El día se les pasó sin que apenas lo notaran entre depilaciones con cera, manicure y otros tratamientos de belleza. Solo quedaban horas para emprender su viaje, así que hicieron votos para disfrutarlo al máximo. Cuando lograron hacer a un lado todas las cosas que las deprimían, Carolina y Paula se entregaron al hedonismo.
Por la tarde organizaron juntas lo que llevarían para el viaje.
Si bien Paula había arrastrado dos grandes maletas hasta la casa de su amiga, su intención había sido que ella le ayudara a escoger las cosas que le favorecían más.
Nunca se le había dado demasiado bien a Paula el asunto de la coquetería y la seducción. Sabía que era atractiva porque en repetidas ocasiones los chicos de su escuela, y luego en la universidad, se lo habían dicho; pero ella no sabía cómo sacarse partido. En cambio Carolina era una máquina de seducción bien engrasada; conocía todos los trucos y secretos que una mujer debe saber, tomaba lo que quería y hacía salidas espectaculares. Nunca entregaba su corazón, por eso Paula sentía tanta pena por su situación actual… aunque no se lo dejaría saber. Si había algo que Carolina odiara era la compasión.
En su faceta como escritora Paula había sacado ese lado romántico y sensual que no exteriorizaba en su vida cotidiana. Era como una especie de alter ego que solo salía a flote cuando estaba frente al procesador de texto creando sus historias; por eso se sorprendió a sí misma al verse en sus sueños siendo atrevida en la habitación con ese amante desconocido. La escritura fue algo que descubrió por casualidad y le permitió explorar partes de ella que no conocía, por eso era tan importante; ahora se estaba jugando su futuro y su único escape de la realidad por culpa del idiota de su ex, que había robado su inspiración.
Pensaba en eso cuando Carolina se dejó caer en un mueble puff, extendió las piernas y cruzó sus brazos detrás de su cuello. Una amplia sonrisa se extendió por su cara mientras veía a Paula de pie frente a ella.
—Bueno, bueno… señorita Chaves—habló con un tono distante y profesional, como de operadora telefónica—. Empecemos a revisar su equipaje.
—Tonta —se carcajeó Paula—. ¿Te hago pase completo de lo que voy a llevar?—se burló mientras hacía algo que pretendía ser una pose sexy como las que hacen las modelos de Victoria’s Secret.
—Claro, Pau —sonrió Carolina—. Tenemos que sacarle provecho a las vacaciones, no pretenderás que te deje llevar calzones de abuelita, ¿o sí?
Paula negó con la cabeza y, entre risas, sacó el primer conjunto de bañador, que era un traje a dos piezas de color rojo. La parte superior no tenía tirantes, sino que tenía un broche en medio de los pechos; la parte inferior, por su parte, era un discreto tanga de corte clásico. Completaba el atuendo con un sencillo vestido playero azul marino anudado en el cuello que dejaba al descubierto sus clavículas y la mitad de la espalda, la tela caía con fluidez por su cuerpo y le llegaba unos pocos centímetros sobre las rodillas. A Carolina parecía gustarle el atuendo, o al menos eso pensó Paula hasta que ella se levantó del puff y caminó hacia el armario. Sacó un par de sombreros muy grandes que Paula no recordaba haber visto jamás y se los lanzó como si se tratara de un frisbee, luego empezó a sacar vestidos suyos… y zapatos… y lentes de sol.
Paula bufó resignada a que, si así había reaccionado a su mejor conjunto de baño, lo demás lo quemaría en una hoguera.
—Nena, si quieres tener las vacaciones de tu vida… debes arreglarte para conseguirlas —aconsejó Carolina—. Saca fuera ese espanto que llamas vestido —ordenó.
La escritora siguió las instrucciones de su amiga y se deshizo del vestido azul, dejándolo caer en el piso. Entonces Carolina le tendió un vestido de baño negro con transparencias.
—Pruébate esto —le pidió.
Paula tomó la prenda con dudas. No estaba segura de que aquello le fuera a cubrir algo.
—Deja de hacer esa cara —la regañó Carolina.
—¡Pero esto no me va a tapar nada! —se quejó Paula indignada.
—Esa es la idea.
Estuvieron cerca de dos horas probando y combinando atuendos. Al final terminaron preparando una tercera maleta con todas las sugerencias de Carolina para Paula, y descartaron casi totalmente lo que ella había llevado. El nuevo equipaje de la escritora contaba con atuendos reveladores, accesorios y zapatos a juego, ropa interior de lujo además de un par de vestidos de coctel.
—No sabemos si consigas una cita a bordo —le había dicho Carolina cuando empacó un vestido azul rojo, descotado, totalmente entallado que le llegaba hasta debajo de la rodilla, pero con una sugerente abertura en el muslo derecho.
Cuando terminaron de arreglarlo todo, las chicas tomaron una cena ligera y se despidieron para descansar. Al día siguiente debían tomar un vuelo a Miami y desde allí abordarían el crucero. Pero Paula, aunque estaba cansada, no tenía sueño; todo el día había estado pensado en Pedro, en lo que había pasado con Sergio y en la mala impresión que tendría él ahora sobre ella.
—Aunque si es tan imbécil como su hermano mejor ni me molesto —se dijo cuando estuvo sola.
Paula sacó su libreta negra del bolso de mano, tomó un bolígrafo y empezó a escribir frases que empezaban a llegar a su mente.
Él fijó su mirada azulada en el cuerpo de Paula Jena recordando la última vez que estuvieron en la misma habitación. En aquel momento estaban desnudos y sudorosos sobre la cama, meciendo sus caderas contra el otro, al unísono, mientras buscaban desesperadamente alcanzar el éxtasis. Ahora estaban separados por algo más que las capas de ropa… una historia contada a medias destruyó algo que apenas empezaba a construirse. Su confianza. Él, con sus acciones, había construido un muro entre ellos… un obstáculo que ahora parecía insalvable.
Jena había perdido su fe en un futuro con él… Pedro Jake no quería escuchar ninguna palabra que viniera de sus labios.
Los mismos labios que había besado con reverencia algún tiempo atrás.
Antes su amante, ahora era su enemigo. El hombre contra el que debía luchar para conseguir lo que quería, y pelearía con todas sus armas… incluyendo la seducción.
Paula cerró su libreta y la devolvió al bolso junto con el bolígrafo. Hasta ahora solo tenía unas pocas escenas inconexas, pero venían de un modo que no podía controlar.
No sabía si eso era bueno, o si duraría, por lo que estaba haciendo notas en su libreta.
La escritora acomodó las almohadas y las ahuecó para estar cómoda, pero por más que intentaba dormirse no lo lograba.
Dando vueltas en la cama pasó las horas, hasta que los primeros rayos del sol empezaron a colarse por la ventana.
Finalmente el día había llegado
*****
Él trató de permanecer el mayor tiempo posible encerrado en su habitación y así evitar al metomentodo de su hermano Mauricio, quien lo había animado a ir por Paula en primer lugar. Si no le hubiera hecho caso…
—Probablemente seguirías suspirando por ella, imbécil —se dijo. Como si su interés por ella hubiese muerto cuando la vio con aquel tipo en su portal.
Las palabras que el novio de Paula había utilizado lo ofendieron. Que ella lo viera como una aventura… él nunca se sintió tan insignificante en su vida. Pedro sabía que, tal vez, no era material para novio; sus largas jornadas en el hospital le hacían imposible socializar, peor la tenía para mantener una relación. Perdió la cuenta de las veces que tuvo que posponer citas o cancelarlas porque surgía una emergencia. También había perdido la cuenta de las veces que escuchó el “no me malinterpretes… eres médico y tienes una carrera exitosa, pero eres un tipo complicado y ya tenemos una edad. Estoy pensando en el futuro y, ¿sinceramente? No te veo en ese futuro.”
Él se había tenido que reír cuando le dijeron que era un tipo complicado, porque en realidad todo en él era demasiado sencillo; pero era cierto que tenía una relación comprometida con su carrera y eso nadie lo iba a cambiar.
Cuando decidió dejar de actuar como un quejica y enfrentar al mundo ya era hora del almuerzo. Mauricio parecía no estar de mejor humor que él. Cuando se cruzó con él en la sala estaba murmurando por lo bajo algo sobre ser idiota.
¿En qué lío se habrá metido?, pensó mientras quitaba de la nevera una tarjeta con los teléfonos del delivery que usaba cuando estaba de guardia en el hospital. Pidió un servicio doble de comida china a domicilio para compartirlo con su hermano y luego empezó a revisar mentalmente los detalles de su viaje.
En unas horas se iría de la ciudad… lejos del caos del hospital y de perturbadoras rubias con ganas de utilizarlo como un juguete sexual. No es que Pedro tuviese problemas con que una mujer sea sexualmente abierta y tome el control de su vida, pero el ser manejado como un objeto era algo que no lo ponía en absoluto. Mucho menos que lo trataran como la perra de alguien.
Definitivamente el viaje le serviría para poner algunas cosas en perspectiva. Había tenido relaciones de todo tipo, generalmente breves, pero nunca una donde fuera él quien resultara utilizado y descartado al final. Que la señorita Chaves lo viera de ese modo lo hizo dudar de la primera impresión que había tenido sobre ella.
—Entonces, doctor, ¿qué hay para almorzar? —preguntó Mauricio intentando sonar divertido.
—He pedido algo, debe llegar en unos minutos —respondió él.
Mauricio asintió, caminó hacia la nevera y sacó una botella de agua mineral. Desenrolló la tapa y bebió un sorbo.
—¿Estás seguro de que no podemos irnos antes? —quiso saber él—. No estoy muy seguro de poder estar más tiempo aquí sin hacer algo potencialmente estúpido.
—¿Por ejemplo? —se burló Pedro—. Sorpréndeme.
El doctor tampoco tenía muchas ganas de quedarse más tiempo. Cuando antes saliera de la ciudad, mejor. Mauricio no alcanzó a responder la pregunta de su hermano, pues en ese momento sonó el timbre.
—Yo abro —se excusó y empezó a caminar fuera de la cocina mientras sacaba su billetera.
Pedro se quedó solo por un momento, pensando en la posibilidad de tomar un vuelo al final de la tarde hasta Florida, tener algo de tiempo para pensar sin correr el riesgo de terminar caminando hacia el portal de Paula para encontrarse con otra mala sorpresa.
Mauricio regresó con tres bolsas de papel que dejó en la encimera de la cocina mientras iba por un par de vasos limpios y un zumo que había en la nevera. Acercó una silla y se sentó para compartir los fideos con vegetales.
Empezaron a comer en un silencio poco habitual, degustando cada alimento y regodeándose en su sabor.
Ninguno de los dos hermanos era la alegría de la cuadra ese día, y Pedro sabía el motivo de su mal humor, pero ¿su hermano? Él era el alma de la fiesta, ¿por qué estaba con esa actitud tan huraña? Estaba claro que tenía sus razones, pero Pedro quería saber qué sucedía.
—Por tu actitud de hoy debo presumir que te fue muy mal con la chica —dijo Mauricio anticipándose al interrogatorio de su hermano. Tomó un bocado de su comida y esperó la respuesta, aunque dudaba que Pedro compartiera algo con él; siempre había sido excesivamente reservado con sus cosas. El que se abriera un poco mientras estaban en el bar había sido obra, exclusivamente, del poder del Jack Daniels.
—No quiero hablar del tema —masculló Pedro—. Mejor hablemos de lo que sea te pasó a ti después de despedirnos, y del humor de mierda que tienes.
—No es asunto tuyo—respondió su hermano.
—Entonces supongo que ambos tuvimos una mala noche... —asintió el doctor—. Y… ¿sabes? Yo tampoco quiero pasar más tiempo aquí, así que ciertamente podríamos adelantarnos y tomar nuestro vuelo hoy. Nos instalamos en un hotel y salimos por allí... quizás el cambio de ambiente nos ayude a dejar de pensar en tonterías.
—Debo estar de acuerdo con tu plan, hermanito —respondió Mauricio—. Mis cosas están listas para salir cuando estés preparado.
Pedro se sorprendió de que tuviese todo preparado para salir corriendo. Por lo general su hermano es de los que retrasa las salidas porque le falta algo.
—Bien, haré un par de llamadas cuando terminemos de comer. Supongo que no tendremos problemas para salir a media tarde —consideró—. Si paso otra noche aquí voy a terminar haciendo algo potencialmente suicida.
—Estaba pensando exactamente lo mismo —dijo Mauricio soltando un suspiro cansado.
Pedro estaba aún más sorprendido que antes. Su hermano no era de los que sentía remordimientos o vergüenza, lo que le daba una idea de cuán malo fue lo que sucedió con él.
—¿Se puede saber en qué lío estás metido? —increpó el doctor a su hermano con un tono más duro del que pretendía, porque sí, era su hermano mayor pero no su padre.
—En ninguno que te afecte —respondió él replicando su tono—. Antes te dije que no era tu asunto, así que apreciaría que no intervinieras en esto.
—Sabes que puedes hablar conmigo… soy tu hermano —insistió Pedro bajando la guardia—. Yo también tuve una noche de mierda, como te habrás dado cuenta. ¿Crees que te fue peor que a mí? —lo retó.
—Ayer me dejaste en el bar para ir a lo de esta chica —empezó a explicar—. Y regresé a casa en un taxi. Cuando llegué apenas y podía mantenerme en pie por la borrachera, pero eso ya deberías imaginarlo… ya estaba bastante mal cuando te largaste. El asunto es que, no recuerdo los detalles, pero de repente estaba besando a Carolina y terminamos teniendo sexo aquí —suspiró derrotado—. Le dije que la amaba y ella salió huyendo —confesó pasaba se frotaba el rostro.
Pedro sintió pena por su hermano, pero no podía evitar reír de la ironía.
—¿Te dieron a probar tu propia medicina, finalmente?
—No estoy para tus burlas —replicó él—. Ahora supera eso.
—Lo siento, hermano —dijo Pedro—. Siempre supe que este momento llegaría, pero… mierda… ¿Con Carolina? ¿Ella es la amiga de la que dices estar enamorado? —cuando vio la expresión ofuscada en el rostro de su hermano decidió dejar de molestarlo—. Ya, lo siento… no quise juzgarte, es solo que… estoy sorprendido ¿está bien?
—Espero resultarte más entretenido que Chatty Man—bufó Mauricio—. ¿Vas a contarme lo que sucedió contigo anoche? Llegaste más tomado que yo y derribando todo a tu paso…
—Pues nada que, por una vez que decido hacer caso a tus consejos, todo me sale mal —se quejó el doctor—. Paula estaba con su novio.
—¿Pero hablaste con ella? —quiso saber Mauricio—. Tampoco es que ustedes sean grandes amigos… se acaban de conocer… además, planificaste bien tu excusa. Era un plan a prueba de tontos. ¿Fue mucho para ti?
—Estaba en la puerta de su casa, casi desnuda, reconciliándose con su novio —aclaró Pedro—. Parece que tiene por costumbre ir teniendo aventuras a diestra y siniestra, y yo parecía estar en su lista de próximas víctimas.
—Eso es estúpido —respondió Mauricio—. Para empezar, fuiste tú quien la abordó en la cafetería; el encuentro en el bar, según me contaste, no fue planificado…
Pedro pensó en eso por un momento y asintió. Era verdad.
—¿No pensaste que tal vez este tipo lo único que quería era eliminar la competencia? —sugirió el hermano menor—. Yo en su lugar, si tuviese a alguien rondando algo que considero mío, lo haría.
—Pero ella no lo desmintió —Pedro cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Le diste oportunidad siquiera? —Mauricio arqueó una ceja a su hermano.
—No —admitió él—. No lo hice.
—Pues bien, allí está. El novio, o exnovio, o lo que sea, de tu chica te mintió en la cara y tú le compraste la historia. No me extrañaría que ella quisiera patearte el trasero si te vuelve a ver.
—Aunque tuvieras razón, eso no quita que ella tenga una relación con alguien —aclaró Pedro.
—Eso es algo que no sabrás hasta que hables con ella —insistió Mauricio—. Ve, discúlpate por ser un idiota y dale oportunidad de hablar a la chica. Yo puedo esperar sin meterme en más líos, creo.
—Eres bueno dando consejos que nunca aplicas para ti —se burló el doctor.
—Pero sé cómo arreglar mis desastres —señaló él—. Ya me disculpé con Caro esta mañana.
—¿Por decirle que la amabas? —Pedro creyó alucinar—. ¿Es mentira acaso?
—No lo es, pero… admitámoslo —respondió Mauricio encorvándose—. Carolina es de las que sueña con un felices para siempre… si hay algo que ella sabe bien que yo no le daré es eso. Hemos sido amigos desde siempre, me conoce incluso mejor de lo que yo mismo me conozco. Hizo bien en correr.
—¿Te rindes, así nada más?
—No me rindo —respondió—. Pero si ella no me quiere a mí, más que como amigo, no puedo hacer nada. Pudo haberme dicho algo cuando fui a verla, en cambio aceptó mis disculpas y sonrió como si todo volviera a estar en orden. Si me preguntas, prefiero tenerla como amiga antes que perderla definitivamente.
—Nunca entenderé cómo funciona tu mente, Mauricio —dijo su hermano—. Pero deberías saber que con las mujeres es otro juego completamente.
Mauricio asintió dándole la razón a su hermano. Odiaba mentirle, pero no quería revelar su verdadero plan.
Conquistar a Carolina. Le daría el espacio que necesitaba, pero solo lo que duraba el viaje. Cuando regresara… allí sería otra historia.
—¿Sabes qué? —preguntó Pedro—. Tienes razón… hablaré con ella. Cuando regresemos del viaje. Con suerte, si está cabreada conmigo, se le habrá pasado el enojo cuando regrese. Entonces no habrá riesgos de que me decapite o algo peor. Es amiga de Carolina después de todo.
Los hermanos rieron ante esa posibilidad y terminaron de tomar su almuerzo. Un par de horas después iban camino al LAX para tomar un vuelo a Miami, que finalmente tomaron alrededor de las 6 de la tarde. Mientras estuvieron en el aeropuerto Pedro miró varias veces su celular, tentado a ponerse en contacto con Paula; pero recordó que no tenía su número y que, si todo resultaba ser como Mauricio sugería, probablemente ya le habría contado a Carolina y ella no estaría dispuesta a ayudarlo. Un asco de panorama si le preguntaban.
Mauricio, por su parte, no dejaba de darle vueltas a la idea de que posiblemente se había precipitado. Empezó a dudar y eso lo tenía bastante nervioso. Pero ya estaba hecho y estaba por alejarse varios cientos de kilómetros. No tenía otra alternativa, salvo esperar.
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