometió a ella que lo haría. Entonces, ¿por qué iba a mantener la promesa que le había hecho a su hijo? Benjamin se quedaría un poco disgustado, pero se le pasaría.


—Bueno, Benja —dijo ella, arrodillándose junto a él en el suelo del salón. A las seis y media lo había convencido para que se relajara y viera un rato la televisión—. Es la hora del baño, del cuento y de acostarse.


—¿Y el paseo en coche? Tu amigo me lo prometió.


Su mirada de decepción le llegó al corazón. Era tan pequeño e inocente...


—Debe de haberse retrasado. A lo mejor viene otro día.


—¿Tú crees?


—Estoy segura —dijo ella, y puso una sonrisa al ver que Benja se ponía en pie contento.


—¿Puedo meter el barco en la bañera? —preguntó Benjamin, justo cuando sonaba el timbre.


«Maldita sea», pensó ella. Pero Benja ya estaba corriendo hacia la puerta.


Paula lo siguió y abrió la puerta. Pedro estaba esperando al pequeño con una sonrisa.


—Has venido. Mamá dijo que lo harías.


—Tu madre me conoce bien. Y tengo una sillita en el coche, así que si ella está de acuerdo podemos ir a dar el paseo ahora.


—Llegas tarde —soltó Paula enfadada. Al verlo le había dado un vuelco el corazón porque estaba igual de atractivo que siempre—. Benja se acuesta a las siete y media.


No le sorprendía que Pedro hubiese conseguido una sillita. Lo que le sorprendía era que fuera de último modelo y que estuviera colocada en el asiento delantero. No estaba segura de si era legal que un niño viajara en el asiento delantero, pero cuando trató de decírselo a Pedro él le contó que en la tienda le habían dicho que no pasaba nada.


—Será mejor que sea un paseo corto —dijo al fin.


Quince minutos más tarde, estaba sentada en el asiento trasero del coche, arrepintiéndose en silencio. Nada más subirse, Pedro les había demostrado cómo se quitaba la capota. Suponía que debería estarle agradecida por haberla vuelto a cerrar, pero lo único que sentía era miedo. Benjamin estaba encantado con su nuevo amigo y ella se preguntaba qué trampa le estaría guardando el destino.


Pedro le explicaba a Benjamin cómo se debía conducir. Ella deseaba decirle que el niño sólo tenía cuatro años y, ya de paso, que fuera más despacio. Pero sabía que no serviría de nada. Se había olvidado de que a Pedro le gustaba conducir a toda marcha.


Al mirar por la ventanilla se percató de que estaban en Bowesmartin. Normalmente, tardaba treinta minutos en llegar allí, pero Pedro había recorrido el mismo trayecto en la mitad de tiempo.


Minutos más tarde, Pedro detuvo el coche en un semáforo frente al hospital Bowesmartin Cottage y ella oyó que Benja le contaba a Pedro:
—Aquí estuve cuando me rompí el brazo y el médico me dijo que había sido muy valiente. Mi madre me tuvo aquí, y yo soy un bebé milagro porque tenía un mellizo, pero murió antes de que yo naciera.


Paula cerró los ojos y empalideció.


—Eso es muy interesante, Benjamin —oyó que le decía Pedro.


Ella abrió los ojos y vio que él la miraba a través del espejo retrovisor.


—¿Cosas de críos, Paula? —se mofó él y la expresión de triunfo que había en su mirada la dejó de piedra.


—No soy un crío. Tengo casi cinco años y soy un niño mayor —dijo Benja. Por fortuna, Pedro volvió a centrarse en el pequeño.


Paula miró por la ventanilla mientras Pedro continuaba conduciendo.


Ella había vivido con su tía Irma durante dos meses después de contarle su desastrosa aventura amorosa y el aborto que había sufrido. Durante ese tiempo había ido a visitar al médico de cabecera para decirle que a pesar de haber sufrido un aborto siete semanas antes, seguía sintiendo náuseas. No recordaba el nombre del hospital de Londres, sólo el nombre del doctor Norman. Y no consideraba necesario mencionar a Pedro ni al doctor Marcus, aunque sí que había estado preocupada por haberse marchado de Londres sin haberse hecho el legrado.


Paula todavía recordaba la sorpresa que se había llevado después de que el médico le hiciera algunas preguntas y le hiciera un reconocimiento médico y una ecografía. Él le dijo que estaba embarazada de dieciséis semanas y que el bebé estaba bien. No tenía de qué preocuparse. Era algo que no solía ocurrir con frecuencia. Se había quedado embarazada de mellizos y había perdido sólo uno.






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 13




Pedro agarró el volante con fuerza y condujo a gran velocidad por la estrecha carretera que llevaba a Weymouth. 


No esperaba encontrarse con Paula. Simplemente había parado en la oficina de correos para preguntar cómo se llegaba a Peartree Cottage y acababa de subirse al coche cuando vio a Paula caminando por la acera de enfrente.


Ella llevaba una chaqueta de lana de color rojo, una falda negra corta, mallas negras y unas botas. Con el cabello claro recogido en lo alto de la cabeza y con el rostro sin maquillar, estaba despampanante y sexy. Después, él se fijó en el niño que llevaba de la mano y, aunque más o menos lo esperaba, se quedó helado. El niño se parecía mucho a las fotos de sí mismo cuando tenía esa edad...


Benjamin era hijo suyo. Apostaría su vida por ello. Pero no tenía sentido...


La semana anterior lo había sospechado al mirar la fotografía. Lo primero que había hecho al llegar a Londres fue contactar con Marcus y quedar con él al día siguiente para cenar. Durante la cena, Pedro le preguntó sobre el aborto sin mencionar que Paula tenía otro hijo. ¡No quería parecer un paranoide! Marcus le confirmó que no había duda alguna acerca de que Paula hubiera perdido el bebé. Él había hablado con el doctor Norman y había leído los informes médicos. El sexo del bebé no estaba determinado. 


Después, tras haber bebido más de la cuenta, Marcus regañó a Pedro por haber dejado escapar a una mujer encantadora y comentó que ella había cancelado la cita que tenía en su clínica, algo que no era de extrañar dadas las circunstancias.


Pedro no había hecho ningún comentario al respecto. No había ningún motivo para que Marcus se enterara de que las cosas habían salido de otro modo. Su ego ya había sufrido bastante en lo que a Paula se refería. Pedro llevó a su amigo a casa y al día siguiente trató de hablar con el doctor Norman, quien desgraciadamente había fallecido hacía algún tiempo.


¿Era posible que los médicos se hubieran equivocado?


¡Así debía de haber sido! De algún modo, Paula había mentido y había conseguido convencerlos de que había abortado. La expresión de pánico y miedo que tenía en la mirada cuando se encontró con él era la misma que él había visto en el baile de la embajada, donde empezó a sospechar que ella ocultaba algo.


Estaba ocultándole a su hijo... Si él estaba en lo cierto, ella tenía motivos para tener miedo, y prometía que la haría sufrir por cada día que no había permitido que estuviera presente en la vida de Benjamin.






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 12




—¿Se ha portado bien? —le preguntó Paula a su amiga Kathy, sujetando a Benja mientras él tiraba de ella calle abajo.


—Estupendamente. Ha jugado con Emma sin problema.


Paula vivía a las afueras de Martinstead y enseñaba en el colegio de chicas del pueblo de al lado. Kathy, su amiga y compañera de casa en sus días de estudiante, la había ido a visitar cuando nació Benjamin y terminó casándose con el veterinario de la zona. Su hija era dieciocho meses más pequeña que Benja, y Kathy lo recogía del colegio y se quedaba con él hasta que Paula regresaba del trabajo una hora más tarde.


—Gracias. No sabes cómo te agradezco que cuides de él. La semana que viene hay vacaciones, menos mal. Ya sólo quedarán seis semanas para que mi tía Irma regrese de su viaje, ¿te parece bien?


—Deja de preocuparte, Paula. No hay problema. Ahora vete. Hace frío aquí fuera.


—Está bien —Paula se rió y se despidió de ella.


Su tía se había ido de vacaciones a Australia y cuatro días después, Paula ya se había percatado de lo mucho que había dependido de su tía para que la ayudara con Benja durante los últimos años. Había estado junto a Paula cuando dio a luz, y después cuidó de Benjamin mientras su sobrina se formaba como profesora.


Cuando Benjamin comenzó el colegio en el mes de septiembre. Paula animó a su tía para que se marchara durante dos meses a visitar a su vieja amiga en Australia. Su tía Irma se merecía un descanso. Quería mucho a Paula y siempre la había apoyado en todo.


Paula miró a su hijo. Eran afortunados.


Ser profesora era una ventaja para una madre soltera. Tenía las mismas vacaciones que su hijo y la siguiente semana podría relajarse con Benja.


Iban a redecorar su habitación y Benjamin no estaba seguro de si prefería un papel con coches de carreras o dinosaurios.


—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó deteniéndose en la calle.


—¿Qué pasa, cariño? —preguntó ella.


—¿Puedo poner un coche como ése en mi pared? —estaba señalando a un coche que estaba aparcado en la acera de enfrente.


Ella se rió. Era un coche de suelo bajo con aspecto letal, ruedas grandes, color negro e ilegalmente aparcado frente a la oficina de correos


—Mamá, mamá... ¿podemos ir a ver qué coche es?


Pero Paula apenas oyó las palabras de Benja al ver que un hombre salía del coche.


Era alto y delgado y llevaba pantalones vaqueros y un jersey negro de cuello alto. Su aspecto era tan peligroso como el del coche...


Pedro Alfonso...


Paula lo observó paralizada mientras él cruzaba la calle y se paraba delante de ella.


—Paula, vaya sorpresa. Me pareció que eras tú, pero el niño me despistó al oír que te llamaba mamá.


Ella notó que se le aceleraba el corazón y trató de mantener la calma.


—Hola, Pedro —dijo con educación.


—No sabía que tenías un hijo. Nadie me lo dijo —Pedro la fulminó con la mirada y después se dirigió al pequeño—. Hola, jovencito. He oído que le decías a tu madre que te gustaba mi coche —sonrió a Benjamin—. Es el Bentley descapotable, último modelo.


—¡Vaya! ¿Eso significa que el techo se quita? —preguntó Benja con los ojos como platos.


—Sí, apretando un botón. ¿Te gustaría verlo por dentro? O, tengo una idea mejor, vamos a dar un paseo.


—No —soltó Paula, estrechando a Benjamin contra su cuerpo—. Sabe que no debe subirse al coche de un desconocido.


Pedro volvió la cabeza y la miró. La expresión de sus ojos hizo que se le helara la sangre.


—Admirable. Pero tú y yo no somos desconocidos, Paula. No hay nada de malo en que me presentes a tu hijo, ¿no crees?


«Lo sabe...», pensó ella. Después trató de que prevaleciera el sentido común. Quizá Pedro tuviera sospechas al respecto, pero no podía saberlo con seguridad... Y ella no pensaba decírselo.


Permaneció muy quieta y se humedeció los labios mientras pensaba las opciones que tenía.


—Benjamin —dijo mirando a su hijo—, éste es Pedro —tragó saliva—. Nos conocimos hace tiempo —no iba a mentir y a decir que era un amigo—. Di «hola».


Benjamin la miró asombrado y después miró a Pedro muy serio.


—Hola, Pedro. Soy Benjamin Chaves. Vivo en Peartree Cottage, Manor house lane en Martinstead.


Paula deseaba gritar. El año anterior había pasado semanas enseñando a Benjamin a decir su nombre y su dirección por si se perdía, y justo se lo estaba diciendo al único hombre que no quería que lo supiera.


—¿Ahora ya podemos ir a dar un paseo en el coche de este hombre, mamá? —preguntó su hijo con una sonrisa.


Ella negó con la cabeza, pero antes de que pudiera contestar intervino Pedro.


—Por supuesto que puedes, Benjamin. Os llevaré a casa.


—No, no lo harás. Es ilegal que un niño viaje en coche sin sillita, y dudo que tengas una o que ese modelo de coche permita ponerla —miró con disgusto hacia el monstruo negro—. Iremos caminando.


—Pero, mamá...


—Lo siento, hijo. Tu madre tiene razón.


Pedro la miró y ella vio cinismo en sus labios. Paula sintió que le daba un vuelco el corazón al oír que empleaba la palabra «hijo» de modo casual. Sospechaba que no era para nada casual...


Él lo sabía. Pero ella no tenía ni idea de cómo lo había descubierto. Y teniendo en cuenta que Pedro le había dicho que no quería tener un hijo, no comprendía por qué se estaba implicando en aquello.


—Sí, pero en el coche de mamá hay un asiento que puedes utilizar si vienes a casa con nosotros. ¿Puede usarlo, mamá?


—¿Qué? —miró a Benjamin y por una vez deseó que no fuera tan listo. Tenía una respuesta para todo y normalmente llevaba razón. «Igual que su padre», pensó ella, y entonces oyó que Pedro se reía.


—Buena idea, Benja, si es que tu madre está de acuerdo. 


Dos pares de ojos idénticos se posaron en ella a la espera de una respuesta.


Lo último que quería era que Pedro supiera que todavía tenía el coche que él le había comprado y deseaba decir que no. Sin embargo, mintió.


—No creo que sea buena idea. Es bastante difícil quitar y poner la sillita de mi coche. Además, se está haciendo tarde y tienes que cenar, Benjamin. Recuerda que tienes que acostarte a las siete y media —enumeró todas las excusas posibles—. Estoy segura de que el señor Alfonso es un hombre muy ocupado. Quizá en otro momento.


—No tan ocupado. Pero comprendo lo que dices sobre la sillita —dijo con sorna—. Tengo una idea —miró el reloj y sonrió a Benjamin—. Mientras vosotros os vais a casa para cenar, yo haré unas cuantas llamadas que tengo pendientes.
Volveré a las seis con una sillita y entonces podremos irnos a dar una vuelta. ¿Qué te parece?


—«Terrible», pensó Paula con amargura. Pero al ver la enorme sonrisa del rostro de su hijo no tuvo valor para decepcionarlo otra vez.


—Sí el señor Alfonso está seguro de ello, a mí me parece bien —mintió.


—Estoy seguro.


Él la miró con frialdad y ella tuvo la sensación de que no sólo se refería a lo del coche. Con un poco de suerte, no le resultaría tan sencillo encontrar una sillita en Dorset a las cuatro y media de la tarde de un viernes. Weymouth era el lugar más cercano donde vendían ese tipo de cosas y quizá Pedro abandonara la idea, o se perdiera...


Lo último sería lo mejor.


—Volveré, Paula. Cuenta con ello.


Su tono era grave y amenazante y ella deseó agarrar a su hijo y salir corriendo. Sin embargo, lo miró a los ojos y puso una sonrisa.


—Si tú lo dices...


Pedro le había dicho las mismas palabras cuando se marchó a Grecia al cumpleaños de su padre y, entonces, había mentido. Al recordar el pasado, ella decidió enfrentarse a él. 


Cinco años atrás, Pedro no había querido un hijo y, desde luego, no iba a tener al suyo...


—Créelo —dijo él, y alborotó el cabello de Benjamin con la mano—. Te veré a las seis, Benja —regresó a su coche y se marchó.