miércoles, 3 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 17




Ver a Pedro con un jersey ajustado que resaltaba toda su musculatura no era algo que ella se atreviera a contemplar durante mucho rato, así que apartando la mirada se puso en pie.


Paula estaba dispuesta a cualquier cosa para evitar la conversación que él estaba buscando.


—¿Té o café?


—¿No tienes nada más fuerte? —preguntó él.


—Sólo vino —salió de la habitación, alegrándose de escapar de su poderosa presencia por unos minutos.


Regresó con dos copas y una botella de vino en la mano.


Pedro estaba de pie junto al escritorio. Había agarrado una fotografía de Benjamin y la miraba intensamente.


De pronto, Paula sintió que se le encogía el corazón al ver la mirada de emoción que había en sus ojos y lo observó mientras él acariciaba con un dedo el rostro de Benja.


—Vino —murmuró dejando las copas sobre la mesa—. No es un reserva como a los que tú estás acostumbrado, y la botella es de rosca —dijo Paula mientras la abría—. Pero ahora los expertos dicen que el corcho no es necesariamente mejor.


Estaba balbuceando, pero ver tanto asombro y ternura en el rostro de Pedro la había puesto nerviosa.


No quería sentir nada por Pedro, y él no se merecía su compasión. Llenó las dos copas y se sentó en el sofá antes de beber un sorbo.


—¿Cuántos años tenía Benjamin en esa foto? —preguntó Pedro.


—Dos —no quería hablar con Pedro sobre Benjamin. No quería que aquel hombre se acercara a su hijo. Pero tenía la sensación de que no le quedaba mucha elección.


—Y aquí era un bebé, con Julian Gladstone y ¿quién es la otra persona? ¿Tu tía Irma?


—sí, Julian es un viejo amigo de la familia, y a la tía Irma nunca la conociste porque siempre estabas muy ocupado, según recuerdo. La foto es del bautizo de Benjamin. Ellos son sus padrinos.


—¿Julian Gladstone es el padrino de mi hijo? —preguntó él.


—Es el padrino de mi hijo —lo corrigió ella—. Y Julian es muy buen padrino. Su casa está cerca de aquí y se ven mucho. A Benjamin le cae muy bien —trataba de hacerle ver que Benja no necesitaba a un griego millonario en su vida puesto que ya tenía un modelo masculino a quien seguir.


Pedro no contestó y Paula lo miró mientras dejaba la foto sobre el escritorio y se sentaba en la butaca junto al fuego. 


Agarró la copa y bebió un largo trago. Entonces, la miró.


—Abandona, Paula. Ya sabemos que Benjamin es mío... Él mismo me lo dijo en el coche más o menos —dijo con ironía—. No soy tonto, y tu patético intento de desanimarme hablando del papel que Julian Gladstone tiene en su vida no funcionará.


La seguridad de su tono de voz hizo que Paula se acurrucara en el sofá.


—Desde el momento en que te vi con Gladstone en la embajada supe que estabas ocultándome algo. Paula. Por tu manera de comportarte. Tengo un amigo que tiene una agencia de seguridad y le pedí que investigara lo que habías hecho desde que te marchaste de Londres.


Ella se quedó boquiabierta y lo miró horrorizada.


—Regresaste a vivir con tu tía. Benjamin nació siete meses y una semana después de que nos separáramos. 
Sospechaba, así que esta semana fui a hablar con Marcus y me confirmó que sí habías tenido un aborto y habías perdido al bebé. No podía imaginar cómo Benjamin podía ser mi hijo hasta que él me contó que era un bebé milagro. Para estar completamente seguro, cuando me marché de aquí antes, llamé a Marcus y me dijo que sí, que era posible, aunque muy extraño. Entonces fui a visitar el hospital donde nació Benjamin. La recepcionista fue muy amable. Le pregunté si podía darme una copia de los datos médicos de Benja porque tú y yo lo íbamos a llevar a Grecia y los necesitábamos por si pasaba algo allí.


Paula dejó la copa de vino sobre la mesa. No podía creer que el arrogante canalla hubiera investigado su pasado sólo porque no le había gustado cómo se había comportado en el baile. ¡Ni que hubiera ido al hospital! Lo miró en silencio y su rabia fue aumentando a medida que él hablaba.


—La mujer era una romántica y cuando le conté nuestra trágica separación y que ahora nos hemos reencontrado y pensamos casarnos, me ayudó todo lo posible. Me dio una fotocopia. Sé que Benjamin nació en enero mediante cesárea y que se retrasó dos semanas. Sé que eran mellizos y que sobrevivió él... ¡muy inteligente por tu parte olvidar el nombre del hospital donde tuviste el aborto! —arqueó una ceja—. También sé que se rompió el brazo al caerse del peral de vuestro jardín.


No era cuestión de inteligencia. En aquellos momentos temía que si revelaba el nombre del hospital donde la habían ingresado, Pedro y el doctor Marcus pudieran descubrirla. No era de extrañar que tuviera miedo, teniendo en cuenta que siete semanas antes había perdido a un bebé y el hombre que amaba la había abandonado.


Sin embargo, el miedo ya se le había pasado y ya había oído bastante.


No culpaba a la recepcionista. Pedro era un hombre atractivo y moderno que podía encandilar a cualquiera. Dudaba que alguna mujer pudiera resistirse a sus encantos.


—Sí, tenía derecho. Él es mi hijo y tú me apartaste de él. Si alguien no tenía derecho a hacer lo que hizo, eres tú. Antes te pregunté por qué lo hiciste, y ahora quiero respuestas.


Paula se puso en pie y lo miró fijamente.


—Te daré respuestas. Y te repetiré tus palabras: «un hombre no espera que su amante se quede embarazada». ¿te suena? «tener un hijo no entra en mis planes». Nunca quisiste un hijo —dijo ella, observando que se ponía colorado.


—Me dio un poco de miedo, Soy un hombre soltero y estamos programados para pensar que lo peor del sexo es la posibilidad de que se produzca un embarazo. Estaba impresionado.


—No soy idiota, aunque estuve a punto de parecerlo. No has tenido miedo en tu vida. Y nada te impresiona, señor invencible. Te comportaste como el hombre frío que eres, acostumbrado a tenerlo todo bajo control, y todas tus palabras fueron intencionadas. Después, tuviste el valor de decirme que no me preocupara y que el doctor Marcus se ocuparía de mi embarazo y que tú correrías con todos los gastos. Un aborto era lo que me ofrecías, pero afortunadamente para ti aborté de todas maneras. Algo poco sorprendente, dadas las circunstancias, y encima no te costó ni un centavo.


Por una vez en la vida, Pedro Alfonso, un hombre poderoso, rico, y seguro de sí mismo, se quedó sin habla.


No podía creer lo que estaba oyendo. Nunca había pensado en que Paula debiera abortar. Lo que intentaba era tranquilizarla diciéndole que el doctor Marcus se ocuparía de su embarazo. Pero pensándolo bien, comprendía que Paula no lo hubiera interpretado así. De pronto, el comentario que ella hizo en el hospital acerca de que le había ahorrado mucho dinero cobraba sentido.


—Nunca sugerí que abortaras —murmuró, pero Paula no estaba escuchando.


—No tenías derecho a hacer eso... ¡esa mujer no tenía derecho a darte los datos! —exclamó enfadada.


Ella lo miraba como si fuera un monstruo.


Pedro, me alegro de que no volvieras para llevarme a la clínica la semana siguiente, y que permitieras que Christina, tu secretaria, me dijera que habías hablado de mi aborto con ella y que me informaba de que no ibas a regresar y que me aconsejaba que me marchara. De otro modo, Benjamin habría sido arrancado de mi útero por tu querido doctor Marcus. Y ahora tienes el valor de preguntarme por qué nunca te conté lo de Benjamin. No lo soporto, vienes aquí con todo tu poderío y convences a la recepcionista del hospital con una sarta de mentiras para que te dé información. Y en cuanto a lo que le dijiste acerca de que vamos a casarnos... Olvídalo. Eso no sucederá jamás. Igual que no sucedió cuando me dijiste que íbamos a formar una familia después de que hubiera perdido el bebé —añadió—. Una simple treta para quedar bien cuando ya no significaba nada, y sigues siendo el mismo hombre egoísta que sólo piensa en sí mismo sin preocuparse por nadie más. Así que, perdona mi escepticismo, pero no me creo que tengas interés alguno en ser padre y de repente desees tener un hijo. Y te diré una cosa, no vas a tener al mío...


—¿Has terminado de despellejarme? —preguntó Pedro, dejando la copa sobre la mesa y poniéndose en pie.


Había escuchado con horror todo lo que Paula le había dicho y no podía discutir el análisis que ella había hecho de su comportamiento en el pasado. Él la había llamado «amante» y había dicho que no quería un hijo. Pero nunca había pensado en que abortara. Más tarde, cuando en el hospital dijo que formarían una familia, lo que quería decir era que se casaría con ella, pero comprendía que su intención sonara vacía después de lo sucedido. Y sí le había contado a Christina lo del aborto.


Pedro no quería creer la historia de Paula acerca de que Christina le dijera que abandonara el apartamento, aunque tampoco podía descartarlo. Él había prescindido de Christina después de que ella hiciera evidente que quería una relación personal con él. Aquella noche, en Grecia, le había dado su teléfono móvil a ella, así que probablemente era cierto. 


Había demasiadas medias verdades en todo lo que Paula le había dicho como para que él se sintiera un hombre deleznable, algo extraño para él, un hombre que se enorgullecía de su honor e integridad.


Pero a juzgar por la convicción con la que hablaba Paula, ella realmente creía que él había sido capaz de pedirle que abortara y estaba claro que lo consideraba lo peor de lo peor. Todo lo que dijera en su propia defensa caería en oídos sordos... Nunca creería en él...


Intentó concentrarse y no seguir pensando en el pasado. No podía cambiar los errores que había cometido, pero eso no lo detendría a la hora de reclamar a su hijo. La única diferencia era que tendría que cambiar de táctica.


La miró de arriba abajo y se fijó en que la rabia intensificaba su belleza. Había perdido la cuenta de los días, semanas y meses que la había echado de menos después de separarse. Posó la mirada sobre sus senos y notó que su cuerpo Reaccionaba. De pronto, la deseaba muchísimo y se le ocurrió una solución alternativa, no muy ética, pero casi seguro efectiva, teniendo en cuenta lo bien que conocía a Paula...


—Terminé contigo hace años. ¿O debería decir que tú terminaste conmigo? —dijo ella—. Es demasiado tarde para que cambies de opinión, aunque seguro que tienes un motivo para ello.


—Parece que me conoces muy bien, Paula —dijo en tono de mofa y tras acercarse a ella, la sujetó por los hombros.


Ella se puso tensa y notó que le daba un vuelco el corazón.


Apretó los puños para controlarse y no tratar de apartarlo, negándose a darle la satisfacción de que percibiera su temor. «Llevo años siendo inmune a su persona», se recordó.


—Tienes razón. Tengo un motivo. Soy un hombre muy rico y se me ha ocurrido que necesito un heredero uno que ya está criado es mejor opción que un bebé llorón. ¿Confirmo así la mala opinión que tienes de mí? —dijo Pedro, y esperó observándola.


—Sí —contestó ella al cabo de un momento—. Y ahora que ya sabes por qué no te conté lo de Benjamin, puedes dejarnos en paz —dijo ella, complacida por la frialdad de su tono de voz—. Cásate con Sophia y engendrad vuestros propios bebés.


—Eso será difícil, ya que nos hemos separado y ella no me habla.


—Sabía mujer —opinó ella, y no pudo contener una sonrisa.


Pedro ya había tenido bastante. Hablar no le estaba sirviendo de nada y la sonrisa de Paula hizo que recordara todo lo que se había perdido durante esos años. Lo que momentos antes le había parecido poco ético, ya no se lo parecía.


En los negocios no tenía problema para aprovecharse de la debilidad del rival para cerrar un trato. Era una práctica aceptada, así que ¿por qué no lo hacía también en su vida privada?






3 comentarios:

  1. Wowwwwww, qué buenos caps!!!!! Sospecho q Paula le va a hacer pagar cada una de sus palabras a Pedro. Va a tener que remarla en gelatina.

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  2. Pedro saca los remos y empeza jajajajajajaja !! A remarlaaaa !!!

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  3. Muy buenos capítulos! Y ahora que va a hacer Pedro? es obvio que Paula actuó por como es él!

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