jueves, 2 de abril de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 32






El miércoles por la mañana Paula decidió empezar una terapia de desconexión. Con su manuscrito terminado, y sin nada en lo que ocupar la mente, decidió que lo mejor era hacer camino hacia Costa Mesa para estar con su familia.


Arregló un morral con unos cuantos cambios de ropa y la cámara que había comprado en el barco. Con todas las cosas que había estado haciendo no tuvo oportunidad de respaldar las fotografías en su computadora. Encendió la portátil, conectó el cable de datos y seleccionó la memoria interna para copiar los datos. Mientras se reproducía la información se daría una ducha para luego marcharse.


Dejó correr el agua y se quedó parada mientras los recuerdos volvían a ella. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. No voy a seguir llorando… no puedo…


Terminó de bañarse con movimientos mecánicos mientras distraía su mente repasando los puntos de su historia. Cerró el grifo y tomó una toalla con la que empezó a secarse cuidadosamente, se puso la ropa interior y una franela ancha, salió del baño y tomó unos vaqueros gastados que estaban un poco rotos en las rodillas. Se calzó unas zapatillas deportivas y fue hasta el computador para verificar que estuviera completo el respaldo.


Casi sucumbe a las ganas de llorar cuando vio las imágenes. 


Fotos de Pedro y de ella paseando, en el barco, en la piscina, paseando en bicicleta… pero la que más le sorprendió fue una que le tomó mientras no lo estaba observando. Recordaba ese día. Fue su último día en el barco y habían salido a pasear a caballo.


Pedro le había hecho el amor en la playa y ella había adorado cada momento.


Sexo, estúpida… fue solo sexo.


Cerró la computadora, incapaz de seguir mirando. Por primera vez empezó a dudar de lo que escuchó.


Carolina me contó lo que escuchaste… no es lo que piensas.


¿Lo había juzgado precipitadamente?


Nunca mentí. Te quiero Paula.


Ella estaba segura de que lo quería, ¿pero él realmente la quería a ella?


Cuando estuvieron juntos nunca se lo dijo. Tampoco es como si ella se le hubiese declarado. Cuando estuvo a punto de hacerlo fue cuando escuchó esa conversación que se supone no debía escuchar.


No hablaba de ti, Lo juro. Puedes preguntarle a Mauricio


Paula dudó y se sintió culpable.


—¿Y si lo busco? —se dijo. Pero Pedro debía estar en San Diego con su familia.


Paula, yo te quiero.


—Fui una idiota —bufó empezando a rebuscar su cartera para localizar su celular. Todo parecía indicar que había cometido un error y la única que podía confirmarlo era su amiga.


Apenas encendió el aparato un montón de mensajes de texto empezó a entrar. La mayoría eran de Carolina. No tuvo necesidad de llamarla para asegurarse porque las respuestas a todas sus preguntas estaban allí. También había varios mensajes de un número desconocido:


Paula, te quiero. No sé cómo demostrártelo… pero encontraré la manera.


Ella sintió su estómago apretarse ante la declaración. Lo había juzgado mal, lo echó de su casa y sin embargo ahí estaba diciéndole que encontraría la manera de probarle que la quería.


En un impulso tomó el equipaje que había preparado para ir con su familia y lo lanzó de cualquier manera dentro del carro. Lo rodeó y entró por la puerta del conductor, encendió el motor y se puso en marcha. Con un poco de suerte todavía estará en su casa, pensó.


Recorrió las calles hasta el vecindario de Carolina y se estacionó frente a su casa. Salió del vehículo y caminó hacia la puerta con una seguridad que no sentía.


No es momento de ser una cobarde, se animó.


Tocó el timbre y esperó que alguien saliera, pero no sucedió.


Esperó y siguió esperando, pero no había cambios en la foto. Se habían marchado.


Su celular empezó a sonar y atendió la llamada sin verificar, deseando que se tratara de Pedro.


—¿Hola? —dijo con la voz temblorosa.


—¡Paula! —la voz demasiado animada de Victoria Newmann era lo último que la escritora necesitaba—. Caro me dijo que tenías algo sólido y estoy muriendo de ganas por leerlo… sé que te queda algo de tu plazo, pero chica, tengo curiosidad y sabes que no la manejo bien.


—Pasaré por tu oficina a dejarte el archivo antes de ir a casa —respondió—. Ahora tengo que colgar.


Terminó la llamada y empezó a redactar un mensaje. No sabía exactamente lo que le diría, así que escribió y borró varias veces.


—Es irónico… una escritora que no tiene palabras para una situación como esta.


Sería incluso gracioso si no se tratara de ella misma.


Sintiéndose derrotada decidió entrar al carro y marcharse.


No necesitaba que algún vecino llamara a la policía porque una sospechosa estaba merodeando por allí.


Manejó hasta el edificio donde funcionaba la editorial con un grueso sobre amarillo entre las manos. Se plantó frente a la secretaria de su editora y ella le hizo señas para que entrara.


No tardó más de quince minutos en entrar, dejar el sobre y salir. El humor para comentar con Victoria era totalmente nulo. Ya había cumplido con la editorial, ahora debía cumplir con su familia. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde cuando pudiera ocuparse de su vida.


Una nueva llamada entró en su celular y se dio cuenta que era el número de su casa. Paula frunció el ceño, frenó bruscamente su carro y tomó una calle que la ayudaría a evitar el tráfico.


Cuando se estacionó frente a la casa un escalofrío atravesó su cuerpo. La puerta del frente estaba abierta y su computadora estaba hecha pedazos en el jardín. Furia e incredulidad la recorrieron. Salió corriendo del carro y entró a la casa pero se detuvo en seco al ver el destrozo en su sala.


Sus muebles estaban tirados de cualquier manera, los marcos de sus fotos estaban rotos, su escritorio desordenado, sus libros en el suelo. Un nudo empezó a formarse en su garganta.


Cuando su celular volvió a sonar contestó mecánicamente.


—¿Ya recibiste mi regalo, Pau? —la voz de Sergio la saludaba, extrañamente alegre—. Nadie me deja, gatita. Especialmente una zorra como tú.


—¡Te odio! —gritó con toda su alma—. Maldigo el día en que te conocí.


—No hice nada que no merecieras —respondió él como si se estuviera divirtiendo en grande—. Tú me quitaste algo que quería, y yo te devolví el favor.


—¿Y qué es lo que querías?


—A ti.


—Tú eres incapaz de querer a alguien, Sergio. Haznos un favor a ambos y púdrete en el infierno.


Cortó la llamada y deseó estrellar el teléfono contra la pared, pero se contuvo. El aparato sonó una vez más.


—Te dije que te pudrieras en el infierno, Sergio… déjame en paz o llamo a la policía —gritó al borde de las lágrimas.


—¿Paula? —era la voz de Pedro—. ¿Te pasa algo?


—¿Pedro?


—Si nena, soy yo. ¿Qué te pasa?


—Oh Pedro, lo siento… lo siento mucho. Yo… fui una tonta…


—Está bien, ambos fuimos tontos, pero dime qué te pasa.


—Sergio estuvo en mi casa… ahora todo es un desastre.


—¿Te hizo algo ese bastardo? Voy para allá.


—No, yo…


Pero no le dio tiempo de terminar la frase porque su teléfono se apagó. Los días de ignorar llamadas finalmente habían pasado factura porque tampoco lo había puesto a cargar.


Paula se dejó caer en el suelo y dejó las lágrimas fluir. Se sentía violada. El único sitio donde se sentía a salvo y segura había sido destruido por Sergio. Bueno, quizás eso era un poco dramático, pero que el idiota entrara tan campante y pusiera todo patas arriba realmente la afectó.


—¿Paula?


—Viniste —dijo ella con la voz ronca cuando se volvió para mirarlo.


—Te escuché llorar y tenía que venir contigo —respondió con sinceridad. Sus ojos abarcaron la sala—. ¿Qué pasó aquí?


—Sergio lo hizo —hipó Paula—. Mis libros, mis cosas… todo está destrozado.


Pedro llegó hasta Paula, le tendió la mano y la ayudó a levantarse. Cuando estuvo de pie la envolvió entre sus brazos dejando que se desahogara contra su pecho. No había palabras de consuelo. El imbécil de su exnovio entró a su casa para hacer lo que le daba la gana sin que nadie se lo impidiera. Pedro quería su cabeza.


—Tienes que llamar a la policía, Paula.


—¿Para qué? —resopló—. Me dirán que cambie la cerradura y que se asegurarán de qué no vuelva… pero ya no me sentiré segura aquí.


Ella tenía razón, él no podía negar eso.


—¿Ibas con tu familia? —quiso saber él—. Por eso no estabas aquí.


Paula asintió contra su pecho.


—Bien, iremos a casa de tu familia mientras alguien se encarga de arreglar esto. Entonces nos ocuparemos, ¿bien? —ella buscó su mirada como si no entendiera lo que decía—. Voy a ir contigo, Paula. No voy a dejarte sola —le aseguró.




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