Al día siguiente Paula despertó temprano, aunque lo correcto sería decir que no durmió en lo absoluto. Sacó dos maletas de su armario y las dejó abiertas sobre su cama, entonces empezó a lanzar prendas de cualquier manera hasta llenarlas; luego tomó un pequeño morral y metió su computadora portátil, una libreta y varios bolígrafos. Tenía que concentrarse en lo único seguro que tenía. Su trabajo.
Ya Sergio había arruinado cualquier intento por tener una vida personal normal, no iba a dejarlo arruinar su sueño de ser escritora. Suficiente había tenido con ese estúpido bloqueo, y no estaba dispuesta a seguirle dando tanto poder sobre ella.
Caminó fuera de su habitación hasta su escritorio, encendió la computadora y mientras cargaba el sistema puso a andar la cafetera. Cuando apareció la pantalla de inicio con sus íconos habituales, Paula dejó escapar un suspiro. De una de las gavetas sacó un pequeño pendrive verde que se parecía el colgante de la cadena que llevaba siempre, lo conectó en el puerto USB e hizo un respaldo de lo que estuvo escribiendo la noche anterior. Estaba segura que aquello distaba de ser bueno, pero era el primer golpe de inspiración que había tenido en mucho tiempo y debía aprovecharlo.
Cuando el archivo terminó de copiarse retiró el pequeño dispositivo, lo cerró y lo enganchó a su collar; luego apagó el computador y desconectó todos los cables. Usó la llave más pequeña de su llavero para abrir la gaveta de su escritorio y sacar su libreta negra; entonces aprovechó para guardar las fotografías que estaban en su pizarra. Volvió a cerrar su gaveta y, luego, con toda la información respaldada, Paula volvió junto a la cafetera para servirse un poco de ánimo matutino.
Caminó con su taza de regreso a su cuarto y bajó las maletas de la cama, una por una, para luego arrastrarlas hasta la sala. Ya estaba lista, ahora solo debía esperar que Carolina apareciera.
La noche anterior había terminado de una manera desastrosa para ambas. Lo supo porque, apenas logró calmarse después de lo sucedido, la llamó para contarle.
Carolina entró automáticamente en el modo “amiga protectora” y la instó a salir inmediatamente de la casa.
Después de una larga negociación, que se extendió hasta bien entrada la madrugada, llegaron al acuerdo de juntarse a primera hora del siguiente día. Lo que quería decir “en cualquier momento” según el reloj de Paula.
Pero de esa conversación le quedó claro que no solo ella estaba teniendo un mal momento, la diferencia estaba en que Paula no tenía idea de lo que sucedía con su amiga.
Sin embargo ella lo averiguaría tan pronto se reunieran.
Cuando Carolina llegó ya Paula había tomado su tercera taza de café y su estómago estaba empezando a quejarse.
Intercambiaron saludos en la puerta y entraron a la casa para asegurarse que todo estuviese bien antes de irse.
Tardaron poco en asegurar puertas y ventanas, desconectar todos los aparatos eléctricos y encender las alarmas. Había dejado su número de celular con una vecina en caso de emergencia, así que estaba lista para iniciar sus vacaciones, aunque solo fueran a encerrarse en lo de Carolina antes de volar a Miami.
Salieron de la casa de Paula y se detuvieron en un autoservicio para conseguir desayuno para ambas. Hasta ese momento Carolina había guardado una especie de silencio distante poco habitual en ella. Solo habían intercambiado unas pocas palabras, pero después de que abandonaran la casa se habían quedado calladas.
—¿Me puedes decir qué te pasa? —preguntó Paula de repente, mientras esperaban que despacharan sus órdenes.
—Nada —se limitó a responder su amiga.
—¿Y esa nada te tiene con cara de pocos amigos? —insistió la escritora—. Vamos, nena, puedes hacerlo mejor que eso… cuéntame.
—Está bien —cedió Carolina—. Solo si prometes no juzgarme.
—No mataste a alguien ¿o sí? —se burló su amiga—. Caro, siempre has estado para mí sin juzgarme, ¿qué te hace pensar que yo haré lo contrario?
—Tienes razón, lo siento, soy una tonta.
—Una tonta que no ha tenido su desayuno —convino Paula mientras recibía las bolsas con la comida de ambas y entregaba el dinero al chico en la cabina—. Deja que hinquemos el diente en estas delicias y la historia será otra.
Las chicas salieron del autoservicio y se dirigieron a la casa de Carolina. Ella guio a Paula hasta la habitación para que dejara sus cosas y luego se fue a la cocina para servir la comida; mientras lo hacía no dejaba de darle vueltas a las dos últimas palabras que escuchó de Mauricio.
“Te amo”
Sacó los platos del estante y los dejó sobre la encimera, repartió la comida para las dos y sacó una jarra de zumo de la nevera. Se sentó en una butaca para esperar que su amiga se le uniera, y así lo hizo un momento después.
Empezaron a disfrutar del desayuno, entonces Paula volvió al ataque.
—¿Y bien, señorita James? —le preguntó.
—Anoche tuve sexo con Mauricio —confesó cubriéndose el rostro con ambas manos—. Ya sé que dije hace tiempo que nunca pasaría, pero... maldición, pasó. Y fue increíble —levantó la mirada para encontrar a su amiga con una amplia sonrisa en el rostro.
—No te atrevas a reírte, Chaves —se quejó Carolina—. Fue el sexo acrobático más alucinante de la historia y el muy idiota tuvo que arruinarlo con las palabras mágicas al final.
—¿Te dijo “Gracias, puedes irte”?—le preguntó Paula con el gesto contrariado.
—Serás bestia, Pau —bufó Carolina—. No… Él me dijo que me amaba.
Paula se ahogó con el jugo y le tomó un momento recomponerse. Aclarándose la garganta hizo una nueva pregunta solo para estar segura.
—Un momento… ¿te dijo “te amo”? —preguntó Paula incrédula—. ¿El señor “tengo sexo en lugares públicos porque soy genial” te dijo que te amaba? Dios querido, Carolina, ¿y qué le dijiste?
Paula sabía lo mucho que le gustaba a Carolina su vecino, aunque no tenía idea de quién era o de qué clase de hombre se trataba. Lo había conocido de la manera más insólita, y si bien no le dio la mejor impresión ¿quién era ella para juzgar?
—Nada, yo… —a Carolina le costaba responder esa pregunta porque no estaba segura de haber hecho lo correcto—. Yo solo salí de allí corriendo. He sido su amiga por años, lo sabes; soy su vecina desde que éramos adolescentes y siempre estuve enamorada de él. Cuando terminó con su novia pensé que era mi momento, y casi tenemos sexo en esa fiesta de Halloween, o quizás solo yo lo vea de ese modo… pero anoche…
—Anoche por fin lo hicieron.
—Él estaba borracho.
—¿Y tú lo violaste?—se burló Paula.
—No, burra —bufó su amiga tratando de contener una sonrisa—. Él también quería…
—Y te dijo que te amaba…
—Ajá —Carolina hizo un gesto de cansancio —. Creo que eso ya ha quedado claro.
—Y tú huiste…—continuó la escritora.
—Sí —admitió su amiga bajando la cara—. Y no sé si hice lo correcto… ¿debería decirle lo que siento?
—Yo creo que sí… quien sabe, tal vez todos esos años de conocerse sirvan para que tengan una relación estable y todo eso. Aunque conocerse por tanto tiempo no hace la diferencia, sino mírame a mí —respondió sinceramente Paula—. Creía estar con el amor de mi vida y resultó ser porquería. Anoche solo se presentó en mi casa haciéndose la víctima y me besó… pero lo peor no fue eso, sino que Pedro apareció y entonces este imbécil le dijo un montón de cosas. Te juro que me hizo quedar peor que una prostituta.
—Maldito Carter —murmuró Carolina—. Pero tienes razón… voy a hablar con Mauricio.
*****
—Soy un estúpido —se reprendió.
Él se había convencido que decirle lo que sentía a Carolina había sido un mal movimiento. Por una vez que abría su corazón, ella solo corría en la dirección opuesta; pero comprendía sus razones. Se conocían por demasiado tiempo. Carolina había sido testigo de primera línea de todos sus escarceos amorosos, era obvio que temía ser una más de la lista.
Mauricio entendió que debía demostrarle cuán diferente era ella para él, pero lo haría poco a poco. Decidió que le mentiría por última vez antes de echar a andar su plan así que, después de conseguir un analgésico, sacó su moto del garaje y condujo hasta su chocolatería favorita.
Cuando eran adolescentes, Carolina y él solían escaparse para ir a ese lugar y comprar bombones rellenos. Sabía perfectamente cuáles eran sus favoritos, así que compró una caja e hizo que la envolvieran en un papel color lila. Salió de la tienda y regresó, pero esta vez estacionó en el portal de su amiga. Bajó de la moto, tocó el timbre y esperó.
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