Paula se adelanta para intentar conversar con Pedro antes de que su vuelo, que sale un poco antes, despegue. Cuando está a unos pocos metros de él escucha la conversación que sostiene con su hermano.
—Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y voy a dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.
—Sabes que estás actuando como un tonto, ¿cierto?
Las imágenes ante sus ojos empezaron a distorsionarse por las lágrimas que anegaban sus ojos. Paula echo a correr sin rumbo. Su único objetivo era alejarse de Pedro, de las mentiras y del dolor. Sergio no logró hacerle tanto daño como el que le estaban haciendo ahora…Paula solo quería que se abriera un gran hoyo y que la tierra se la tragara.
Había sido una idiota. Otra vez.
Cuando llegó su momento de abordar el avión fue la última en subir. Carolina la esperaba en el asiento con la expresión preocupada. Ya sabía que Paula no alcanzó a hablar con Pedro, lo que no sabía era el porqué.
—¿Pasa algo? —le preguntó apenas se sentó a su lado.
Paula negó con la cabeza, incapaz de articular palabras. Sus ojos estaban enrojecidos, igual que la punta de su nariz.
Signos inequívocos de que había estado llorando. Carolina quiso sacudirla hasta hacerla hablar.
—Es obvio que te pasa algo Paula —su amiga debía estar cabreada, Sin embargo Paula no reaccionó—. Habla conmigo —pidió suavizando el tono—. Prometo no decirle nada a nadie.
Pero Paula no cedió y así hicieron el viaje. Ella llorando en silencio y su amiga formulando hipótesis. Cada una era peor que la anterior.
Cuando aterrizaron en Los Ángeles, Carolina quería la sangre de la persona que hirió a su amiga. Y tenía una idea de quién pudo ser.
*****
250 mensajes en total.
Sin embargo ignoró su celular, y cuando no pudo seguir ignorándolo lo apagó. Su prioridad era el manuscrito, así que se encerró a escribir como si no hubiese mañana. La inspiración parecía haber decidido quedarse a hacerle compañía ahora que el amor la había abandonado. Porque en ese momento que eran solo ella y el computador se dio cuenta de que no solo quería a Pedro, sino que lo amaba.
Desesperadamente.
No estaba segura de cuándo había sucedido. Podía haber sido la primera vez que estuvo en sus brazos. O cuando insistió en enseñarle a andar en bicicleta. No, reconoció que no fue en ninguna de esas ocasiones. Se había enamorado de él desde el momento en que la sostuvo, limpió sus lágrimas y prometió que ganaría su confianza. Lo curioso es que la había ganado para traicionarla luego. Paula se sentía defraudada. Dolida. Había entregado su corazón a un hombre solo para que él lo rompiera en pedazos y lo convirtiera en comida para los peces.
—Fui una idiota —susurró con el corazón quebrándosele en mil pedazos.
Fue solo sexo, Mauricio. Voy a hablar con ella y dejarlo todo claro… no estoy interesado en una relación a largo plazo.
Las palabras de Pedro resonaban en su mente. Deja de pensar en él, se reprendió. Ella se separó de su computadora y fue a la sala, se tiró en el sofá y atrajo una almohada hasta su regazo. Sentía ganas de llorar, de gritar, de arrojar cosas… Mil preguntas daban vueltas en su cabeza ¿Por qué Pedro había llegado a su vida y jugado con ella de esa manera? ¿Y por qué él había pasado tiempo con ella durante todo el viaje si luego la iba a descartar como a un condón usado? Ese hombre tenía todo lo que deseaba y ella no había sido más que un pasatiempo. Paula sonrió con tristeza al recordar cómo él la había defraudado igual que lo había hecho su ex.
Después de todo no son tan diferentes…
Una oleada de ira la invadió. Recordó las veces que el fingió estar indignado por el engaño de Sergio. Tomó el cojín que había estado retorciendo en su regazo y lo lanzó contra la pared.
El timbre de la casa sonó y Paula se asomó entre las persianas de la ventana. Vio una camioneta negra estacionada junto a la acera. Caminó lentamente, luego miró a través de la cerradura. Con el ceño fruncido, abrió la puerta.
Pedro, de pie frente a su puerta, lucía tan increíblemente guapo en su suéter de lana gris y vaqueros gastados que la dejó sin aliento. Su cabello castaño alborotado tenía reflejos rubios a causa del sol y hacía que sus ojos azules destacaran.
Poniendo una mano en su cadera, le dijo: —¿Qué estás haciendo en mi casa?
Él intentó acercarse hacia ella.
—Paula, necesitamos hablar...
Inmediatamente ella dio un paso atrás.
—Por favor, vete.
— No hasta que me escuches.
El espacio le dio la oportunidad perfecta para pasar más allá de ella y cerrar la puerta sujetándola. Él tomó el rostro de ella rostro entre sus manos.
—Carolina me contó lo que escuchaste… no es lo que piensas.
Quizás Paula haya tenido un momento de extrema frustración y decidiera contarle a su amiga, finalmente, lo que había sucedido en el aeropuerto. Genial, ahora se pone de parte de este idiota, pensó.
—¿Y cómo es entonces? Sabes, no tienes que explicarme nada. Estoy cansada de que las personas me usen y me mientan.
Pedro pasó los pulgares por sus mejillas.
— Nunca mentí. Te quiero Paula.
Apartándolo, ella se burló de él.
—Pues tienes una forma bastante extraña de demostrarlo.
—No hablaba de ti, Lo juro. Puedes preguntarle a Mauricio
—No me interesa, Pedro. Ahora haz el favor y sal de mi casa.
—Paula, yo te quiero.
—Yo no. Para mí también fuiste solo sexo. Ahora haz el favor de salir de mi casa y de mi vida.
Esos ojos azules miraban profundamente a los de Paula.
Parecían suplicarle, hasta que finalmente se dio la vuelta y abandonó la casa. Ella escuchó sus pasos alejándose, incapaz de voltear en su dirección. Mordiéndose el labio se dio la vuelta y miró hacia la puerta cuando escuchó el chirrido que hacía al abrir y cerrar. Pedro se había ido. Ella sintió una oleada de dolor extendiéndose por su pecho, cortando sus entrañas. Solo está haciendo lo que le pediste.
Ella trató de convencerse de que si había estado bien antes, después de Sergio, también lo estaría ahora. Sólo que nada se sentía de esa manera. Fue hacia la cocina, abrió el estante y sacó una botella medio vacía de vodka. Antes de darse cuenta estaba sirviéndose una copa. Tenía que concentrarse en terminar su novela y entregarla. Volver a su rutina. Era lo que necesitaba.
El teléfono de su casa empezó a sonar, pero Paula lo ignoró.
Nadie llamaba a ese número, nunca. Que piensen que estoy fuera, se dijo. Cuando cesó el repique desconectó los cables.
Llevó su vaso con ella y se sentó de vuelta frente a la computadora, dispuesta a ponerle punto final a su manuscrito. Esperaba que al menos Jake y Jena tuviesen su final feliz.
—Me lo prometiste. Me prometiste que no intentarías escapar ni me alejarías de ti. La razón por la que te pedí que me hicieras esa promesa es muy sencilla: tú eres importante para mí y no quiero arriesgarte —Jake sacó las manos de los bolsillos y respiró hondo, exhalando lentamente el aire antes de continuar—: No sólo eres importante, eres lo único que da sentido a mi vida. Te necesito, y si no paso el resto de mi vida contigo, todo dejará de tener sentido para mí.
Él no parecía saber qué hacer con las manos y no hacía más que cerrar los puños a los lados.
—Te amo, Jena. Por eso te pedí que me prometieras eso, por eso necesitaba que cumplieras esa promesa. Pero a las primeras de cambio, la rompiste. —La expresión de Jake no podía ser más desoladora—. No confiaste en mí.
Confiar. Ahí está esa palabra, pensó Lucy mientras revisaba lo que había escrito.
—¡Un momento! —ella alzó una mano y lo miró con los ojos entrecerrados—. ¿Realmente piensas que lo hice porque no confiaba en ti?
La expresión de Jake era ilegible, pero después de que ella esperara un buen rato, él acabó asintiendo de mala gana con la cabeza.
Jena bajó la mano y aspiró aire, que soltó con un sonido ahogado.
—¡Pues te equivocas! La única razón por la que lo hice es porque confío en ti —le lanzó una mirada airada—. Porque confío en tu amor, y porque sé cómo reaccionas a cualquier situación que pueda suponer un peligro para mí.
Jake la miró como si no pudiera creer lo que estaba diciendo.
—Confiaba total y ciegamente en el hecho de que harías cualquier cosa para proteger mi vida. Pero no podía permitir que te arriesgaras. Yo protejo a los que amo, Jake —Jena tomó una respiración profunda, resuelta a llegar hasta el fondo de aquel espinoso asunto—. Si yo puedo aceptar y comprender el hecho de que tú me amas y que quieres protegerme, tú tienes que aceptar y comprender lo mismo por mi parte.
Los ojos de Jake eran dos lagos oscuros e insondables y su expresión era completamente estoica.
—¿Qué?
Jena alzó las manos en el aire.
—¡Te amo, Jake! Y eso quiere decir que siento lo mismo que tú sientes por mí. Quiere decir que no seré alguien que se someta de buena gana a tus órdenes, que se esconda en un rincón como una cobarde mientras alguien intente hacerte daño… Que te protegeré de la misma manera en que tú me proteges a mí.
Todas las emociones de Jena parecían haber sido liberadas.
Dio un paso adelante y se enfrentó al hombre que tenía frente a ella.
—Si nos casamos, no voy a hacer todo lo que tú me digas.
A Jake se le curvaron los labios en una sonrisa. Intentó contenerla, intentó sostenerle la mirada, pero fracasó.
Jena entrecerró los ojos hasta que no fueron más que un par de rendijas.
—No te atrevas a reírte. Esto no es una broma.
Jake no pudo reprimir una sonrisa de oreja a oreja. Trató de abrazarla mientras soltaba una carcajada.
—¿Quiere decir eso que aceptas casarte conmigo? —preguntó Jake sonriente.
—Sí —aceptó Jena—. Eso es lo que significa.
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