La tienda de regalos no fue la única parte del parque que Paula vio durante su primera semana. La gente se mostraba amable con ella los primeros días, dado que una hermosa joven llegada de la ciudad ya era novedad suficiente sin pasearse por allí con un teléfono con GPS integrado, con un uniforme azul oscuro que recordaba al de la policía y tomando notas allá donde iba.
Al cuarto día sus compañeros ya estaban cansados de que vigilara todas sus operaciones y de sus recomendaciones sobre posibles cambios para mejorar la seguridad, pero les resultaba más fácil obedecer sin más.
Aunque no fueron todo éxitos. Julian se negó a instalar un circuito cerrado de televisión en la zona de admisiones, y argumentó que algunos de sus huéspedes apreciaban la confidencialidad que ofrecía el parque.
El drama de aquel día no resultó ser demasiado difícil. Mientras hacía una de sus rondas arbitrarias por la verja del perímetro descubrió un agujero en la parte trasera del parque, junto a una serie de embalses cristalinos y profundos. Sin duda sería obra de los lugareños, que se colaban para robar los suculentos crustáceos que vivían en los embalses, o niños que quisieran refrescarse bañándose. Salvo que los niños no tendrían vehículos y sin embargo había huellas de neumáticos a lo largo de un camino de acceso en desuso.
—Hola, Simone —saludó a la ayudante administrativa al entrar en el despacho de Julián, situado a pocas puertas del armario de las escobas que ella llamaba su despacho—. Voy a salir a reparar la verja y me llevaré el último rollo de alambre. ¿Te importa pedir más en Garretson's?
Simone levantó la cabeza de su pila de cosas por hacer y murmuró:
—Claro. ¿Qué más da otro jefe más encargándome tareas?
—¿Va todo bien, Simone?
—No —contestó la secretaria—. No es culpa tuya. Sé que tienes un trabajo que hacer. Es solo que mi carga de trabajo se ha duplicado esta semana con tu incorporación y la reaparición del señor Alfonso.
—Creo que te vendría bien una pausa para el café —contestó Paula con una sonrisa—. Vamos. Te prepararé uno.
Simone murmuró algo, salió de detrás de su escritorio y la siguió hasta la cocina.
—Hablo en serio, Paula. No había visto al señor Alfonso hacía un año hasta el día que llegaste tú para la entrevista. Y luego el lunes por la mañana llego y me encuentro una lista de cosas por hacer de dos páginas.
—¿Un año? —preguntó Paula mientras servía el café—. ¿En serio?
—Tú no lo sabes porque eres nueva —contestó Simone con tono de conspiración—, pero Pedro Alfonso es un hombre misterioso por aquí. Nadie salvo Julian trata con él. Así que ahora os tengo a Julián y a ti dándome trabajo y al señor Alfonso merodeando en la sombra durante el día y husmeando en la oficina por la noche. Es inquietante.
Paula se puso alerta. ¿Pedro trabajaba solo por la noche? ¿En qué?
—Entiendo que eres nueva y todo eso —continuó la secretaria—, pero todos tenemos una primera semana, y no sé por qué le parece necesario allanarte el camino a ti en particular.
¿Allanarle el camino?
—Lo siento —dijo Simone—. Eso ha sonado cruel. No se trata de ti. Solo desearía que, ya que va a involucrarse tanto en el trabajo de alguien, pensara un poco en el mío.
—No lo comprendo —dijo Paula—. ¿El trabajo de quién está haciendo?
—El tuyo. Al menos parte.
—¿Qué?
—Viene por las noches, Paula. Trabaja en la seguridad del parque. Creí que lo sabías.
—¿Cómo iba a saberlo?
—Imaginamos que era algo que tú hacías. Ya sabes, en la ciudad.
—Incluso en la ciudad, yo no espiaría a mi jefe —dijo ella. «A no ser que tuviera una buena razón»—. No me extraña que la gente se mantenga alejada de mí.
—Oh, no. No me refería a eso. Todos estamos intentando conocerte lo mejor que podemos.
—¿He empezado un poco fuerte?
—Fuerte no. Solo…
¿Insistente? ¿Fisgona? ¿Decidida? Le habían llamado esas cosas muchas veces.
—Dios, lo siento —dijo Simone—. Estoy liándolo todo. Que más da, es el campo, ¿sabes? A la gente le gusta saber todo sobre ti. Y tú eres un poco reservada, nada más. La gente aquí ya está sensibilizada con eso por el señor Alfonso, así que…
Paula se relajó. No era la primera vez que le hacían esa crítica. Había una manera eficaz de poner fin al cotilleo. Satisfacer la curiosidad.
—¿Qué querrías saber de mí?
—¿Puedo preguntar?
—Adelante. No tengo nada que ocultar —mentira. Se apoyó en la encimera y se obligó a relajarse—. Tres preguntas.
Simone dejó la taza en el fregadero y se volvió hacia ella.
—¿Por qué abandonaste la ciudad?
—Había… alguien… de quien quería alejarme. Y ésta me pareció distancia suficiente. Y además no me gustaban algunos de los chicos con los que se relacionaba mi hijo.
—Pregunta número dos. ¿De qué conoces al señor Alfonso?
—¿Qué te hace pensar que lo conozco?
Simone se rio.
—Emerge de su bosque por primera vez en un año justo el día que tú apareces para la entrevista. Entonces te contrata, sin haber tomado una sola decisión empresarial desde que llegó Julian. Luego te ayuda con la mudanza…
¿Cómo sabían todas esas cosas? ¿Acaso las zarigüeyas del bosque tenían un blog?
—… y, finalmente, los dos tenéis una química suficiente para provocar un incendio. Eso no surge de la noche a la mañana.
Paula negó con la cabeza.
—Tú nos viste juntos durante unos veinte segundos después de la entrevista, Simone.
—Podía sentir la tensión en la sala. Las vibraciones entre ambos eran lo más cercano a la acción que yo había visto en mucho tiempo.
—La única tensión que sentiste fue la irritación. Él estaba enfadado porque había dejado en evidencia su sistema de seguridad. Y me contrató por la misma razón. Además, si no ha salido en tanto tiempo, ¿dónde se suponía que iba a conocerlo?
—Oh, sí que sale, pero no con nosotros. Al parecer va a la ciudad un par de veces al año para… ya sabes…
—¿Para?
Simone abrió la boca y volvió a cerrarla mientras se sonrojaba.
—Vamos a ver si lo he entendido —dijo Paula—. La gente de aquí cree que conozco a Pedro Alfonso de la ciudad, donde a veces va a ligar.
Simone se sonrojó aún más.
—Eh…
—¿Y el hecho de que me contrata demuestra que los dos somos pareja? Claro, no olvidemos la química explosiva que surge cuando estamos juntos. No podemos quitarnos las manos de encima. Y supongo que también es el padre de mi hijo, ¿verdad? ¡Tienes que estar de broma! Para que lo sepas, Simone, el padre de mi hijo no es Pedro Alfonso. No nos conocíamos. No somos amantes. No me está ayudando con mi trabajo. Y no hay química. Ni siquiera le caigo especialmente bien. ¿Puedo ser más clara?
—Te creo —dijo Simone tras retroceder un par de pasos—. Lo siento si he sacado una conclusión equivocada.
Paula simplemente asintió.
—No querría que la gente dijera cosas sobre ti que no son ciertas.
—Pero… es cierto que se encarga de la seguridad por las noches. Es lo único que hace. En eso no me equivoco.
—Entonces lo hablaré con él —contestó Paula.
Simone asintió y se dirigió hacia la puerta. En el último momento asomó la cabeza de nuevo.
—¿Y qué me dices de la química, Paula? En eso tampoco me equivoco —se encogió de hombros antes de desaparecer—. Perdona.