miércoles, 3 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 16




Estaba oscuro, pero la luz del recibidor iluminaba el cuerpo de Pedro, con la mano levantada como para llamar otra vez.


Paula enderezó la espalda y se fijó en que a pesar de que llevaba la misma ropa que antes, excepto por una chaqueta de cuero, su aspecto era más peligroso e intimidante. De pronto, ella se percató de lo aislada que estaba la casa, situada a diez minutos del pueblo caminando, y de lo sola que estaba teniendo únicamente a su hijo por acompañante. 


El corazón comenzó a latirle más deprisa.


—Es un poco tarde. Todo lo que desees decirme puede esperar hasta mañana. Quiero acostarme temprano —dijo, y comenzó a cerrar la puerta.


Una mano fuerte la agarró por la muñeca.


—¿Con quién? ¿Con el tío Julian? —soltó él y la empujó hacia el recibidor para cerrar la puerta.


—No seas desagradable... Y me gustaría que te fueras —dijo ella con firmeza y mirándolo a los ojos.


Gran error... La mirada ardiente de sus ojos oscuros hizo que ella no pudiera retirar la mirada.


—¿Por qué? ¡Maldita seas! ¿Por qué? — Preguntó, colocándole la mano detrás de la espalda para atraerla hacia él—. Me dijiste que estabas embarazada bastante pronto. ¿Qué diablos hice mal para que pocos meses después me negaras la posibilidad de conocer a mi hijo?


Ella percibió furia y rabia en su mirada y echó la cabeza hacia atrás.


—Él no es tu hijo —declaró desafiante.


Notó que él estaba tenso y también la presión de su cuerpo contra el de ella. Nunca había conocido a un hombre que la afectara tanto físicamente como Pedro


Empezó a temblar.


—Sé que eres una mentirosa, y podría estrangularte por lo que me has hecho —colocó la otra mano detrás de su cuello y le agarró el cabello para que echara la cabeza hacia atrás—. Pero no te preocupes. Hay otras maneras de hacerte sufrir.


Ella lo miró indefensa y reconoció la amenazante sensualidad de su mirada.


—No —contestó, y trató de liberarse apoyando ambas manos contra el pecho de Pedro. Él la agarró de nuevo y le puso la mano detrás de la espalda otra vez, obligándola a que se acercara más a él y reduciéndola con un beso brutal.


Mientras la besaba con una pasión dominante y despiadada, la mantenía inmóvil sujetándola por la nuca. Paula trató de resistirse, pero no lo consiguió.


Fingir indiferencia era la única esperanza que tenía, pero cuando él introdujo la lengua en su boca, al sentir su sabor, Paula experimentó un fuerte deseo que hacía tiempo tenía adormilado. Intentó no pensar en los encuentros anteriores, pero su cuerpo tenía voluntad propia y la traicionó. Una fuerte oleada de calor atravesó su vientre provocando que se le acelerara el pulso y la respiración.


Al sentir su reacción, él comenzó a besarla con más delicadeza y continuó hacia el cuello. Después deslizó una de sus manos hasta su pecho, acariciándoselo por encima de la tela.


Pasó el pulgar por su pezón y fue entonces cuando ella notó que la excitación se apoderaba de su cuerpo y que estaba en verdadero peligro.


—Quítame las manos de encima, animal — retorció para que retirara la mano de su pecho y se soltó.


Pedro la miró durante un largo instante y se rió.


—Todavía me deseas, Paula. He sentido el latido de tu corazón y el temblor de tu cuerpo —se mofó.


—De pura rabia... —dijo ella, tratando de controlar el deseo que la invadía por dentro—. Me repugnas —mintió, sorprendida por la facilidad con la que Pedro la había seducido otra vez.


—No, no es verdad —dijo él—. Pero no esperaba que una zorra como tú admitiera la verdad.


Fue la arrogancia de su tono de voz lo que hizo que Paula le diera una bofetada.


—Vete de mi casa ahora mismo o llamaré a la policía.


—No —él la agarró de la mano y tiró de ella hacia el salón—. Y no grites o despertarás a Benja.


—No me digas cómo he de cuidar de mi hijo —dijo en tono desafiante, a pesar de que sabía que Pedro tenía razón.


—Siéntate —la empujó hacia atrás hasta que rozó el sofá—. Te perdono la bofetada porque quizá haya sido un poco duro, pero tenía que elegir entre besarte o retorcerte el cuello. Has tenido suerte de que te besara, pero a estas alturas deberías saber que no hay nada que excite más a un hombre que una mujer retadora.


—No puedo creer que hayas hecho ese comentario. Eres peor que un cerdo machista. Perteneces a la edad media.


—No, pertenezco al lado de mi hijo —la miró con frialdad—. Por eso estoy aquí y por eso tenemos que hablar —se quitó la chaqueta y la dejó en el brazo del sofá—. Pero primero me gustaría beber algo.







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