miércoles, 1 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 29




Esa tarde desembarcaron en Costa Rica. Como era habitual, el personal del crucero les procuró un paseo por los sitios de mayor atractivo. El colorido y calidez del lugar cautivaron a Paula, que no dejaba de hacer fotografías mientras caminaba junto a Pedro.


Se alejaron un poco del puerto, y del grupo, y empezaron a vagar por la playa tomados de la mano. Un montón de palabras morían en sus gargantas mientras sus huellas se iban marcando en la arena. Entonces el grupo empezó a moverse y ellos tuvieron que retornar para evitar perderse.


Una de las atracciones del día eran paseos a caballo por la costa. Paula estaba aterrada ante la posibilidad. Nunca le había ido demasiado bien con los animales pequeños… así que uno grande, y que pudiera tirarla, estaba totalmente fuera del menú para ella.


Sin embargo Pedro quería hacerlo…


—¿Segura que no quieres? —le preguntó.


Paula le lanzó una mirada dudosa. Una cosa era no querer y la otra tener miedo. Ella definitivamente tenía miedo.


—No es eso… yo…


—¡Vamos! —la animó—. Lo mismo decías de andar en bicicleta y no nos fue tan mal —sonrió.


Tenía razón. Los paseos en bicicleta habían estado bastante bien. Geniales. Sin embargo, un animal era otra cosa.


—No tengas miedo —insistió Pedro—. Yo te cuidaré.


Paula no pudo negarse a eso.


Tomaron su turno para el paseo a caballo prescindiendo de los guías, por sugerencia de Pedro. El personal les advirtió que deberían estar de vuelta antes de las 5 de la tarde, lo que les daba un margen de tres horas para deambular por la zona. Pedro seleccionó sus monturas. Una yegua blanca que parecía bastante dócil para Paula, y un potro negro con
bastante personalidad para él. La ayudó a montar y luego subió a su propio caballo, entonces empezaron a alejarse poco a poco. Mientras avanzaban por la playa, Paula fue sintiendo más confianza… empezaba a disfrutar la brisa marina agitando su cabello, el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Era perfecto.


—¿Quieres nadar? —preguntó Pedro repentinamente.


Ella asintió y se detuvieron. Él bajó primero de su caballo y la ayudó a desmontar tomándola de la cintura y pegándola a su cuerpo mientras bajaba. Agarró con fiereza su nuca y estrelló sus labios contra los de ella haciéndole saber lo hambriento y necesitado que estaba. Paula sentía que se derretía en sus brazos.


Se separaron para llevar un poco de oxígeno a sus pulmones, descansando frente contra frente.


—Pensé que querías nadar… —dijo Paula.


—No tanto como quiero hacerte el amor —respondió él simplemente.


Y así lo hizo. Con cuidada lentitud y con los sonidos del mar como soundtrack. Pedro la despojó lentamente de su diáfano vestido de playa blanco y la recostó en la arena cubriéndola con su cuerpo. Alejados de todo, olvidando el pasado y el futuro. Solo viviendo el presente. Apartó la tela de su diminuto bikini a un lado antes de hundirse en su cuerpo y empezar una danza serena que los llevara al éxtasis.


Se separaron saciados en un nivel que iba más allá de lo físico, pero que ninguno se atrevía a poner en palabras. 


Poco a poco esas palabras que no eran dichas los juntaban, pero ¿Por cuánto tiempo?


Paula volvió a ponerse su vestido y se acercó a la orilla para lavarse un poco la arena de las manos y pies. Pedro capturó el momento exacto en que ella se adentraba en el mar, extendiendo sus brazos y con su cabello moviéndose en las direcciones que el viento dictaba. A sus ojos era la mujer más hermosa del mundo y él daría cualquier cosa porque ella se quedara a su lado.


Cuando estuvieron listos volvieron a montar y regresaron al puerto, regresaron las monturas al propietario y se unieron al grupo para regresar al barco. Había sido una tarde silenciosamente especial para ellos. Ahora se despedirían de sus vacaciones y empezarían a pensar en el mañana.



*****


La última noche a bordo del crucero celebraron una fiesta similar a la que los recibió, solo que esta vez se trataba de una fiesta temática ambientada en los 60s. Con disfraces de la época y disfrutando de la música, de la compañía y los recuerdos que habían construido juntos, Paula y Pedro intercambiaban bromas con Carolina y Mauricio. El ambiente tenso del desayuno había quedado atrás, y el doctor insistió a su vecina en que se les uniera para el plan de Acción de Gracias. Los padres de Mauricio y Pedro adoraban a Carolina desde la infancia. Habiendo crecido puerta con puerta, fueron muchas las ocasiones en que los Alfonso celebraron las fiestas con su familia. Recuerdos agridulces asaltaron a la chica, que rápidamente escondió sus emociones en una cínica sonrisa.


—Estará bien no cocinar, para variar —dijo encogiéndose de hombros.


—Nunca cocinas en las fiestas —se burló Paula—. Las pasas en mi casa, o en un bar.


Carolina palmeó el brazo de su amiga de manera cariñosa y todos se carcajearon.


—No creas que te librarás de mí —respondió Paula—. Planeo hacer una video llamada y pedir un poco de ese pastel de calabaza que hace tu madre.


Las risas siguieron hasta el final de la velada, cuando se despidieron para ir a sus habitaciones. Aunque Pedro no deseaba separarse de Paula, sabía que debía dejarla arreglar sus asuntos antes de volver a casa.


—Buenas noches —se dijeron en el umbral del camarote que compartían Paula y Carolina antes de besarse.








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