miércoles, 3 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 16




Estaba oscuro, pero la luz del recibidor iluminaba el cuerpo de Pedro, con la mano levantada como para llamar otra vez.


Paula enderezó la espalda y se fijó en que a pesar de que llevaba la misma ropa que antes, excepto por una chaqueta de cuero, su aspecto era más peligroso e intimidante. De pronto, ella se percató de lo aislada que estaba la casa, situada a diez minutos del pueblo caminando, y de lo sola que estaba teniendo únicamente a su hijo por acompañante. 


El corazón comenzó a latirle más deprisa.


—Es un poco tarde. Todo lo que desees decirme puede esperar hasta mañana. Quiero acostarme temprano —dijo, y comenzó a cerrar la puerta.


Una mano fuerte la agarró por la muñeca.


—¿Con quién? ¿Con el tío Julian? —soltó él y la empujó hacia el recibidor para cerrar la puerta.


—No seas desagradable... Y me gustaría que te fueras —dijo ella con firmeza y mirándolo a los ojos.


Gran error... La mirada ardiente de sus ojos oscuros hizo que ella no pudiera retirar la mirada.


—¿Por qué? ¡Maldita seas! ¿Por qué? — Preguntó, colocándole la mano detrás de la espalda para atraerla hacia él—. Me dijiste que estabas embarazada bastante pronto. ¿Qué diablos hice mal para que pocos meses después me negaras la posibilidad de conocer a mi hijo?


Ella percibió furia y rabia en su mirada y echó la cabeza hacia atrás.


—Él no es tu hijo —declaró desafiante.


Notó que él estaba tenso y también la presión de su cuerpo contra el de ella. Nunca había conocido a un hombre que la afectara tanto físicamente como Pedro


Empezó a temblar.


—Sé que eres una mentirosa, y podría estrangularte por lo que me has hecho —colocó la otra mano detrás de su cuello y le agarró el cabello para que echara la cabeza hacia atrás—. Pero no te preocupes. Hay otras maneras de hacerte sufrir.


Ella lo miró indefensa y reconoció la amenazante sensualidad de su mirada.


—No —contestó, y trató de liberarse apoyando ambas manos contra el pecho de Pedro. Él la agarró de nuevo y le puso la mano detrás de la espalda otra vez, obligándola a que se acercara más a él y reduciéndola con un beso brutal.


Mientras la besaba con una pasión dominante y despiadada, la mantenía inmóvil sujetándola por la nuca. Paula trató de resistirse, pero no lo consiguió.


Fingir indiferencia era la única esperanza que tenía, pero cuando él introdujo la lengua en su boca, al sentir su sabor, Paula experimentó un fuerte deseo que hacía tiempo tenía adormilado. Intentó no pensar en los encuentros anteriores, pero su cuerpo tenía voluntad propia y la traicionó. Una fuerte oleada de calor atravesó su vientre provocando que se le acelerara el pulso y la respiración.


Al sentir su reacción, él comenzó a besarla con más delicadeza y continuó hacia el cuello. Después deslizó una de sus manos hasta su pecho, acariciándoselo por encima de la tela.


Pasó el pulgar por su pezón y fue entonces cuando ella notó que la excitación se apoderaba de su cuerpo y que estaba en verdadero peligro.


—Quítame las manos de encima, animal — retorció para que retirara la mano de su pecho y se soltó.


Pedro la miró durante un largo instante y se rió.


—Todavía me deseas, Paula. He sentido el latido de tu corazón y el temblor de tu cuerpo —se mofó.


—De pura rabia... —dijo ella, tratando de controlar el deseo que la invadía por dentro—. Me repugnas —mintió, sorprendida por la facilidad con la que Pedro la había seducido otra vez.


—No, no es verdad —dijo él—. Pero no esperaba que una zorra como tú admitiera la verdad.


Fue la arrogancia de su tono de voz lo que hizo que Paula le diera una bofetada.


—Vete de mi casa ahora mismo o llamaré a la policía.


—No —él la agarró de la mano y tiró de ella hacia el salón—. Y no grites o despertarás a Benja.


—No me digas cómo he de cuidar de mi hijo —dijo en tono desafiante, a pesar de que sabía que Pedro tenía razón.


—Siéntate —la empujó hacia atrás hasta que rozó el sofá—. Te perdono la bofetada porque quizá haya sido un poco duro, pero tenía que elegir entre besarte o retorcerte el cuello. Has tenido suerte de que te besara, pero a estas alturas deberías saber que no hay nada que excite más a un hombre que una mujer retadora.


—No puedo creer que hayas hecho ese comentario. Eres peor que un cerdo machista. Perteneces a la edad media.


—No, pertenezco al lado de mi hijo —la miró con frialdad—. Por eso estoy aquí y por eso tenemos que hablar —se quitó la chaqueta y la dejó en el brazo del sofá—. Pero primero me gustaría beber algo.







EL HIJO OCULTO: CAPITULO 15





Paula se consideraba afortunada por el hecho de que cinco años antes no hubiera asistido a la cita que tenía para que el doctor Marcus le hiciera un legrado... Pero al salir de la habitación de Benjamin, donde había dejado a su hijo dormido, supo que ella no dormiría en toda la noche, con la amenaza de Pedro rondándole la cabeza.


Cuando regresaron a la casa, Benjamin le dio las gracias a Pedro por el paseo en coche y añadió:
—Es un supercoche, pero me gusta más el color del coche del tío Julian. El suyo es rojo brillante. 


Paula no pudo evitar sonreír al ver la cara de resentimiento de Pedro.


—Entonces, te gusta el coche rojo del tío Julian, ¿no?


—Sí, él es mi amigo. Y el de mi mamá. Igual que tú —contestó Benjamin mientras se acercaban a la puerta.


—Lo recordaré —dijo Pedro mientras se despedía de Benja. 


Paula dejó de sonreír al ver que se inclinaba hacia ella.


— ¡Maldito sea el tío Julian! Volveré más tarde, y será mejor que tengas preparada una respuesta —le dijo en voz baja antes de marcharse.


Pensar en la amenaza de Pedro no le hacía ningún bien. 


Paula entró en el dormitorio y se quitó la ropa que se le había mojado al bañar a Benjamin. Se puso unos vaqueros y una camisa azul y se soltó el cabello.


Bajó por las escaleras en silencio y se dirigió a la cocina. 


Una infusión relajante era lo que necesitaba. No tenía sentido ponerse nerviosa esperando que llamaran a la puerta, así que agarró la tetera y puso agua a hervir. Sacó una taza de uno de los armarios y sonrió. Benjamin se la había regalado por navidad el año anterior, con la ayuda de la tía Irma, y tenía una inscripción que decía: ¡para la mejor mamá del mundo!


Su postura era clara, y si Pedro Alfonso aparecía de nuevo, le diría que ella era una madre estupenda y que se largara...


Paula llevó la taza al salón y se sentó en el sofá. Bebió un sorbo de té y pensó en encender la chimenea, pero decidió que ya no merecía la pena porque era tarde. Agarró el mando a distancia y encendió la televisión, pero no encontró nada que llamara su atención.


Suspirando, miró a su alrededor. Le encantaba su casa. La había comprado hacía cuatro años con la ayuda de un collar de diamantes y otras joyas que no quería. Originalmente era una casa de piedra que consistía en dos estancias adosadas de dos pisos cada una que pertenecía a su tía.


Con el permiso de su tía. Paula las había convertido en una única casa. El recibidor era muy espacioso y tenía una amplia escalera de roble. A un lado estaba el salón y al otro el comedor. Al fondo, una cocina en forma de L y en el piso de arriba, tres habitaciones dobles y dos baños. La habitación de Irma tenía su propio baño. Y después estaba el baño común, el dormitorio de Benjamin y el dormitorio de Paula. Además, en el jardín habían construido un garaje.


En el salón había una butaca junto a la chimenea, detrás una lámpara de pie y un escritorio de caoba. Al otro lado estaba el televisor. En el centro había una mesa de café, y una alfombra persa en tonos turquesa frente al fuego.


Por desgracia, ella tenía la sensación de que la felicidad de su casa cambiaría si Pedro se salía con la suya. Cuando se terminó el té, se puso en pie y regresó a la cocina.


Decidió que se estaba preocupando por nada. Pedro no podría llevarse a su hijo a menos que ella se lo permitiera, y ella no era tan tonta. Enjuagó la taza y la guardó de nuevo en el armario. Tras echar un último vistazo a la cocina, decidió ponerse a corregir los trabajos de sus alumnas.



Una hora más tarde, llamaron a la puerta. Pensó en no ir a abrir, pero no quería que Benjamin se despertara y se puso en pie. Se dirigió a la puerta y se secó el sudor de las manos en los pantalones.


Respiró hondo y abrió.





martes, 2 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 14






Mientras Benjamin jugaba felizmente con sus coches de carreras en el suelo de la cocina, Paula preparaba la cena con nerviosismo.


Pedro sospechaba algo. No podía ser de otra manera. No podía ser pura coincidencia que él estuviera allí. Martinstead era un lugar apartado y sólo había una carretera para llegar allí. Los visitantes tenían que entrar y salir por la misma carretera. 


¿Y quién podía haberle dicho que ella estaba allí? Julian, no. Ella estaba segura de su discreción.


Tras llevar dos platos de salchichas, guisantes y puré de patata a la mesa, se volvió y le dio un gran abrazo a Benja. Necesitaba abrazarlo para confirmarse que Pedro no era una amenaza para su vida.


—Te he preparado tus salchichas favoritas porque te quiero —dijo ella, y permitió que el pequeño escapara de sus brazos y se sentara. Lo besó en la frente y se sentó en la otra silla.


Hacía años que no sentía tan pocas ganas de comer, pero se esforzó para dar algunos bocados. Tenía que ser un buen ejemplo para Pedro.


¿Y qué clase de ejemplo era un hombre despiadado como Pedro para su hijo?


En ese momento, tomó una decisión. Pedro no tenía ninguna prueba de que Benjamin fuera su hijo y, mientras ella lo negara, podría hacer poco al respecto. Si lo intentaba, le demostraría que no podría intimidarla y lucharía contra todo lo que se interpusiera en su camino...


Paula miró el reloj. Eran las seis y cuarenta y cinco... Pedro llegaba tarde. Retiró los platos de la mesa y los fregó mientras Benjamin la acribillaba a preguntas sobre Pedro y su coche y sobre cuándo iba a regresar. El muy canalla nunca regresó cuando le prometió a ella que lo haría. Entonces, ¿por qué iba a mantener la promesa que le había hecho a su hijo? Benjamin se quedaría un poco disgustado, pero se le pasaría.


—Bueno, Benja —dijo ella, arrodillándose junto a él en el suelo del salón. A las seis y media lo había convencido para que se relajara y viera un rato la televisión—. Es la hora del baño, del cuento y de acostarse.


—¿Y el paseo en coche? Tu amigo me lo prometió.


Su mirada de decepción le llegó al corazón. Era tan pequeño e inocente...


—Debe de haberse retrasado. A lo mejor viene otro día.


—¿Tú crees?


—Estoy segura —dijo ella, y puso una sonrisa al ver que Benja se ponía en pie contento.


—¿Puedo meter el barco en la bañera? —preguntó Benjamin, justo cuando sonaba el timbre.


«Maldita sea», pensó ella. Pero Benja ya estaba corriendo hacia la puerta.


Paula lo siguió y abrió la puerta. Pedro estaba esperando al pequeño con una sonrisa.


—Has venido. Mamá dijo que lo harías.


—Tu madre me conoce bien. Y tengo una sillita en el coche, así que si ella está de acuerdo podemos ir a dar el paseo ahora.


—Llegas tarde —soltó Paula enfadada. Al verlo le había dado un vuelco el corazón porque estaba igual de atractivo que siempre—. Benja se acuesta a las siete y media.


No le sorprendía que Pedro hubiese conseguido una sillita. Lo que le sorprendía era que fuera de último modelo y que estuviera colocada en el asiento delantero. No estaba segura de si era legal que un niño viajara en el asiento delantero, pero cuando trató de decírselo a Pedro él le contó que en la tienda le habían dicho que no pasaba nada.


—Será mejor que sea un paseo corto —dijo al fin.


Quince minutos más tarde, estaba sentada en el asiento trasero del coche, arrepintiéndose en silencio. Nada más subirse, Pedro les había demostrado cómo se quitaba la capota. Suponía que debería estarle agradecida por haberla vuelto a cerrar, pero lo único que sentía era miedo. Benjamin estaba encantado con su nuevo amigo y ella se preguntaba qué trampa le estaría guardando el destino.


Pedro le explicaba a Benjamin cómo se debía conducir. Ella deseaba decirle que el niño sólo tenía cuatro años y, ya de paso, que fuera más despacio. Pero sabía que no serviría de nada. Se había olvidado de que a Pedro le gustaba conducir a toda marcha.


Al mirar por la ventanilla se percató de que estaban en Bowesmartin. Normalmente, tardaba treinta minutos en llegar allí, pero Pedro había recorrido el mismo trayecto en la mitad de tiempo.


Minutos más tarde, Pedro detuvo el coche en un semáforo frente al hospital Bowesmartin Cottage y ella oyó que Benja le contaba a Pedro:
—Aquí estuve cuando me rompí el brazo y el médico me dijo que había sido muy valiente. Mi madre me tuvo aquí, y yo soy un bebé milagro porque tenía un mellizo, pero murió antes de que yo naciera.


Paula cerró los ojos y empalideció.


—Eso es muy interesante, Benjamin —oyó que le decía Pedro.


Ella abrió los ojos y vio que él la miraba a través del espejo retrovisor.


—¿Cosas de críos, Paula? —se mofó él y la expresión de triunfo que había en su mirada la dejó de piedra.


—No soy un crío. Tengo casi cinco años y soy un niño mayor —dijo Benja. Por fortuna, Pedro volvió a centrarse en el pequeño.


Paula miró por la ventanilla mientras Pedro continuaba conduciendo.


Ella había vivido con su tía Irma durante dos meses después de contarle su desastrosa aventura amorosa y el aborto que había sufrido. Durante ese tiempo había ido a visitar al médico de cabecera para decirle que a pesar de haber sufrido un aborto siete semanas antes, seguía sintiendo náuseas. No recordaba el nombre del hospital de Londres, sólo el nombre del doctor Norman. Y no consideraba necesario mencionar a Pedro ni al doctor Marcus, aunque sí que había estado preocupada por haberse marchado de Londres sin haberse hecho el legrado.


Paula todavía recordaba la sorpresa que se había llevado después de que el médico le hiciera algunas preguntas y le hiciera un reconocimiento médico y una ecografía. Él le dijo que estaba embarazada de dieciséis semanas y que el bebé estaba bien. No tenía de qué preocuparse. Era algo que no solía ocurrir con frecuencia. Se había quedado embarazada de mellizos y había perdido sólo uno.






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 13




Pedro agarró el volante con fuerza y condujo a gran velocidad por la estrecha carretera que llevaba a Weymouth. 


No esperaba encontrarse con Paula. Simplemente había parado en la oficina de correos para preguntar cómo se llegaba a Peartree Cottage y acababa de subirse al coche cuando vio a Paula caminando por la acera de enfrente.


Ella llevaba una chaqueta de lana de color rojo, una falda negra corta, mallas negras y unas botas. Con el cabello claro recogido en lo alto de la cabeza y con el rostro sin maquillar, estaba despampanante y sexy. Después, él se fijó en el niño que llevaba de la mano y, aunque más o menos lo esperaba, se quedó helado. El niño se parecía mucho a las fotos de sí mismo cuando tenía esa edad...


Benjamin era hijo suyo. Apostaría su vida por ello. Pero no tenía sentido...


La semana anterior lo había sospechado al mirar la fotografía. Lo primero que había hecho al llegar a Londres fue contactar con Marcus y quedar con él al día siguiente para cenar. Durante la cena, Pedro le preguntó sobre el aborto sin mencionar que Paula tenía otro hijo. ¡No quería parecer un paranoide! Marcus le confirmó que no había duda alguna acerca de que Paula hubiera perdido el bebé. Él había hablado con el doctor Norman y había leído los informes médicos. El sexo del bebé no estaba determinado. 


Después, tras haber bebido más de la cuenta, Marcus regañó a Pedro por haber dejado escapar a una mujer encantadora y comentó que ella había cancelado la cita que tenía en su clínica, algo que no era de extrañar dadas las circunstancias.


Pedro no había hecho ningún comentario al respecto. No había ningún motivo para que Marcus se enterara de que las cosas habían salido de otro modo. Su ego ya había sufrido bastante en lo que a Paula se refería. Pedro llevó a su amigo a casa y al día siguiente trató de hablar con el doctor Norman, quien desgraciadamente había fallecido hacía algún tiempo.


¿Era posible que los médicos se hubieran equivocado?


¡Así debía de haber sido! De algún modo, Paula había mentido y había conseguido convencerlos de que había abortado. La expresión de pánico y miedo que tenía en la mirada cuando se encontró con él era la misma que él había visto en el baile de la embajada, donde empezó a sospechar que ella ocultaba algo.


Estaba ocultándole a su hijo... Si él estaba en lo cierto, ella tenía motivos para tener miedo, y prometía que la haría sufrir por cada día que no había permitido que estuviera presente en la vida de Benjamin.






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 12




—¿Se ha portado bien? —le preguntó Paula a su amiga Kathy, sujetando a Benja mientras él tiraba de ella calle abajo.


—Estupendamente. Ha jugado con Emma sin problema.


Paula vivía a las afueras de Martinstead y enseñaba en el colegio de chicas del pueblo de al lado. Kathy, su amiga y compañera de casa en sus días de estudiante, la había ido a visitar cuando nació Benjamin y terminó casándose con el veterinario de la zona. Su hija era dieciocho meses más pequeña que Benja, y Kathy lo recogía del colegio y se quedaba con él hasta que Paula regresaba del trabajo una hora más tarde.


—Gracias. No sabes cómo te agradezco que cuides de él. La semana que viene hay vacaciones, menos mal. Ya sólo quedarán seis semanas para que mi tía Irma regrese de su viaje, ¿te parece bien?


—Deja de preocuparte, Paula. No hay problema. Ahora vete. Hace frío aquí fuera.


—Está bien —Paula se rió y se despidió de ella.


Su tía se había ido de vacaciones a Australia y cuatro días después, Paula ya se había percatado de lo mucho que había dependido de su tía para que la ayudara con Benja durante los últimos años. Había estado junto a Paula cuando dio a luz, y después cuidó de Benjamin mientras su sobrina se formaba como profesora.


Cuando Benjamin comenzó el colegio en el mes de septiembre. Paula animó a su tía para que se marchara durante dos meses a visitar a su vieja amiga en Australia. Su tía Irma se merecía un descanso. Quería mucho a Paula y siempre la había apoyado en todo.


Paula miró a su hijo. Eran afortunados.


Ser profesora era una ventaja para una madre soltera. Tenía las mismas vacaciones que su hijo y la siguiente semana podría relajarse con Benja.


Iban a redecorar su habitación y Benjamin no estaba seguro de si prefería un papel con coches de carreras o dinosaurios.


—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó deteniéndose en la calle.


—¿Qué pasa, cariño? —preguntó ella.


—¿Puedo poner un coche como ése en mi pared? —estaba señalando a un coche que estaba aparcado en la acera de enfrente.


Ella se rió. Era un coche de suelo bajo con aspecto letal, ruedas grandes, color negro e ilegalmente aparcado frente a la oficina de correos


—Mamá, mamá... ¿podemos ir a ver qué coche es?


Pero Paula apenas oyó las palabras de Benja al ver que un hombre salía del coche.


Era alto y delgado y llevaba pantalones vaqueros y un jersey negro de cuello alto. Su aspecto era tan peligroso como el del coche...


Pedro Alfonso...


Paula lo observó paralizada mientras él cruzaba la calle y se paraba delante de ella.


—Paula, vaya sorpresa. Me pareció que eras tú, pero el niño me despistó al oír que te llamaba mamá.


Ella notó que se le aceleraba el corazón y trató de mantener la calma.


—Hola, Pedro —dijo con educación.


—No sabía que tenías un hijo. Nadie me lo dijo —Pedro la fulminó con la mirada y después se dirigió al pequeño—. Hola, jovencito. He oído que le decías a tu madre que te gustaba mi coche —sonrió a Benjamin—. Es el Bentley descapotable, último modelo.


—¡Vaya! ¿Eso significa que el techo se quita? —preguntó Benja con los ojos como platos.


—Sí, apretando un botón. ¿Te gustaría verlo por dentro? O, tengo una idea mejor, vamos a dar un paseo.


—No —soltó Paula, estrechando a Benjamin contra su cuerpo—. Sabe que no debe subirse al coche de un desconocido.


Pedro volvió la cabeza y la miró. La expresión de sus ojos hizo que se le helara la sangre.


—Admirable. Pero tú y yo no somos desconocidos, Paula. No hay nada de malo en que me presentes a tu hijo, ¿no crees?


«Lo sabe...», pensó ella. Después trató de que prevaleciera el sentido común. Quizá Pedro tuviera sospechas al respecto, pero no podía saberlo con seguridad... Y ella no pensaba decírselo.


Permaneció muy quieta y se humedeció los labios mientras pensaba las opciones que tenía.


—Benjamin —dijo mirando a su hijo—, éste es Pedro —tragó saliva—. Nos conocimos hace tiempo —no iba a mentir y a decir que era un amigo—. Di «hola».


Benjamin la miró asombrado y después miró a Pedro muy serio.


—Hola, Pedro. Soy Benjamin Chaves. Vivo en Peartree Cottage, Manor house lane en Martinstead.


Paula deseaba gritar. El año anterior había pasado semanas enseñando a Benjamin a decir su nombre y su dirección por si se perdía, y justo se lo estaba diciendo al único hombre que no quería que lo supiera.


—¿Ahora ya podemos ir a dar un paseo en el coche de este hombre, mamá? —preguntó su hijo con una sonrisa.


Ella negó con la cabeza, pero antes de que pudiera contestar intervino Pedro.


—Por supuesto que puedes, Benjamin. Os llevaré a casa.


—No, no lo harás. Es ilegal que un niño viaje en coche sin sillita, y dudo que tengas una o que ese modelo de coche permita ponerla —miró con disgusto hacia el monstruo negro—. Iremos caminando.


—Pero, mamá...


—Lo siento, hijo. Tu madre tiene razón.


Pedro la miró y ella vio cinismo en sus labios. Paula sintió que le daba un vuelco el corazón al oír que empleaba la palabra «hijo» de modo casual. Sospechaba que no era para nada casual...


Él lo sabía. Pero ella no tenía ni idea de cómo lo había descubierto. Y teniendo en cuenta que Pedro le había dicho que no quería tener un hijo, no comprendía por qué se estaba implicando en aquello.


—Sí, pero en el coche de mamá hay un asiento que puedes utilizar si vienes a casa con nosotros. ¿Puede usarlo, mamá?


—¿Qué? —miró a Benjamin y por una vez deseó que no fuera tan listo. Tenía una respuesta para todo y normalmente llevaba razón. «Igual que su padre», pensó ella, y entonces oyó que Pedro se reía.


—Buena idea, Benja, si es que tu madre está de acuerdo. 


Dos pares de ojos idénticos se posaron en ella a la espera de una respuesta.


Lo último que quería era que Pedro supiera que todavía tenía el coche que él le había comprado y deseaba decir que no. Sin embargo, mintió.


—No creo que sea buena idea. Es bastante difícil quitar y poner la sillita de mi coche. Además, se está haciendo tarde y tienes que cenar, Benjamin. Recuerda que tienes que acostarte a las siete y media —enumeró todas las excusas posibles—. Estoy segura de que el señor Alfonso es un hombre muy ocupado. Quizá en otro momento.


—No tan ocupado. Pero comprendo lo que dices sobre la sillita —dijo con sorna—. Tengo una idea —miró el reloj y sonrió a Benjamin—. Mientras vosotros os vais a casa para cenar, yo haré unas cuantas llamadas que tengo pendientes.
Volveré a las seis con una sillita y entonces podremos irnos a dar una vuelta. ¿Qué te parece?


—«Terrible», pensó Paula con amargura. Pero al ver la enorme sonrisa del rostro de su hijo no tuvo valor para decepcionarlo otra vez.


—Sí el señor Alfonso está seguro de ello, a mí me parece bien —mintió.


—Estoy seguro.


Él la miró con frialdad y ella tuvo la sensación de que no sólo se refería a lo del coche. Con un poco de suerte, no le resultaría tan sencillo encontrar una sillita en Dorset a las cuatro y media de la tarde de un viernes. Weymouth era el lugar más cercano donde vendían ese tipo de cosas y quizá Pedro abandonara la idea, o se perdiera...


Lo último sería lo mejor.


—Volveré, Paula. Cuenta con ello.


Su tono era grave y amenazante y ella deseó agarrar a su hijo y salir corriendo. Sin embargo, lo miró a los ojos y puso una sonrisa.


—Si tú lo dices...


Pedro le había dicho las mismas palabras cuando se marchó a Grecia al cumpleaños de su padre y, entonces, había mentido. Al recordar el pasado, ella decidió enfrentarse a él. 


Cinco años atrás, Pedro no había querido un hijo y, desde luego, no iba a tener al suyo...


—Créelo —dijo él, y alborotó el cabello de Benjamin con la mano—. Te veré a las seis, Benja —regresó a su coche y se marchó.





lunes, 1 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 11




Pedro estaba sentado en una butaca de cuero negro en la central de Alfonso Corporation en Atenas. Sobre la mesa tenía una carpeta con documentación que le había entregado quince minutos antes Leo Kakis, su amigo y jefe de la empresa de seguridad que utilizaba a menudo.


¿De veras quería abrirla? Tenía un día muy ocupado y varias cosas importantes que hacer. Pero desde que había asistido al baile de la embajada en Londres, dos semanas antes, el ritmo de su vida se veía alterado. Y todo por Paula Chaves.


Pedro no podía concentrarse en su trabajo.


Y no le había propuesto matrimonio a Sophia. Más bien al contrario. Le había dicho que la relación no funcionaría y había regresado a Grecia al día siguiente. Uno de los motivos había sido que, desde que la vio en la fiesta, no había podido dejar de pensar en Paula. Era probable que Sophia y su padre no volvieran a dirigirle la palabra.


Cuanto más pensaba en la manera en que había reaccionado Paula aquella noche, más convencido estaba que se le escapaba algo. Tenía la sensación de que Paula trataba de engañarlo...


Su frialdad, la manera en que había continuado fingiendo que no se conocían, su manera de reaccionar cuando él la abrazó, y la mirada de pánico que percibió en sus ojos cuando paró la música y salieron de la pista de baile...


Ella había evitado volver a mirarlo durante el resto de la noche. Él lo sabía porque no había dejado de mirarla, y desde entonces no paraba de preguntarse por qué.


Ésa era su excusa para contratar a la agencia de seguridad de Leo...


Pero en realidad, ver a Paula le había provocado recuerdos que él creía que hacía mucho tiempo había olvidado. El más destacado, la sensación de estar dentro de su cuerpo caliente y húmedo y con sus fabulosas piernas alrededor del cuerpo.


Pedro hizo una mueca. Había sufrido un estado de casi continua excitación desde entonces, excepto cuando, desafortunadamente, después del baile acompañó a Sophia a su dormitorio, la tomó entre sus brazos ¡y su cuerpo no reaccionó!


Durante un instante pensó en insistir, en fantasear con Paula... Pero en ese momento, la incómoda verdad se hizo presente. Llevaba años mintiéndose a sí mismo. Nunca había disfrutado del sexo como lo había hecho con Paula, de hecho, durante los dos años siguientes a que ella se marchara, ¡no había tenido relaciones sexuales! Y respecto a las dos mujeres con las que había salido desde entonces, no podía estar seguro de si lo que había compartido con Paula tenía algo que ver con la mala calidad de las relaciones y su corta duración.


Fue entonces cuando decidió que el matrimonio con Sophia no funcionaría bien. Sophia era una amiga y no se merecía un marido que no sintiera pasión por ella. De ahí que rompiera con ella.


Pedro agarró la carpeta. Dentro estaban los detalles de la vida de Paula Chaves a partir de la semana que se marchó del apartamento de Londres. Él le había dado a Leo esa fecha en concreto, puesto que sabía muy bien lo que había sucedido antes...


Despacio, abrió la carpeta y comenzó a leer.


Cinco minutos más tarde, Pedro miró un instante la foto de la madre y el hijo que aparecía en la parte trasera del informe y dejó la carpeta en la mesa. Después, girándose en la butaca, miró por la ventana de su despacho y frunció el ceño al sentir el sol de octubre.


Un mes después de graduarse en la universidad, Paula Chaves había regresado a casa para vivir con su tía en un pequeño pueblo de Dorset. Había pasado casi un año formándose como profesora y estaba trabajando en un
colegio de chicas de allí. Se había comprado la casita de al lado de la de su tía y allí vivía una vida tranquila con su familia. Era un miembro respetado de la comunidad y a todos aquéllos que la conocían les caía bien.


Pero lo que provocó en Pedro una oleada de rabia inesperada fue la noticia de que Paula era madre soltera de un niño de cuatro años. Enseguida se percató de que el niño había nacido sólo siete meses y una semana después del aborto de su hijo, y en la partida de nacimiento no figuraba registrado el nombre del padre.


No podía creerlo. Y en el fondo, no quería hacerlo, pero no le quedaba más remedio. El bebé había nacido en el hospital Bowesmartin Cottage, en el condado de Dorset. Sin duda, el bebé debía de haber Sido prematuro.


La dulce e inocente Paula que Pedro había conocido ya no era nada para él. Pertenecía al pasado y debería quedarse así.


Durante años él se había sentido un poco culpable por lo que había sucedido entre ellos, pero ya no...


Paula no había tardado más de una semana en acostarse con otro hombre y quedarse embarazada de nuevo. ¿Quizá era el tipo de mujer que deseaba más tener un hijo que una pareja? Pero ésas solían ser mujeres maduras presionadas por su reloj biológico, algo que no podía aplicarse a Paula.


¿Y qué más le daba? La relación había terminado hacía mucho tiempo. Lo que Paula Chaves hiciera con su vida no era asunto suyo...


Volviéndose hacia el escritorio dispuesto a apartarla de su pensamiento y a ponerse a trabajar de una vez, agarró la carpeta para guardarla y dudó un instante.


Había algo que no le cuadraba con lo de Paula y su hijo...


Agarró la foto y la miró de cerca. Había sido tomada desde la distancia y al fondo salían otras personas. Los rasgos de la madre y del niño que aparecían en primer plano eran bastante claros, aunque el color de los ojos era indescifrable. 


Paula estaba junto a la verja del colegio sonriendo al niño de cabello oscuro que estaba agarrado de su mano.


Cuanto más miraba la foto, más reconocía a quienes aparecían en ella.


Se puso en pie. Si sus sospechas eran ciertas, Paula Chaves debía de ser una gran actriz y la mujer más malvada que había conocido nunca.


Con una expresión muy tensa, salió al despacho de su secretaria y le pidió que cancelara todas las citas que tuviera en Atenas. Se marcharía a la oficina de Londres. Ella tenía que llamar a la empresa de transporte aéreo para que lo llevaran a Inglaterra lo antes posible. No necesitaba acudir a la agencia de Leo para hacer lo que tenía en mente. Llevaría a cabo su investigación personal, y si era verdad lo que sospechaba, haría que Paula pagara por su despreciable mentira durante el resto de sus días.