jueves, 7 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 2




—Vaquero testarudo —musitó Paula mientras se quitaba el traje de negocios y se ponía unos vaqueros y una camiseta.


Lo último que necesitaba, después de tratar con un cliente exigente y poco razonable en su despacho de contable, era enfrentarse a un molesto vecino. Llevaba casi seis meses viviendo en esa comunidad, y ni una sola vez Pedro Alfonso se había presentado para darle la bienvenida.


Tampoco había ayudado que se presentara inmediatamente después de abrir el extracto de la tarjeta de crédito, para descubrir que su infiel exnovio había cargado a su cuenta un viaje al Caribe para dos. «Malditos sean los hombres en general», pensó con amargura.


—Ha sido un día duro, Pau —se dijo mientras salía del dormitorio y bajaba las escaleras. Había una única manera de mejorar el estado de ánimo, y esa era ir a visitar a los animales exóticos que habían quedado a su cargo.


Sonrió con cariño cuando su ganso guardián la saludó en el porche trasero y realizó su ritual de bajar la cabeza. La siguió por el césped para ir a recoger comida al granero. Con cada paso que daba en dirección a las jaulas y corrales, la tensión del día se evaporaba un poco más. A pesar de lo que suponía Pedro Alfonso, esos animales no podían ser devueltos a su entorno natural debido a sus minusvalías y necesidades especiales.


El amor que siempre había sentido por los animales y su tendencia a recoger a los que encontraba abandonados se había convertido en una cruzada durante los años posteriores a acabar la universidad en su estancia en Tulsa, donde había adquirido experiencia en su carrera de contable. Su alto sueldo le había permitido comprar tierras para cobijar a sus animales, pero la generosa oferta de una corporación industrial la había convencido de vender la propiedad y trasladarse a otro sitio. Había cuadruplicado su inversión y decidido establecerse en ese rincón perdido que era Buzzard’s Grove para abrir su propio despacho de contabilidad.


La decisión no había sido difícil, ya que carecía de lazos familiares, solo unos pocos amigos de la empresa, que tenían sus propias familias y vidas personales.


Luego, por supuesto, estaba su exnovio, Raul, la famosa estrella del béisbol universitario, cuya idea de un viaje por carretera incluía compartir su cama con diferentes mujeres de diferentes ciudades. Fue por accidente que Paula descubrió sus infidelidades, lo que la impulsó a cancelar de inmediato su compromiso. Humillada e indignada, había recogido sus cosas, incluidos los animales, y se había trasladado al campo. Por desgracia, Raul había reído el último al pasar cargos a su tarjeta de crédito.


Lo primero que haría por la mañana sería cancelar su MasterCard y ponerse en contacto con American Express. 


No pensaba volver a pagar las escapadas de Raul.


Respiró hondo y se dijo que Raul era historia. Ya había desempeñado el papel de ingenua tonta en una ocasión, lo que no repetiría jamás. Se juró evitar a los hombres chovinistas y con exceso de hormonas masculinas, como su desagradable vecino. El hecho de que Pedro Alfonso le resultara físicamente atractivo con su pelo negro, sus ojos de color medianoche, sus hombros anchos, sus músculos sólidos como una roca y sus muslos de jinete no significaba que tuviera el más mínimo interés en relacionarse con él. 


Además, necesitaba canalizar su tiempo y energía en conseguir que su despacho fuera un éxito, reparar la casa y brindarle cuidados a sus animales.


Había dedicado toda la vida a dejar atrás lugares en los que tardaba una eternidad en sentirse cómoda y a gusto. Pero instintivamente había sabido que no le costaría nada echar raíces allí.


Dominada por una sensación de paz, fue de un corral a otro, saludando y alimentando a sus animales. Después de realizar su ritual de oscilar, el oso pardo al que llamaba Teddy avanzó con su pata lisiada para devorar la comida que Paula puso en el depósito. Cada animal tenía su propia manera de saludarla, sus propias características.


«Sí», pensó, «la vida en el campo es para mí». Esos animales eran como ella, unos proscritos sociales que no encajaban en ninguna parte. «Está bien», se consoló. Ya había aceptado el hecho de que era una inadaptada. Pero la vida en esos espacios abiertos era buena para ella y sus amigos.


Cuando regresó a la casa para prepararse una cena congelada en el microondas, se sentía mucho más animada. 


Se preguntó si su hosco vecino se habría calmado después del encuentro acalorado. Aunque no le importaba si aún seguía furioso. Lo único que quería era que no regresara más.


El hecho era que la aparición de Pedro Alfonso había activado los amargos recuerdos de la época en que se había enamorado de una cara atractiva y un cuerpo musculoso. No cometería el mismo error dos veces. Hasta que no conociera a un hombre dispuesto a dar tanto como tomara, alguien que no estuviera interesado en el dinero que había ganado al vender su anterior propiedad a las afueras de Tulsa, pensaba evitar a los hombres.


Aún no podía creer que el muy idiota intentara achacarle a ella la culpa de su problema con su asustadizo ganado, y que encima esperara que le pagara por su tiempo y sus gastos. «¡Qué descaro», reflexionó.


Negándose a dedicarle otro pensamiento, metió la cena en el microondas y se sirvió un vaso de té helado.






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