sábado, 9 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 6




Paula se secó el sudor de la frente y contempló la zanja que había excavado en el embalse del estanque. Gracias a su irritante vecino, el sheriff insistió en que dejara correr el agua del estanque hacia el arroyo que surcaba los pastizales de Pedro. Se sentía avergonzada por no haber pensado que inadvertidamente había reducido su suministro de agua, por lo que se había visto obligado a transportarla desde otra fuente. Había sido un acto poco considerado por su parte.


Mientras sacaba más tierra con la pala, pensó que quizá había sido muy dura con él. No era culpa de Pedro que su gran atractivo y su físico musculoso le recordara a su ex novio y que ello la hubiera impulsado a transferir su frustración al vaquero.


No era un enfoque maduro. ¿Cuántas veces ella misma le había aconsejado a Teresa no comparar a su agresivo ex marido con los hombres que conociera en Buzzard’s Grove? 


Teresa comenzaba a seguir adelante con su vida y ya le gustaba el sheriff Osborn. Ocho meses después de su humillante relación con Raul, Paula aún temía confiar en un hombre.


—No estás siendo justa —se dijo.


Mientras el agua fluía por la V que había excavado en el embalse, llevó rocas por la marcada pendiente para asegurar que las futuras lluvias no erosionaran el canal y vaciaran el estanque. Con una sonrisa, observó a la pareja de coyotes y sus cachorros, a los zorros rojos y a tres caballos beber del estanque. Gratificaba ver que los animales habían aprendido a cohabitar en ese refugio.


Se preguntó por qué ella no iba a poder llevarse bien con Pedro Alfonso.


Recordó la petición del sheriff de que solventaran sus diferencias y juró hacer un esfuerzo para mostrarse educada.


Cansada de excavar en la tierra reseca, se dirigió a la casa para darse un baño. Al terminar, abrió la nevera para elegir una cena congelada para el microondas.


Había pensado pasar por el restaurante nuevo del final de la calle Principal para comprar comida para llevar, pero había salido tarde de la oficina y tenía que alimentar a los animales antes de que anocheciera.


Sonrió al recordar sus titubeantes comienzos en la vida, sus difíciles años de adolescencia y el esfuerzo para conseguir una licenciatura universitaria. La chica a la que nadie quería, en particular sus irresponsables y hedonistas padres, había conseguido labrarse un futuro. De hecho, podría vivir de los intereses del dinero que había ganado al vender la propiedad de Tulsa. En secreto anhelaba encajar en un sitio, sentir una conexión, ser aceptada y respetada en Buzzard’s Grove.


Hasta el momento todo iba bien, salvo por su enfrentamiento con Pedro Alfonso. Era la espina en el costado y el sheriff Osborn prácticamente le había ordenado que fuera amable con ese ranchero temperamental.


Decidió que se disculparía por haberlo insultado. Si lo intentaba, sabía que podía ser agradable con ese hombre. 


Asimismo, podía trasladar las jaulas de los felinos grandes y de los osos más al oeste, junto al bosque, para que la frondosidad ayudara a mitigar sus ruidos. «Sí», concluyó, lo haría ese fin de semana. Los corrales estaban construidos sobre trineos, de modo que podría engancharlos con una cadena al coche y trasladarlos.


Suspiró con un poco de sueño y se tumbó en el sofá. Había sido una semana larga, y todavía no había terminado. No le sentaría mal una buena noche de reposo para encarar con buen ánimo las tareas que la esperaban ese fin de semana.


Daba cabezadas cuando el estruendo de una música country que sacudió las ventanas la obligó a sentarse. Los coyotes y los lobos aullaban al son de la canción.


—¿Qué demonios es eso? —se levantó y con pasos aturdidos se acercó a una ventana. La oscuridad se había asentado sobre las colinas de Oklahoma. Apenas podía distinguir el resplandor de unas diminutas luces rojas más allá de las alambradas, que separaban su propiedad del Rancho Rocking C.


Tardó un momento en darse cuenta de que Pedro había conectado su equipo de música a unos altavoces exteriores para contrarrestar el sonido de sus animales. Con una maldición, fue a la puerta trasera para comprobar cómo reaccionaban estos a la música ensordecedora. Se movían inquietos en sus jaulas. Los tucanes y las cacatúas se arrojaban contra los alambres en un intento por escapar. Los caballos galopaban hacia el refugio de los árboles.


Abrió la agenda y marcó el número del Rocking C. Con impaciencia, esperó que Pedro contestara.


—Hola —dijo una voz ronca y aterciopelada que irradiaba sensualidad.


Paula se negó a verse afectaba por ella, porque sabía lo idiota que era su dueño.


Pedro Alfonso, yo…


—Aguarde un segundo.


Un momento más tarde se puso la misma voz, pero hizo caso omiso del hormigueo que la recorrió. Estaba furiosa y no iba a permitir que ese hombre la sedujera con su voz sexy de dormitorio.


—Alfonso, soy Chaves —espetó—. Desenchufe de una maldita vez esa música atronadora. ¡Ahora!


—Lo siento, encanto —repuso—, pero estoy demasiado cansado para levantarme de la cama. Tuve que levantarme antes del amanecer para reagrupar mi ganado.


—Qué pena —soltó enfadada—. ¡Su música está asustando a mis animales!


—Ahora saben cómo se sienten mis vacas y mis ovejas —indicó sin un ápice de simpatía.


—Mire, Alfonso, quiero comunicarle que dediqué la tarde a excavar una zanja para que su ganado disponga de agua. Estoy agotada y necesito dormir.


—Gracias, ha sido una buena vecina, Chaves. Ojalá lo hubiera hecho hace un par de meses para que no me hubiera visto obligado a traer agua para mi ganado sediento.


—Lo habría hecho si me lo hubiera dicho —respondió—. No sabía que le estaba causando ese problema.


—Cielos, supongo que también se le pasó por alto que su zoo asustaba a mis reses, que las vacas que esta mañana vio pastando junto a la carretera de camino al trabajo tendrían que haber estado en los pastizales. ¿Sabe lo que pasa cuando un motorista choca contra una vaca, Rubita? No solo la susodicha vaca alcanza el sueño eterno, sino que su becerro se muere de hambre. Luego me veo obligado a poner dinero para reabastecer mi rebaño, por no mencionar la amenaza potencial de que me demanden por lesiones.


—Bueno, yo… —pero no consiguió decir una palabra más.


—Pero supongo que está tan inmersa en sí misma y en su cruzada de protección de la fauna salvaje que jamás se ha detenido a pensar cómo afecta eso a su vecino inmediato. ¿Lo ha pensado? ¿No? Ya me lo parecía. En cuanto a la música country, Chaves, a mi ganado le encanta. Y mitiga el alboroto de su rancho. Si alguno de sus animales se asusta y huye, llámeme. Iré con mi rifle y lo aturdiré por usted.


—Sí, aunque no me extrañaría que empleara munición de verdad. Es usted un imbécil, Alfonso, ¿lo sabía? Y yo que me había convencido de que había sido demasiado dura con usted. Incluso pensaba apiadarme…


—Eh, encanto, lo último que quiero es su piedad —gruñó.


—Confórmese con lo que reciba.


—Si consiguiera que se marchara de aquí, sería el hombre más feliz del mundo. Este era un sitio tranquilo para trabajar y vivir hasta que aparecieron usted y sus animales de la selva.


—¡Ya está, Alfonso! ¡Ha logrado enfurecerme! —estalló Paula.


—¿Y qué va a hacer, encanto? ¿Venir a darme una paliza? —se mofó.


—¡No, voy a llamar al sheriff y él lo multará por alterar la paz! —gritó.


—El sheriff se niega a verse involucrado. Lo sé porque le pedí que la multara por alterar mi paz. Tendremos que solucionarlo entre nosotros. Pero no se preocupe, Rubita. Dele una semana a la música country y estoy seguro de que tanto a usted como a sus animales terminará por gustarles, como a mis vacas y a mis ovejas.


Antes de que Paula pudiera demostrarle su frustración, él le colgó. Miró el auricular indignada. Odiaba que ese maldito vaquero tuviera la última palabra, aunque supuso que era lo justo, ya que el día anterior le había cerrado la puerta en la cara.


Colgó, subió a su dormitorio, se desvistió, se metió bajo el edredón y se tapó las orejas con la almohada. No ayudó. La música hizo vibrar las ventanas hasta que creyó que iba a ponerse a gritar.


—¡Maldito sea! —le gritó al mundo.







viernes, 8 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 5




Ciertamente, en ese momento Pedro le exponía sus quejas al sheriff, aunque sin beneficio alguno, tal como había predicho ella.


—Comprendo que estés cansado y molesto, ya que tuviste que levantarte antes de las cinco de la mañana para ir a reagrupar a tu ganado —se compadeció el sheriff Osborn—. Pero la tierra de la señorita Chaves está catalogada como refugio y posee una licencia expedida por la Coordinadora Nacional de Protección de los Animales. El santuario de Chaves tiene buena fama y hace un par de meses la Coordinadora dejó a dos felinos a su cuidado.


—¿Dos felinos? —espetó Pedro—. ¿Cómo leones y tigres? ¡No me extraña que mi ganado se asuste y huya! Maldita sea, Reed, he de plantar trigo para el forraje. Pablo y yo necesitamos ocuparnos de los tractores, no de dedicar un tiempo valioso a recorrer los pastizales en busca de las vacas y ovejas fugadas. ¡Esto tiene que parar! No logro descansar y las facturas por el alambre de espino y los postes de acero van creciendo.


—Te entiendo, Pepe, no creas que no —Reed se encogió de hombros y suspiró—. Pero no hay mucho que yo pueda hacer. Ninguno de sus animales ha escapado para poner en peligro al ganado o a los habitantes de la zona. ¿Por qué no trasladas tus reses a otros pastizales y estableces más distancia con su fauna salvaje?


—¿Esperas que sacrifique ochenta acres de hierba estival cuando mis reses y ovejas están hambrientas? El año próximo podré cambiar la rotación de los pastizales, pero si me llevo el ganado ahora a otra zona árida debido a la sequía, Pablo y yo tendremos que pagar el forraje. Y otra cosa —se apresuró a añadir—, esa mujer embalsó la corriente cuando construyó su estanque a principios del verano. Su fauna puede nadar mientras mis vacas se mueren de sed. Llevo un mes teniendo que transportar agua. No debería permitírsele que bloqueara el agua de esa manera.


Reed Osborn asintió con su cabeza rubia.


—Ahí la tienes, Pepe. No creo que la Coordinadora la apoye en eso. ¿Quieres que hable con ella para que reabra el flujo de agua a tus tierras?


—Nada me haría más feliz —repuso con suprema satisfacción—. Si no es necesario, preferiría no tener que volver a hablar con ella, juro que me ha lanzado una especie de maldición. Desde que se trasladó aquí hace unos seis meses y embalsó el arroyo, no hemos tenido ni una lluvia decente. La hierba se seca y las reparaciones de las vallas nos están comiendo los beneficios. Desde que ella llegó todo ha empezado a ir mal.


—¿Le achacas a ella la sequía de dos meses y esta inusitada ola de calor? —Reed soltó una risita divertida.


—No me sorprendería nada si tuviera que ver algo en el asunto —bufó Pedro—. La llamaría bruja, pero lo más probable es que me demandara por difamación, se quedara con el Rocking C y convirtiera todo el rancho en un santuario para pumas, osos y solo Dios sabe qué más.


—¿Paula Chaves una bruja? —Reed enarcó las cejas—. ¿Estamos hablando de la misma mujer dulce y encantadora? La Paula que conozco yo es una ciudadana modelo. No creerías el dinero que ha donado a asociaciones benéficas desde que llegó. Contribuye a todo lo que beneficie a jóvenes y niños con pocos recursos de la comunidad.


—¿Dulce y encantadora? —Pedro parpadeó, aturdido por los seguidores que tenía esa tigresa. Estiró el brazo para indicar el edificio que había frente al Good Grub Diner—. ¿Hablamos de la Paula Chaves que tiene la oficina allí? ¿De la mujer con la lengua más afilada del condado, a pesar de que tiene un cuerpo de Miss Septiembre?


—Sí, de la misma —Reed rio ante la expresión atónita de la cara de Pedro—. También ha contratado a una mujer que huía de un ex marido que la maltrataba. Paula se presentó en mi despacho para solicitar una orden de restricción, por si el tipo se presentaba para aterrorizar a Teresa. Deberías ver los cambios positivos que ha experimentado esa mujer desde que Paula la tomó bajo su protección.


—¿Sí? ¿Ha convertido a la pobre en una bruja? —preguntó con sarcasmo.


—¡Diablos, no! —exclamó Reed—. Te digo que la mujer es una santa. Incluso pagó el depósito y el primer mes del alquiler de Teresa, la vistió con ropa elegante y le compró algunos muebles de segunda mano en la subasta de la oficina del sheriff para amueblarle el apartamento.


Pedro parpadeó. Quizá era él quien sacaba lo peor de la Ciudadana del Año. Por todos los indicios, Chaves solo tenía problemas para llevarse bien con su vecino más cercano… él.


—Sugiero que tú y el resto del club de fans de Paula Chaves acampéis en el Rocking C a ver si os gusta —gruñó—. Después de una noche de escuchar a la orquesta del zoológico, te garantizo que cambiaréis de parecer. Esa mujer es un incordio que está poniendo a prueba mi temple.


—Hablaré con ella acerca de liberar el agua, pero te lo digo abiertamente, Pepe, Pau y tú tendréis que alcanzar algún tipo de reconciliación y entendimiento. Es una orden —lo miró fijamente—. Ya tengo suficientes situaciones que resolver como para ocuparme de vecinos enfadados. Utiliza un poco de ese encanto de los Alfonso en vez de tu malhumor.


Apretó los dientes con fuerza. Era la segunda vez en menos de veinticuatro horas que recibía la orden de emplear su encanto… o lo que quedaba de él después del bochornoso incidente que le rompió el corazón siete años atrás. No estaba seguro de tener suficiente para ocuparse de la tigresa.


—Hablo en serio, Pepe —el sheriff lo observó con su expresión de agente de la ley—. Muéstrate especialmente amable con esa mujer, ¿me oyes? Ha hecho muchas cosas buenas en Buzzard’s Grove. Todo el mundo aquí la respeta.


—¿Y qué me dices de mi paz rota? —se quejó indignado.


—Oh, por el amor del cielo, Pepe, a lo largo de los años hemos visto a muchos pumas por la zona, y hay abundancia de coyotes libres. Los animales de Paula están enjaulados y representan una amenaza mucho menor. ¿Qué vas a hacer? ¿Intentar demandar a la Coordinadora Nacional de Protección de los Animales? Claro que no. Sería una pérdida de tiempo. Y ahora haz el esfuerzo de arreglar tus vallas.


—Ya me he esforzado mucho —repuso.


—Era una manera de hablar —comentó el sheriff, y luego sonrió—. El hecho de que te hayan roto el corazón hace unos años no significa que debas descargar tu frustración sobre cada mujer que te encuentras, y menos con la señorita Chaves.


—¿Es que mi vida personal es noticia en esta ciudad? —alzó las manos exasperado—. Diablos, es como vivir en una pecera.


—Cosas típicas de ciudades pequeñas —Reed se encogió de hombros—. Además, tu hermano y tú siempre habéis estado sometidos a los rumores. Sois atractivos, tenéis éxito y estáis solteros. Ojalá yo tuviera tus problemas.


—Tú habla con Chaves sobre el maldito estanque —ordenó y giró hacia la furgoneta.


—De acuerdo, pero practica la sonrisa y pule tu encanto —indicó el sheriff—. Arregla tus diferencias con Paula o los dos responderéis ante mí. ¿Entendido?


Musitó un juramento, se subió a la furgoneta y puso rumbo al rancho. Miró por encima del hombro hacia la parte de atrás del vehículo, repleto con nuevos postes de acero y alambre de espino. Si pudiera idear algo para ahogar esos malditos ruidos no tendría que arreglar sus vallas.


Se le ocurrió una idea y sonrió por primera vez en el día. 


Realizó un giro en U y fue a la tienda de suministros rancheros para comprar cable. Quizá la música ahogara los aullidos, gruñidos y graznidos.


Una vez adquirido todo lo necesario, fue a su casa. 


Comprobaría si a Chaves le gustaba escuchar música atronadora toda la noche. Pudiera ser que ya se hubiera acostumbrado a las serenatas de su zoo, pero una música country la sacaría de la cama. En cuanto probara su propia medicina, vería cómo reaccionaba Pedro a los aullidos.







EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 4





—Buenos días, jefa —saludó Teresa Harper entusiasmada cuando Paula entró en su despacho de Buzzard’s Grove.


—Buenos días —dejó el maletín en el escritorio y le sonrió a su pelirroja secretaria. Aún le costaba creer que Teresa fuera la misma mujer desesperada y retraída que había entrado en la oficina tres meses atrás suplicando un trabajo y jurando que haría lo que hiciera falta.


Entre sollozos le había contado su dura historia: había escapado de un marido que abusaba de ella y pedido el divorcio, para trasladarse a Buzzard’s Grove con el fin de establecer distancia con él.


La mujer necesitaba un nuevo comienzo y Paula se sintió impulsada a ayudarla, porque sabía lo que era estar sola y asustada, sin saber de dónde saldría el siguiente plato de comida. La había contratado de inmediato, a pesar de que a Teresa le faltaban algunas aptitudes para ser secretaria.


Decidida a que iniciara una nueva vida y tuviera una autoimagen positiva, le había localizado un apartamento en la ciudad, pagado el depósito de su bolsillo, ofrecido algo de ropa de su propio vestuario y se había ganado una amiga y una empleada devota.


Para devolverle la amabilidad, Teresa había trabajado horas extra en la oficina para mejorar sus conocimientos. Una vez que se familiarizó con los procedimientos profesionales, se ocupó de las llamadas para que Paula pudiera sumergirse en cuadrar las cuentas. Al ser la única contable diplomada de la ciudad tenía más trabajo del que quería, razón por la que las reparaciones en la casa iban tan lentas.


—El día de ayer fue terrible, ¿verdad? —comentó al pasarle una taza de café caliente y un bollo casero de canela—. Estuve a punto de perder la calma cuando ese energúmeno irrumpió aquí con ganas de comérsela por no querer manipular su declaración de la renta. Durante un momento me recordó a mi ex marido. Si no hubieras entrado para plantarle cara a Edgar Stokes, habría terminado amilanada en un rincón, reducida a lágrimas —Teresa sonrió—. Admiro el modo en que te enfrentas a los hombres.


—Gracias por el cumplido —dio un mordisco al delicioso bollo—. He tenido mucha práctica con los chulos del mundo. Edgar Stokes fue un aperitivo comparado con el tipo molesto que ayer se presentó en mi casa.


—¡Santo cielo! —exclamó alarmada—. No habrá intentado atacarte, ¿verdad? ¿He de notificárselo al sheriff Osborn? ¿Puedes identificarlo?


—Sí, es mi vecino; fue a verme para plantear sus quejas por mis animales. No es necesario llamar al sheriff.


—¿No le gustan tus animales? —inquirió al rodear la mesa para tomar su taza de café—. Espero que lo pusieras firme.


—De hecho, los dos nos pusimos firmes —repuso, dando otro mordisco—. El vaquero afirmó que mis animales inquietaban a su ganado y exigió que le pagara por el tiempo y el dinero que dedicaba a reagrupar a sus vacas y ovejas y a reparar sus vallas.


—¿Quién es el personaje? —quiso saber Teresa.


Pedro Alfonso.


—Nunca he oído hablar de él, aunque solo llevo unos meses en la ciudad. Es evidente que no se trata de uno de tus clientes, si no habría reconocido su nombre.


Paula se negaría a llevar la contabilidad del Rancho Rocking C, aunque Pedro se lo pidiera con amabilidad; sin embargo, dudaba de que fuera capaz de expresarse con cortesía. Cuanto menos tuviera que tratar con ese Alfonso, mejor.


—¡Mira! Ahí va el amable sheriff Osborn —señaló con un dedo terminado en rojo por la ventana—. Está en el aparcamiento del Good Grub Diner. ¿Quieres que vaya a presentar una queja en tu nombre? Sabes que no me importaría.


Paula giró en redondo y estuvo a punto de atragantarse. 


Pedro Alfonso bajó de su furgoneta y se dirigió hacia el sheriff. Sin duda ese monstruo de ojos negros pensaba hacer caso de su sugerencia y formular una queja contra ella.


A regañadientes, estudió su atractivo perfil. Tuvo que reconocer que era condenadamente atractivo. Si la vida fuera justa, el aspecto de Pedro sería tan ofensivo como su personalidad. No sabía por qué había reaccionado de manera tan desfavorable contra él. Irradiaba algo que ponía en alerta roja todos sus sentidos femeninos.


Quizá se hubiera pasado en su intento por demostrarle que le desagradaba. La reacción empeoró en su respuesta visceral de rechazo de su temperamento explosivo. La irritaba y su respuesta natural era devolverle el favor.


—Vaya, ¿quién es el tipo que habla con el sheriff? —preguntó Teresa con la nariz pegada a la ventana—. Parece una estrella de cine. Es atractivo, ¿eh, jefa?


—Es Alfonso —respondió—. No te dejes engañar por su postura. Puede ser un dragón que escupe fuego. 
Probablemente ahora mismo esté tratando de convencer al sheriff Osborn de que me obligue a trasladar a mis animales, porque el todopoderoso Alfonso no soporta que perturbe su reino ganadero.












EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 3




Pablo Alfonso se sirvió tres hamburguesas con salsa de champiñones en el plato y luego miró por encima del hombro al oír los pasos que anunciaban la llegada de su hermano.


—Ya era hora. Decidí no esperar más. Esta noche tengo una cita y no pienso retrasarme porque tú seas incapaz de trasladar tu lamentable trasero a tu casa a tiempo.


—¿Cita? ¿En mitad de la semana? —preguntó mientras recogía un plato e iba a servirse unas hamburguesas.


—¿Sí, y qué? —desafió Pablo—. ¿Qué problema hay? ¿Sabes?, la gente sale los días entre semana.


—Solo si van en serio —se acercó a la bandeja con patatas fritas—. ¿La dueña de la nueva cafetería y tú vais en serio?


—Tal vez —murmuró con indiferencia, luego se dirigió hacia la mesa oblonga de roble que había en el centro del amplio comedor. Utilizó la mano libre para apartar unas cartas y se sentó—. ¿Cómo ha ido tu encuentro con la vecina?


Quizá Pedro no fuera una lumbrera, pero reconocía una táctica de distracción. Su hermano no quería hablar de lo que sentía por Cathy Dixon, la vivaz morena de cuya cafetería no dejaba de hablarse en la ciudad. El hecho de que quisiera mantenerle en secreto su relación, cuando era el único pariente vivo que tenía, sugería que estaba loco por ella.Pedro no culpaba a su hermano. Cathy Dixon tenía clase, estilo y personalidad… a diferencia de la loca a la que había ido a ver ese día.


—¿Y bien? —instó Pablo.


—¿Y bien qué? —Pedro alzó la vista de su plato lleno.


—¿Convenciste a nuestra vecina para que trasladara el zoo y no molestara a nuestro ganado?


—No, me cerró la puerta en las narices después de llenarme de insultos —gruñó mientras alzaba el tenedor—. Tiene un cerebro más duro que la roca. Es imposible llegar a ella, no sin emplear un martillo neumático o dinamita.


Pablo puso los ojos en blanco y miró a su hermano.


—En otras palabras, empleaste tu enfoque habitual de carga frontal. Si no recuerdo mal, te dije que emplearas la diplomacia.


—No habría servido para nada.


—No entiendo por qué no recurriste a tu sonrisa y encanto devastadores —movió la cabeza y suspiró—. No hay una sola mujer soltera en el condado de Buzzard que pueda resistir tu encanto cuando decides usarlo. No tendrías que haber ido a verla estando aún furioso. Intenté convencerte de que esperaras y te calmaras. Pero, no, tuviste que montar en el caballo y partir al galope. Sé cómo funcionas, Pepe.
Cuando dudas, empiezas a gritar, como si eso solucionara alguna vez un problema. Prácticamente jamás triunfa con las mujeres. La próxima vez, intenta mostrar tacto.


Lo último que necesitaba era un discurso de su hermano, que por lo general dejaba las situaciones difíciles para que él las solucionara. ¿Diplomacia? ¡Y un cuerno!


—No habrá una próxima vez —musitó—. Si crees que el enfoque encantador y caballeroso funcionará, entonces ve a tratar de razonar tú con ella. Después de todo, tienes la misma sonrisa que yo, y más encanto.


—¿Yo? —Pablo alzó las manos como un policía de tráfico—. No. El hecho de que seamos gemelos no significa que vaya a verla después de que tú la hayas fastidiado. Me mirará y pensará que soy tú. No conseguiré nada.


Miró furioso a su hermano. Pensó que el inconveniente de ser gemelos era que jamás sentía que tenía su propia individualidad, menos todavía cuando cenaba con su reflejo cada noche y por el día trabajaban hombro con hombro. Y lo peor era que a Pedro le encantaba dar consejos por el hecho de haber nacido tres minutos antes y considerarse el doble de listo.


—Te juro, Pepe, que te avinagraste después de volverte loco por aquella pelirroja hace unos años.


—No me lo recuerdes —gruñó—. Mientras a mí me pisoteaban el corazón tú ibas feliz de una mujer a otra… hasta que apareció Cathy Dixon en la ciudad y te licuó el cerebro.


Pablo frunció el ceño.


—De acuerdo, a mí no me rompieron el corazón a la tierna edad de veinticinco años.


—Exacto. Tú no estás quemado ni eres cínico. Estás mejor preparado que yo para tratar con Paula Chaves y su zoo. Es una mujer atractiva, algo que sé que apreciarás. Debes ir a verla y hacer que recupere la cordura antes de que sus animales enloquezcan a nuestras reses.


—¿Nuestra vecina es atractiva?


—Un bombón —confirmó Pedro, llevándose unas patatas a la boca—. Lo más probable es que tú no abras los labios para soltar lo menos apropiado. Podrás convencerla de que se muestre razonable, aunque te tome por mí. De hecho, puede que os gustéis…


—Oh, no —objetó Pablo—. Es lo último que necesito ahora mismo. Tengo algo estupendo con Cathy y no pienso estropearlo. No voy a acercarme ni a un kilómetro de la casa de nuestra vecina, para que Cathy no saque la conclusión equivocada.


—Dile a Cathy que era yo —sugirió—. No sabrá reconocer la diferencia.


—Absoluta y decididamente no —se negó Pablo—. Fuiste tú quien estropeó las negociaciones con Chaves, y serás tú quien las arregle —tragó el último bocado de hamburguesa y se puso de pie—. Mientras tú lavas los platos, iré a ducharme. He quedado con Cathy para ver una película en su casa. Puedes dedicar la noche a practicar tu encanto, cortesía y diplomacia. Mañana por la noche podrás bailar en torno a la vecina, llevarle regalos y flores y hacer las paces.


—¿Quieres que coquetee con el peligro? —gruñó—. ¡Ni lo sueñes!


—Es tu pelea, hermano. Tú la empezaste y eres tú quien puede ponerle fin. Yo pienso quedarme al margen —lo observó con el ceño fruncido—. Arregla el problema, ¿me oyes?


Pedro lanzó puñales por los ojos a la espalda de su hermano. El único modo de solucionar la situación era encerrar a Paula Chaves en una jaula con sus animales, para luego fletarla a un hábitat protegido que estuviera muy lejos del Rancho Rocking C.


Una hora más tarde, se relajaba en la hamaca del porche leyendo la edición del periódico local. De pronto oyó un chillido sobrenatural que le puso los pelos de la nuca de punta. «Un puma», pensó, y apretó los dientes cuando un gato salvaje gruñó en la distancia.


Más o menos a la misma hora todas las noches, la orquesta del zoo de Chaves iniciaba un alboroto que acababa con la quietud de la noche. Por la mañana supo lo que Pablo y él harían… ir a agrupar a su ganado asustado.


—¿Conquistar a la tigresa? —se preguntó en voz alta—. ¿Fingir que me gusta? Jamás.


Un inquietante rugido estalló en el crepúsculo. Pedro tiró el diario y entró en la casa. Se dijo que tenía que haber una ley en contra de perturbar la tranquilidad. Se juró que llevaría a rastras al sheriff Osborn para que escuchara esa alharaca. 


Quizá entonces consiguiera algunos resultados.






jueves, 7 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 2




—Vaquero testarudo —musitó Paula mientras se quitaba el traje de negocios y se ponía unos vaqueros y una camiseta.


Lo último que necesitaba, después de tratar con un cliente exigente y poco razonable en su despacho de contable, era enfrentarse a un molesto vecino. Llevaba casi seis meses viviendo en esa comunidad, y ni una sola vez Pedro Alfonso se había presentado para darle la bienvenida.


Tampoco había ayudado que se presentara inmediatamente después de abrir el extracto de la tarjeta de crédito, para descubrir que su infiel exnovio había cargado a su cuenta un viaje al Caribe para dos. «Malditos sean los hombres en general», pensó con amargura.


—Ha sido un día duro, Pau —se dijo mientras salía del dormitorio y bajaba las escaleras. Había una única manera de mejorar el estado de ánimo, y esa era ir a visitar a los animales exóticos que habían quedado a su cargo.


Sonrió con cariño cuando su ganso guardián la saludó en el porche trasero y realizó su ritual de bajar la cabeza. La siguió por el césped para ir a recoger comida al granero. Con cada paso que daba en dirección a las jaulas y corrales, la tensión del día se evaporaba un poco más. A pesar de lo que suponía Pedro Alfonso, esos animales no podían ser devueltos a su entorno natural debido a sus minusvalías y necesidades especiales.


El amor que siempre había sentido por los animales y su tendencia a recoger a los que encontraba abandonados se había convertido en una cruzada durante los años posteriores a acabar la universidad en su estancia en Tulsa, donde había adquirido experiencia en su carrera de contable. Su alto sueldo le había permitido comprar tierras para cobijar a sus animales, pero la generosa oferta de una corporación industrial la había convencido de vender la propiedad y trasladarse a otro sitio. Había cuadruplicado su inversión y decidido establecerse en ese rincón perdido que era Buzzard’s Grove para abrir su propio despacho de contabilidad.


La decisión no había sido difícil, ya que carecía de lazos familiares, solo unos pocos amigos de la empresa, que tenían sus propias familias y vidas personales.


Luego, por supuesto, estaba su exnovio, Raul, la famosa estrella del béisbol universitario, cuya idea de un viaje por carretera incluía compartir su cama con diferentes mujeres de diferentes ciudades. Fue por accidente que Paula descubrió sus infidelidades, lo que la impulsó a cancelar de inmediato su compromiso. Humillada e indignada, había recogido sus cosas, incluidos los animales, y se había trasladado al campo. Por desgracia, Raul había reído el último al pasar cargos a su tarjeta de crédito.


Lo primero que haría por la mañana sería cancelar su MasterCard y ponerse en contacto con American Express. 


No pensaba volver a pagar las escapadas de Raul.


Respiró hondo y se dijo que Raul era historia. Ya había desempeñado el papel de ingenua tonta en una ocasión, lo que no repetiría jamás. Se juró evitar a los hombres chovinistas y con exceso de hormonas masculinas, como su desagradable vecino. El hecho de que Pedro Alfonso le resultara físicamente atractivo con su pelo negro, sus ojos de color medianoche, sus hombros anchos, sus músculos sólidos como una roca y sus muslos de jinete no significaba que tuviera el más mínimo interés en relacionarse con él. 


Además, necesitaba canalizar su tiempo y energía en conseguir que su despacho fuera un éxito, reparar la casa y brindarle cuidados a sus animales.


Había dedicado toda la vida a dejar atrás lugares en los que tardaba una eternidad en sentirse cómoda y a gusto. Pero instintivamente había sabido que no le costaría nada echar raíces allí.


Dominada por una sensación de paz, fue de un corral a otro, saludando y alimentando a sus animales. Después de realizar su ritual de oscilar, el oso pardo al que llamaba Teddy avanzó con su pata lisiada para devorar la comida que Paula puso en el depósito. Cada animal tenía su propia manera de saludarla, sus propias características.


«Sí», pensó, «la vida en el campo es para mí». Esos animales eran como ella, unos proscritos sociales que no encajaban en ninguna parte. «Está bien», se consoló. Ya había aceptado el hecho de que era una inadaptada. Pero la vida en esos espacios abiertos era buena para ella y sus amigos.


Cuando regresó a la casa para prepararse una cena congelada en el microondas, se sentía mucho más animada. 


Se preguntó si su hosco vecino se habría calmado después del encuentro acalorado. Aunque no le importaba si aún seguía furioso. Lo único que quería era que no regresara más.


El hecho era que la aparición de Pedro Alfonso había activado los amargos recuerdos de la época en que se había enamorado de una cara atractiva y un cuerpo musculoso. No cometería el mismo error dos veces. Hasta que no conociera a un hombre dispuesto a dar tanto como tomara, alguien que no estuviera interesado en el dinero que había ganado al vender su anterior propiedad a las afueras de Tulsa, pensaba evitar a los hombres.


Aún no podía creer que el muy idiota intentara achacarle a ella la culpa de su problema con su asustadizo ganado, y que encima esperara que le pagara por su tiempo y sus gastos. «¡Qué descaro», reflexionó.


Negándose a dedicarle otro pensamiento, metió la cena en el microondas y se sirvió un vaso de té helado.






EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 1




«¡Esta es la gota que colma el vaso!», rumió Pedro Alfonso al acelerar la furgoneta por el camino de grava, dejando una estela de polvo a su espalda. ¡No tenía por qué soportar esas tonterías! Pensaba enfrentarse cara a cara con su problema, aunque ello representara encarar a la excéntrica que había comprado los cuarenta acres que bordeaban con el linde oeste del Rancho Rocking C.


El zoo, como denominaba al grupo de animales exóticos próximos a sus vacas y ovejas, era una molestia constante. 


¡Ya se había hartado! Su hermano y él habían pasado todo el maldito día a caballo, agrupando al ganado asustado y reparando las vallas rotas.


Pedro no conocía a su nueva vecina, pero sin haberla visto ya le caía mal. Sin duda llenaba el vacío de su vida sin sentido rodeándose de animales exóticos que no tenían nada que hacer en territorio de ganado vacuno y ovino.


Aminoró la marcha cuando apareció a la vista la vieja granja de dos plantas. Necesitaba una mano de pintura y el patio una buena limpieza. A regañadientes reconoció que las coloridas flores que circundaban el porche daban vida al lugar, aunque era evidente que la vieja casona necesitaba muchas reparaciones para recuperar su antiguo esplendor.


Desde luego, la loca que había comprado el terreno sin duda no podría dedicarle tiempo, porque se hallaba demasiado ocupada hablando con los animales salvajes enjaulados detrás de la casa.


Por enésima vez se arrepintió de no haber comprado la propiedad cuando ocho meses atrás salió a la venta. En esa época, su hermano y él consideraron que el precio era demasiado elevado. Pero la señorita Paula Chaves, que no debía tener ni idea del precio de la tierra en Oklahoma, la había adquirido para establecerse allí. Y en ese momento Paula tenía una vecina chalada con animales que rugían, aullaban y graznaban y enloquecían a su ganado.


Bajó de la furgoneta y se dirigió al porche. Vio el coche deportivo aparcado en el camino particular. Pensó que era típico de una habitante de ciudad. En esas tierras agrestes no iba a durarle ni un año. Cualquiera con dos dedos de frente lo sabía.


Aporreó la puerta con el puño y esperó hasta que se le agotó la paciencia, unos dos segundos, luego llamó con los dos puños.


—¡Chaves! ¡Abra! ¡Sé que está ahí! —gritó—. ¡Tenemos que hablar! ¡Ahora!


Su voz atronadora provocó el sonido agudo de un pavo. Un alce bramó en la distancia y un ganso se unió al coro. Pedro puso los ojos en blanco y soltó un juramento.


Pasaron unos segundos más mientras unos graznidos y rugidos no identificados sonaron cerca. Alzó los dos puños para aporrear otra vez la puerta… y por accidente golpeó la frente de Paula cuando esta la abrió de manera inesperada.


La imagen que tenía de una solterona frustrada de mediana edad, con nariz aguileña, ojos saltones y mentón afilado se desvaneció al encontrarse con una mujer de un atractivo tan sorprendente que se preguntó si no estaría sufriendo una ilusión óptica.


Unos ojos del color de un bosque tropical se clavaron en él y un cabello del color de los rayos del sol brilló en torno a la cara hermosa. Pedro bajó la vista para contemplar una figura tan tentadora que hasta Hugh Hefner mataría por fotografiarla.


Conocer a Paula Chaves en persona fue equivalente a recibir el impacto de una bala de goma. ¿Esa era su vecina excéntrica? ¿Esa era la guardiana del zoo? No podía ser. 


Debía de haber algún error.


—¿Chaves? —preguntó con serias dudas.


—Sí. ¿Era usted quien pegaba esos gritos?


El tono seco y la mirada furiosa le indicaron que ese bombón no se dejaba amilanar. Lo miró directamente a los ojos y adoptó una postura combativa. Evaluó su camiseta sucia, sus vaqueros polvorientos y sus botas embarradas y frunció el ceño con abierta desaprobación.


«No es más que una esnob sofisticada», pensó mientras contemplaba su traje de seda rojo que gritaba a los cuatro vientos que era caro. Sospechó que un solo vistazo a sus ropas de trabajo habían bastado para que decidiera que era demasiado buena para él. «Perfecto», concluyó. A ella no le gustaban los vaqueros trabajadores y a él no le gustaban las jovencitas remilgadas. Estaban empatados.


—Me llamo Pedro Alfonso, soy su vecino más próximo —explicó con brusquedad.


—¿Es mi vecino más próximo? Qué mala suerte —soltó con sarcasmo.


—Lo mismo opino, rubita —replicó—. Estoy aquí porque sus animales del zoo han asustado a mi ganado por cuarta vez en dos meses. Va a tener que llevárselos a un entorno más adecuado. Como bien puede ver, este es territorio de ranchos.


Ella alzó el mentón y aunque medía por lo menos veinte centímetros menos que Pedro, que alcanzaba el metro noventa de estatura con sus botas de montar, consiguió mirarlo con desdén.


—Para su información, Alonso…


—Alfonso —corrigió él con sequedad.


—Lo que sea —descartó como si lo considerara igual que unas coles de Bruselas—. Para su información, tengo licencia para dar refugio y cuidar a mis animales exóticos. Cada uno posee una personalidad única. Puedo comunicarme con ellos. Los entiendo.


—¿Habla con ellos? —preguntó—. ¿Por qué será que eso no me sorprende?


—Estoy segura de que si recorriera mi refugio, hasta un hombre como usted vería que están bien guardados y no representan ninguna amenaza.


¿Un hombre como él? Pedro no supo muy bien a qué se refería, pero el tono de voz empleado lo alertó de que había recibido un insulto.


—Señora, me importa un bledo si sus animales tienen anillas en la nariz y campanillas en las patas. Asustan a mi ganado y quiero que desaparezcan. ¡Y usted con ellos!


Eso debió de irritarla, porque plantó los puños en sus maravillosas caderas, abrió bien los pies y adelantó el rostro.


—Si no aprueba vivir junto a mi santuario para fauna silvestre, entonces usted puede hacer las maletas y largarse. Yo no tengo intención de moverme de aquí, porque me gusta el lugar y también a mis animales. Además, si tiene futuras quejas, vaya a ver al sheriff de Buzzard’s Grove, para lo que le servirá.


—Mire, señora…


—Paula Chaves. Señorita Chaves para usted, Alfonso —manifestó con ese tono arrogante que hizo que Pedro apretara los dientes.


—Esta es la situación, «señora». Mi hermano y yo llevamos un rancho de ganado vacuno y ovino…


—¿Y se supone que debo estar impresionada? —le lanzó una mirada condescendiente—. Lamento desilusionarlo, Alfonso. Los vaqueros salen de debajo de las piedras por aquí.


—Me importa un cuerno que esté impresionada —repuso. ¡Cómo lo irritaba!—. La cuestión es que ese zoo puede ser divertido para usted, puede que llene las interminables horas de su vida solitaria y triste, pero nosotros vivimos de nuestro ganado. Sus animales exóticos rugen, ululan, aúllan y gruñen a todas horas del día y de la noche y provocan estampidas. He pasado todo el maldito día reuniendo a mi ganado por culpa de su zoo. El problema se solucionaría si se deshiciera de esas amenazas.


Ella lo miró con ojos centelleantes.


—¿Qué culpa tengo yo de que sus vacas timoratas y sus ovejas pusilánimes se espanten por un ruido poco familiar? No verá a mis animales saltar las vallas porque unas vacas y ovejas estúpidas mujan o balen. Mis vallas y corrales están perfectos. Es evidente que a usted le falta la habilidad para construir vallas sólidas.


Pedro comprendió que no iba a ninguna parte. Esa altanera no quería ver su perspectiva de la situación.


—Perfecto —musitó exasperado—. Si paga mi tiempo y mis gastos, no me quejaré… mucho.


Ella volvió a mirarlo con desdén.


—¿Su ganado se desboca y quiere que yo pague las reparaciones de las vallas? Mis animales están encerrados en corrales y jaulas robustas, rodeados de vallas metálicas de tres metros de alto. Me da la impresión de que no soy yo quien tiene un problema, Alfonso.


—¡No, usted es el problema! —espetó, perdida la paciencia—. ¡Vuelva a la ciudad, que es el lugar al que pertenece, y llévese su zoo con usted!


—Este es mi lugar, el único lugar al que pertenezco —echó los hombros para atrás y cerró los puños—. He venido aquí a quedarme, así que será mejor que se acostumbre a la idea.


Intercambiaron miradas furiosas y Pedro se preparó para darle una contestación terrible cuando ella le cerró la puerta en las narices.


Un ganso apareció por una esquina de la casa y graznó en objeción a su presencia. En la distancia gruñó un oso, acompañado de varios sonidos que él no supo identificar, ninguno de los cuales parecía amistoso. No le sorprendería que hubiera un cocodrilo viviendo en ese enorme estanque.


«El estanque», pensó. Otra cosa que lo irritaba de verdad. 


Esa tigresa había embalsado la corriente alimentada por los manantiales para formar un estanque gigantesco en su terreno. El embalse cortaba el flujo de agua que llegaba a la corriente del Rocking C. Durante los áridos meses de verano, Pedro y su hermano se habían visto obligados a trasladar agua a los pastizales del oeste para llenar los depósitos.


Otro inconveniente importante que había olvidado mencionarle.


Tuvo ganas de volver a aporrear la puerta para insistir en que excavara una zanja en el embalse del estanque. Pero se lo pensó mejor y decidió plantearle el tema al sheriff Osborn. 


Quizá tuviera una licencia para albergar animales exóticos, pero no tenía derecho a alterar la dirección de la corriente y privar al ganado del Rocking C de agua.


Giró en redondo y se marchó. El molesto ganso bajó la cabeza y salió tras él, graznando y mordisqueándole los talones. Sin hacerle caso, se subió a la furgoneta y arrancó. 


Al alejarse a toda velocidad, lanzó grava sobre el automóvil deportivo. No le habría desagradado haber roto accidentalmente el parabrisas. Le estaría bien empleado por ser tan terca.


Su hermano había recomendado emplear la diplomacia al tratar con su vecina. Pedro estaba seguro de que eso no habría funcionado mejor que su enfoque directo. Había notado la mirada de desaprobación cuando lo inspeccionó de arriba abajo. Esa mujer no habría cedido bajo ninguna circunstancia.


Lo que lo desconcertaba de verdad era que, a pesar de su irritación, la encontraba físicamente atractiva. Resultaba humillante para un hombre que por lo general tenía que quitarse a las mujeres de encima, saber que le gustaba lo que veía y que la arrogante señorita Chaves se comportaba como si él no diera la talla.


«¿Y qué importa?», preguntó su orgullo herido. Bajo ningún concepto querría salir con ella, no con el conflicto existente entre ellos. «Además», se aseguró, «no estoy en absoluto interesado». La idea ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Bueno, quizá una fracción de segundo… hasta que ella había abierto esa boca petulante para soltar sapos y culebras.


Miró la hora y pisó el acelerador. Era la noche en que le tocaba cocinar a su hermano, y Pablo se ponía furioso cuando Pedro llegaba tarde. El menú de los miércoles por la noche era siempre el mismo: hamburguesas con patatas fritas. Reconoció que habría preferido ganso al horno.


Observó el ganado que pastaba y se preguntó si por la mañana lo despertaría otra estampida. Lo más probable era que los coyotes de Paula Chaves se pusieran a aullarle a la luna, haciendo que el resto del zoo se uniera al coro. Predijo que al amanecer el ganado se habría dispersado.


Suspiró. Sin duda el día siguiente sería otra prueba para su paciencia.



EXOTICA COMPAÑIA: SINOPSIS






El ranchero Pedro Alfonso estaba a punto de decapitar a su vecina. 


Paula Chaves había convertido los cuarenta acres de tierra que tenía en propiedad en un maldito zoo. Los animales exóticos estaban asustando a sus plácidas vacas y espantando a sus ovejas. El plan era deshacerse de ella y de sus alborotadores animales… Hasta que se dio cuenta de que Paula podría cautivar con su sonrisa a cualquier hombre. ¿Cómo podría expulsarla de la ciudad, cuando estaba empezando a beber los vientos por ella?