viernes, 8 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 4





—Buenos días, jefa —saludó Teresa Harper entusiasmada cuando Paula entró en su despacho de Buzzard’s Grove.


—Buenos días —dejó el maletín en el escritorio y le sonrió a su pelirroja secretaria. Aún le costaba creer que Teresa fuera la misma mujer desesperada y retraída que había entrado en la oficina tres meses atrás suplicando un trabajo y jurando que haría lo que hiciera falta.


Entre sollozos le había contado su dura historia: había escapado de un marido que abusaba de ella y pedido el divorcio, para trasladarse a Buzzard’s Grove con el fin de establecer distancia con él.


La mujer necesitaba un nuevo comienzo y Paula se sintió impulsada a ayudarla, porque sabía lo que era estar sola y asustada, sin saber de dónde saldría el siguiente plato de comida. La había contratado de inmediato, a pesar de que a Teresa le faltaban algunas aptitudes para ser secretaria.


Decidida a que iniciara una nueva vida y tuviera una autoimagen positiva, le había localizado un apartamento en la ciudad, pagado el depósito de su bolsillo, ofrecido algo de ropa de su propio vestuario y se había ganado una amiga y una empleada devota.


Para devolverle la amabilidad, Teresa había trabajado horas extra en la oficina para mejorar sus conocimientos. Una vez que se familiarizó con los procedimientos profesionales, se ocupó de las llamadas para que Paula pudiera sumergirse en cuadrar las cuentas. Al ser la única contable diplomada de la ciudad tenía más trabajo del que quería, razón por la que las reparaciones en la casa iban tan lentas.


—El día de ayer fue terrible, ¿verdad? —comentó al pasarle una taza de café caliente y un bollo casero de canela—. Estuve a punto de perder la calma cuando ese energúmeno irrumpió aquí con ganas de comérsela por no querer manipular su declaración de la renta. Durante un momento me recordó a mi ex marido. Si no hubieras entrado para plantarle cara a Edgar Stokes, habría terminado amilanada en un rincón, reducida a lágrimas —Teresa sonrió—. Admiro el modo en que te enfrentas a los hombres.


—Gracias por el cumplido —dio un mordisco al delicioso bollo—. He tenido mucha práctica con los chulos del mundo. Edgar Stokes fue un aperitivo comparado con el tipo molesto que ayer se presentó en mi casa.


—¡Santo cielo! —exclamó alarmada—. No habrá intentado atacarte, ¿verdad? ¿He de notificárselo al sheriff Osborn? ¿Puedes identificarlo?


—Sí, es mi vecino; fue a verme para plantear sus quejas por mis animales. No es necesario llamar al sheriff.


—¿No le gustan tus animales? —inquirió al rodear la mesa para tomar su taza de café—. Espero que lo pusieras firme.


—De hecho, los dos nos pusimos firmes —repuso, dando otro mordisco—. El vaquero afirmó que mis animales inquietaban a su ganado y exigió que le pagara por el tiempo y el dinero que dedicaba a reagrupar a sus vacas y ovejas y a reparar sus vallas.


—¿Quién es el personaje? —quiso saber Teresa.


Pedro Alfonso.


—Nunca he oído hablar de él, aunque solo llevo unos meses en la ciudad. Es evidente que no se trata de uno de tus clientes, si no habría reconocido su nombre.


Paula se negaría a llevar la contabilidad del Rancho Rocking C, aunque Pedro se lo pidiera con amabilidad; sin embargo, dudaba de que fuera capaz de expresarse con cortesía. Cuanto menos tuviera que tratar con ese Alfonso, mejor.


—¡Mira! Ahí va el amable sheriff Osborn —señaló con un dedo terminado en rojo por la ventana—. Está en el aparcamiento del Good Grub Diner. ¿Quieres que vaya a presentar una queja en tu nombre? Sabes que no me importaría.


Paula giró en redondo y estuvo a punto de atragantarse. 


Pedro Alfonso bajó de su furgoneta y se dirigió hacia el sheriff. Sin duda ese monstruo de ojos negros pensaba hacer caso de su sugerencia y formular una queja contra ella.


A regañadientes, estudió su atractivo perfil. Tuvo que reconocer que era condenadamente atractivo. Si la vida fuera justa, el aspecto de Pedro sería tan ofensivo como su personalidad. No sabía por qué había reaccionado de manera tan desfavorable contra él. Irradiaba algo que ponía en alerta roja todos sus sentidos femeninos.


Quizá se hubiera pasado en su intento por demostrarle que le desagradaba. La reacción empeoró en su respuesta visceral de rechazo de su temperamento explosivo. La irritaba y su respuesta natural era devolverle el favor.


—Vaya, ¿quién es el tipo que habla con el sheriff? —preguntó Teresa con la nariz pegada a la ventana—. Parece una estrella de cine. Es atractivo, ¿eh, jefa?


—Es Alfonso —respondió—. No te dejes engañar por su postura. Puede ser un dragón que escupe fuego. 
Probablemente ahora mismo esté tratando de convencer al sheriff Osborn de que me obligue a trasladar a mis animales, porque el todopoderoso Alfonso no soporta que perturbe su reino ganadero.












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