martes, 2 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 12




—¿Se ha portado bien? —le preguntó Paula a su amiga Kathy, sujetando a Benja mientras él tiraba de ella calle abajo.


—Estupendamente. Ha jugado con Emma sin problema.


Paula vivía a las afueras de Martinstead y enseñaba en el colegio de chicas del pueblo de al lado. Kathy, su amiga y compañera de casa en sus días de estudiante, la había ido a visitar cuando nació Benjamin y terminó casándose con el veterinario de la zona. Su hija era dieciocho meses más pequeña que Benja, y Kathy lo recogía del colegio y se quedaba con él hasta que Paula regresaba del trabajo una hora más tarde.


—Gracias. No sabes cómo te agradezco que cuides de él. La semana que viene hay vacaciones, menos mal. Ya sólo quedarán seis semanas para que mi tía Irma regrese de su viaje, ¿te parece bien?


—Deja de preocuparte, Paula. No hay problema. Ahora vete. Hace frío aquí fuera.


—Está bien —Paula se rió y se despidió de ella.


Su tía se había ido de vacaciones a Australia y cuatro días después, Paula ya se había percatado de lo mucho que había dependido de su tía para que la ayudara con Benja durante los últimos años. Había estado junto a Paula cuando dio a luz, y después cuidó de Benjamin mientras su sobrina se formaba como profesora.


Cuando Benjamin comenzó el colegio en el mes de septiembre. Paula animó a su tía para que se marchara durante dos meses a visitar a su vieja amiga en Australia. Su tía Irma se merecía un descanso. Quería mucho a Paula y siempre la había apoyado en todo.


Paula miró a su hijo. Eran afortunados.


Ser profesora era una ventaja para una madre soltera. Tenía las mismas vacaciones que su hijo y la siguiente semana podría relajarse con Benja.


Iban a redecorar su habitación y Benjamin no estaba seguro de si prefería un papel con coches de carreras o dinosaurios.


—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó deteniéndose en la calle.


—¿Qué pasa, cariño? —preguntó ella.


—¿Puedo poner un coche como ése en mi pared? —estaba señalando a un coche que estaba aparcado en la acera de enfrente.


Ella se rió. Era un coche de suelo bajo con aspecto letal, ruedas grandes, color negro e ilegalmente aparcado frente a la oficina de correos


—Mamá, mamá... ¿podemos ir a ver qué coche es?


Pero Paula apenas oyó las palabras de Benja al ver que un hombre salía del coche.


Era alto y delgado y llevaba pantalones vaqueros y un jersey negro de cuello alto. Su aspecto era tan peligroso como el del coche...


Pedro Alfonso...


Paula lo observó paralizada mientras él cruzaba la calle y se paraba delante de ella.


—Paula, vaya sorpresa. Me pareció que eras tú, pero el niño me despistó al oír que te llamaba mamá.


Ella notó que se le aceleraba el corazón y trató de mantener la calma.


—Hola, Pedro —dijo con educación.


—No sabía que tenías un hijo. Nadie me lo dijo —Pedro la fulminó con la mirada y después se dirigió al pequeño—. Hola, jovencito. He oído que le decías a tu madre que te gustaba mi coche —sonrió a Benjamin—. Es el Bentley descapotable, último modelo.


—¡Vaya! ¿Eso significa que el techo se quita? —preguntó Benja con los ojos como platos.


—Sí, apretando un botón. ¿Te gustaría verlo por dentro? O, tengo una idea mejor, vamos a dar un paseo.


—No —soltó Paula, estrechando a Benjamin contra su cuerpo—. Sabe que no debe subirse al coche de un desconocido.


Pedro volvió la cabeza y la miró. La expresión de sus ojos hizo que se le helara la sangre.


—Admirable. Pero tú y yo no somos desconocidos, Paula. No hay nada de malo en que me presentes a tu hijo, ¿no crees?


«Lo sabe...», pensó ella. Después trató de que prevaleciera el sentido común. Quizá Pedro tuviera sospechas al respecto, pero no podía saberlo con seguridad... Y ella no pensaba decírselo.


Permaneció muy quieta y se humedeció los labios mientras pensaba las opciones que tenía.


—Benjamin —dijo mirando a su hijo—, éste es Pedro —tragó saliva—. Nos conocimos hace tiempo —no iba a mentir y a decir que era un amigo—. Di «hola».


Benjamin la miró asombrado y después miró a Pedro muy serio.


—Hola, Pedro. Soy Benjamin Chaves. Vivo en Peartree Cottage, Manor house lane en Martinstead.


Paula deseaba gritar. El año anterior había pasado semanas enseñando a Benjamin a decir su nombre y su dirección por si se perdía, y justo se lo estaba diciendo al único hombre que no quería que lo supiera.


—¿Ahora ya podemos ir a dar un paseo en el coche de este hombre, mamá? —preguntó su hijo con una sonrisa.


Ella negó con la cabeza, pero antes de que pudiera contestar intervino Pedro.


—Por supuesto que puedes, Benjamin. Os llevaré a casa.


—No, no lo harás. Es ilegal que un niño viaje en coche sin sillita, y dudo que tengas una o que ese modelo de coche permita ponerla —miró con disgusto hacia el monstruo negro—. Iremos caminando.


—Pero, mamá...


—Lo siento, hijo. Tu madre tiene razón.


Pedro la miró y ella vio cinismo en sus labios. Paula sintió que le daba un vuelco el corazón al oír que empleaba la palabra «hijo» de modo casual. Sospechaba que no era para nada casual...


Él lo sabía. Pero ella no tenía ni idea de cómo lo había descubierto. Y teniendo en cuenta que Pedro le había dicho que no quería tener un hijo, no comprendía por qué se estaba implicando en aquello.


—Sí, pero en el coche de mamá hay un asiento que puedes utilizar si vienes a casa con nosotros. ¿Puede usarlo, mamá?


—¿Qué? —miró a Benjamin y por una vez deseó que no fuera tan listo. Tenía una respuesta para todo y normalmente llevaba razón. «Igual que su padre», pensó ella, y entonces oyó que Pedro se reía.


—Buena idea, Benja, si es que tu madre está de acuerdo. 


Dos pares de ojos idénticos se posaron en ella a la espera de una respuesta.


Lo último que quería era que Pedro supiera que todavía tenía el coche que él le había comprado y deseaba decir que no. Sin embargo, mintió.


—No creo que sea buena idea. Es bastante difícil quitar y poner la sillita de mi coche. Además, se está haciendo tarde y tienes que cenar, Benjamin. Recuerda que tienes que acostarte a las siete y media —enumeró todas las excusas posibles—. Estoy segura de que el señor Alfonso es un hombre muy ocupado. Quizá en otro momento.


—No tan ocupado. Pero comprendo lo que dices sobre la sillita —dijo con sorna—. Tengo una idea —miró el reloj y sonrió a Benjamin—. Mientras vosotros os vais a casa para cenar, yo haré unas cuantas llamadas que tengo pendientes.
Volveré a las seis con una sillita y entonces podremos irnos a dar una vuelta. ¿Qué te parece?


—«Terrible», pensó Paula con amargura. Pero al ver la enorme sonrisa del rostro de su hijo no tuvo valor para decepcionarlo otra vez.


—Sí el señor Alfonso está seguro de ello, a mí me parece bien —mintió.


—Estoy seguro.


Él la miró con frialdad y ella tuvo la sensación de que no sólo se refería a lo del coche. Con un poco de suerte, no le resultaría tan sencillo encontrar una sillita en Dorset a las cuatro y media de la tarde de un viernes. Weymouth era el lugar más cercano donde vendían ese tipo de cosas y quizá Pedro abandonara la idea, o se perdiera...


Lo último sería lo mejor.


—Volveré, Paula. Cuenta con ello.


Su tono era grave y amenazante y ella deseó agarrar a su hijo y salir corriendo. Sin embargo, lo miró a los ojos y puso una sonrisa.


—Si tú lo dices...


Pedro le había dicho las mismas palabras cuando se marchó a Grecia al cumpleaños de su padre y, entonces, había mentido. Al recordar el pasado, ella decidió enfrentarse a él. 


Cinco años atrás, Pedro no había querido un hijo y, desde luego, no iba a tener al suyo...


—Créelo —dijo él, y alborotó el cabello de Benjamin con la mano—. Te veré a las seis, Benja —regresó a su coche y se marchó.





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