jueves, 2 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 32






El miércoles por la mañana Paula decidió empezar una terapia de desconexión. Con su manuscrito terminado, y sin nada en lo que ocupar la mente, decidió que lo mejor era hacer camino hacia Costa Mesa para estar con su familia.


Arregló un morral con unos cuantos cambios de ropa y la cámara que había comprado en el barco. Con todas las cosas que había estado haciendo no tuvo oportunidad de respaldar las fotografías en su computadora. Encendió la portátil, conectó el cable de datos y seleccionó la memoria interna para copiar los datos. Mientras se reproducía la información se daría una ducha para luego marcharse.


Dejó correr el agua y se quedó parada mientras los recuerdos volvían a ella. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. No voy a seguir llorando… no puedo…


Terminó de bañarse con movimientos mecánicos mientras distraía su mente repasando los puntos de su historia. Cerró el grifo y tomó una toalla con la que empezó a secarse cuidadosamente, se puso la ropa interior y una franela ancha, salió del baño y tomó unos vaqueros gastados que estaban un poco rotos en las rodillas. Se calzó unas zapatillas deportivas y fue hasta el computador para verificar que estuviera completo el respaldo.


Casi sucumbe a las ganas de llorar cuando vio las imágenes. 


Fotos de Pedro y de ella paseando, en el barco, en la piscina, paseando en bicicleta… pero la que más le sorprendió fue una que le tomó mientras no lo estaba observando. Recordaba ese día. Fue su último día en el barco y habían salido a pasear a caballo.


Pedro le había hecho el amor en la playa y ella había adorado cada momento.


Sexo, estúpida… fue solo sexo.


Cerró la computadora, incapaz de seguir mirando. Por primera vez empezó a dudar de lo que escuchó.


Carolina me contó lo que escuchaste… no es lo que piensas.


¿Lo había juzgado precipitadamente?


Nunca mentí. Te quiero Paula.


Ella estaba segura de que lo quería, ¿pero él realmente la quería a ella?


Cuando estuvieron juntos nunca se lo dijo. Tampoco es como si ella se le hubiese declarado. Cuando estuvo a punto de hacerlo fue cuando escuchó esa conversación que se supone no debía escuchar.


No hablaba de ti, Lo juro. Puedes preguntarle a Mauricio


Paula dudó y se sintió culpable.


—¿Y si lo busco? —se dijo. Pero Pedro debía estar en San Diego con su familia.


Paula, yo te quiero.


—Fui una idiota —bufó empezando a rebuscar su cartera para localizar su celular. Todo parecía indicar que había cometido un error y la única que podía confirmarlo era su amiga.


Apenas encendió el aparato un montón de mensajes de texto empezó a entrar. La mayoría eran de Carolina. No tuvo necesidad de llamarla para asegurarse porque las respuestas a todas sus preguntas estaban allí. También había varios mensajes de un número desconocido:


Paula, te quiero. No sé cómo demostrártelo… pero encontraré la manera.


Ella sintió su estómago apretarse ante la declaración. Lo había juzgado mal, lo echó de su casa y sin embargo ahí estaba diciéndole que encontraría la manera de probarle que la quería.


En un impulso tomó el equipaje que había preparado para ir con su familia y lo lanzó de cualquier manera dentro del carro. Lo rodeó y entró por la puerta del conductor, encendió el motor y se puso en marcha. Con un poco de suerte todavía estará en su casa, pensó.


Recorrió las calles hasta el vecindario de Carolina y se estacionó frente a su casa. Salió del vehículo y caminó hacia la puerta con una seguridad que no sentía.


No es momento de ser una cobarde, se animó.


Tocó el timbre y esperó que alguien saliera, pero no sucedió.


Esperó y siguió esperando, pero no había cambios en la foto. Se habían marchado.


Su celular empezó a sonar y atendió la llamada sin verificar, deseando que se tratara de Pedro.


—¿Hola? —dijo con la voz temblorosa.


—¡Paula! —la voz demasiado animada de Victoria Newmann era lo último que la escritora necesitaba—. Caro me dijo que tenías algo sólido y estoy muriendo de ganas por leerlo… sé que te queda algo de tu plazo, pero chica, tengo curiosidad y sabes que no la manejo bien.


—Pasaré por tu oficina a dejarte el archivo antes de ir a casa —respondió—. Ahora tengo que colgar.


Terminó la llamada y empezó a redactar un mensaje. No sabía exactamente lo que le diría, así que escribió y borró varias veces.


—Es irónico… una escritora que no tiene palabras para una situación como esta.


Sería incluso gracioso si no se tratara de ella misma.


Sintiéndose derrotada decidió entrar al carro y marcharse.


No necesitaba que algún vecino llamara a la policía porque una sospechosa estaba merodeando por allí.


Manejó hasta el edificio donde funcionaba la editorial con un grueso sobre amarillo entre las manos. Se plantó frente a la secretaria de su editora y ella le hizo señas para que entrara.


No tardó más de quince minutos en entrar, dejar el sobre y salir. El humor para comentar con Victoria era totalmente nulo. Ya había cumplido con la editorial, ahora debía cumplir con su familia. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde cuando pudiera ocuparse de su vida.


Una nueva llamada entró en su celular y se dio cuenta que era el número de su casa. Paula frunció el ceño, frenó bruscamente su carro y tomó una calle que la ayudaría a evitar el tráfico.


Cuando se estacionó frente a la casa un escalofrío atravesó su cuerpo. La puerta del frente estaba abierta y su computadora estaba hecha pedazos en el jardín. Furia e incredulidad la recorrieron. Salió corriendo del carro y entró a la casa pero se detuvo en seco al ver el destrozo en su sala.


Sus muebles estaban tirados de cualquier manera, los marcos de sus fotos estaban rotos, su escritorio desordenado, sus libros en el suelo. Un nudo empezó a formarse en su garganta.


Cuando su celular volvió a sonar contestó mecánicamente.


—¿Ya recibiste mi regalo, Pau? —la voz de Sergio la saludaba, extrañamente alegre—. Nadie me deja, gatita. Especialmente una zorra como tú.


—¡Te odio! —gritó con toda su alma—. Maldigo el día en que te conocí.


—No hice nada que no merecieras —respondió él como si se estuviera divirtiendo en grande—. Tú me quitaste algo que quería, y yo te devolví el favor.


—¿Y qué es lo que querías?


—A ti.


—Tú eres incapaz de querer a alguien, Sergio. Haznos un favor a ambos y púdrete en el infierno.


Cortó la llamada y deseó estrellar el teléfono contra la pared, pero se contuvo. El aparato sonó una vez más.


—Te dije que te pudrieras en el infierno, Sergio… déjame en paz o llamo a la policía —gritó al borde de las lágrimas.


—¿Paula? —era la voz de Pedro—. ¿Te pasa algo?


—¿Pedro?


—Si nena, soy yo. ¿Qué te pasa?


—Oh Pedro, lo siento… lo siento mucho. Yo… fui una tonta…


—Está bien, ambos fuimos tontos, pero dime qué te pasa.


—Sergio estuvo en mi casa… ahora todo es un desastre.


—¿Te hizo algo ese bastardo? Voy para allá.


—No, yo…


Pero no le dio tiempo de terminar la frase porque su teléfono se apagó. Los días de ignorar llamadas finalmente habían pasado factura porque tampoco lo había puesto a cargar.


Paula se dejó caer en el suelo y dejó las lágrimas fluir. Se sentía violada. El único sitio donde se sentía a salvo y segura había sido destruido por Sergio. Bueno, quizás eso era un poco dramático, pero que el idiota entrara tan campante y pusiera todo patas arriba realmente la afectó.


—¿Paula?


—Viniste —dijo ella con la voz ronca cuando se volvió para mirarlo.


—Te escuché llorar y tenía que venir contigo —respondió con sinceridad. Sus ojos abarcaron la sala—. ¿Qué pasó aquí?


—Sergio lo hizo —hipó Paula—. Mis libros, mis cosas… todo está destrozado.


Pedro llegó hasta Paula, le tendió la mano y la ayudó a levantarse. Cuando estuvo de pie la envolvió entre sus brazos dejando que se desahogara contra su pecho. No había palabras de consuelo. El imbécil de su exnovio entró a su casa para hacer lo que le daba la gana sin que nadie se lo impidiera. Pedro quería su cabeza.


—Tienes que llamar a la policía, Paula.


—¿Para qué? —resopló—. Me dirán que cambie la cerradura y que se asegurarán de qué no vuelva… pero ya no me sentiré segura aquí.


Ella tenía razón, él no podía negar eso.


—¿Ibas con tu familia? —quiso saber él—. Por eso no estabas aquí.


Paula asintió contra su pecho.


—Bien, iremos a casa de tu familia mientras alguien se encarga de arreglar esto. Entonces nos ocuparemos, ¿bien? —ella buscó su mirada como si no entendiera lo que decía—. Voy a ir contigo, Paula. No voy a dejarte sola —le aseguró.




INEVITABLE: CAPITULO 31





Paula se adelanta para intentar conversar con Pedro antes de que su vuelo, que sale un poco antes, despegue. Cuando está a unos pocos metros de él escucha la conversación que sostiene con su hermano.


—Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y voy a dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.


—Sabes que estás actuando como un tonto, ¿cierto?


Las imágenes ante sus ojos empezaron a distorsionarse por las lágrimas que anegaban sus ojos. Paula echo a correr sin rumbo. Su único objetivo era alejarse de Pedro, de las mentiras y del dolor. Sergio no logró hacerle tanto daño como el que le estaban haciendo ahora…Paula solo quería que se abriera un gran hoyo y que la tierra se la tragara. 


Había sido una idiota. Otra vez.


Cuando llegó su momento de abordar el avión fue la última en subir. Carolina la esperaba en el asiento con la expresión preocupada. Ya sabía que Paula no alcanzó a hablar con Pedro, lo que no sabía era el porqué.


—¿Pasa algo? —le preguntó apenas se sentó a su lado.


Paula negó con la cabeza, incapaz de articular palabras. Sus ojos estaban enrojecidos, igual que la punta de su nariz. 


Signos inequívocos de que había estado llorando. Carolina quiso sacudirla hasta hacerla hablar.


—Es obvio que te pasa algo Paula —su amiga debía estar cabreada,  Sin embargo Paula no reaccionó—. Habla conmigo —pidió suavizando el tono—. Prometo no decirle nada a nadie.


Pero Paula no cedió y así hicieron el viaje. Ella llorando en silencio y su amiga formulando hipótesis. Cada una era peor que la anterior.


Cuando aterrizaron en Los Ángeles, Carolina quería la sangre de la persona que hirió a su amiga. Y tenía una idea de quién pudo ser.



*****


Pasaron un par de días en los que Paula no quiso saber absolutamente nada de nadie. Había rechazado las llamadas de su mejor amiga, de su editora y de un número desconocido por temor a que se tratara de Pedro. Incluso Sergio le había dejado mensajes en el contestador automático. La mayoría de ellos del tiempo que estuvo fuera.
250 mensajes en total.


Sin embargo ignoró su celular, y cuando no pudo seguir ignorándolo lo apagó. Su prioridad era el manuscrito, así que se encerró a escribir como si no hubiese mañana. La inspiración parecía haber decidido quedarse a hacerle compañía ahora que el amor la había abandonado. Porque en ese momento que eran solo ella y el computador se dio cuenta de que no solo quería a Pedro, sino que lo amaba. 


Desesperadamente.


No estaba segura de cuándo había sucedido. Podía haber sido la primera vez que estuvo en sus brazos. O cuando insistió en enseñarle a andar en bicicleta. No, reconoció que no fue en ninguna de esas ocasiones. Se había enamorado de él desde el momento en que la sostuvo, limpió sus lágrimas y prometió que ganaría su confianza. Lo curioso es que la había ganado para traicionarla luego. Paula se sentía defraudada. Dolida. Había entregado su corazón a un hombre solo para que él lo rompiera en pedazos y lo convirtiera en comida para los peces.


—Fui una idiota —susurró con el corazón quebrándosele en mil pedazos.


Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.


Las palabras de Pedro resonaban en su mente. Deja de pensar en él, se reprendió. Ella se separó de su computadora y fue a la sala, se tiró en el sofá y atrajo una almohada hasta su regazo. Sentía ganas de llorar, de gritar, de arrojar cosas… Mil preguntas daban vueltas en su cabeza ¿Por qué Pedro había llegado a su vida y jugado con ella de esa manera? ¿Y por qué él había pasado tiempo con ella durante todo el viaje si luego la iba a descartar como a un condón usado? Ese hombre tenía todo lo que deseaba y ella no había sido más que un pasatiempo. Paula sonrió con tristeza al recordar cómo él la había defraudado igual que lo había hecho su ex.


Después de todo no son tan diferentes…


Una oleada de ira la invadió. Recordó las veces que el fingió estar indignado por el engaño de Sergio. Tomó el cojín que había estado retorciendo en su regazo y lo lanzó contra la pared.


El timbre de la casa sonó y Paula se asomó entre las persianas de la ventana. Vio una camioneta negra estacionada junto a la acera. Caminó lentamente, luego miró a través de la cerradura. Con el ceño fruncido, abrió la puerta.


Pedro, de pie frente a su puerta, lucía tan increíblemente guapo en su suéter de lana gris y vaqueros gastados que la dejó sin aliento. Su cabello castaño alborotado tenía reflejos rubios a causa del sol y hacía que sus ojos azules destacaran.


Poniendo una mano en su cadera, le dijo: —¿Qué estás haciendo en mi casa?


Él intentó acercarse hacia ella.


Paula, necesitamos hablar...


Inmediatamente ella dio un paso atrás.


—Por favor, vete.


— No hasta que me escuches.


El espacio le dio la oportunidad perfecta para pasar más allá de ella y cerrar la puerta sujetándola. Él tomó el rostro de ella rostro entre sus manos.


—Carolina me contó lo que escuchaste… no es lo que piensas.


Quizás Paula haya tenido un momento de extrema frustración y decidiera contarle a su amiga, finalmente, lo que había sucedido en el aeropuerto. Genial, ahora se pone de parte de este idiota, pensó.


—¿Y cómo es entonces? Sabes, no tienes que explicarme nada. Estoy cansada de que las personas me usen y me mientan.


Pedro pasó los pulgares por sus mejillas.


— Nunca mentí. Te quiero Paula.


Apartándolo, ella se burló de él.


—Pues tienes una forma bastante extraña de demostrarlo.


—No hablaba de ti, Lo juro. Puedes preguntarle a Mauricio


—No me interesa, Pedro. Ahora haz el favor y sal de mi casa.


Paula, yo te quiero.


—Yo no. Para mí también fuiste solo sexo. Ahora haz el favor de salir de mi casa y de mi vida.


Esos ojos azules miraban profundamente a los de Paula


Parecían suplicarle, hasta que finalmente se dio la vuelta y abandonó la casa. Ella escuchó sus pasos alejándose, incapaz de voltear en su dirección. Mordiéndose el labio se dio la vuelta y miró hacia la puerta cuando escuchó el chirrido que hacía al abrir y cerrar. Pedro se había ido. Ella sintió una oleada de dolor extendiéndose por su pecho, cortando sus entrañas. Solo está haciendo lo que le pediste.


Ella trató de convencerse de que si había estado bien antes, después de Sergio, también lo estaría ahora. Sólo que nada se sentía de esa manera. Fue hacia la cocina, abrió el estante y sacó una botella medio vacía de vodka. Antes de darse cuenta estaba sirviéndose una copa. Tenía que concentrarse en terminar su novela y entregarla. Volver a su rutina. Era lo que necesitaba.


El teléfono de su casa empezó a sonar, pero Paula lo ignoró. 


Nadie llamaba a ese número, nunca. Que piensen que estoy fuera, se dijo. Cuando cesó el repique desconectó los cables.


Llevó su vaso con ella y se sentó de vuelta frente a la computadora, dispuesta a ponerle punto final a su manuscrito. Esperaba que al menos Jake y Jena tuviesen su final feliz.


—Me lo prometiste. Me prometiste que no intentarías escapar ni me alejarías de ti. La razón por la que te pedí que me hicieras esa promesa es muy sencilla: tú eres importante para mí y no quiero arriesgarte —Jake sacó las manos de los bolsillos y respiró hondo, exhalando lentamente el aire antes de continuar—: No sólo eres importante, eres lo único que da sentido a mi vida. Te necesito, y si no paso el resto de mi vida contigo, todo dejará de tener sentido para mí.


Él no parecía saber qué hacer con las manos y no hacía más que cerrar los puños a los lados.


—Te amo, Jena. Por eso te pedí que me prometieras eso, por eso necesitaba que cumplieras esa promesa. Pero a las primeras de cambio, la rompiste. —La expresión de Jake no podía ser más desoladora—. No confiaste en mí.
Confiar. Ahí está esa palabra, pensó Lucy mientras revisaba lo que había escrito.


—¡Un momento! —ella alzó una mano y lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Realmente piensas que lo hice porque no confiaba en ti?


La expresión de Jake era ilegible, pero después de que ella esperara un buen rato, él acabó asintiendo de mala gana con la cabeza.


Jena bajó la mano y aspiró aire, que soltó con un sonido ahogado.


—¡Pues te equivocas! La única razón por la que lo hice es porque confío en ti —le lanzó una mirada airada—. Porque confío en tu amor, y porque sé cómo reaccionas a cualquier situación que pueda suponer un peligro para mí.


Jake la miró como si no pudiera creer lo que estaba diciendo.


—Confiaba total y ciegamente en el hecho de que harías cualquier cosa para proteger mi vida. Pero no podía permitir que te arriesgaras. Yo protejo a los que amo, Jake —Jena tomó una respiración profunda, resuelta a llegar hasta el fondo de aquel espinoso asunto—. Si yo puedo aceptar y comprender el hecho de que tú me amas y que quieres protegerme, tú tienes que aceptar y comprender lo mismo por mi parte.


Los ojos de Jake eran dos lagos oscuros e insondables y su expresión era completamente estoica.


—¿Qué?


Jena alzó las manos en el aire.


—¡Te amo, Jake! Y eso quiere decir que siento lo mismo que tú sientes por mí. Quiere decir que no seré alguien que se someta de buena gana a tus órdenes, que se esconda en un rincón como una cobarde mientras alguien intente hacerte daño… Que te protegeré de la misma manera en que tú me proteges a mí.


Todas las emociones de Jena parecían haber sido liberadas. 


Dio un paso adelante y se enfrentó al hombre que tenía frente a ella.


—Si nos casamos, no voy a hacer todo lo que tú me digas.


A Jake se le curvaron los labios en una sonrisa. Intentó contenerla, intentó sostenerle la mirada, pero fracasó.


Jena entrecerró los ojos hasta que no fueron más que un par de rendijas.


—No te atrevas a reírte. Esto no es una broma.


Jake no pudo reprimir una sonrisa de oreja a oreja. Trató de abrazarla mientras soltaba una carcajada.


—¿Quiere decir eso que aceptas casarte conmigo? —preguntó Jake sonriente.


—Sí —aceptó Jena—. Eso es lo que significa.





INEVITABLE: CAPITULO 30





Abandonar el barco fue más difícil de lo que Paula imaginó.


Un montón de personas, que eran perfectos extraños tres semanas atrás, se detenían junto a ella para saludar y dejar sus contactos. “Feliz Acción de Gracias” o “espero volver a verte” eran las frases que más escuchó mientras abandonaba el crucero y caminaba por el paseo marítimo junto a Carolina, Mauricio y Pedro en busca de un taxi. 


Tenían algunas horas antes de sus respectivos vuelos que resultaron ser distintos.


No tardaron mucho en encontrar un taxi desocupado que los llevara. El trayecto se hizo se les hizo eterno. 


Repentinamente Pedro y Paula parecían caminar sobre un campo de minas… una palabra equivocada y la magia de las vacaciones terminaría. Carolina y Mauricio vivían una situación parecida. Por un lado el joven playboy estaba decidido a formalizar una relación con la mujer que además de amiga se había convertido en su amante, mientras que ella temía que él volviera a las andadas una vez que estuvieran en Los Ángeles.


Entraron en el aeropuerto y se apresuraron a facturar el equipaje. Tomaron asiento en el área de espera y empezaron a conversar sobre temas triviales.


—¿Pau? ¿Cómo va tu novela? —preguntó Carolina mientras revisaba distraídamente su celular.


Bueno, quizás no tan triviales.


Pedro sonrió en dirección de Paula esperando también la respuesta. Al inicio de su relación ella le había hablado de su problema para escribir después de la ruptura con el imbécil de su novio. Él secretamente esperaba haberse convertido en algo especial para ella… en algo inspirador.


Ella se sonrojó cuando notó la mirada de Pedro, y luego se concentró en la pregunta de su amiga.


—Va bastante bien… solo falta pulir algunos detalles antes de mandársela a Vicky —confesó con una sonrisa tímida que a Pedro le pareció adorable—. Aunque todavía no escribo el final.


—Pues chica, tienes tiempo… todavía queda una semana para que finalice tu plazo —la felicitó su amiga—. Espero que me dejes darle un vistazo cuando esté lista.


Mientras conversaban el teléfono de Pedro empezó a sonar. 


Frunció el ceño al revisar el identificador de llamadas, se disculpó con el grupo y se alejó para atender.


Aprovechando el momento, Paula envía un mensaje rápido a su amiga usando su celular y se disculpa para ir al baño. Un par de minutos después Carolina se le une.


—¿Y bien? ¿Cuál es el plan? Porque si me trajiste aquí fue para contarme algo, ¿verdad?


Paula tomó una respiración profunda y dejó salir todo lo que pensaba.


—Voy a decirle a Pedro que me gusta.


—Cariño, si en estas tres semanas eso no le ha quedado claro, entonces nuestro chico es idiota.


—No me refería a eso… quiero decir que…


—Que lo quieres —la interrumpió Carolina—. Eso es fantástico —sonrió entusiasmada—. Aunque, ¿no crees que es algo pronto para declaraciones amorosas?


—Lo quiero, Carolina.


—¿Estás segura? Porque hace unos meses decías eso de Sergio, y pues… realmente no lo querías.


—Lo siento aquí —se llevó una de las manos al pecho, donde latía su corazón—. Es como una parte de mí que no sabía que hiciera falta.


A Carolina se le llenaron los ojos de lágrimas, emocionada como estaba por la declaración de su amiga.


—Entonces ve por él y no dejes que se te escape —la animó.



*****


Pedro regresó a su lugar junto a Mauricio visiblemente afectado por la llamada. Se extrañó al no ver a las chicas, pero lo prefirió así… al menos mientras digería lo que acababa de escuchar.


—¿Sucede algo?


—No es nada.


—¿Nada? Tienes cara de querer matar a alguien.


—Evelyn estuvo en casa de mamá. Le fue a pedir ayuda con su boda.


—¿Evelyn Peters se casa? ¿Y quién es el ingenuo que cayó en esa trampa?


—Supuestamente, yo.


—¡¿Qué?!


Mauricio se levantó de su asiento como impulsado por un resorte. Su rostro totalmente desencajado por la noticia. 


Tomó un par de respiraciones tratando de calmarse y poner en perspectiva el asunto. ¿Qué mierda está pasando?, pensó.


—Fue lo mismo que pensé… pero intenta explicar a nuestra madre que no vas a casarte con el polvo más fácil de toda California.


—¿Y cuándo se supone que sea la boda?


—Antes de que nazca el bebé.


—Espera un momento… ¿Qué mierda…? —intentó controlarse para no hacer un escándalo en el aeropuerto—. ¿Qué vas a hacer entonces? —su hermano era el inteligente, claro que tenía que tener un plan para salir del enredo que Evelyn armó.


—Nada.


—¿Nada? ¿Evelyn te mete en este lío con nuestra madre y tú no vas a hacer nada?


—Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.


—Sabes que estás actuando como un tonto, ¿cierto? —dijo su hermano—. No me refería a eso. Tú ahora estás con Paula. Tienes que sacar a Evelyn del panorama, y hablar con mamá. Ella lo entenderá.


—Lo sé… solo espero llegar a casa y enderezar todo esto.





miércoles, 1 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 29




Esa tarde desembarcaron en Costa Rica. Como era habitual, el personal del crucero les procuró un paseo por los sitios de mayor atractivo. El colorido y calidez del lugar cautivaron a Paula, que no dejaba de hacer fotografías mientras caminaba junto a Pedro.


Se alejaron un poco del puerto, y del grupo, y empezaron a vagar por la playa tomados de la mano. Un montón de palabras morían en sus gargantas mientras sus huellas se iban marcando en la arena. Entonces el grupo empezó a moverse y ellos tuvieron que retornar para evitar perderse.


Una de las atracciones del día eran paseos a caballo por la costa. Paula estaba aterrada ante la posibilidad. Nunca le había ido demasiado bien con los animales pequeños… así que uno grande, y que pudiera tirarla, estaba totalmente fuera del menú para ella.


Sin embargo Pedro quería hacerlo…


—¿Segura que no quieres? —le preguntó.


Paula le lanzó una mirada dudosa. Una cosa era no querer y la otra tener miedo. Ella definitivamente tenía miedo.


—No es eso… yo…


—¡Vamos! —la animó—. Lo mismo decías de andar en bicicleta y no nos fue tan mal —sonrió.


Tenía razón. Los paseos en bicicleta habían estado bastante bien. Geniales. Sin embargo, un animal era otra cosa.


—No tengas miedo —insistió Pedro—. Yo te cuidaré.


Paula no pudo negarse a eso.


Tomaron su turno para el paseo a caballo prescindiendo de los guías, por sugerencia de Pedro. El personal les advirtió que deberían estar de vuelta antes de las 5 de la tarde, lo que les daba un margen de tres horas para deambular por la zona. Pedro seleccionó sus monturas. Una yegua blanca que parecía bastante dócil para Paula, y un potro negro con
bastante personalidad para él. La ayudó a montar y luego subió a su propio caballo, entonces empezaron a alejarse poco a poco. Mientras avanzaban por la playa, Paula fue sintiendo más confianza… empezaba a disfrutar la brisa marina agitando su cabello, el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Era perfecto.


—¿Quieres nadar? —preguntó Pedro repentinamente.


Ella asintió y se detuvieron. Él bajó primero de su caballo y la ayudó a desmontar tomándola de la cintura y pegándola a su cuerpo mientras bajaba. Agarró con fiereza su nuca y estrelló sus labios contra los de ella haciéndole saber lo hambriento y necesitado que estaba. Paula sentía que se derretía en sus brazos.


Se separaron para llevar un poco de oxígeno a sus pulmones, descansando frente contra frente.


—Pensé que querías nadar… —dijo Paula.


—No tanto como quiero hacerte el amor —respondió él simplemente.


Y así lo hizo. Con cuidada lentitud y con los sonidos del mar como soundtrack. Pedro la despojó lentamente de su diáfano vestido de playa blanco y la recostó en la arena cubriéndola con su cuerpo. Alejados de todo, olvidando el pasado y el futuro. Solo viviendo el presente. Apartó la tela de su diminuto bikini a un lado antes de hundirse en su cuerpo y empezar una danza serena que los llevara al éxtasis.


Se separaron saciados en un nivel que iba más allá de lo físico, pero que ninguno se atrevía a poner en palabras. 


Poco a poco esas palabras que no eran dichas los juntaban, pero ¿Por cuánto tiempo?


Paula volvió a ponerse su vestido y se acercó a la orilla para lavarse un poco la arena de las manos y pies. Pedro capturó el momento exacto en que ella se adentraba en el mar, extendiendo sus brazos y con su cabello moviéndose en las direcciones que el viento dictaba. A sus ojos era la mujer más hermosa del mundo y él daría cualquier cosa porque ella se quedara a su lado.


Cuando estuvieron listos volvieron a montar y regresaron al puerto, regresaron las monturas al propietario y se unieron al grupo para regresar al barco. Había sido una tarde silenciosamente especial para ellos. Ahora se despedirían de sus vacaciones y empezarían a pensar en el mañana.



*****


La última noche a bordo del crucero celebraron una fiesta similar a la que los recibió, solo que esta vez se trataba de una fiesta temática ambientada en los 60s. Con disfraces de la época y disfrutando de la música, de la compañía y los recuerdos que habían construido juntos, Paula y Pedro intercambiaban bromas con Carolina y Mauricio. El ambiente tenso del desayuno había quedado atrás, y el doctor insistió a su vecina en que se les uniera para el plan de Acción de Gracias. Los padres de Mauricio y Pedro adoraban a Carolina desde la infancia. Habiendo crecido puerta con puerta, fueron muchas las ocasiones en que los Alfonso celebraron las fiestas con su familia. Recuerdos agridulces asaltaron a la chica, que rápidamente escondió sus emociones en una cínica sonrisa.


—Estará bien no cocinar, para variar —dijo encogiéndose de hombros.


—Nunca cocinas en las fiestas —se burló Paula—. Las pasas en mi casa, o en un bar.


Carolina palmeó el brazo de su amiga de manera cariñosa y todos se carcajearon.


—No creas que te librarás de mí —respondió Paula—. Planeo hacer una video llamada y pedir un poco de ese pastel de calabaza que hace tu madre.


Las risas siguieron hasta el final de la velada, cuando se despidieron para ir a sus habitaciones. Aunque Pedro no deseaba separarse de Paula, sabía que debía dejarla arreglar sus asuntos antes de volver a casa.


—Buenas noches —se dijeron en el umbral del camarote que compartían Paula y Carolina antes de besarse.








INEVITABLE: CAPITULO 28





Paula estaba acostada a su lado, curvada contra su cuerpo. 


Ambos estaban desnudos. Después de su primera ronda, ella se había puesto la ropa interior y su camisa, una vista que Pedro encontraba particularmente sexy, especialmente cuando incluía en la ecuación sus rizos rubios totalmente revueltos.


Pedro sintió un tirón en su pecho ante la imagen de Paula en su cama. Se sentía correcta en ese lugar. Como si le perteneciera. Le asustaba un poco, porque nunca antes se había sentido de esa manera con alguien. Tenía treinta años, no era exactamente inocente, había dormido con un buen número de mujeres, algunas incluso que no vio más de dos veces. Pero todas sus relaciones habían sido casuales, y había sido absolutamente claro con ellas. En el pasado, siempre había utilizado su trabajo como excusa para evitar enseriarse con nadie. Ahora se daba cuenta que con la persona adecuada, no quería una excusa.


Pedro se inclinó, susurrando su nombre suavemente. Sabía que era un bastardo egoísta por despertarla, pero le encantaba la tranquilidad de su intimidad, lo que decía mucho acerca de su relación sin que ninguno de ellos tuviera que decirlo. Sin mencionar que habían pasado un par de horas y ella estaba acostada junto a él desnuda. Él bien podría sentarse allí en la oscuridad excitado, o podía hacer algo al respecto.


Él dijo su nombre una vez más, y ella se despertó. Él los rodó y besó su cuello mientras se acostaban de lado. Su boca vagó por el lateral de sus senos, y trabajó su lengua alrededor de uno de sus pezones. Paula se dibujó una sonrisa perezosa en su rostro.


—Hmm... —movió sus manos sobre él, suspirando mientras acariciaba su pecho y estómago. Sus manos se sumergieron más abajo y encontraron su erección dolorosamente dura. 


Sus ojos se abrieron maliciosamente.


—¿Ya?


—Creo que siempre está así cuando te tengo cerca.


Ella deslizó una rodilla sobre su cadera. —Eso me gusta.


No necesitando ningún estímulo adicional, Pedro se extendió hacia atrás y tomó un preservativo de la mesita. Rodando, apretó las caderas y lentamente se hundió en su cálido cuerpo. Tomó su trasero con una mano y rodó sus caderas hacia adelante y hacia atrás en un ritmo suave y calmado.


Cuando la escuchó jadear, hizo una pausa.


—¿Es demasiado?


Ella cerró los ojos y movió sus caderas contra él, instándolo más profundo.


—Es perfecto. Siéntete libre de despertarme así todas las noches que quieras.



*****


Carolina caminaba por la cubierta del barco con un pequeño morral colgando de su hombro y una sonrisa malvada en su cara. Su mejor amiga, Paula, no había vuelto al camarote la noche anterior y ella estaba feliz por eso. Pero era tiempo de poner las cosas en orden antes de que su amiga se metiera en un paquete del que no supiera salir luego.


Antes de salir de la habitación llamó para ordenar un desayuno para cuatro personas que enviarían al camarote de Pedro. Allí se dirigía en ese momento, con una muda de ropa limpia para Paula. Tampoco iba a dejarla hacer el paseo de la vergüenza vistiendo el mismo vestido de anoche. Porque seducir a Pedro era una cosa, pero al resto de los pasajeros del barco… no, definitivamente eso no estaba en el plan.


Llegó al camarote que Mauricio compartía con su hermano y tocó la puerta. Al cabo de unos minutos un ojeroso Mauricio la dejaba entrar mientras se frotaba la cara, se acercó a ella y le dio un beso rápido.


—Di que viniste para que me pueda vengar de esos dos —suplicó—. No tienes idea de lo frustrante que es escucharles follar como conejos mientras estás solo en la habitación.


Mauricio hizo su mejor cara de cachorro y Carolina tuvo que reírse de ella.


—Lo siento, cariño —se disculpó antes de besarlo. Dejó el morral a un lado y le dio un vistazo a la sala de estar, que era idéntica a la de su camarote.


—Tengo una idea de cómo puedes compensarme…


—Espero que hables de comida, porque el desayuno viene en camino.


Justo en ese momento un par de golpes sonaron en la puerta nuevamente, haciendo que Mauricio resoplara antes de levantarse para abrir.


—Eres una mujer cruel —se lamentó mientras hacía girar el pomo de la puerta.


—No tienes idea —respondió ella en voz baja.



*****


Durante el desayuno, Mauricio se sentó en la silla junto a Paula


Pedro se había levantado de la mesa un momento para ir al baño.


—Entonces… —dijo Mauricio, poniéndose cómodo.


Paula empezó a juguetear con el tenedor, haciendo figuras en su plato.


— ¿Entonces?—preguntó haciéndose la tonta.


Carolina se unió a la fiesta con sus insinuaciones poco sutiles.


—Te ves cansada esta mañana —dijo con una mirada insinuante en dirección a su amiga.


—Mauricio también se ve cansado, no veo que le digas nada al respecto —le dijo Paula.


—Eso es porque no me dejaban dormir —dijo Mauricio.


Paula abrió la boca para responder, pero la cerró inmediatamente. Se sonrojó y trató de disimular una sonrisa.


—Así de bien, ¿eh? —se burló su amiga.


Pedro volvió a la mesa y terminaron de tomar el desayuno en silencio. Eventualmente intercambiaban risitas que el doctor no alcanzaba a comprender, y decidió ignorar con un encogimiento de hombros. Aunque Mauricio estaba disfrutando las bromas a costillas de su hermano, empezó a sentirse cansado. Lanzó un largo bostezo y se disculpó antes de retirarse a su habitación.


—Traje un poco de ropa para ti —dijo Carolina, quien se sentía satisfecha al ver a Paula tan cómoda con la ropa de Pedro, aunque le venía un poco grande. Ella asintió y sonrió.


—Y cuéntame, Pedro… ¿Qué harás al llegar a Los Ángeles?


—Ir a ver a mis padres antes de volver a mi consulta —dijo no entendiendo el punto de aquella pregunta.


—Uhmm… pensé que habían hecho planes juntos…


Paula abrió los ojos como platos y se atragantó con un pedazo de pan. Pedro le dio golpecitos en la espalda y le tendió un vaso con agua para ayudarla.


—Carolina, creo que no es necesario hacer esto —le dijo a su amiga apenas pudo hablar.


Su amiga asintió y terminaron de desayunar en un incómodo silencio.