sábado, 28 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 15




El día se les pasó sin que apenas lo notaran entre depilaciones con cera, manicure y otros tratamientos de belleza. Solo quedaban horas para emprender su viaje, así que hicieron votos para disfrutarlo al máximo. Cuando lograron hacer a un lado todas las cosas que las deprimían, Carolina y Paula se entregaron al hedonismo.


Por la tarde organizaron juntas lo que llevarían para el viaje. 


Si bien Paula había arrastrado dos grandes maletas hasta la casa de su amiga, su intención había sido que ella le ayudara a escoger las cosas que le favorecían más.


Nunca se le había dado demasiado bien a Paula el asunto de la coquetería y la seducción. Sabía que era atractiva porque en repetidas ocasiones los chicos de su escuela, y luego en la universidad, se lo habían dicho; pero ella no sabía cómo sacarse partido. En cambio Carolina era una máquina de seducción bien engrasada; conocía todos los trucos y secretos que una mujer debe saber, tomaba lo que quería y hacía salidas espectaculares. Nunca entregaba su corazón, por eso Paula sentía tanta pena por su situación actual… aunque no se lo dejaría saber. Si había algo que Carolina odiara era la compasión.


En su faceta como escritora Paula había sacado ese lado romántico y sensual que no exteriorizaba en su vida cotidiana. Era como una especie de alter ego que solo salía a flote cuando estaba frente al procesador de texto creando sus historias; por eso se sorprendió a sí misma al verse en sus sueños siendo atrevida en la habitación con ese amante desconocido. La escritura fue algo que descubrió por casualidad y le permitió explorar partes de ella que no conocía, por eso era tan importante; ahora se estaba jugando su futuro y su único escape de la realidad por culpa del idiota de su ex, que había robado su inspiración.


Pensaba en eso cuando Carolina se dejó caer en un mueble puff, extendió las piernas y cruzó sus brazos detrás de su cuello. Una amplia sonrisa se extendió por su cara mientras veía a Paula de pie frente a ella.


—Bueno, bueno… señorita Chaves—habló con un tono distante y profesional, como de operadora telefónica—. Empecemos a revisar su equipaje.


—Tonta —se carcajeó Paula—. ¿Te hago pase completo de lo que voy a llevar?—se burló mientras hacía algo que pretendía ser una pose sexy como las que hacen las modelos de Victoria’s Secret.


—Claro, Pau —sonrió Carolina—. Tenemos que sacarle provecho a las vacaciones, no pretenderás que te deje llevar calzones de abuelita, ¿o sí?


Paula negó con la cabeza y, entre risas, sacó el primer conjunto de bañador, que era un traje a dos piezas de color rojo. La parte superior no tenía tirantes, sino que tenía un broche en medio de los pechos; la parte inferior, por su parte, era un discreto tanga de corte clásico. Completaba el atuendo con un sencillo vestido playero azul marino anudado en el cuello que dejaba al descubierto sus clavículas y la mitad de la espalda, la tela caía con fluidez por su cuerpo y le llegaba unos pocos centímetros sobre las rodillas. A Carolina parecía gustarle el atuendo, o al menos eso pensó Paula hasta que ella se levantó del puff y caminó hacia el armario. Sacó un par de sombreros muy grandes que Paula no recordaba haber visto jamás y se los lanzó como si se tratara de un frisbee, luego empezó a sacar vestidos suyos… y zapatos… y lentes de sol.


Paula bufó resignada a que, si así había reaccionado a su mejor conjunto de baño, lo demás lo quemaría en una hoguera.


—Nena, si quieres tener las vacaciones de tu vida… debes arreglarte para conseguirlas —aconsejó Carolina—. Saca fuera ese espanto que llamas vestido —ordenó.


La escritora siguió las instrucciones de su amiga y se deshizo del vestido azul, dejándolo caer en el piso. Entonces Carolina le tendió un vestido de baño negro con transparencias.


—Pruébate esto —le pidió.


Paula tomó la prenda con dudas. No estaba segura de que aquello le fuera a cubrir algo.


—Deja de hacer esa cara —la regañó Carolina.


—¡Pero esto no me va a tapar nada! —se quejó Paula indignada.


—Esa es la idea.


Estuvieron cerca de dos horas probando y combinando atuendos. Al final terminaron preparando una tercera maleta con todas las sugerencias de Carolina para Paula, y descartaron casi totalmente lo que ella había llevado. El nuevo equipaje de la escritora contaba con atuendos reveladores, accesorios y zapatos a juego, ropa interior de lujo además de un par de vestidos de coctel.


—No sabemos si consigas una cita a bordo —le había dicho Carolina cuando empacó un vestido azul rojo, descotado, totalmente entallado que le llegaba hasta debajo de la rodilla, pero con una sugerente abertura en el muslo derecho.


Cuando terminaron de arreglarlo todo, las chicas tomaron una cena ligera y se despidieron para descansar. Al día siguiente debían tomar un vuelo a Miami y desde allí abordarían el crucero. Pero Paula, aunque estaba cansada, no tenía sueño; todo el día había estado pensado en Pedro, en lo que había pasado con Sergio y en la mala impresión que tendría él ahora sobre ella.


—Aunque si es tan imbécil como su hermano mejor ni me molesto —se dijo cuando estuvo sola.


Paula sacó su libreta negra del bolso de mano, tomó un bolígrafo y empezó a escribir frases que empezaban a llegar a su mente.


Él fijó su mirada azulada en el cuerpo de Paula Jena recordando la última vez que estuvieron en la misma habitación. En aquel momento estaban desnudos y sudorosos sobre la cama, meciendo sus caderas contra el otro, al unísono, mientras buscaban desesperadamente alcanzar el éxtasis. Ahora estaban separados por algo más que las capas de ropa… una historia contada a medias destruyó algo que apenas empezaba a construirse. Su confianza. Él, con sus acciones, había construido un muro entre ellos… un obstáculo que ahora parecía insalvable.
Jena había perdido su fe en un futuro con él… Pedro Jake no quería escuchar ninguna palabra que viniera de sus labios. 


Los mismos labios que había besado con reverencia algún tiempo atrás.


Antes su amante, ahora era su enemigo. El hombre contra el que debía luchar para conseguir lo que quería, y pelearía con todas sus armas… incluyendo la seducción.


Paula cerró su libreta y la devolvió al bolso junto con el bolígrafo. Hasta ahora solo tenía unas pocas escenas inconexas, pero venían de un modo que no podía controlar. 


No sabía si eso era bueno, o si duraría, por lo que estaba haciendo notas en su libreta.


La escritora acomodó las almohadas y las ahuecó para estar cómoda, pero por más que intentaba dormirse no lo lograba. 


Dando vueltas en la cama pasó las horas, hasta que los primeros rayos del sol empezaron a colarse por la ventana. 


Finalmente el día había llegado



*****


Pedro había tenido el peor día de su vida. No solo porque era la primera vez en sus treinta años de vida que despertaba con resaca, sino porque los recuerdos de la noche anterior no dejaban de atormentarlo.


Él trató de permanecer el mayor tiempo posible encerrado en su habitación y así evitar al metomentodo de su hermano Mauricio, quien lo había animado a ir por Paula en primer lugar. Si no le hubiera hecho caso…


—Probablemente seguirías suspirando por ella, imbécil —se dijo. Como si su interés por ella hubiese muerto cuando la vio con aquel tipo en su portal.


Las palabras que el novio de Paula había utilizado lo ofendieron. Que ella lo viera como una aventura… él nunca se sintió tan insignificante en su vida. Pedro sabía que, tal vez, no era material para novio; sus largas jornadas en el hospital le hacían imposible socializar, peor la tenía para mantener una relación. Perdió la cuenta de las veces que tuvo que posponer citas o cancelarlas porque surgía una emergencia. También había perdido la cuenta de las veces que escuchó el “no me malinterpretes… eres médico y tienes una carrera exitosa, pero eres un tipo complicado y ya tenemos una edad. Estoy pensando en el futuro y, ¿sinceramente? No te veo en ese futuro.”


Él se había tenido que reír cuando le dijeron que era un tipo complicado, porque en realidad todo en él era demasiado sencillo; pero era cierto que tenía una relación comprometida con su carrera y eso nadie lo iba a cambiar.


Cuando decidió dejar de actuar como un quejica y enfrentar al mundo ya era hora del almuerzo. Mauricio parecía no estar de mejor humor que él. Cuando se cruzó con él en la sala estaba murmurando por lo bajo algo sobre ser idiota. 


¿En qué lío se habrá metido?, pensó mientras quitaba de la nevera una tarjeta con los teléfonos del delivery que usaba cuando estaba de guardia en el hospital. Pidió un servicio doble de comida china a domicilio para compartirlo con su hermano y luego empezó a revisar mentalmente los detalles de su viaje.


En unas horas se iría de la ciudad… lejos del caos del hospital y de perturbadoras rubias con ganas de utilizarlo como un juguete sexual. No es que Pedro tuviese problemas con que una mujer sea sexualmente abierta y tome el control de su vida, pero el ser manejado como un objeto era algo que no lo ponía en absoluto. Mucho menos que lo trataran como la perra de alguien.


Definitivamente el viaje le serviría para poner algunas cosas en perspectiva. Había tenido relaciones de todo tipo, generalmente breves, pero nunca una donde fuera él quien resultara utilizado y descartado al final. Que la señorita Chaves lo viera de ese modo lo hizo dudar de la primera impresión que había tenido sobre ella.


—Entonces, doctor, ¿qué hay para almorzar? —preguntó Mauricio intentando sonar divertido.


—He pedido algo, debe llegar en unos minutos —respondió él.


Mauricio asintió, caminó hacia la nevera y sacó una botella de agua mineral. Desenrolló la tapa y bebió un sorbo.


—¿Estás seguro de que no podemos irnos antes? —quiso saber él—. No estoy muy seguro de poder estar más tiempo aquí sin hacer algo potencialmente estúpido.


—¿Por ejemplo? —se burló Pedro—. Sorpréndeme.


El doctor tampoco tenía muchas ganas de quedarse más tiempo. Cuando antes saliera de la ciudad, mejor. Mauricio no alcanzó a responder la pregunta de su hermano, pues en ese momento sonó el timbre.


—Yo abro —se excusó y empezó a caminar fuera de la cocina mientras sacaba su billetera.


Pedro se quedó solo por un momento, pensando en la posibilidad de tomar un vuelo al final de la tarde hasta Florida, tener algo de tiempo para pensar sin correr el riesgo de terminar caminando hacia el portal de Paula para encontrarse con otra mala sorpresa.


Mauricio regresó con tres bolsas de papel que dejó en la encimera de la cocina mientras iba por un par de vasos limpios y un zumo que había en la nevera. Acercó una silla y se sentó para compartir los fideos con vegetales.


Empezaron a comer en un silencio poco habitual, degustando cada alimento y regodeándose en su sabor. 


Ninguno de los dos hermanos era la alegría de la cuadra ese día, y Pedro sabía el motivo de su mal humor, pero ¿su hermano? Él era el alma de la fiesta, ¿por qué estaba con esa actitud tan huraña? Estaba claro que tenía sus razones, pero Pedro quería saber qué sucedía.


—Por tu actitud de hoy debo presumir que te fue muy mal con la chica —dijo Mauricio anticipándose al interrogatorio de su hermano. Tomó un bocado de su comida y esperó la respuesta, aunque dudaba que Pedro compartiera algo con él; siempre había sido excesivamente reservado con sus cosas. El que se abriera un poco mientras estaban en el bar había sido obra, exclusivamente, del poder del Jack Daniels.


—No quiero hablar del tema —masculló Pedro—. Mejor hablemos de lo que sea te pasó a ti después de despedirnos, y del humor de mierda que tienes.


—No es asunto tuyo—respondió su hermano.


—Entonces supongo que ambos tuvimos una mala noche... —asintió el doctor—. Y… ¿sabes? Yo tampoco quiero pasar más tiempo aquí, así que ciertamente podríamos adelantarnos y tomar nuestro vuelo hoy. Nos instalamos en un hotel y salimos por allí... quizás el cambio de ambiente nos ayude a dejar de pensar en tonterías.


—Debo estar de acuerdo con tu plan, hermanito —respondió Mauricio—. Mis cosas están listas para salir cuando estés preparado.


Pedro se sorprendió de que tuviese todo preparado para salir corriendo. Por lo general su hermano es de los que retrasa las salidas porque le falta algo.


—Bien, haré un par de llamadas cuando terminemos de comer. Supongo que no tendremos problemas para salir a media tarde —consideró—. Si paso otra noche aquí voy a terminar haciendo algo potencialmente suicida.


—Estaba pensando exactamente lo mismo —dijo Mauricio soltando un suspiro cansado.


Pedro estaba aún más sorprendido que antes. Su hermano no era de los que sentía remordimientos o vergüenza, lo que le daba una idea de cuán malo fue lo que sucedió con él.


—¿Se puede saber en qué lío estás metido? —increpó el doctor a su hermano con un tono más duro del que pretendía, porque sí, era su hermano mayor pero no su padre.


—En ninguno que te afecte —respondió él replicando su tono—. Antes te dije que no era tu asunto, así que apreciaría que no intervinieras en esto.


—Sabes que puedes hablar conmigo… soy tu hermano —insistió Pedro bajando la guardia—. Yo también tuve una noche de mierda, como te habrás dado cuenta. ¿Crees que te fue peor que a mí? —lo retó.


—Ayer me dejaste en el bar para ir a lo de esta chica —empezó a explicar—. Y regresé a casa en un taxi. Cuando llegué apenas y podía mantenerme en pie por la borrachera, pero eso ya deberías imaginarlo… ya estaba bastante mal cuando te largaste. El asunto es que, no recuerdo los detalles, pero de repente estaba besando a Carolina y terminamos teniendo sexo aquí —suspiró derrotado—. Le dije que la amaba y ella salió huyendo —confesó pasaba se frotaba el rostro.


Pedro sintió pena por su hermano, pero no podía evitar reír de la ironía.


—¿Te dieron a probar tu propia medicina, finalmente?


—No estoy para tus burlas —replicó él—. Ahora supera eso.


—Lo siento, hermano —dijo Pedro—. Siempre supe que este momento llegaría, pero… mierda… ¿Con Carolina? ¿Ella es la amiga de la que dices estar enamorado? —cuando vio la expresión ofuscada en el rostro de su hermano decidió dejar de molestarlo—. Ya, lo siento… no quise juzgarte, es solo que… estoy sorprendido ¿está bien?


—Espero resultarte más entretenido que Chatty Man—bufó Mauricio—. ¿Vas a contarme lo que sucedió contigo anoche? Llegaste más tomado que yo y derribando todo a tu paso…


—Pues nada que, por una vez que decido hacer caso a tus consejos, todo me sale mal —se quejó el doctor—. Paula estaba con su novio.


—¿Pero hablaste con ella? —quiso saber Mauricio—. Tampoco es que ustedes sean grandes amigos… se acaban de conocer… además, planificaste bien tu excusa. Era un plan a prueba de tontos. ¿Fue mucho para ti?


—Estaba en la puerta de su casa, casi desnuda, reconciliándose con su novio —aclaró Pedro—. Parece que tiene por costumbre ir teniendo aventuras a diestra y siniestra, y yo parecía estar en su lista de próximas víctimas.


—Eso es estúpido —respondió Mauricio—. Para empezar, fuiste tú quien la abordó en la cafetería; el encuentro en el bar, según me contaste, no fue planificado…


Pedro pensó en eso por un momento y asintió. Era verdad.


—¿No pensaste que tal vez este tipo lo único que quería era eliminar la competencia? —sugirió el hermano menor—. Yo en su lugar, si tuviese a alguien rondando algo que considero mío, lo haría.


—Pero ella no lo desmintió —Pedro cruzó los brazos sobre su pecho.


—¿Le diste oportunidad siquiera? —Mauricio arqueó una ceja a su hermano.


—No —admitió él—. No lo hice.


—Pues bien, allí está. El novio, o exnovio, o lo que sea, de tu chica te mintió en la cara y tú le compraste la historia. No me extrañaría que ella quisiera patearte el trasero si te vuelve a ver.


—Aunque tuvieras razón, eso no quita que ella tenga una relación con alguien —aclaró Pedro.


—Eso es algo que no sabrás hasta que hables con ella —insistió Mauricio—. Ve, discúlpate por ser un idiota y dale oportunidad de hablar a la chica. Yo puedo esperar sin meterme en más líos, creo.


—Eres bueno dando consejos que nunca aplicas para ti —se burló el doctor.


—Pero sé cómo arreglar mis desastres —señaló él—. Ya me disculpé con Caro esta mañana.


—¿Por decirle que la amabas? —Pedro creyó alucinar—. ¿Es mentira acaso?


—No lo es, pero… admitámoslo —respondió Mauricio encorvándose—. Carolina es de las que sueña con un felices para siempre… si hay algo que ella sabe bien que yo no le daré es eso. Hemos sido amigos desde siempre, me conoce incluso mejor de lo que yo mismo me conozco. Hizo bien en correr.


—¿Te rindes, así nada más?


—No me rindo —respondió—. Pero si ella no me quiere a mí, más que como amigo, no puedo hacer nada. Pudo haberme dicho algo cuando fui a verla, en cambio aceptó mis disculpas y sonrió como si todo volviera a estar en orden. Si me preguntas, prefiero tenerla como amiga antes que perderla definitivamente.


—Nunca entenderé cómo funciona tu mente, Mauricio —dijo su hermano—. Pero deberías saber que con las mujeres es otro juego completamente.


Mauricio asintió dándole la razón a su hermano. Odiaba mentirle, pero no quería revelar su verdadero plan. 


Conquistar a Carolina. Le daría el espacio que necesitaba, pero solo lo que duraba el viaje. Cuando regresara… allí sería otra historia.


—¿Sabes qué? —preguntó Pedro—. Tienes razón… hablaré con ella. Cuando regresemos del viaje. Con suerte, si está cabreada conmigo, se le habrá pasado el enojo cuando regrese. Entonces no habrá riesgos de que me decapite o algo peor. Es amiga de Carolina después de todo.


Los hermanos rieron ante esa posibilidad y terminaron de tomar su almuerzo. Un par de horas después iban camino al LAX para tomar un vuelo a Miami, que finalmente tomaron alrededor de las 6 de la tarde. Mientras estuvieron en el aeropuerto Pedro miró varias veces su celular, tentado a ponerse en contacto con Paula; pero recordó que no tenía su número y que, si todo resultaba ser como Mauricio sugería, probablemente ya le habría contado a Carolina y ella no estaría dispuesta a ayudarlo. Un asco de panorama si le preguntaban.


Mauricio, por su parte, no dejaba de darle vueltas a la idea de que posiblemente se había precipitado. Empezó a dudar y eso lo tenía bastante nervioso. Pero ya estaba hecho y estaba por alejarse varios cientos de kilómetros. No tenía otra alternativa, salvo esperar.





INEVITABLE: CAPITULO 14




Carolina y Paula estaban enfrascadas en su conversación cuando escucharon el timbre. Se levantaron al mismo tiempo sorprendidas por la interrupción.


—¿Esperas a alguien? —quiso saber Paula.


—No —admitió su amiga—. No espero a nadie.


El timbre volvió a sonar, por lo que empezaron a caminar hacia la sala. Carolina se adelantó a su amiga y observó a través de la mirilla solo para encontrarse con un Mauricio vestido con vaqueros desgastados, una camiseta clara que ella le había regalado y su chaqueta de cuero favorita. Unos lentes de sol completaban el atuendo.


—Es él —vocalizó Carolina—. ¿Me veo bien?


—Perfecta nena, haz lo tuyo —la animó Paula, que se ocultó detrás de ella para no perder detalle de la escena.


Carolina abrió la puerta, pero no completamente. Saludó a Mauricio con una sonrisa temblorosa en el rostro mientras se reprendía por su actitud. Han sido amigos desde siempre ¿ahora sentía vergüenza de hablar con él?


La verdad sea dicha, sí. Sí estaba avergonzada, pero no por lo que habían hecho sino por su reacción después de que él le dijera que la amaba.


Antes de que ella pudiera decir nada, Mauricio le tendió una caja de color lila y le ofreció una sonrisa cálida.


—Caro, solo venía a ofrecerte una disculpa —dijo él—. Ayer estaba muy bebido y dije algo que realmente no quise decir.


—No… yo… —balbuceó Carolina.


—Déjame terminar —pidió Mauricio—. Estarás de acuerdo conmigo que lo de anoche fue increíble —suspiró—. Pero eres mi mejor amiga, y no me gustaría arruinar eso. No me gustaría que las cosas se pusieran raras entre nosotros porque fui un imbécil y te dije algo estúpido después del sexo.


Carolina se tragó las lágrimas que pugnaban por salir y asintió.


—No te preocupes, cariño —le dijo—. Esto no tiene por qué hacer las cosas raras entre nosotros.


—Genial —exclamó él—. Bueno, eso era todo. Qué tengas un lindo día —añadió mientras se acercaba a darle un beso en la frente. Nos vemos, nena —se despidió mientras se subía a la moto y recorría el pequeño trecho hasta su propia casa.


Carolina cerró la puerta y se recostó de ella mientras procesaba lo que acababa de ocurrir. Mauricio se había retractado. Para él era más importante tenerla como amiga. 


Ella no pudo seguir conteniendo las lágrimas y se derrumbó, pero esta vez estaba Paula para sostenerla mientras lloraba.


—Lo siento mucho, cariño —se lamentó la escritora mientras la acunaba como a una niña y la dejaba llorar.


—¿Por qué me pasan estas cosas a mí? —se quejó Carolina.


—No lo sé, cariño. Pero todo estará bien… haremos que esté bien —prometió—. Haremos ese viaje y conoceremos a los hombres de nuestra vida —le aseguró.


—Eso haremos —aceptó Carolina secándose las lágrimas y abriendo la caja que aún tenía entre las manos.


Un nudo se formó en su garganta cuando vio los bombones porque supo exactamente de dónde eran. Le ofreció uno a Paula y tomó uno para ella


—Por el viaje que nos cambiará la vida —brindó Carolina.


—Por el viaje de nuestras vidas —dijo Paula haciendo chocar los bombones—. Por lo que fue y por lo que vendrá.







INEVITABLE: CAPITULO 13




Al día siguiente Paula despertó temprano, aunque lo correcto sería decir que no durmió en lo absoluto. Sacó dos maletas de su armario y las dejó abiertas sobre su cama, entonces empezó a lanzar prendas de cualquier manera hasta llenarlas; luego tomó un pequeño morral y metió su computadora portátil, una libreta y varios bolígrafos. Tenía que concentrarse en lo único seguro que tenía. Su trabajo.


Ya Sergio había arruinado cualquier intento por tener una vida personal normal, no iba a dejarlo arruinar su sueño de ser escritora. Suficiente había tenido con ese estúpido bloqueo, y no estaba dispuesta a seguirle dando tanto poder sobre ella.


Caminó fuera de su habitación hasta su escritorio, encendió la computadora y mientras cargaba el sistema puso a andar la cafetera. Cuando apareció la pantalla de inicio con sus íconos habituales, Paula dejó escapar un suspiro. De una de las gavetas sacó un pequeño pendrive verde que se parecía el colgante de la cadena que llevaba siempre, lo conectó en el puerto USB e hizo un respaldo de lo que estuvo escribiendo la noche anterior. Estaba segura que aquello distaba de ser bueno, pero era el primer golpe de inspiración que había tenido en mucho tiempo y debía aprovecharlo.


Cuando el archivo terminó de copiarse retiró el pequeño dispositivo, lo cerró y lo enganchó a su collar; luego apagó el computador y desconectó todos los cables. Usó la llave más pequeña de su llavero para abrir la gaveta de su escritorio y sacar su libreta negra; entonces aprovechó para guardar las fotografías que estaban en su pizarra. Volvió a cerrar su gaveta y, luego, con toda la información respaldada, Paula volvió junto a la cafetera para servirse un poco de ánimo matutino.


Caminó con su taza de regreso a su cuarto y bajó las maletas de la cama, una por una, para luego arrastrarlas hasta la sala. Ya estaba lista, ahora solo debía esperar que Carolina apareciera.


La noche anterior había terminado de una manera desastrosa para ambas. Lo supo porque, apenas logró calmarse después de lo sucedido, la llamó para contarle. 


Carolina entró automáticamente en el modo “amiga protectora” y la instó a salir inmediatamente de la casa. 


Después de una larga negociación, que se extendió hasta bien entrada la madrugada, llegaron al acuerdo de juntarse a primera hora del siguiente día. Lo que quería decir “en cualquier momento” según el reloj de Paula.


Pero de esa conversación le quedó claro que no solo ella estaba teniendo un mal momento, la diferencia estaba en que Paula no tenía idea de lo que sucedía con su amiga. 


Sin embargo ella lo averiguaría tan pronto se reunieran.


Cuando Carolina llegó ya Paula había tomado su tercera taza de café y su estómago estaba empezando a quejarse.


Intercambiaron saludos en la puerta y entraron a la casa para asegurarse que todo estuviese bien antes de irse.


Tardaron poco en asegurar puertas y ventanas, desconectar todos los aparatos eléctricos y encender las alarmas. Había dejado su número de celular con una vecina en caso de emergencia, así que estaba lista para iniciar sus vacaciones, aunque solo fueran a encerrarse en lo de Carolina antes de volar a Miami.


Salieron de la casa de Paula y se detuvieron en un autoservicio para conseguir desayuno para ambas. Hasta ese momento Carolina había guardado una especie de silencio distante poco habitual en ella. Solo habían intercambiado unas pocas palabras, pero después de que abandonaran la casa se habían quedado calladas.


—¿Me puedes decir qué te pasa? —preguntó Paula de repente, mientras esperaban que despacharan sus órdenes.


—Nada —se limitó a responder su amiga.


—¿Y esa nada te tiene con cara de pocos amigos? —insistió la escritora—. Vamos, nena, puedes hacerlo mejor que eso… cuéntame.


—Está bien —cedió Carolina—. Solo si prometes no juzgarme.


—No mataste a alguien ¿o sí? —se burló su amiga—. Caro, siempre has estado para mí sin juzgarme, ¿qué te hace pensar que yo haré lo contrario?


—Tienes razón, lo siento, soy una tonta.


—Una tonta que no ha tenido su desayuno —convino Paula mientras recibía las bolsas con la comida de ambas y entregaba el dinero al chico en la cabina—. Deja que hinquemos el diente en estas delicias y la historia será otra.


Las chicas salieron del autoservicio y se dirigieron a la casa de Carolina. Ella guio a Paula hasta la habitación para que dejara sus cosas y luego se fue a la cocina para servir la comida; mientras lo hacía no dejaba de darle vueltas a las dos últimas palabras que escuchó de Mauricio.


“Te amo”


Sacó los platos del estante y los dejó sobre la encimera, repartió la comida para las dos y sacó una jarra de zumo de la nevera. Se sentó en una butaca para esperar que su amiga se le uniera, y así lo hizo un momento después.


Empezaron a disfrutar del desayuno, entonces Paula volvió al ataque.


—¿Y bien, señorita James? —le preguntó.


—Anoche tuve sexo con Mauricio —confesó cubriéndose el rostro con ambas manos—. Ya sé que dije hace tiempo que nunca pasaría, pero... maldición, pasó. Y fue increíble —levantó la mirada para encontrar a su amiga con una amplia sonrisa en el rostro.
—No te atrevas a reírte, Chaves —se quejó Carolina—. Fue el sexo acrobático más alucinante de la historia y el muy idiota tuvo que arruinarlo con las palabras mágicas al final.


—¿Te dijo “Gracias, puedes irte”?—le preguntó Paula con el gesto contrariado.


—Serás bestia, Pau —bufó Carolina—. No… Él me dijo que me amaba.


Paula se ahogó con el jugo y le tomó un momento recomponerse. Aclarándose la garganta hizo una nueva pregunta solo para estar segura.


—Un momento… ¿te dijo “te amo”? —preguntó Paula incrédula—. ¿El señor “tengo sexo en lugares públicos porque soy genial” te dijo que te amaba? Dios querido, Carolina, ¿y qué le dijiste?


Paula sabía lo mucho que le gustaba a Carolina su vecino, aunque no tenía idea de quién era o de qué clase de hombre se trataba. Lo había conocido de la manera más insólita, y si bien no le dio la mejor impresión ¿quién era ella para juzgar?


—Nada, yo… —a Carolina le costaba responder esa pregunta porque no estaba segura de haber hecho lo correcto—. Yo solo salí de allí corriendo. He sido su amiga por años, lo sabes; soy su vecina desde que éramos adolescentes y siempre estuve enamorada de él. Cuando terminó con su novia pensé que era mi momento, y casi tenemos sexo en esa fiesta de Halloween, o quizás solo yo lo vea de ese modo… pero anoche…


—Anoche por fin lo hicieron.


—Él estaba borracho.


—¿Y tú lo violaste?—se burló Paula.


—No, burra —bufó su amiga tratando de contener una sonrisa—. Él también quería…


—Y te dijo que te amaba…


—Ajá —Carolina hizo un gesto de cansancio —. Creo que eso ya ha quedado claro.


—Y tú huiste…—continuó la escritora.


—Sí —admitió su amiga bajando la cara—. Y no sé si hice lo correcto… ¿debería decirle lo que siento?


—Yo creo que sí… quien sabe, tal vez todos esos años de conocerse sirvan para que tengan una relación estable y todo eso. Aunque conocerse por tanto tiempo no hace la diferencia, sino mírame a mí —respondió sinceramente Paula—. Creía estar con el amor de mi vida y resultó ser porquería. Anoche solo se presentó en mi casa haciéndose la víctima y me besó… pero lo peor no fue eso, sino que Pedro apareció y entonces este imbécil le dijo un montón de cosas. Te juro que me hizo quedar peor que una prostituta.


—Maldito Carter —murmuró Carolina—. Pero tienes razón… voy a hablar con Mauricio.



*****


Mauricio despertó con un fuerte dolor de cabeza pero, a diferencia de lo que su hermano pensaba, no era por la resaca. Después de que Carolina saliera prácticamente corriendo de su casa la noche anterior, él había pasado horas dándole vueltas al asunto.


—Soy un estúpido —se reprendió.


Él se había convencido que decirle lo que sentía a Carolina había sido un mal movimiento. Por una vez que abría su corazón, ella solo corría en la dirección opuesta; pero comprendía sus razones. Se conocían por demasiado tiempo. Carolina había sido testigo de primera línea de todos sus escarceos amorosos, era obvio que temía ser una más de la lista.


Mauricio entendió que debía demostrarle cuán diferente era ella para él, pero lo haría poco a poco. Decidió que le mentiría por última vez antes de echar a andar su plan así que, después de conseguir un analgésico, sacó su moto del garaje y condujo hasta su chocolatería favorita.


Cuando eran adolescentes, Carolina y él solían escaparse para ir a ese lugar y comprar bombones rellenos. Sabía perfectamente cuáles eran sus favoritos, así que compró una caja e hizo que la envolvieran en un papel color lila. Salió de la tienda y regresó, pero esta vez estacionó en el portal de su amiga. Bajó de la moto, tocó el timbre y esperó.





viernes, 27 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 12

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Carolina llegó a su casa después de dejar a su amiga y dar algunas vueltas por la ciudad. Se le había hecho de noche sin siquiera notarlo. Sacó las llaves de su cartera y estaba a punto de abrir la cerradura cuando notó que un taxi se estacionaba en la casa de sus vecinos, entonces vio a Mauricio bajando de aquel carro y caminar tambaleándose hasta su portal.


—Oye, chico fiestero —lo saludó Carolina alzando la voz—. Estuvo buena la noche, ¿no?


Carolina recordó las hazañas contadas por su amiga sobre su vecino. Ahora que sabía la identidad del follador aventurero del bar su corazón dolía un poco, pero ella nunca admitiría eso en voz alta.


—No tanto como quisiera —logró responder él mientras peleaba con sus llaves—. Maldición, ahora no encuentro la llave correcta.


—¿Pedro no está en casa? —se preocupó al verlo en ese estado. No era un secreto que su vecino estaba entregado a la fiesta y a los placeres mundanos, pero eso no anulaba su inquietud al respecto.


—Me volvió a abandonar el muy cabrón —respondió Mauricio sonriendo.


Carolina frunció el ceño sin entender la broma y caminó hasta su vecino para ayudarlo. Cuando llegó hasta él tendió su mano al frente.


—A ver, dame eso —le dijo.


Mauricio se recostó de la pared y le tendió las llaves. 


Recorrió el cuerpo de Carolina con la mirada, sintiendo su cuerpo calentarse inmediatamente. Llevaba un vestido ligero de color crema que contorneaba perfectamente sus suaves curvas y unos tacones que desafiaban las leyes de la física.


Sin detenerse a pensar demasiado, Mauricio se abalanzó sobre ella apoderándose de sus labios.


Carolina dudó por un momento antes de ceder a la exigencia de ese beso y él gruñó cuando la sintió responderle con igual pasión, excitándose de una forma que no había experimentado antes.


—Me haces perder la cabeza —murmuró contra sus labios.


Carolina se separó un poco para recuperar el aliento mientras una sonrisa bobalicona se iba formando en su rostro.


—Deja de lloriquear, yo la veo en el mismo sitio de siempre—se burló. Pensando en lo irreal del momento, y en que quizás nunca se repetiría, Carolina se abalanzó con pasión sobre sus labios.


Ambos forcejearon con la puerta hasta que lograron abrirla, y sin dejar de besarse fueron tropezando en su camino por el salón. Mauricio giró con ella hasta que su espalda pegó contra una pared, alzó una de sus piernas hasta llevarla a la altura de sus caderas y se envolvió con ella; luego hizo lo mismo con la otra. Carolina clavó sus uñas en los hombros de Mauricio mientras luchaba por afianzar su peso entre él y la pared en la que se apoyaba.


Él deslizó su boca a través del cuello de Carolina mientras sus manos volaban a la cremallera de su vestido, bajándola para hacerlo caer hasta su cintura. Mauricio dejó caer su boca en el pecho femenino, apoderándose de un pezón; retorciéndolo y mordisqueándolo hasta endurecerlo. Luego hizo lo mismo con el otro antes de levantar el vestido por sus brazos y tirarlo al suelo. Volviendo con los labios a su pecho, él apretó sus caderas contra las de ella, pegando su miembro contra su intimidad.


Carolina soltó un gemido desesperado, sosteniéndose de su hombro con su mano libre mientras que con la otra se abría paso entre los pliegues del pantalón de Mauricio hasta llegar a su pene, para recorrerlo con caricias decadentes.


—Te deseo —confesó, totalmente drogada por la excitación.


Ni en sus sueños más locos imaginó posible vivir algo así con Mauricio; eran amigos, confidentes… y aunque ella lo había querido en secreto, hace mucho que aceptó que no pasarían de lo platónico.


Mauricio, por su parte, creyó estar soñando y decidió vivir su sueño con intensidad. Ella había sido lo único que lo había mantenido a flote después del fracaso con Layla. Su amistad fue su pilar por mucho tiempo, hasta que se dio cuenta que estaba enamorado de su amiga. Pero era un movimiento estúpido mostrarle su corazón, y eso lo entendía incluso estando borracho.


—¿Dónde me deseas?—respondió dejando a un lado sus sentimientos y concentrándose en darle placer.


Carolina tomó la mano de Mauricio con una de las suyas para presionarla entre sus piernas. Al sentir su toque, ella se arqueó mordiendo su labio inferior, y se golpeó la cabeza contra la pared. Él soltó un gemido ronco mientras la agarraba con firmeza por los glúteos y la levantaba como si fuese una pluma, haciendo que sus piernas quedaran sobre sus hombros. Mauricio le dio un suave mordisco en su sexo, por encima de la tela de sus bragas, retirándoselas a un lado con los dientes y colando su lengua bajo ellas. Carolina gritó excitada y Mauricio se puso más duro apenas sintió su sabor.


Empezó a jugar con su clítoris, arrebatándole un alarido de placer, para luego penetrarla con su lengua mientras frotaba su nariz en su punto de mayor placer. Carolina estaba totalmente enloquecida por el asalto de Mauricio. Luchaba por sostenerse de las paredes mientras apoyaba los pies en la espalda masculina, tratando de empujar su pelvis hacia la boca de Mauricio, tratando de conseguir más mientras se contorsionaba de placer.


Ella sintió como él, en el calor del momento, terminaba por arrancar la tela de sus bragas para no tener obstáculos. 


Mauricio enterró sus dedos en su piel aumentando la velocidad de sus envestidas, lamiendo, atormentando y penetrando con su lengua al ritmo de los gemidos de Carolina. Él podía sentir su miembro agitarse bajo la tela de sus pantalones por la mezcla de su sabor y el sonido de su placer.


Un grito llenó la habitación mientras Carolina se rendía al orgasmo más arrollador que había experimentado jamás. 


Mauricio no dejó de lamer cada rincón de su intimidad, adueñándose de su esencia, pasando su lengua entre los pliegues de su sexo hasta dejarla completamente limpia. 


Solo entonces la bajó de sus hombros agarrándola por la cintura y pegándola a su cuerpo mientras temblaba con la necesidad acuciante de poseerla.


Él enterró el rostro en su cuello, mordisqueándolo, pegando sus caderas de tal manera que su miembro se agitó contra su vientre. Sus cuerpos se acoplaron como si hubiesen sido moldeados para encajar. Mauricio enterró sus manos en el cabello de Carolina y gimió cuando sus caderas empezaron a mecerse acompasadas.


La fricción de su carne sensible contra la rústica tela de los vaqueros hizo enloquecer a Carolina, que llevó sus manos hacia el sur del cuerpo de Mauricio, contorneando cada
ondulación de sus abdominales hacia su entrepierna, donde se abrió paso a través de la cinturilla del pantalón para capturar su miembro.


Él gruñó desde la garganta al sentir la suavidad de su mano sobre su pene y echó su cabeza hacia atrás, totalmente fuera de sí. Mauricio puso su mano sobre la de ella, apretándosela con fuerza, instándola a seguir con sus movimientos; soltándola después para aferrarla por las caderas para pegarla a él, moviendo su pelvis contra la mano de Carolina.


Ella luchó por liberar su miembro hasta que lo consiguió.


Cuando sintió su carne rígida alzarse contra la entrada de su sexo, Carolina gimió en éxtasis.


—Dime que tienes un condón, por favor—suplicó con la voz rota por el deseo.


—En mi billetera —gruñó Mauricio.


Carolina rápidamente se dejó caer sobre sus rodillas y empezó a rebuscar en los bolsillos del pantalón para alcanzar la billetera de Mauricio, y así conseguir el preservativo. 


Cuando lo encontró alzó la mirada hacia él, y arqueó una ceja cuando evaluó su virilidad. Sin perder el tiempo, Carolina desgarró el empaque con los dientes y sacó el condón; pero en lugar de entregárselo, decidió ponérselo ella misma. Con su boca.


Con una sonrisa diabólica en el rostro, Carolina le dio una mirada apreciativa al miembro de Mauricio. Es tan grande, pensó relamiéndose los labios antes de introducírselo en la boca.


Él dejó un gemido gutural cuando sintió la lengua de Carolina contorneando la extensión de su pene. Tiró de ella para hacer que se pusiera de pie, envolvió nuevamente sus piernas alrededor de sus caderas y usó una de sus manos para dirigirse a su interior.


Carolina mordió su labio inferior mientras sentía entrar cada centímetro. Sus gemidos fueron en aumento mientras llenaba su sexo, luego él se retiró un poco para volver a penetrarla. Se sentía tan bien tenerlo llenándola de esa manera que Carolina suspiró. Empezaron con un ritmo lento que se fue volviendo más duro y desesperado. Los golpes de sus caderas al chocar hacían eco en la sala. Mauricio estaba al borde del orgasmo, y no estaba seguro de poder durar mucho más, cuando sintió los músculos de Carolina contraerse alrededor de su pene cuando ella se corrió. Se sentía como una mano cerrándose contra su miembro, ordeñándolo. Él se rindió a lo inevitable y se unió a ella en el clímax.


Se quedaron allí unidos por unos minutos mientras sus respiraciones se estabilizaban. Él dejó su frente descansar contra la de ella, y en ese momento de intimidad hizo algo que jamás imaginó que se atrevería a hacer. Algo que se había prometido NO hacer.


—Te amo —confesó en un suspiro.


Dijo las dos palabras que lo cambiaban todo.


Carolina, sorprendida por lo que Mauricio acababa de decir, alzó su mirada para enfrentarlo. Quiso engañarse a sí misma diciéndose que había escuchado mal, pero nunca había visto tanta honestidad y pasión en esos pozos azules… y eso la asustó.


Desear a su amigo era una cosa… tener sexo con su vecino… eran cosas que ella creía poder manejar. Por años lo había amado en silencio, y un poco de sexo no debía poner las cosas raras entre ellos ¿cierto? Pero ¿hablar de amor? Eso era totalmente otro asunto.


Ella lo conocía bien para saber que enrollarse en una relación con Mauricio no le dejaría nada bueno. Carolina no deseaba terminar llorando por los rincones cuando él rompiera su corazón, porque si algo era seguro es que él la destrozaría.


—Yo… —balbuceó ella cerrando los ojos con fuerza, tratando de centrarse en lo que debía hacer—. Tengo que irme, Mauricio.


Mauricio trató de decir algo para detenerla cuando ella se inclinó para recoger su vestido y se lo ponía de cualquier manera, pero las palabras morían antes de salir por su boca.


Él siempre era el que las echaba de su cama, y allí estaba la única mujer por la que cambiaría… caminando fuera de su vista. Nada impidió que Carolina saliera prácticamente corriendo de la casa mientras él se quedaba desnudo y desorientado en medio de la sala.



*****


El timbre de la casa sonó mientras Paula revisaba la última página que había escrito. Imaginó que se trataba de Carolina insistiendo para que la acompañara a su casa, así que caminó hacia la puerta sin cambiar lo que llevaba puesto y abrió.


Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró a Sergio parado frente a ella. El brazo extendido para sostenerse de la pared a un lado de la puerta y la mirada fija en el piso.


—Creí haber dejado claro que no quería volver a verte —se quejó Paula mientras cruzaba los brazos a la altura del pecho.


Sergio se tambaleó hacia adelante y levantó su rostro. Tenía varios golpes y magulladuras, su nariz estaba sangrando y apenas podía mantenerse en pie.


—Mierda, ¿qué te pasó? —le preguntó, pero Sergio solo balbuceaba incoherencias.


Al parecer había bebido, porque su ropa apestaba a licor barato. Cuando él trató de dar un paso al frente casi se desplomó, por lo que Paula se precipitó a sostenerlo. Sergio aprovechó la ocasión para apresarla contra la pared y besarla, y eso la tomó por sorpresa. Paula había dado por sentado que su exnovio estaba herido y desvalido, pero todo parecía una treta para darle lástima. Ella trató de liberarse, pero su peso le impedía moverse. Él colocó su rodilla entre las piernas de Paula para separarlas y encajó sus caderas contra las suyas. Era una posición muy íntima, y muy incómoda tratándose de Sergio; y así los encontró Pedro cuando llegó a casa de Paula.


El doctor no tenía idea de lo que hacía allí. Siguiendo un impulso tonto había tomado un taxi hasta la casa de Paula


Había hecho todo un plan para justificar su presencia allí, pero todo se fue al traste cuando la vio magreándose con su novio en el portal. Se aclaró la garganta ruidosamente para hacerles saber que no estaban solos, ganándose una mirada disgustada de Sergio y un jadeo sorprendido de Paula.


Los ojos de Pedro cayeron sobre la escasa ropa de la escritora, bajo la que se adivinaba no llevaba ropa interior.


Tragando grueso se obligó a apartar la mirada.


—Lo siento —dijo Pedro—. Fue un error venir aquí, solo quería asegurarme de que estuvieses bien.


—Lo está, imbécil —respondió Sergio.


—Cállate idiota —se quejó Paula encarando a su exnovio—. Y lárgate de una jodida vez… ya te lo dije, no quiero verte de nuevo.


Él la sujetó con fuerza de las caderas y la atrajo hacia su cuerpo.


—Pero no era lo que decías hace un momento, cariño —respondió Sergio—. ¿O es que acaso no quieres que tu amiguito sepa que también sales conmigo? —él volvió su mirada hacia Pedro—. Lo que sea que tengan, acabará pronto amigo. No eres más que una aventura, igual que los otros. Ella siempre volverá conmigo —escupió antes de soltar a Paula y alejarse con las manos en los bolsillos frontales de los vaqueros.


—Yo… —Paula trató de explicar que Sergio solo había dicho mentiras, pero Pedro levantó su mano y ella se detuvo.


—No hace falta que digas nada —se encogió de hombros—. Apenas nos conocemos. Realmente no es mi problema lo que sea que esté pasando entre ustedes. Yo… —dudó—.
Yo cometí un error al venir aquí. Que pases buenas noches, Paula.


Pedro se dio la vuelta y se alejó en la misma dirección que Sergio. La brisa fresca de la noche estremeció a la escritora, que se abrazó a sí misma para entrar en calor mientras trataba de entender lo que había sucedido.


Sergio había vuelto a joder su vida al decir todas esas mentiras a Pedro. Ya le parecía a ella bastante increíble que él la buscara después de haberse avergonzado en el bar, ¿pero el discurso de Sergio sobre sus muchas aventuras? 


Eso difícilmente lo pasaría por alto.


—Maldito Carter —chilló Paula antes de volver a entrar en su casa y romper a llorar frustrada por lo ridícula que se había vuelto su vida—. ¡Ojalá que no vuelvas a tener una erección en toda tu vida, bastardo!




INEVITABLE: CAPITULO 11




Carolina y Paula iban tomaron un almuerzo tardío en un bistró cercano al centro comercial. Un par de copas de vino y una charla con su amiga hicieron que se sintiera relajada, por lo que, cuando Caro insistió para que se quedara en su casa la ignoró por completo.


—Debo arreglar algunas cosas —se disculpó la escritora—. Lo dejaré todo resuelto para cambiarme a tu casa mañana —dijo, aunque después de conocer la identidad de los vecinos de su amiga no estaba muy segura al respecto.


—Está bien —aceptó Carolina—. Descansa… nos veremos mañana.


—Hasta mañana, terremoto —se despidió Paula sonriendo—. Y gracias por el día de hoy.


—Ya sabes, yo siempre estoy para sonsacarte —asintió su amiga y luego se acercó para darle un beso de despedida—. Ahora ve, toma un baño relajante y disfruta el resto de la noche.


Paula terminó de despedirse y entró a su casa. Caminó directo a su habitación para dejar su cartera y la bolsa donde llevaba su conjunto nuevo de lencería. Sacó de su armario una caja con velas aromáticas y una bata de seda que no usaba desde hace mucho tiempo; entró al baño, dejó las velas sobre el mostrador y puso a llenar la tina.


Mientras el agua llegaba a su nivel, la escritora fue a su cocina para recuperar una botella de vodka y algunos ingredientes para prepararse un trago. Necesitaba liberar la tensión acumulada, así que iba a echar mano de todos los recursos a su alcance.


El encuentro con su ex la había hecho explotar de rabia, pero se sentía liberada de ese peso. Ella estaba convencida de que Sergio Carter ya no significaba nada para ella, sin embargo algo faltaba en su vida porque seguía sin una pizca de inspiración para escribir.


Además estaban esos extraños sueños eróticos que había estado teniendo. Primero reconoció a su actor favorito en ellos. Tom Hardy siempre la ayudaba cuando las cosas se ponían difíciles con Sergio, pero ¿quién era el extraño que estaba invadiendo la privacidad de su mente?


Preparó la coctelera y la llevó, junto con un vaso de cristal, hasta su habitación. Entró al baño para terminar de prepararlo todo, encendió las velas y aplicó algunos aceites esenciales. Cuando todo estuvo listo se quitó la ropa que llevaba y la dejó en la cesta de cosas por lavar, entonces se sirvió la primera copa antes de sumergirse en el agua.


Paula perdió la cuenta rápidamente de los tragos que llevaba o del tiempo que había estado en el agua. Se miró las manos notando que sus dedos estaban arrugados como pasas y sonrió. Salió de la bañera y se secó con una toalla antes de envolver su cuerpo desnudo en la bata de seda que había encontrado antes; tomó los últimos restos de su trago y se tambaleó hasta la cocina, donde esperaba encontrar algo más para seguir su fiesta personal.


Cuando atravesaba el salón reparó en su computadora. Era la misma que había usado para sus anteriores novelas, sin embargo se veía diferente…


Paula se sentó en su silla, recostó su cabeza en el respaldo y suspiró. En un impulso encendió aquel cacharro y esperó que cargara el sistema operativo. Sus dedos volaron sobre
el ratón y luego se vio haciendo click sobre el ícono del procesador de texto.


Las escenas de sus sueños recientes volvían a su mente, ¿por qué no escribirlas?


Animada por el alcohol, Paula empezó a revivir sus fantasías y a teclear como si su vida dependiera de ello.


Ella arregló la pequeña sorpresa para su amante. Nunca había sido del tipo romántico, pero le hacía mucha ilusión pasar un rato diferente junto a él. Se puso un conjunto sexy de lencería que tenía sin estrenar, colocó velas aromáticas por toda la habitación y dejó sonar algo de música para completar el ambiente. El sonido de las llaves, luego de la puerta abriendo y cerrando, le avisó de su presencia. Paula sonrió y se sentó de forma sensual en la cama para esperarlo.


—Hola, cariño —le saludó—. ¿Te gusta?


—Me gusta—asintió él mientras se quitaba la chaqueta. 


Todos sus músculos se podían apreciar a través de la ropa, pero Paula deseaba ver más. Sentirlo. Ella mordió su labio inferior y él sonrió con picardía, como si adivinara sus pensamientos.


El hombre caminó decididamente hasta estar a un par de pasos de Paula. Ella se levantó, le tendió la mano y tiró de él hacia la cama, pero se mantuve de pie. A la expectativa. Ella recorrió su torso con los dedos, soltando los botones de la camisa; luego ascendió hacia sus hombros, desde donde fue empujando la camisa hasta hacerla caer. Paula deslizó sus manos tras la nuca de su amante, enterrándolas en su cabello, atrayéndolo hacia ella para besarlo.


—Adoro cuando tomas lo que necesitas —le dijo él.


Con movimientos suaves pero seguros, Paula dirigió sus manos hacia los pantalones de su amante, deteniéndose en la cremallera. Empezó a bajarla lentamente, para luego bajar la prenda junto a su ropa interior.


El hombre tragó grueso al contemplarla de rodillas frente a él. Ella le dirigió una sonrisa maliciosa antes de tomar su miembro entre las manos y llevarlo a su boca. Paula jadea excitada cuando la erecta longitud de su amante toca el fondo de su garganta. Él muerde su labio inferior para ahogar un gemido y siente que sus piernas flaquean, por lo que lleva sus manos a la cabeza de Paula para buscar algo de apoyo y dirigir sus movimientos.


—Oh sí, nena —jadeó él totalmente enloquecido—. Estoy muy cerca.


Ella sonríe y alza su mirada hasta cruzarla con la de él. Se pierden en ese momento en que ella lo succiona con fuerza mientras lleva una de sus manos hasta su entrada y empieza a masajear su clítoris, necesitando desesperadamente unirse una liberación. La habitación se llena con sus jadeos y gemidos, que cada vez son más crudos y desesperados. El hombre cierra sus ojos con fuerza y su cuerpo empieza a temblar mientras lucha contra el orgasmo, pero Paula no tiene piedad y empieza a chuparlo con más fuerza, rastrillando su piel sensible con los dientes. Entonces él se corre con un rugido. Ella no deja de chupar entretanto, orgullosa de su hazaña… pero él ya tiene en mente una forma de desquitarse.